Pues bien, ยฟven lo que la guerra da a los hombres? La guerra es muerte, y una plaga en forma de falta de pequeรฑas cosas, y trabajo duro. No es que cogiera a mis sentimentales y les soltara mi historia, y les emocionara, les horrorizara y les fascinara. Sin embargo, sintieron interรฉs por mรญ, pues oรญ a una dama en el hotel que preguntaba: โยฟQuiรฉn es el muchacho de las botas militares sucias?โ De modo que, como ven, por mucho miedo que uno tenga a entrar en acciรณn, tambiรฉn puede ser muy molesto despuรฉs.
Mรกs tarde, caรญ en manos de uno de mis mejores amigos, y รฉl, sin piedad, trazรณ un plan para desembarcar al oeste de Santiago y cruzar las lรญneas espaรฑolas hasta algรบn lugar desde el que pudiรฉramos ver al escuadrรณn espaรฑol que estaba en el puerto. Corrรญan rumores de que el Vizcaya habรญa escapado, dijo, y serรญa muy conveniente confirmar la verdad. De modo que fuimos apresuradamente a un lugar que mi amigo conocรญa, frente al campamento cubano, y arrojamos a dos caballos jamaicanos sin cola al mar. Seguimos en un pequeรฑo bote y fuimos recibidos en la playa por un pequeรฑo destacamento cubano que inmediatamente cogiรณ nuestros caballos y los ensillรณ. Supongo que nos sentimos casi como dioses. รramos prรกcticamente los primeros americanos que habรญan visto y nos miraban con ojos de agradecido afecto. No creo que muchos hombres hayan tenido la experiencia de ser mirados con ojos de agradecido afecto. Nos guiaron hasta un campamento cubano en el que, en una pequeรฑa cabaรฑa hecha con hojas de palma, un teniente coronel de rostro negro estaba repantigado en una hamaca. No comprendรญ quรฉ dijeron, pero en todo caso debiรณ pedir a su ordenanza que preparara cafรฉ, pues eso es lo que hizo. Era un sirope oscuro en humeantes tazas de lata, pero era mejor que la botella de cerveza frรญa que no me bebรญ en Jamaica.
El campamento cubano era un lugar expedito, lleno de arbolillos y hojas de palma atadas con trepadoras. Podrรญa haber ardido completamente en quince minutos y reconstruirse exactamente igual en diez. Los soldados eran, aparentemente, un puรฑado de tranquilos granujas medio muertos de hambre. De sus piernas negras les colgaban los calzones hechos jirones, y sus camisas casi no existรญan. Parecรญan una colecciรณn de verdaderos salvajes del trรณpico a los que algรบn filรกntropo hubiera arrojado un puรฑado de trapos y algunos de esos trapos se hubieran quedado enganchados aquรญ o allรก. Pero su condiciรณn era ahora una costumbre. Dudo que supieran que iban medio desnudos. En todo caso, no les importaba. Ni tenรญa por quรฉ: el clima era cรกlido. El teniente coronel nos dio una escolta de cinco o seis hombres y ascendimos por las montaรฑas, tumbados sobre nuestros caballos jamaicanos mientras ellos ascendรญan como ratas arriba y abajo por unos caminos extraordinarios. Al atardecer, llegamos al campamento de un mayor que estaba al mando de los puestos de avanzada. Estaba muy, muy arriba en las colinas. Las estrellas eran grandes como cocos. Nos tumbamos en hamacas prestadas y observamos cรณmo la hoguera resplandecรญa en rojo sangre contra los รกrboles. Recuerdo a un negro completamente desnudo acuclillado, violeta, junto al fuego, limpiando un cazo de metal. Algunas voces cantaban un lamento africano de amor traicionado y muerte. Y al amanecer tenรญamos que tratar de escabullirnos entre las lรญneas espaรฑolas. Yo estaba muy, muy preocupado.
