El chivo expiatorio y los orígenes de la cultura

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Ignorada en los claustros académicos por muchos años, la teoría antropológica de René Girard (Aviñón, 1923) empieza a ser considerada la única explicación convincente sobre los orígenes de la cultura. Michel Serres llama a Girard “el Darwin de las ciencias humanas” porque “propone una dinámica, pone de manifiesto una evolución y suministra una explicación universal”. El concepto central de su teoría es el “deseo mimético”, motor de todo lo malo y todo lo bueno en la cultura, cuya consecuencia directa es el chivo expiatorio o el sacrificio humano como salida a la escalada de violencia desatada por la rivalidad mimética. No es sino hasta los Evangelios y el cristianismo cuando la especie empieza a tomar conciencia de que esa rivalidad es la causa de la violencia homicida, y el sacrificio humano empieza a ser sustituido por rituales incruentos.

Rivalidad mimética es la propensión extrema de los seres humanos a entrar en conflicto con el prójimo al que se toma como modelo, y surge del deseo de apropiarse de sus bienes, pareja o fortuna. Deseo mimético no es sinónimo de apetito fisiológico o sexual. Para que surja tiene que haber un modelo al que se quiere imitar. La violencia consecuente es disparada por la frustración del deseo no consumado; su contexto generalmente es una crisis en la comunidad a causa de hambrunas, catástrofes naturales, epidemias, etc. Esta dinámica empieza con la mutua observación de dos grupos; en cuanto uno de ellos desea apropiarse de un objeto, el otro lo imita. Muy pronto se hallan en presencia de dos deseos en vez de uno, deseos que rivalizan, pues se dirigen al mismo objeto, el cual pasa a un plano secundario en cuanto la violencia aumenta.

La escalada de violencia sólo es frenada por la unánime elección de un chivo expiatorio al que se considera la causa del desorden. El sacrificio del chivo expiatorio pone fin a la crisis por el hecho de que su elección es unánime. Ahora bien, si las rivalidades vuelven a empezar después de cada conclusión sacrificial es porque siempre aparecen nuevos objetos que suscitan nuevos deseos, los cuales provocan a su vez nuevas rivalidades que son calmadas a través de nuevos sacrificios, práctica que puede permanecer indecisa durante mucho tiempo, pero que siempre acaba inclinando la balanza a favor de los dioses.

Cuando el deseo mimético se vuelve oportunista, es decir, cuando pasa a proyectarse sobre cualquier otra cosa que encuentra, las personas a las que atormenta se enfocan paradójicamente sobre modelos y adversarios sustitutivos. La era de los escándalos en la que vivimos constituye justamente un desplazamiento de este tipo. Pero hay que diferenciar a las sociedades actuales de las primitivas. El mundo moderno puede definirse como una serie de crisis miméticas cada vez más intensas, pero no susceptibles de resolución mediante el mecanismo cruento del chivo expiatorio. Sin embargo, cuanto más indiferenciadas se vuelven las personas, más fácil es decidir que cualquiera de ellas es culpable.

El proceso de hominización es darwiniano en el sentido de que la teoría de Darwin presenta a la naturaleza como una máquina hipersacrificial donde la muerte pesa más que la adaptación. Si el hombre es una especie, experimentará pulsiones miméticas y reaccionará a la violencia y a las crisis más o menos de la misma forma que otras especies. En su lenta evolución, el hombre encuentra en el mecanismo victimario un instrumento eficaz para controlar la escalada mimética, que podría expandir la violencia hasta el paroxismo. Canalizar la violencia colectiva y enfocarla en un solo individuo considerado responsable de una determinada crisis social permite a la comunidad reducir el caos al que periódicamente se ve arrastrada. De la ritualización de este “protoacontecimiento” surgirán todos los mecanismos de estructuración social: tabúes, normas e instituciones. Sin el descubrimiento accidental de este mecanismo, los grupos sociales primitivos, dominados por estallidos de múltiples rivalidades miméticas, habrían corrido un grave peligro de autodestrucción.

La desviación de la agresividad en los animales es un primer paso en esta evolución, una especie de infrarritual del chivo expiatorio, como lo hacen las ocas estudiadas por Konrad Lorenz. Cuando dos ocas inician una aproximación de mutua hostilidad, la mayoría de las veces su agresión se desvía hacia un tercer objeto, germen del mecanismo del chivo expiatorio. El proceso es complejo, pero no cabe duda de que el grupo animal, la manada y la jauría constituyen una fase previa absolutamente necesaria para el desarrollo total del mecanismo, el cual ha funcionado como un modo de presión evolutiva, un factor de selección natural.

El nacimiento de la cultura suele ser considerado como un punto que se desvanece en el horizonte al pretender alcanzarlo, pero la postura de Girard es que en el origen hay un asesinato colectivo en el que la comunidad entera da muerte a una víctima inocente. La cuestión es cómo se desarrolla la cultura, y la respuesta es que lo hace a través del ritual. Para intentar impedir los episodios imprevisibles y frecuentes de violencia mimética, las culturas organizan momentos de violencia planificada, controlada, ritualizada. Repitiendo sin cesar el mecanismo del chivo expiatorio, el ritual se convirtió en una forma de aprendizaje. Las instituciones han sido creadas con los ladrillos proporcionados por las reconstrucciones ritualizadas del crimen original.

El origen del conocimiento es el mismo que el del orden, es decir, que el de la clasificación simbólica. Para tener un símbolo hace falta una totalidad, la cual es suministrada por la religión; y la religión, como institución, emerge a través del mecanismo victimario. El primer símbolo, el chivo expiatorio, es la fuente de la totalidad que organiza las relaciones sociales de una forma nueva. Luego, gracias al ritual, el sistema se transforma en un proceso de aprendizaje. Obviamente, las sociedades primitivas no repiten los actos para aprender, sino para que no haya más violencia, pero a fin de cuentas viene a ser lo mismo. Se trata de un proceso de aprendizaje cuya raíz se encuentra en una determinada experiencia tomada como modelo.

