Gran América: el sacrificio

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1. Buenos días, América

Hola América: soy un escritor español que vive o vivía en una ciudad española en medio del desierto. Puede ser Logroño, Soria, Córdoba, Cuenca, Teruel, Pamplona, Jaén, Zaragoza o Ciudad Real. En Nueva York he conocido a la poetisa Berta Cooper, que habla español, porque tuvo un medio padre que era medio español (hispánicamente demediada, así es la Berta Cooper), pero lo cierto es que la Cooper tampoco habla el español muy bien. En realidad, tenemos Berta y yo un problema lingüístico mal resuelto. Puede que el problema del mundo siga siendo Babel. Sin embargo, nos entendemos emocionalmente. He venido a Nueva York invitado por la Cofradía de los Poetas Latinos del Último Don. Son gente muy rara, sí. Curiosamente, estos tipos de la Cofradía de los Poetas Latinos del Último Don votan a George Bush, de eso me enteré luego. Pero me pagaron el viaje desde Logroño, que es donde vivo. No desde Madrid, sino desde el mismo Logroño, desde la logroñesa calle de Azorín. Me pusieron un taxi hasta Madrid (y no un taxi cualquiera sino un Peugeot 607 nuevo, con asientos de cuero y servicio de bar, en donde había ginebra Hendrix) y desde allí, avión en primera hasta Nueva York. De hecho, al ir en primera, viajé al lado de la actriz Nuria Espert, y del escritor Carlos Ruiz Zafón, que también iban a Nueva York, pero ninguno de los dos osó hablarme, si bien entre ellos dos sí que hablaron todo el rato.

Los de la Cofradía de los Poetas Latinos del Último Don habían leído mis poemas por internet, y les entusiasmaron. Es raro esto: pues yo no sabía que mis poemas circulasen por internet. El caso es que me llamaron a casa, desde América. Me llamaron a casa porque no sabían mi móvil. Tampoco sé cómo encontraron mi número de teléfono fijo.

Debo decir cuanto antes que me quedé ciego; sí, nada más pisar el aeropuerto JFK de Nueva York, me sobrevino la ceguera. Completamente ciego. Un susto de muerte. De modo que fueron los de la Cofradía quienes me describieron Nueva York. La ceguera me la provocó una impresionante bajada de azúcar, porque soy diabético. La Cofradía me alojó en un Hotel excelente, nada menos que en el Waldorf-Astoria.

Guillén Cristo me preguntó que a quién quería conocer de Nueva York. Guillén Cristo no hablaba muy bien el español, parece ser que lo que sí hablaba muy bien era una mezcla de francés e italiano. Con Berta hablaba en un inglés con acento italiano, o algo así. Me dijeron que era negro. Yo ya estaba ciego, claro. Guillén Cristo era uno de los poetas más célebres de la Cofradía de los Poetas Latinos del Último Don, y aunque hablaba francés e italiano, escribía en inglés. Bueno, yo les dije que me apetecería conocer a la madre del cantante Frank Zappa y a la madre del cantante Lou Reed. Guillén Cristo dijo no problem, pero, misteriosamente, lo dijo en catalán. Guillén Cristo llevaba pistola. Me la enseñó, pero no pude verla porque estaba ciego.

Guillén Cristo me confesó que su sueño sería poder votar algún día al fantasma regresado a la vida de Abraham Lincoln. Se había hecho tatuar la efigie de Lincoln en la espalda. Toda su espalda era la cara de Lincoln. Me lo dijo Berta Cooper, pues yo seguía ciego. En su garganta había otro tatuaje en donde se leía “Lincoln is coming”.

Guillén Cristo me presentó a John Flandes, que era un poeta en lengua checa, aunque hablaba perfectamente el español y el inglés. John Flandes me llevó al Instituto Cervantes de Nueva York porque quería presentarme a la escritora española Manuela Vilas1, que acababa de ser nombrada directora del mencionado Instituto. Era todo muy bonito, pero yo seguía ciego. Todo me lo describía John Flandes, que aquella noche había dormido conmigo en mi suite del Waldorf-Astoria y yo no me había dado ni cuenta.