En el frรญo amanecer la situaciรณn era la misma, pero de algรบn modo el coraje parecรญa estar presente en las primeras horas del dรญa. Salรญ con los demรกs de bastante buen humor. Llegamos adonde estaban los piquetes, tras los baluartes de piedra enmarcados en madera de รกrboles jรณvenes. Estaban mirando, a travรฉs de una estrecha caรฑada cubierta de nubes, un fuego medio apagado que revelaba la posiciรณn de los espaรฑoles. Hubo un poco de lรญo y despuรฉs, con quince hombres, descendimos la ladera de aquella montaรฑa y nos adentramos en las gรฉlidas nubes azules y grises. Habรญamos dejado nuestros caballos con la avanzadilla cubana. Procedimos a buen paso, pues ya estรกbamos a la vista de la avanzadilla espaรฑola. En el fondo del caรฑรณn todavรญa era de noche. Un riachuelo, una corriente de tamaรฑo regular, se peleaba por encima de las piedras. Habรญa bancos de hierba y los รกrboles mรกs deliciosos. Todo el valle estaba impregnado del aroma de la selva. El guรญa agitรณ el brazo y frunciรณ el cejo en un gesto de aviso, y al cabo de un momento habรญamos desaparecido, abriรฉndonos paso entre matorrales, escalando colinas, arrastrรกndonos por campos con las manos y las rodillas, en ocasiones recorriendo como diecisiete fantasmas un camino espaรฑol. Yo estaba como en un sueรฑo, pero tenรญa un ojo puesto en el guรญa y me detenรญa para escuchar cuando รฉl se detenรญa para escuchar y seguรญa adelante cuando รฉl seguรญa adelante. En ocasiones รฉl se giraba y nos hacรญa gestos con la habilidad y fiereza de un hombre que estรก siendo picado por mil aguijones. Entonces sabรญamos que la situaciรณn era extremadamente delicada. Ahora, por supuesto, estรกbamos ya en mitad de las lรญneas espaรฑolas y ascendimos por una gran colina que dominaba el puerto de Santiago. Allรญ, tranquilamente anclados, estaban el Oquendo, el Marรญa Teresa, el Cristรณbal Colรณn, el Vizcaya, el Plutรณn, el Furor. El golfo era blanco por la luz del sol y los grandes acorazados negros de casco negro resultaban impresionantes en su dignidad inmensa pero elegante. No sabรญamos que aquellos barcos estaban condenados, que muy pronto serรญan vรญctimas de una muerte repentina. Mis amigos sacaron mapas y cosas mientras yo me dedicaba al completo reposo, parpadeando perezosamente ante el escuadrรณn espaรฑol. No sabรญamos que รฉramos los รบltimos americanos que los veรญan vivos, ilesos y en paz. Despuรฉs regresamos por donde habรญamos venido, con el mismo medio galope y en silencio. No comprendรญ mi situaciรณn hasta que pensรฉ que ya casi habรญamos dejado atrรกs las lรญneas espaรฑolas y por tanto eludido todo peligro. Entonces descubrรญ que estaba muerto. La fuerza nerviosa se habรญa evaporado y yo era un simple cadรกver. Mis piernas eran masa y mi espina dorsal ardรญa en mi interior como si fuera un alambre al rojo vivo. Pero justo en ese momento fuimos descubiertos por una patrulla espaรฑola, y yo constatรฉ que no estaba muerto en absoluto. Finalmente alcanzamos las faldas de la montaรฑa madre en cuyos hombros estaba la avanzadilla cubana, y allรญ me sentรญ tan seguro de estar seguro que no pude resistir la tentaciรณn de volver a morirme. Creo que pasรฉ por once estupores distintos durante el ascenso de esa montaรฑa, mientras la escolta seguรญa con el cuerpo doblado sobre sus Remingtons. Habรญamos recorrido veinticinco millas a una suerte de