Uno de los pasatiempos favoritos de analistas y políticos de centro y derecha es decirle a la izquierda cuál debe ser su plataforma política y cómo debe actuar en la esfera pública. Si alguien necesita una definición de bolsillo sobre el término “hegemonía” solo tiene que repasar los sermones que se le han endilgado a la izquierda en las últimas dos décadas recalcándole la necesidad de que se “modernice”, acepte un modelo de economía de mercado con mínima regulación como natural e inevitable, se retire de las calles y se dedique tan solo a insistir en la necesidad de atender a los pobres (pero eso sí, sin clientelismo ni paternalismo, eh). Es un curioso estado de cosas en donde simpatizantes de disímbolas corrientes de pensamiento parecen ponerse de acuerdo en cómo debe ser una de ellas. Con ello se produce un proceso de múltiples reducciones que proceden una de la otra en sentido inverso al desdoblamiento de las muñecas rusas: la política se reduce a la representación y negociación de intereses, el rango de políticas públicas se reduce a opciones de suma-cero entre más o menos regulación y más o menos asistencia, la movilización social se reduce a la organización electoral, y la multiplicidad de pensamientos, propuestas y actitudes que se consideran a sí mismas como “de izquierda” se reduce a la prescripción de un modelo ideal de socialdemocracia. Pareciera que tan solo en el terreno de la crítica cultural el pensamiento de izquierda ha logrado conservar un espacio de teorización y debate a profundidad con un filo subversivo, aunque, como ha señalado el muy polémico filósofo Slavoj Žižek, el terreno de la reflexión cultural es “cool” en tanto se mantiene asépticamente alejado de la política: Marx el teórico de la “enajenación” de los estudios culturales sin Lenin el “gran voluntarista” de la teoría política.
Todo lo anterior, por supuesto, es historia vieja, izquierdistas de todos colores y sabores han denunciado el falso consenso de la democracia liberal y la economía de mercado como un dispositivo ideológico encargado de garantizar la reproducción de un status quo socioeconómico que mantiene a amplias capas de la población en la mayor destitución en un periodo de generación de riqueza sin precedentes. Lo que aquí se propone, más bien, es iniciar ubicando la responsabilidad de la propia izquierda en su reducción actual a la condición de adolescente confundido que por su propio bien debe plegarse sin chistar a los consejos condescendientes de sus mayores. Véase, por ejemplo, el caso de la izquierda mexicana. El lopezobradorismo ha sido el nadir del pensamiento de izquierda en México desde que el magonismo emergió como la primera narrativa política nacional distintivamente izquierdista y en diálogo con otras perspectivas libertarias en el mundo. Mezcla de nacionalismo masiosare, keynesianismo rupestre y un tufo de conservadurismo social, el lopezobradorismo no solo representa una visión miope, desarticulada y de una bochornosa pobreza de contenido que ha acaparado la imagen pública de la izquierda, también expresa tanto la claudicación de las facciones afines a él por enderezar y hacer inteligible la balbuceante doctrina del Líder, así como la alarmante incapacidad de las otras izquierdas por disputarle la hegemonía y desarrollar, en la terminología de Mafalda, una “línea política” alternativa al “garabato ideológico” expuesto por Andrés Manuel López Obrador. En vista de los recientes resultados electorales de la coalición de AMLO y la presente crisis por la nueva ronda de escisiones y reacomodos en la izquierda partidista mexicana no es extraño que desde todas las posturas políticas y perspectivas analíticas le lluevan a la izquierda respuestas gratuitas a la vieja y muy leninista pregunta “¿Qué hacer?”
La propuesta de este espacio es francamente simple; se basa en la premisa de que a nadie concierne tanto replantear el programa y la estrategia de la izquierda como los propios izquierdistas. Para ello, es imprescindible recentrar el problema de la desigualdad social e insistir en su naturaleza contingente y, por ello, éticamente criticable. La crítica de la desigualdad debería ser el motor de una renovada “critica implacable de todo lo existente”, la cual, por supuesto, se expresa en primera instancia como autocrítica, el formidable antídoto contra la esclerotización del pensamiento.
Este espacio se propone como una búsqueda abierta de formas imaginativas de plantear y abordar los problemas sociales desde una perspectiva de izquierda a la vez segura de su potencial creador y modesta en la previsión de sus impactos. En la discusión se invita a ignorar de entrada las falsas dicotomías que nos han acechado y limitado por años: izquierda social vs izquierda partidista, radicalismo vs moderación, negociación vs movilización, revolución vs reforma, y un largo etcétera, a fin de re-significar la terminología de la acción política izquierdista desde su propio desenvolvimiento en la realidad. Con ello se busca trascender el reduccionismo actual que, por ejemplo, entiende el término “radical” (o su gemelo malvado “ultra”) como sinónimo de híper-activismo callejero y el término “moderado” como la etiqueta de un cierto pseudo-izquierdismo de pedigrí y su “Tercera Vía”.
Contrario a la tradición de la izquierda conservadora encarnada hoy en el discurso de AMLO y otros sectores afines, aquí se plantea la primacía de la duda sobre la certeza y el carácter siempre inacabado de toda inquisición sobre la realidad social. Con ese ánimo de exploración y búsqueda permanente, se pone el espacio a disposición de todos los compañeros de viaje que compartan la desagradable sensación de que los izquierdistas no hemos estado ni teórica ni pragmáticamente a la altura de los innumerables problemas sociales de la actualidad y de los retos de quienes buscan enfrentarlos desde una posición transformadora y libertaria. Como se deja entrever desde el título de la Bitácora, esta quiere ser ecléctica en sus puntos de vista y heterogénea en sus líneas discursivas: lo mismo abreva de la cultura popular que de la reflexión teórica y de cualquier otra provincia de la imaginación. Sin embargo, se establece un mínimo común denominador en la falta absoluta de respeto a las ortodoxias y la gustosa cesión del monopolio de los dogmas a la religión, su espacio natural. El título le viene de su pasión futbolera: se trata a de volantear por la izquierda, gambeteando elegantemente a los rivales que nos salen por la derecha, con la pelota pegada al pie y con una gran visión de campo para saber cuándo hay que filtrar el pase a gol, y también, por supuesto, crear el espacio para meter el zurdazo fulminante de larga distancia.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.