La primera vez que escuché al ensamble norteamericano ICE (International Contemporary Ensemble) fue durante sus conciertos en el Segundo Festival de Música Contemporánea de Michoacán, en el 2005. Aquella noche quedó claro que el ICE es uno de esos grupos cuyas ejecuciones impactan de manera sensible a la audiencia, sin importar qué tan informada esté sobre la música nueva. Y es que la excelencia técnica es sólo el principio de sus méritos musicales.
Después de ese concierto, casi al inicio de su carrera, los he escuchado en al menos ocho ocasiones más y además he tenido la oportunidad de trabajar con ellos dos veces. Sin embargo, nunca les había escuchado un programa como el que hicieron en The Kitchen –célebre espacio del medio Manhattan– recientemente. Dos factores contribuyeron a hacer de esta una ocasión especial: la participación de Steven Schick y Fred Sherry como invitados (el primero como percusionista y director y el segundo como chelo solista), y la idea alrededor de la cual se programó la música: el Jam, o la experiencia de crear música espontánea colectivamente.
Edgar Varèse, compositor francés quien vivió una segunda vida como compositor en Estados Unidos (antes de dejar Francia se aseguró de destruir toda su música anterior), escribió la obra que abrió y cerró el programa. La escritura es mayormente gráfica; la compuso para su vecino, Charlie Parker. En la partitura, escrita para ocho músicos (durante el concierto, estos siguieron la partitura proyectada y amplificada en la pared), en lugar de secuencias de alturas, Varèse dibujó contornos. La primera impresión, es que estos asemejan a un mar más o menos enfurecido. La rítmica, al igual que las dinámicas y a diferencia de las alturas, está escrita de manera precisa y en notación tradicional. La instrumentación es libre, aunque una de las partes está escrita para instrumento(s) de percusión. Las duraciones guardan una relación rigurosa pero el tempo no está indicado. Lo que se mantiene a pesar de los posibles cambios de velocidad es la manera en que las intensidades y las transformaciones en varios parámetros del sonido se relacionan entre sí. Finalmente, al ser escuchadas, la imagen de un mar más o menos enfurecido se expresa fielmente a través del sonido.
Las dos versiones del ensamble sonaron a lo que son, a música de Varèse y a free jazz. Un jazz sin ataduras, sin jerarquías, actuando en colectividad total, masiva. Si he de quedarme con una versión sería la segunda, más larga, intensa y con un pulso profundo y lento arrastrando la masa entera.
En un lenguaje no muy lejano al de las partituras gráficas de Varèse, la obra del compositor y trompetista Peter Evans, Agents of Mechanization, esta poblada por células motívicas cuyo comportamiento se transforma a lo largo de la obra; por momentos sujetas a una escritura precisa, a figuras rítmicas reconocibles y a sincronía entre instrumentos, y por otros flotando o cambiando su tempo rápidamente. La obra, que no da un instante de reposo, es una lucha entre dos fuerzas, la del orden y la del caos total. La identidad del material sonoro, con elementos de free jazz, no se transforma radicalmente, es su comportamiento el que cambia, por lo que, más que un estado completamente diferenciado, el caos se percibe simplemente como uno de los posibles estados del material sonoro –periodos de tiempo en los que las notas se despegan de la cuadrícula y se mueven libremente, para después volver a agarrarse de ella. El contar con músicos de la altura de los ICE, incluyendo a Evans -miembro regular del ensamble- como solista y a Steven Schick, fue definitivo para el buen funcionamiento de la pieza, que se balancea en el borde, a punto de caerse en cualquier momento.
Solo de Evan Parker para Agents of Mechanization
Escrita originalmente para oboe y percusiones, Dmaathen, de Iannis Xenakis es una de esas obras del compositor-matemático, en la que una manera de pensar y componer la música domina la estructura completa (v. gr.. los ST). Son varias las sonoridades exploradas –todas ellas parte de los lenguajes del compositor y cada una respondiendo a diferentes colecciones de leyes– y se suceden una a otra de manera arbitraria, quizás aleatoria, a veces fluida y otras abruptamente, y aunque se intuye una meta ley que las regule, esta meta ley es probablemente la intuición del compositor. Tal vez sean este tipo de estructuras las que finalmente hablen más certeramente del pensamiento del grecorrumano. En Dmaathen, secciones muy activas para la percusión -Steven Schick tocó monstruosamente bien- se superponen a una flauta que pertenece a otro mundo sonoro, con multifónicos ásperos y notas muy largas y tensas, contenidas, en vibración congelada. En otras partes, ambos instrumentos articulan escalas modales en orden azaroso y, por periodos breves, la sincronía absoluta se solidifica. Texturas estocásticas y partes melódicas-rítmicas más aprensibles, ruido y música, ritmo y fluido se suceden como parte de un código de devenir imposible de predecir.