galope humano, en ningรบn caso habรญamos seguido un camino abierto, sino que habรญamos ido siempre promiscuamente por entre la jungla y las piedras. Y muchas de las millas estaban en pendiente, de modo que era tan difรญcil bajarlas como subirlas. Pero durante mis estupores, la escolta se detuvo, fรญjense, y se puso a charlar en voz baja. Por todos los signos que mostraban, bien podrรญamos haber estado empezando. Y no habรญan comido nada mรกs que mangos durante mรกs de ocho dรญas. Antes de esos ocho dรญas habรญan vivido a base de mangos y del cuerpo de un pequeรฑo y enjuto poni. Eran, en realidad, de la pasta de los indios de Fenimore Cooper, sรณlo que no hacรญan ridรญculas oraciones. En el campamento principal, mi amigo y yo acordamos que si nuestra valiosa escolta mandaba a un representante con nosotros a la costa, nosotros les mandarรญamos cualquier cosa que pudiรฉramos conseguir en los almacenes de nuestro barco envรญo. Con una sola voz, la escolta respondiรณ que ellos mismos caminarรญan las cuatro leguas adicionales, como si en esos tiempos de hambre no quisieran confiar en un representante, gracias. โNo pueden hacerlo, se vendrรกn abajo, tienen que tener un lรญmiteโ, dije. โNoโ, respondiรณ mi amigo. โEstรกn bien, darรญan tres vueltas enteras a la isla por un sorbo de cervezaโ. De modo que ensillamos y partimos con nuestros quince soldados de infanterรญa cubanos incansablemente detrรกs de nosotros. En ocasiones, a los pies de una colina abrupta, un hombre me pedรญa permiso para cogerse a la cola de mi caballo jamaicano, y entonces รฉste le subรญa hasta la cima tan rรกpidamente que sรณlo parecรญa tocar las piedras con los dedos de los pies. Y el hombre se mostraba agradecido por esta ayuda. Cuando coronamos el รบltimo gran risco vimos a nuestro escuadrรณn al este, desplegado en un paciente semicรญrculo a lo largo de la boca del puerto. Pero mientras corrรญamos hacia la playa vimos algo mรกs dramรกtico: nuestro propio barco envรญo renunciando a la cita y navegando mar adentro. Evidentemente llegรกbamos tarde. Detrรกs de mรญ habรญa quince estรณmagos. Vacรญos. Era una situaciรณn pavorosa. Mi amigo y yo nos apresuramos hacia la playa y esos quince locos se pusieron a correr.
No sirviรณ de nada. El barco envรญo se alejรณ alegremente dejando tras de sรญ un rastro de humo negro. Nos dimos la vuelta apesadumbrados, preguntรกndonos quรฉ le dirรญamos a la escolta de la que tanto habรญamos abusado. Si nos masacraban, sentรญ que serรญa solamente una virtuosa respuesta al destino y que no habรญa que culparles de ello en absoluto. Hay algunas cosas que los sentimientos de un hombre no le permitirรกn soportar tras una dieta de mangos y caballo. Sin embargo, nos dimos cuenta perplejos de que no estaban en absoluto indignados. Se limitaron a sonreรญr y a hacer el gesto con el que expresaban el habitual pesimismo. Se trataba de una filosofรญa que negaba la existencia de todo excepto mangos y caballo. Eran los americanos quienes se negaban a ser reconfortados. Me hice a mรญ mismo el solemne juramento de que regresarรญa en cuanto pudiera y serรญa para esa esplรฉndida escolta todo un Santa Claus. Peroโฆ nos echamos al mar en una canoa con dos chicos negros. La escolta nos dijo adiรณs valerosamente desde la costa y nunca volvimos a verlos. Espero que todos ellos formen parte de la policรญa en el nuevo Santiago.