Manuela Vilas fue muy amable conmigo. Me ofreció su médico personal para que atendiera mi ceguera. Le dije que no, gracias. Pero ella insistió, así que tuve que aceptar. Me dijo Berta Cooper que el médico, que se llamaba Rod Cale, se parecía a Steve McQueen. Me dijo Berta que Manuela era muy guapa y que tenía un rollo con Rod Cale. Me acordé de mis películas favoritas de McQueen, sobretodo de Lo que el viento se llevó, de Taxi Driver, de La guerra de las galaxias, de Por un puñado de dólares, y especialmente de Un americano en París en donde McQueen estaba imponente. La Vilas nos invitó a todos a unos canutos de marihuana que guardaba en la gaveta de su despacho de directora del Instituto Cervantes. La Vilas estaba pletórica y se puso a coquetear con Berta Cooper, que, al parecer, también es guapísima: “Berta de los bosques inmaculados”, así la llamó Manuela Vilas. Luego me dijeron que a la Vilas, de vez en cuando, le afloraban de nuevo sus antiguos instintos masculinos. Manuela llevaba una falda ajustada de cuero, y una blusa muy abierta, según me dijo Guillén Cristo, pues yo no veía nada. Nos fumamos veinte o treinta canutos de marihuana en su despacho. La marihuana venía de España por valija diplomática. Qué lujo. Manuela Vilas nos confesó que adoraba el cine de Tarantino (sólo el cine, porque él era muy feo, dijo Manuela) y que estaba intentando contratarlo para que diera una conferencia en el Instituto Cervantes, y que la conferencia se iba a titular “Tarantino y España”, o tal vez “Tarantino y Cervantes”, así, al paso, hacía propaganda del Instituto. Manuela Vilas introdujo un disco de Paulina Rubio en el cedé y se puso a bailar con un canuto en la boca. Manuela bailaba muy bien, se contoneaba como una serpiente árabe y de vez en cuando nos sacaba la lengua como si fuese Alice Cooper o Shakira; eso fue lo que dijo Guillén Cristo, pues yo seguía sin ver nada, aunque lo intuía todo perfectamente.

Yo pedí un disco de Madonna, pero Manuela Vilas dijo que en su despacho del Instituto Cervantes sólo se escuchaba a Paulina. El médico Rod Cale resultó que era vecino de la madre de Frank Zappa: mira qué casualidad. Yo estaba loco por conocer a la madre de un genio cuyos discos hacía sonar en mi piso del barrio del Actur de Logroño los domingos por la mañana. Guillén Cristo nos confesó que estaba terminando su novela sobre Nueva York. Se iba a titular Qué difícil es pillar un taxi en Manhattan. Berta Cooper era también muy amiga de la mujer de Guillén Cristo, que se llamaba Cruz Landa, y escribía cuentos para niños negros deficientes mentales. La madre de Frank Zappa estaba ancianísima. Vivía en un apartamento muy bonito del Lower East Side. Fuimos todos a ver a la madre de Frank Zappa. No hubo ningún problema, Berta Cooper se lo explicó todo muy bien a Zappa’s Mother. Estuvimos todos de acuerdo (fue una sugerencia de Guillén Cristo) en que llamaríamos Mother sin más a la madre de Frank Zappa. La llenamos de besos. Yo, claro, no pude verla. Me dijeron que Zappa era clavadito a su madre. Y comencé a decirle cosas a la Madre, y curiosamente las cosas me salían en inglés estadounidense, y eso que yo no sabía ni siquiera el inglés de los ingleses de Londres, a pesar de que llevo veinte años estudiando inglés. Pero en España si no eres hijo de padres muy ricos no hablas inglés nunca porque no se enseña bien en los colegios públicos cuando eres pequeño, y si no lo aprendes de pequeño, luego es imposible. En España el que habla inglés de coña es Felipe de Borbón.