http://www.youtube.com/watch?v=EuejWYcyhbE
Dmaathen de Iannis Xenakis, en versión Oboe y Percusiones
En el 2007, ICE tocó en Morelia la obra 16 de Jason Eckhardt, entonces un compositor relativamente desconocido. Recuerdo el solo inicial en la flauta de Chase y la intensidad general de la obra. En su momento me pareció una revelación. La obra tomaba su nombre de las 16 palabras que George Bush 'nunca debió decir' (aquellas en que aseguraba que Irak contaba con armas de destrucción masiva). La intensidad de esa pieza para ensamble y la capacidad del compositor para manejar exitósamente las tensiones y distensiones me parecieron fascinantes y funcionaban con o sin el elemento político. Dos piezas de Eckhardt formaron parte del programa en The Kitchen, como parte del lanzamiento del último disco del ensamble para la disquera Mode. Ninguna de ellas logró, desafortunadamente, causar la impresión que hace años 16. Más aún, se me hicieron un tanto ajenas al programa y, en comparación con el resto de las obras, carentes de vitalidad. Si bien es de destacar que la interpretación fue excelente -aquí el chelista invitado, Fred Sherry merece mención aparte por su extraordinario trabajo- la complejidad con que el material se comporta y el virtuosismo necesario para su ejecución no justificaron obras que, aunque técnicamente incuestionables se ajustan a estéticas ya un tanto escuchadas, con rezagos del serialismo, la nueva complejidad y técnicas extendidas en un contexto en el que se escucha poco natural.
Una de las principales razones por las que decidí ir a este concierto y no a otros de la misma serie, fue para escuchar la obra que el año pasado, aprovechando la visita del ensamble a la universidad de Wesleyan para tocar obras de jóvenes estudiantes, Alvin Lucier escribió para ICE (el fue, por más de cuarenta años y hasta el verano pasado, profesor de composición y música experimental en dicha universidad) y que tuvo su estreno neoyorquino en esta ocasión. La obra se llama ICEcles y pertenece al tipo de obras que Lucier ha escrito en las últimas dos décadas, y que son producto de sus investigaciones realizadas en sus obras experimentales de las décadas anteriores. Como otras obras de este periodo instrumental, el material es escaso, el tempo lento, la sonoridad suave. Un ciclo de acordes que parecen desenfocarse y volverse a enfocar es todo lo que pasa en primer plano. El piano sirve como referencia, pues su afinación es temperada y no puede ser alterada en tiempo real. Los demás instrumentos (flauta, clarinete y tuba) se integran a la afinación y se alejan mínimamente de esta, creando así un mundo sonoro compuesto por sonidos diferenciales, interferencias, batimentos y sutiles fenómenos sonoros que transforman la topografía eólica del espacio, una sonoridad rica que ha de ser percibida con el oído aguzado. A diferencia de las demás piezas que conformaron el programa, el Jam en ICEcles sucede en una contención microscópica e involucra principalmente al espacio y al sonido mismo.Los instrumentistas han de producir sus sonidos exentos de toda intencionalidad de expresión, para así dejar que los sonidos hablen y se relacionen entre ellos y con el espacio.
http://www.youtube.com/watch?v=XbOX942303o
Navigations (para Cuarteto de Cuerdas) de Alvin Lucier
Más cercana a la pieza de Lucier que a las demás obras programadas, Novara, de Earle Brown ocupa un territorio en medio de la improvisación y la composición. Los instrumentistas y el director usan partituras que son divididas en zonas por formas geométricas numeradas, el director, en este caso Steven Schick, decide e indica el número de territorio y los instrumentos involucrados en cada territorio. No hay, precisamente, improvisación, o si la hay es por parte del director, que “monta” la obra en tiempo real utilizando los pedazos de música compuestos. El material parece estar completamente “compuesto” y es la re-construcción a partir de los fragmentos lo que hace de cada interpretación una música diferente.
Llevaba algún tiempo sin salir de un concierto que reuniera a músicos excepcionales tocando un programa sin concesiones. Lejos de ser sencillo para la escucha, ICE logró hacer del programa algo indispensable, necesario. Una vez más, demostraron que pueden convertir al escucha más alejado de la música contemporánea. Después de un concierto así, hace falta otro concierto así.