Al cabo de un rato fuimos rescatados de la canoa por nuestro barco envรญo, y aliviamos nuestros sentimientos recompensando exageradamente a los dos chicos negros. En realidad, se fueron con las manos llenas debido a nuestra sensaciรณn de culpabilidad por no haber logrado llenar los valientes estรณmagos de la escolta. Eran dos granujas. Navegamos hasta el buque insignia y recibimos permiso para embarcar en รฉl. El admiral Sampson es para mรญ la personalidad mรกs interesante de la guerra. No sabrรญa cรณmo retratarlo para ustedes aunque pudiera acumular material suficiente. En todo caso imaginen, ante todo, un bloque marmรณreo de impavidez en el que se esculpe la figura de un anciano. Denle a eso vida, y a duras penas han empezado. Despuรฉs deben desechar todas las figuras de viejos caballeros directos y de cara rojiza que rugen contra el vendaval, y comprender que el anciano silencioso es un marinero y un almirante. Esto serรก difรญcil: si les dijera que es cualquier otra cosa serรญa fรกcil. Se parece a otros tipos de hombre; su presencia no se parece al tipo de hombre que se da por hecho en alguien de su posiciรณn. Cuando le conocรญ, me impresionรณ enormemente lo mucho que le aburrรญan la guerra y el mando del escuadrรณn del Atlรกntico Norte. Percibรญ unos modales allรญ donde creรญ percibir un estado de รกnimo, un punto de vista. Mรกs tarde, pareciรณ tan indiferente a las pequeรฑas cosas que aburren todavรญa mรกs que a las grandes que tuve que sacarme el sombrero ante su apatรญa, una cosa sin precedentes, maravillosa. No logrรฉ comprender que aquel hombre era asรญ. No debe culpรกrseme, pues mi comunicaciรณn fue escasa y versรณ sobre el sufrimiento; sobre, en realidad, la tradicional cortesรญa de la marina. Pero finalmente vi que todo eran modales, que oculto en sus modales indiferentes, incluso apรกticos, allรญ estaba el cerebro alerta, seguro y listo del mejor capitรกn de la marina que Amรฉrica ha dado desdeโฆ ยฟdesde Farragut? No lo sรฉ. Dirรญa que desdeโฆ Hull.
Los hombres siguen de buen grado cuando son bien liderados. Se ponen puntillosos con minucias cuando un cretino les grita que sigan adelante. Por mi parte, una de las cosas mรกs impresionantes de la guerra es la devociรณn por la persona del almirante Sampson โno, por su juicio y su sabidurรญaโ que le prodigaban los comandantes de las naves โEvans del Iowa, Taylor del Oregรณn, Higginson del Massachusetts, Phillips del Texas, y todos los demรกs capitanesโ excepto uno.
En una ocasiรณn, mรกs tarde, le requirieron a que se vengara de un rival โallรญ estaban y eso era lo que se esperaba que dijeranโ, pero รฉl dijo que nooo, que no creรญa, que eso no le harรญaโฆ ningรบn bienโฆ al cuerpo.
Los hombres le temรญan, pero รฉl nunca amenazaba; los hombres se desvivรญan por obedecerle, pero รฉl nunca daba una orden cortante; los hombre le amaban, pero รฉl no pronunciaba una sola palabra, amable o hiriente; los hombres le jaleaban y รฉl decรญa: โยฟPor quiรฉn gritรกis?โ Los hombres se comportaban mal con รฉl y รฉl no decรญa nada. Los hombres pensaban en la gloria y รฉl se ocupaba en la gestiรณn de los barcos. Todo sin un sonido. Una campaรฑa silenciosaโฆ por su parte. Ni banderolas, ni arcos, ni fuegos artificiales; nada mรกs que la perfecta gestiรณn de una gran flota. Sรณlo simple, puro, discreto cumplimiento. Pero al final obtendrรก su compensaciรณnโฆ ยฟcรณmo? En los libros de texto sobre las campaรฑas marรญtimas. Nada mรกs. El pueblo elige al suyo y elige al que le gusta. ยฟQuiรฉn tiene mรกs derecho? De todos modos es un gran hombre. Y una vez has empezado puedes seguir siendo un gran hombre sin la ayuda de los ramos de flores y los banquetes. No lo necesitaโฆ bendito sea.
Las escotillas de batalla del buque insignia estaban abiertas y era insoportable estar entre las cubiertas pese a los ventiladores elรฉctricos. Me abrรญ camino como pude, pasando junto al ordenanza, junto al compaรฑero, hasta los aposentos de los suboficiales. Incluso ahรญ estaban jugando a cartas en el camarote de alguien. โHola, viejo. ยฟVienes de tierra firme? ยฟCรณmo estรก todo? Tรบ repartes, Chick.โ No habรญa nada mรกs que un calor hรบmedo y vaporoso y la decente supresiรณn de las consecuentes temperaturas insoportables. Los alojamientos de los suboficiales no eran mรกs cรณmodos que el camarote del almirante. Yo creรญa que lo serรญan debido a mi recuerdo de su animado espรญritu. Pero no eran animados. Estaban asados. Hola, viejo, ยฟvienes de tierra firme? Salรญ corriendo hasta la cubierta, donde otros oficiales que no estaban de guardia fumaban en silencio sus cigarros. La hospitalidad de los oficiales del buque insignia es otro encantador recuerdo de la guerra.