No se puede aprender inglés de mayor a no ser por ciencia infusa, como era mi caso, claro que eso es así por mediación de Lincoln, que me ayuda en mi periplo americano. O eso me quiso decir Guillén Cristo. Pero a mí qué puede importarme esa minucia sociopolítica de la dificultad de aprender inglés en España en los colegios públicos administrados por Rodríguez Zapatero2. Cómo iba a importarme eso, si empecé a hablar en inglés por ciencia infusa con la persona con la que más quería hablar en este mundo, con Zappa’s Mother. Me hubiera gustado que Zappa’s Mother se hubiera convertido en mi madre adoptiva, en mi madre real también, en mi madre total, en mi madre definitiva. Porque ni la madre biológica ni la madre social son las madres definitivas. La madre definitiva es una madre inesperada. La verdad es que me estaba encantando América, pese a estar ciego. Estaba viendo con el corazón. Yo creo que la Cooper sabía eso, que yo estaba viendo con el corazón, que había visto las grandes avenidas de Manhattan con el espíritu, que veía la verdad, eso es, la verdad. Me estaba enamorando de América y lo estaba entendiendo todo: estaba entendiendo la Tierra, el Planeta. Y también estaba entendiendo El Mundo. Porque El Mundo es la realidad humana, y la Tierra son los peces, los gatos y las nubes. Le di un beso a la mano inmensamente arrugada de Zappa’s Mother. Y al tocar con mis labios la carne anciana de Zappa’s Mother sentí el látigo del espíritu de esa leyenda inolvidable de Frank Zappa, el grandísimo paladín de la verdad de aquella dorada década de los setenta.

 

2. Niños, madres y películas famosas

Le dije a Zappa’s Mother que luego iríamos a hablar con la madre de Lou Reed. Le dije que América eran las madres de los americanos. ¿Lo entendió? Mujeres que preparaban desayunos en los años cincuenta, mujeres que cocinaban huevos y tostadas y beicon, mujeres que hacían palomitas fritas, mujeres que limpiaban la casa, mujeres que iban al supermercado, las madres de Lou Reed, de Bob Dylan, de Jesucristo Superstar, de Robert de Niro, de Falconetti, pero del Falconetti de la maravillosa serie de televisión Hombre rico, hombre pobre. Hablamos de Robert de Niro con Zappa’s Mother. Me dijo que Frank lo amaba. ¿Y por qué lo amaba?, pregunté yo, y dijo que porque Frank adoraba una película, y esa película se llamaba: Érase una vez en América, de Sergio Leone. Zappa’s Mother era una mujer divina y llevaba dentro la sangre de América. Hablamos de Zappa´s Father, que era italiano. “Un italiano guapísimo”, dijo Zappa’s Mother. Los italianos fundamos esto, dijo Zappa’s Mother. Guillén Cristo dijo que ahora lo estaban refundando los negros y los hispanos. Pero Berta Cooper dijo que una vez saludó en persona a Clint Eastwood y que se quedó impresionadísima de su estatura y de su garbo. La altura racial es definitiva, dijo Zappa’s Mother. Pero Frank era alto, dije yo. Sí, pero muy oscuro de piel, y recordad que además los latinos no somos blancos del todo, si no, fijaos nada menos que en el propio Nicolás Sarkozy, que es el Presidente de la República Francesa y no es blanco del todo, como Bush, que sí es completamente blanco, o como el Príncipe de Gales, que es hiperblanco, dijo Guillén Cristo. Entonces Zappa’s Mother dijo que lo mejor de su niño Frank era la sonrisa. La enfermedad se la robó. Y añadió: “Lloré veinte días sin descanso”, y el día veintiuno se me secó el corazón. Y todos nos miramos la piel, pero yo, claro, no vi nada, y tuve que acordarme de cómo era mi piel. Pero Guillén Cristo me hizo dudar, y mi ceguera contribuyó a sugestionarme, a pensar que mi piel ya era muy brown.

Rod Cale nos metió a todos en su Cadillac y nos fuimos a ver a la madre de Lou Reed, que vivía en una casa de madera de Long Island. Entonces oímos en la radio del coche de Rod que se había muerto Charles Heston, el inolvidable actor de películas maravillosas como El portero de noche, El Verdugo, El Apartamento y Apocalipsis Now.

