Foto: Borzelli Photography

Homenaje a José Luis Rivas

Con frecuencia los menos atractivos de los libros son aquellos firmados por muchos autores porque en realidad no fueron escritos por nadie. No es el caso, en verdad, de Una temporada de paraíso.
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Con frecuencia los menos atractivos de los libros son aquellos firmados por muchos autores, porque en realidad no fueron escritos por nadie. Memorias de congresos, antologías de coloquios o recopilaciones temáticas suelen ser los volúmenes de los cuales nos deshacemos a la primera oportunidad, una vez revisado el índice y satisfecha alguna curiosidad menuda. No es el caso, en verdad, de Una temporada de paraíso. En la compañía de José Luis Rivas (Universidad Veracruzana, 2012), tomo coordinado por Rodolfo Mendoza y resultado de la reunión de los textos escritos y dichos los días 24 y 25 de marzo de 2010, cuando amigos y estudiosos nos juntamos en Xalapa para festejar los 60 años del poeta José Luis Rivas, quien, además, recibió en esas fechas el Premio Nacional de Literatura. Solo les faltó a los editores un apéndice bibliográfico: no cuesta mucho hacerlo y un libro alcanza, teniéndolo, un grado superior.

Sin duda es el tamaño de Rivas, el autor de Raz de marea y Ante un cálido norte —para mencionar solo sus recopilaciones principales de 1993 y de 2006—, una de las razones, si no es que la principal, por la cual Una temporada de paraíso se deja leer tan bien. Estamos ante un poeta mayor que aparte de suscitar la admiración, provoca, en sus lectores, por la emulación, la inteligencia. Es cosa de leer, por ejemplo, la relectura que le dedica José María Espinasa, la cual aclara, quizá definitivamente, por qué Tierra nativa (1982), de Rivas, cambió la historia de la poesía mexicana contemporánea, averiguación a la que también contribuyen las semblanzas críticas, algunas publicadas por primera vez hace rato y otras nuevas (al menos para mí) escritas por Adolfo Castañón, José de la Colina, David Medina Portilla, Guillermo Sheridan y Julio Trujillo.

Dice Espinasa que la poesía rivasiana navega en una "dirección clásica", pues tiene algo de "poesía pastoril, de paisaje idílico, no porque sea paradisiaco, sino porque […] la riqueza del léxico no se debe a una voluntad de diccionario, sino a la necesidad del uso total para que a través del uso descriptivo más evocador se produzca el milagro de la resurrección en el tiempo de la experiencia vivida. Lo que han intentado de Homero a Proust, todos los escritores del mundo. Ese tono de epifanía no es alcanzado sino en muy pocos casos […] Esa poesía que citaba, parodiaba y evocaba pasajes célebres y tópicos clásicos, es sin embargo una poesía recién salida del río en el que se baña para despojarse de toda suciedad y ser ella misma".

En párrafos también intensos, Fabienne Bradu cuenta, en Una temporada de paraíso, lo que para ella ha sido la colaboración con Rivas traduciendo poetas de lengua francesa como Georges Schehadé o Aime Césaire, remembranza bien complementada con el ilustrativo comentario de Irlanda Villegas sobre las traducciones de T.S. Eliot al español, haciendo la comparación de las rivasianas con las hechas por Rodolfo Usigli en los años 40 del siglo pasado. Recuerda Bradu: "Lo que más me impresiona en él es su intuición —¿o eso será, precisamente, la inspiración poética?— de las lenguas, a veces sin relación alguna con el conocimiento puntual y profundo del idioma. La mayoría de las veces, cuando la traducción tropezaba con una palabra, mi colaboración se limitaba a precisarle el sentido y el registro de dicha palabra, rodearla con aproximaciones y connotaciones, y esperar a ver como José Luis Rivas sacaba la palabra exacta, tal como el buceador de Delfos que emerge de las aguas con una perla entre los labios".

Traductor poseso e inspiradísimo, Rivas encarna también al amigo silencioso y dionisiaco, traído a cuenta por Héctor Subirats, Malva Flores, Jorge Brash, Carlos López Beltrán (en efecto, como él dice, más que antimoderno, Rivas ha sabido ser paramoderno), Hernán Lara Zavala y algunos otros, entre los cuales está Jaime Moreno Villarreal, quien ofrece una estampa dirigida a José Luis, a la vez actual y nostálgica, que no quisiera privarme de recoger: "La otra vez, ahora mismo, al salir del viejo edificio del Fondo de Cultura, ya demolido, por la calle de Parroquia, me encontré con un caballero que preguntaba por ti al vigilante, tú no estabas en el edificio, así se lo hice saber, por lo que puso en mis manos una cinta de música, música que él había grabado pieza por pieza pensando que sería del gusto tuyo, con el encargo de hacértela llegar, un caballero lector, nada menos, que no te conocía, pero quería corresponder a la lectura de un libro de tus poemas, transmitirte ese obsequio fue para mí cumplir la regla del don…"

En Una temporada de paraíso hay poemas dedicados expresamente al homenajeado por otros poetas (Julio Hubard, David Huerta con tres décimas), pero a mí me fue muy emocionante de leer la carta que a Rivas le dirige Gerardo Deniz, no solo porque esas efusiones son raras en éste último, sino porque la privanza entre dos grandes poetas emociona por partida doble. Es, dicho sea con exactitud, extraordinaria.

Antes de la carta, fechada en noviembre de 2009, Deniz recupera, para Una temporada en el paraíso, un escrito de 1993 donde rememora su encuentro con Rivas y dice lo siguiente, que copio por si fuera necesario citar otra recomendación de nuestro poeta: "José Luis Rivas, para alivio mío, resultó ser un poeta al cual no se le nota la enfermedad. En nuestra geografía literaria hecha de Kamchatskas que, a fuerza de extremosidades, se asemejan como huevos, la cordialidad y autenticidad de Rivas representan un bienvenido cambio de aire. Le dije, si mal no recuerdo, que en sus páginas encontraba yo cosas, abundantes cosas —y de seguro entendió que no solo me refería a indispensables piedras y sapos, sino igualmente a cosas literarias, que lo son también—. Cosas, y no babas o entelequias".

 

 

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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