Aquella noche, me metรญ en mi litera perfectamente maravillado por aquel dรญa. ยฟEra la figura inclinada sobre la partida de cartas en el buque insignia, la figura con un whisky con soda en la mano y un cigarro entre los dientes, era la misma figura que gateaba, temiendo por su vida, por la jungla cubana? ยฟEra la figura de la situaciรณn de quince hambrientos hombres patรฉticos? Daba lo mismo y me dormรญ, me dormรญ profundamente. No sรฉ adรณnde viajamos. Creo que era Jamaica. Pero de todos modos, la maรฑana de nuestro regreso a Cuba encontramos el mar repleto de transportes: transportes estadounidenses de Tampa que contenรญan el cuerpo de la Quinta Armada bajo las รณrdenes del mayor general Shafter. Las jarcias y las cubiertas de esos barcos estaban negras de gente y todo el mundo querรญa desembarcar primero. Yo desembarquรฉ, al fin, e inmediatamente me puse a buscar a algรบn conocido. Los botes eran arrojados por las olas contra un pequeรฑo muelle muy endeble. Caรญ a tierra de alguna forma, pero no encontrรฉ enseguida a ningรบn conocido. Hablรฉ con un soldado del segundo de los Voluntarios de Massachusetts que me dijo que iba a escribir correspondencia de guerra para un periรณdico de Boston. Su afirmaciรณn no me sorprendiรณ.
Habรญa una pequeรฑa y desaliรฑada aldea, pero seguรญ a las tropas, que en ese momento parecรญan estar partiendo en compaรฑรญas. Encontrรฉ a otros tres corresponsales y se hizo la hora de la comida. Alguien tenรญa dos botellas de Bass, pero hacรญa tanto calor que el lรญquido saliรณ disparado en forma de espuma. No se oรญan tiros, no se oรญa ningรบn ruido. En un viejo cobertizo, un grupo de soldados haraganeaba a la sombra. Era una tarde cรกlida, polvorienta, soรฑolienta. Las abejas zumbaban. Vimos al mayor general Lawton junto a sus oficiales bajo un รกrbol. Estaba sonriendo, como si dijera: โBueno, esto serรก mejor que perseguir apachesโ. Su divisiรณn era la mรกs avanzada, de modo que tenรญa motivos para estar contento. Hombre alto con bigote gris, ligero pero muy fuerte, un caballero ideal. Caรญa singularmente en gracia debido a los vagos rumores de que sus superiores โalgunos de ellosโ iban a encargarse de que no tuviera mucho que hacer. Escuchar esa clase de cosas le ponรญa a uno enfermo, pero mรกs tarde supimos que aquello eran en su mayorรญa mentiras.