Teníamos hambre y nos metimos todos en un MacDonald’s.

Yo me quedaba mirando sin ver las arrugas de Zappa’s Mother. Su cabello blanco ondeando en un MacDonald’s de Brooklyn, cabello blanco que yo no podía admirar con la vista. Entonces Berta Cooper cogió mi mano y me dijo; “tío, estás viendo América, lo noto”. Y a Zappa’s Mother se le escurría por los labios agrietados la mayonesa de la BigMac, y estaba preciosa: parecía la Virgen de Lourdes, que es una Virgen francesa, y por tanto latina.

La madre de Lou nos recibió con una tarta de manzana en el porche de su casa de Long Island. Dijo que Lou estaba en Italia, de gira. La madre de Lou nos enseñó una foto en donde salía ella con Andy Warhol y Bob Dylan. Pero Lou y Dylan no se llevan muy bien. Lou tiene un carácter muy fuerte, dijo Lou’s Mother. Oye, por cierto, qué feo está Dylan últimamente, con ese sombrero mexicano que lleva, y ese bigote de narcotraficante colombiano, dijo Guillén Cristo.

Yo seguía sin ver nada. Berta me dijo que yo le estaba gustando a América. Lou’s Mother dijo que no entendía por qué quería hablar con ella y no con su célebre hijo Lou Reed. Tuve que contarle lo que ya le había contado a Berta y a Zappa’s Mother, tuve que decirle que yo creía que la verdad de América eran las madres. Lou’s Mother me preguntó que si yo era un sociólogo o algo así. No, le dije. Le dije que sólo era un poeta ciego con don de lenguas, pues seguía hablando inglés estadounidense por ciencia infusa. Mi dominio del inglés estadounidense era extraordinario: dominaba todos los registros: el coloquial, el vulgar, el culto, incluso niveles técnicos o científicos, o literarios, sabía decir en inglés las piezas del motor de un ascensor, por ejemplo. No sabía cuándo terminaría este dominio, que era un don. Lou’s Mother me dijo muchas cosas de cuando Lou era pequeño. Siempre le contaba un cuento antes de dormirse, le daba un beso en la frente, y Lou cogía la cara de su madre con sus manitas suaves y delicadas. Era muy cariñoso, y era un niño muy alegre e inmensamente feliz. Era un niño bondadoso. Lou compartía sus juguetes con todos los niños de la escuela, incluidos los negros, los chinos y los hispanos. Regalaba sus juguetes. Era maravilloso. Cree Lou’s Mother que la vida de su hijo ha sido buena. Está contenta porque Lou ahora tiene una relación muy estable con Laurie Anderson, aunque no se han casado. Claro que su hijo Lou salió desengañado del matrimonio, después de la separación de Sylvia Morales, y eso que a ella Sylvia le gustaba mucho, aunque era bastante mexicana o algo así. Sylvia ordenó muy bien la vida descontrolada de Lou. Porque Lou necesita mucho amor, dice Lou’s Mother. Dice que esta chica, esta Laurie Anderson, es muy cariñosa, y que trata muy bien a su pequeño Lou, y que éste está feliz, que se le ve feliz, y esta chica, esta Laurie, es también una gran artista, y que toca muy bien el violín, aunque es mucho más famoso Lou que ella, pero eso da igual si hay amor. A ella ya le queda poco, dice de sí misma Lou’s Mother. Dice que Lou también le dio muchos disgustos, sobre todo a su difunto marido, cuando lo de las drogas, a finales de los sesenta, sí, pero todo era un montaje para vender discos, al menos eso le dijo Lou, aunque puede que le dijera eso para tranquilizarla, porque en aquella época la verdad es que su hijo estaba esquelético, pero en Navidad ella le hacía comidas estupendas, porque Lou siempre fue un chico formal, en todo caso un poco alocado en su juventud, pero sólo eso.