El mecanismo sacrificial podría explicar también el nacimiento de la domesticación de animales y la agricultura. Contra la interpretación económica y funcional, es lógico que las primeras domesticaciones fueran obra de comunidades humanas que no podían saber a priori qué especies eran domesticables y ni siquiera podían imaginar que la domesticación era posible. Es razonable pensar que las primeras domesticaciones tuvieron fines sacrificiales. Por supuesto que los seres humanos tienen que comer, igual que los animales, pero lo que los hace humanos no es la necesidad, sino la dimensión religiosa. ¿Qué cosa es más esencial que la agricultura? Cabe pensar que cuando los hombres empezaron a enterrar semillas, como lo hacían ya con los cadáveres de sus deudos a la espera de la resurrección, semejante acción se reveló eficaz, ya que se vio que el grano renacía a la vida más tarde.

En algunos lugares en los que no había animales domésticos, como en el México precolombino, tenían lugar matanzas rituales masivas de seres humanos. La sustitución de éstos por los animales es algo que nunca llegó a darse ahí, como lo ha demostrado Davíd Carrasco en City of Sacrifice: The Aztec Empire and the Role of Violence in Civilization. Respecto del carácter ambivalente del sacrificio ritual, Roberto Calasso observa que la palabra náhuatl quechcotona significa cortar la cabeza a alguien y, a la vez, arrancar una espiga con la mano (La ruina de Kash).

Girard insiste en la rivalidad y conflicto asociados a la mimesis porque descubrió el tema analizando tragedias griegas, novelas y el teatro de Shakespeare, donde lo esencial es la representación de las relaciones conflictivas. Sin embargo, aclara, en las relaciones humanas predomina la mimesis “buena”. Sin ella no habría conocimiento, educación, transmisión cultural ni relaciones pacíficas. La imitación lleva al conflicto, pero también es el fundamento de toda transmisión cultural. El otro es a la vez modelo y rival. El chivo expiatorio es lo inmundo y lo puro a la vez, el mal que hay que expulsar y, al mismo tiempo, el elemento trascendente, ya que el equilibrio social únicamente se recupera a través de su muerte, que viene seguida de su divinización, como ocurre en el panteón prehispánico, pletórico de divinidades descuartizadas y degolladas.

Para la evolución cultural de la humanidad, el cristianismo representa lo mismo que representó la cultura para el proceso de selección natural, cuando el hombre dejó de ser víctima del mecanismo selectivo ciego y empezó a liberarse de él. La secuencia histórica del nacimiento del cristianismo a partir de los Evangelios representa el proceso en que el ser humano se libera de la necesidad de recurrir a la inmolación de chivos expiatorios para cerrar los conflictos y crisis de las comunidades, el momento en que el hombre se hace consciente de la inocencia de las víctimas. “No desearás nada de cuanto pertenece a tu prójimo. No matarás. No cometerás adulterio. No hurtarás. No hablarás falso testimonio” (Éxodo 20, 13-16). Así, la noción de deseo mimético es claramente sugerida en el Antiguo Testamento.

El Dios del monoteísmo está totalmente “desvictimizado”, mientras que el del politeísmo es resultado del hecho de existir muchas fundaciones victimarias, a partir de las cuales se revelan más y más dioses inexistentes, divinidades falsas pero también protectoras a pesar de todo y en razón del orden cuyo respeto sacrificial imponen. El judaísmo es el rechazo absoluto de la máquina de fabricar dioses porque en él Dios deja definitivamente de ser víctima y las víctimas ya no se divinizan. Esto es lo que llamamos Revelación.

Antes del judaísmo y el cristianismo, el mecanismo del chivo expiatorio era legitimado porque no se era consciente de él. Lo que hace el cristianismo, en la figura de Jesús, es denunciar tal mecanismo, dejando al descubierto lo que realmente es: un simple asesinato de una víctima inocente. Jesús nos recomienda imitarle a él más que al prójimo para protegernos de las rivalidades miméticas. Los textos más importantes de cara a la comprensión del mecanismo mimético son justamente los Evangelios. Esto no tiene nada que ver con el carácter redentor de la muerte de Cristo o el dogma de la Santísima Trinidad. “Son los resultados de mi trabajo de investigación […] los que me han orientado hacia el cristianismo y me han convencido de su verdad. No pienso como pienso por ser cristiano, sino que me he hecho cristiano porque mis investigaciones me han llevado a pensar las cosas que ahora pienso.”

Respecto del mecanismo victimario, Girard no hace sino repetir lo que dijo Nietzsche, pero con una actitud muy distinta. Nietzsche tomó partido por los perseguidores de Jesús, creyendo que así se oponía a la masa. No se da cuenta de que la unanimidad dionisíaca es justamente la voz de la masa. No hay más que seguir la letra de los Evangelios para ver que Cristo no tenía de su parte más que a una docena de apóstoles y que hasta éstos vacilaban.

La obra de Girard es vasta pero toda ella se concentra en desarrollar el argumento que hemos intentado presentar en esta síntesis. Su libro más completo es Los orígenes de la cultura / Conversaciones con Pierpaolo Antonello y Joao Cezar de Castro Rocha (Trotta, 2006) porque las preguntas apuntan hacia el núcleo de su teoría de acuerdo con un orden y emplazan al entrevistado a responder a sus críticos. ~

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(Santa Rosalía, Baja California Sur, 1950) es escritor y analista político.


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