Mรกs abajo, en el desembarcadero, un grupo de corresponsales estaba instalando una especie de campamento permanente. Trabajaban como troyanos, acarreaban tiendas, catres y cajas de provisiones. Me pidieron que me uniera a ellos, pero mirรฉ con perspicacia el sudor que tenรญan en la cara y me larguรฉ. Al dรญa siguiente el ejรฉrcito dejรณ ese campamento ocho millas atrรกs. El dรญa se volviรณ tedioso. Me alegrรฉ cuando llegรณ el anochecer. Me sentรฉ junto a una hoguera y escuchรฉ a un soldado de la octava infanterรญa que me dijo que fue el primer hombre alistado en desembarcar. Yo simulรฉ interesarme en lo que decรญa, pero el hecho es que le considerรฉ un gran mentiroso sin vergรผenza. Menos de un mes atrรกs, tuve noticia de que cuanto decรญa era tan cierto como los evangelios. Me sorprendiรณ mucho. Fuimos a desayunar al campamento de la vigรฉsima infanterรญa, donde el capitรกn Greene y su subalterno, Exton, nos dieron tomates guisados con pan duro y cafรฉ. Mรกs tarde, descubrรญ a Greene y Exton en la playa esquivando de buen humor las olas que parecรญan tratar de impedir que lavaran los platos del desayuno. Sentรญ una enorme vergรผenza porque mi taza y mi plato estaban allรญ, ya saben, yโฆ el destino da a algunos hombres maravillosas oportunidades para hacer de sรญ mismos verdaderos zopencos, y yo caรญ vรญctima de mi agitaciรณn esa vez. Me comportรฉ como un idiota. Me larguรฉ de allรญ sonrojado. ยฟQuรฉ? ยฟLas batallas? Sรญ, algo vi de ellas. Tome la resoluciรณn de que la prรณxima vez que viera a Greene y Exton dirรญa: โMiren, ยฟpor quรฉ no me dijeron que tenรญan que lavarse sus platos aquella maรฑana? Les habrรญa echado una mano. Me sentรญ muy mal viรฉndoles allรญ frotando. Y yo paseando ociosamente.โ Pero nunca volvรญ a ver al capitรกn Greene. Creo que ahora estรก en las Filipinas luchando contra los tagalos. La siguiente ocasiรณn en que vi a Exton… ยฟQuรฉ? Sรญ, las Guasimas. Eso fue la โtormentosa batalla de los jinetesโ. Con todo, la siguiente ocasiรณn en que vi a Exton, yoโฆ ยฟquรฉ creen? Me olvidรฉ de hablar de eso. Pero si alguna vez vuelvo a ver a Greene o Exton โaunque sea dentro de veinte aรฑosโ voy a decirles antes que nada: โVenga, ยฟpor quรฉ no me dijeron que tenรญan que lavarse los platos esa maรฑana? Les habrรญa ayudado.โ Mi estupidez se hallarรก en mi consciencia hasta que muera si, antes que eso, no veo a Greene o Exton. Oh, sรญ, ustedes aรบllan sedientos de sangre, pero les dirรฉ que mucho mรกs relevante fue que perdรญ mi cepillo de dientes. ยฟNo se los habรญa dicho? Pues sรญ, lo perdรญ, y pensรฉ en ello durante diez horas seguidas. Oh, sรญโฆ ยฟรฉl? Le dispararon en pleno corazรณn. Pero, miren, yo creo que la compaรฑรญa de cable francรฉs nos boicoteรณ durante toda la guerra. ยฟQuรฉ? ยฟรl? Mi cepillo de dientes nunca lo encontrรฉ, pero muriรณ de sus heridas. La mayor parte de los soldados llevaba los cepillos de dientes metidos en la bandas de sus sombreros. Eran una pintoresca condecoraciรณn militar. Una fila de mil hombres pasรณ ante mรญ en la selva y ni a un solo sombrero le faltaba ese sencillo emblema.