Me gustaría ver la cara de Lou’s Mother. Me enseña un trofeo que ganó Lou en un torneo de ajedrez cuando tenía diez años. Me enseña fotos de Lou caminando por las playas de Coney Island, pero como no las veo Berta Cooper me las traduce: Lou lleva un bañador claro, lleva un velero en la mano, y Sidney, el padre de Lou, está a su lado. Es una foto de 1953.

 

3. The Poet is Coming. Apuntes sobre Carolina del Norte. Resurrection Now.

Dos días después Guillén Cristo, Berta Cooper y Macedonio Faulkner (Mace era otro miembro importante de la Cofradía de los Poetas Latinos del Último Don) vinieron a buscarme al Waldorf-Astoria tempranísimo, a las cinco de la mañana. Berta me guiaba por el espléndido vestíbulo del Waldorf-Astoria en plena madrugada, y me dijo que estábamos atravesando el célebre mosaico del Waldorf, conocido como “Wheel of Life”. Me dijeron que nos esperaba un avión. A las diez de la mañana estábamos en Washington. Me llevaron a ver la estatua de Abraham Lincoln. Berta me dijo que era un hombre blanco, una estatua blanca. Me dijo que había docenas de banderas de los Estados Unidos ondeando al maravilloso aire azul de aquella mañana. Se estaba bien allí: respiraba una sensación de poder que me encumbraba, pese a mi ceguera. Fuimos al cementerio Nacional de Arlington donde está la tumba de John F. Kennedy y Berta me dijo que la primera vez que se enterró a alguien en la tumba del Soldado Desconocido fue el 11 de noviembre de 1921. Cogimos un taxi y nos fuimos al Museo del Holocausto. Teníamos tanto miedo que Mace, Berta, Guillén y yo entramos en el Museo cogidos de la mano y entonando en voz baja la Internacional. Yo era el que menos miedo tenía por mi ceguera. Después nos fuimos a la sede del FBI. Y luego, al anochecer, regresamos a nuestro hotel, al célebre Four Seasons Hotel, completamente exhaustos. Fue allí, en la habitación del hotel, donde Mace nos confesó que era comunista y prosoviético. Le dijimos que la Unión Soviética ya no existía, pero Mace nos dijo que le daba igual, y llamamos al servicio de habitaciones y pedimos calamares de Canadá, pollo chino, ostras danesas y champán francés, que era lo que recomendaba la carta del Four Seasons.

Berta dijo que yo le estaba gustando a América, que América me quería, que me habían puesto a prueba y que América estaba diciendo que sí. Que sí a mi alma, eso dijo la Cooper. Al día siguiente volamos a Raleigh, a Carolina del Norte. Nos alojamos en un hotel de Chapell Hill y alquilamos un coche.

Y viajamos por los bosques de Carolina del Norte, por los bosques del entorno de Durham. Comíamos en los Centros Comerciales. Hasta que llegamos a una casa apartada, en medio del bosque. Allí fui recibido por otros miembros de la Cofradía de los Poetas Latinos del Último Don, y allí estaba John Flandes, ordenándolo todo con una voz marcial, y allí supe qué hacía yo en América.