ยฟEl primero de julio? Muy bien. Mi caballo de Jamaica no estaba presente. Todavรญa estaba en las colinas al oeste de Santiago, pero los cubanos me habรญan prometido que me conseguirรญan uno. Sin embargo, mi impedimenta era fรกcil de llevar. No contaba con nada superfluo, solamente un par de espuelas que me indignaban cada vez que las miraba. Oh, pero debo hablarles de un hombre al que conocรญ inmediatamente despuรฉs de la batalla de Las Guasimas. Edgard Marshall, un corresponsal al que habรญa conocido con un cierto grado de intimidad durante siete aรฑos, resultรณ terriblemente herido en esa batalla y me preguntรณ si estarรญa dispuesto a ir a Siboney โla baseโ y transmitir las noticias a sus colegas del New York Journal y recabar asistencia. Fui a Siboney, y no habรญa allรญ ningรบn hombre del Journal a la vista, aunque normalmente, a juzgar por las apariencias, podrรญa creerse que el personal del Journal era mรกs o menos igual de numeroso que el del ejรฉrcito. En ese momento conocรญ a dos corresponsales a los que nunca habรญa visto, pero les preguntรฉ y les dije que Marshall estaba gravemente herido y esperaba la ayuda que los hombres del Journal pudieran llevarle desde el barco envรญo. Y uno de esos corresponsales respondiรณ. รl es el hombre que querรญa describir. Le quiero como a un hermano. โยฟMarshall? ยฟMarshall? No, Marshall no estรก en Cuba. Marshall se fue a Nueva York justo antes de que la expediciรณn partiera de Tampaโ. Yo dije: โLo siento, pero decรญa que Marshall ha sido disparado esta maรฑana, ยฟhabรฉis visto a alguien del Journal?โ Al cabo de una pausa, dijo: โEstoy seguro de que Marshall no estรก aquรญ. Estรก en Nueva York.โ Yo dije: โLo siento, pero decรญa que Marshall ha sido disparado esta maรฑana, ยฟhabรฉis visto a alguien del Journal?โ รl dijo: โMira, no puede ser Marshall, debemos estar confundiendo a dos tipos. Marshall no estรก en Cuba. ยฟCรณmo iban a dispararle?โ Yo dije: โLo siento, pero decรญa que Marshall recibiรณ un disparo esta maรฑana en la batalla, ยฟhabรฉis visto a alguien del Journal?โ รl dijo: โNo puede ser Marshall, por la simple razรณn de que no estรก aquรญโ. Me apretรฉ las manos contra las sienes, soltรฉ un grito desgarrador al cielo y huรญ de su presencia. No podรญa seguir con รฉl. Me superaba en todos los aspectos. Me he enfrentado a la muerte en forma de balas, fuego, agua y enfermedad, pero morir asรญ, estrellarme voluntariamente contra la fรฉrrea opiniรณn de esa momiaโฆ No, eso no. Mientras tanto, se reconociรณ que un corresponsal habรญa recibido un disparo, se llamara Marshall, Bismarck o Luis XIV. Ahora, suponiendo que el nombre del corresponsal herido fuera Arzobispo Potter. O Jane Austen. O Bernhardt. O Henri Georges Stephane Adolphe Opper de Blowitz. ยฟQuรฉ efectoโฆ? No importa.
Seguiremos hasta el uno de julio. Esa maรฑana marchรฉ con mi impedimenta โcon todo lo imprescindible excepto el cepillo de dientes. Todo el ejรฉrcito me puso en evidencia, puesto que debรญa haber al menos quince mil cepillos de dientes en la fuerza invasora. Marchรฉ con mi impedimenta por el camino a Santiago. Era una hermosa maรฑana y todo el mundo โlos condenados y los ilesos, no podรญa uno distinguir los unos de los otrosโ, todo el mundo estaba del mejor de los humores. Estรกbamos rodeados de bosque, pero oรญamos, mรกs adelante, a todo el mundo acribillando a todo el mundo. Era como el redoble de muchos tambores. Era Lawton, desde El Caney. Pensรฉ con complacencia que la divisiรณn de Lawton no era asunto mรญo desde un punto de vista profesional. Era cosa de otro hombre. A mรญ me incumbรญa la divisiรณn de Kent y la de Wheeler. Llegamos a El Poco, una colina que estaba al alcance de la artillerรญa de las fuerzas espaรฑolas. Allรญ la baterรญa de Grimes estaba manteniendo un duelo con una de las baterรญas del enemigo. Scovel habรญa establecido un pequeรฑo campamento en la retaguardia de las armas y un sirviente habรญa preparado cafรฉ. Invitรฉ a cafรฉ a Whigham, y el sirviente aรฑadiรณ algunas galletas secas y lengua enlatada. Notรฉ que Whigham miraba fijamente por encima de mi hombro, y que de vez en cuando rechazaba con un amargo gesto de la mano la lengua enlatada. Era caballo, caballo muerto. Despuรฉs una mula que habรญa recibido un disparo por la nariz dio algunos pasos y se quedรณ mirando a Whigham. Huimos. ~
Traducciรณn de Ramรณn Gonzรกlez Fรฉrriz