Os entiendo, sí, les dije, y especialmente pensaba en John Flandes, porque me di cuenta de que John Flandes era el jefe del Último Don. Y acepto este sacrificio, dije. Mis hermanos latinos del Último Don luchan por la redención de América. Mi vida servirá para que regrese Él. Berta me ha explicado cómo será mi último Don. Me ha explicado quién es Él. Mientras me sacrifican, todos los hermanos Latinos del Último Don (unos veinte, dirigidos por Flandes) leerán al unísono el Canto General de Pablo Neruda. E invocarán su regreso. Y Él regresará de entre los muertos con un cometido universal: la creación de Gran América, la unión política y cultural de todo el continente en un país de intención revolucionaria que cambiará el sentido de la humanidad, el sentido de la Historia. Pablo Neruda tomará mi carne. Volverá Neruda, con su alegría, con su sonrisa panamericana, con su mensaje de fraternidad universal, con su poesía liberadora y verdadera, con su palabra telúrica, con sus flores, con su puño levantado, con sus indios puros, con su gorra de cartero, con sus muelas empastadas por los dentistas del Kremlin. Mi ceguera en vida se convertirá en ojos cristalinos en la muerte. Ahora entiendo que mi ceguera era alegórica. Neruda verá por mis ojos ciegos y, vuelto a la vida, liderará el movimiento de los Poetas Inacabables, de Soplo Sereno. Será un movimiento revolucionario. Mañana he de morir. Esta noche haré el amor con Berta Cooper y mañana regresará Pablo Neruda. Él es nuestra esperanza política y revolucionaria, dice Berta Cooper mientras se desnuda. Ahora Berta y yo hablamos en inglés. Dice Berta que mañana, cuando yo desaparezca y Neruda tome mi carne, Neruda hablará en inglés y que a partir de ese momento, Neruda escribirá en inglés. Dice Berta que se casará con el Nuevo Neruda. Dice Berta que cuando el Nuevo Neruda reine ya toda Gran América hablará en inglés, y el inglés cambiará de nombre, se llamará simplemente “la gran lengua de los hombres mejores”. No puedo verla, no puedo ver a Berta Cooper y su desnudez debe de ser el espectáculo gran americano más hermoso de la Historia. Yo seré el símbolo de Gran América, dice Berta. Y toca mis vísceras calientes, mi corazón. La estatua de la Libertad guiando a Pablo Neruda. El regreso del Partido Comunista de Gran América. Todos seremos comunistas y norteamericanos. Porque el comunismo es OK. Ya no habrá injusticia, amor mío. Ahora ya estamos completamente sumergidos en la lengua inglesa: Berta y yo. ~
 

 

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1. Manuela Vilas (antes Manuel Vilas) se hizo célebre en España por protagonizar el primer cambio de sexo que se daba en el ámbito de las letras españolas, en el ámbito del mundo intelectual. Véase el ensayo de José Luis Castilla del Pino, Manuela y el Travestismo poshispánico, Planeta, Barcelona, 2005; o el libro de Sergio Gaspar titulado Yo edité a Manuela. La literatura española y el nuevo vaginismo, dvd Ediciones, Barcelona, 2008. Sin obviar el madrugador y pionero artículo de Pedro Laín Entralgo: “Hacia Manuela. Nuevos mitos del alma femenina en su relación con la literatura de tradición española”, Nueva Revista Forense, 98 (1999), pp. 87-145. Para conocer mejor el movimiento literario conocido como el Neovaginismo es imprescindible la web www.neovaginismo-poshispanico.com, allí se recoge una abundante bibliografía y los principales hitos del movimiento, como el ya mentado hito de la transformación sexual de Manuela, con los antecedentes y los consecuentes más célebres.

2. Hay que señalar que Rodríguez Zapatero es profesor de inglés en el Instituto de Enseñanza Secundaria “Antonio Machado” en Getafe. Cobra 1936 euros al mes, con 17 años de antigüedad o de servicio: es decir, 5 trienios y 2 sexenios. Lógicamente, no enseña inglés. De vez en cuando les dice a sus alumnos de 2º de Enseñanza Secundaria Obligatoria (eso): “Hey, babies, I’m Zapatero” y se echa a llorar. Sus alumnos le quieren en español. A una chica le dijo “I love you” y todos aplaudieron, y luego Zapatero invitó a sus alumnos a un chocolate con churros en el recreo, mientras él –a escondidas, muy a escondidas– se bebía un whisky doble solo. Porque bebe: drinking, dice él. Getafe entero sabe que bebe, sabe que drinking. Pero explícame qué se puede hacer en Getafe sino drinking. Zapatero dice en sus clases de inglés de 2º de la eso que España es un país bukovskiano, pero en la sombra. A la luz del día es un país multinacionalista. Pero claro, qué crédito le vas a conceder a un tipo que drinking. Los políticos multinacionalistas españoles piensan que la realidad multinacionalista española es respetable, ascendente, formal, digna de confianza, pero hay un divorcio de 6.000 euros al mes entre el pensamiento político español ascensional y lo que la gente piensa.

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