Joan La Barbara en The Stone

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“Este concierto es una ocasión especial”, nos dice Joan. La razón es que pocas veces hace, hoy en día, conciertos totalmente improvisados con voz sola, sin instrumentos acompañándola o pista pregrabada.

El lugar: The Stone, el pequeño foro de John Zorn en East Village, NYC, que está situado en un lugar como casi cualquier otro en la gran manzana: ruidoso. Además, el ininterrumpido drone del calentador suena a un volumen difícil de ignorar. Por tal razón y por las técnicas vocales que utiliza, La Barbara amplifica su voz.

La improvisación dura cerca de una hora, sin interrupciones, sin largos silencios (si acaso un par de ellos y de escasos dos segundos de duración). Una sola persona frente a un público compuesto de no más de veinte, situados, los más lejanos, a una distancia de escasos tres metros y medio.

Desde el comienzo su inconfundible sonido. Una voz que suena a tierra, de registro más bien grave. Y además, la presentación de un motivo vocal en el que utiliza una técnica propia, el split tone (tono dividido), generado en la parte baja de la garganta con el que se logra, además de un tono fundamental, otro más por debajo de este (una octava o una quinta). [El color es inconfundible, lo escuché por primera vez en sus Investigaciones sobre resonancias internas en una sola nota –quizá su obra más importante– en la que hay que imaginar al sonido como una pelota que se mueve por el tracto vocal y las cavidades craneanas, haciendo vibrar cada zona de nuestra geografía interna cambiando el punto focal de la voz, provocando así distintas resonancias y transformando el espectro de la nota única. Una parte de estas Investigaciones describe cómo lograr el tono dividido.]

La cantante somete el pequeño motivo a repeticiones nunca iguales, cambiándolo mínimamente –en su métrica interna, melódicamente o añadiendo o sustrayendo partes–; poco a poco el motivo se transforma en algo distinto. Posiblemente un proceso de transformación aprendido de Morton Feldman, quien le dedicó varias de sus obras vocales. (Entre ellas Three Voices, en que la cantante tiene que grabar dos voces y cantar en vivo la tercera: un trío para una sola persona. Obra que usa el poema Wind (Viento) que Frank O’Hara dedicó al compositor y que éste musicalizó tras la muerte del poeta. La versión de Joan es definitiva, hasta ahora no ha podido ser rebasada en belleza. Algunos afortunados pudimos escucharla en el festival RADAR en la ciudad de México hace algunos años, cuando le fue dedicado un ciclo a la obra de Feldman.)

Pero vuelvo al concierto y a las transformaciones a las que nos somete la vocalista: cantos chamánicos plagados de nombres de deidades femeninas inexistentes en un lenguaje inventado que viene de, y se transforma en, un torrente de fonemas sin sentido. Sonidos sin voz (sin fluir de aire) accionados por la lengua, el paladar, los dientes y los labios. Transformaciones entre voz apagada, con la boca cerrada y hacia adentro, y una voz más brillante. Sonidos que remiten a sapos-máquina. Voz que se deshumaniza, que deviene animal y se nutre de geografías distantes, de músicas y técnicas de diversas culturas filtradas a través de un solo cuerpo. Una voz que es multitud. Hacia el final de la improvisación, se acerca al piano cuya tapa está abierta y canta junto a las cuerdas, haciéndolas resonar suavemente, apenas un halo alrededor de la voz.

Todo el tiempo, Joan La Barbara se autodirige con un movimiento fluido de su mano izquierda que dicta el fraseo y el ondular del tiempo. Su figura es lo único en escena. No hay escenario como tal, ni luces ni espectáculo, solo una voz en un ambiente íntimo. Un piano al fondo y un par de bocinas del lado derecho.

A través de la duración total de la improvisación, muchas regiones son visitadas, las transformaciones son casi siempre graduales y, aunque muchas de las técnicas características de la cantante, son usadas en esta hora de música, ésta no suena como catálogo de efectos. Su proceder es cauteloso. La Barbara demuestra control y contención, nada de barbarismo. Todo fluye suavemente. La cantante, a sus 63 años de edad, conocida principalmente por su trabajo con Morton Subotnick (su esposo), Morton Feldman, y John Cage, demuestra la relevancia y vigencia de su quehacer como cantante y como creadora de su propia música (no siempre improvisada). Actualmente trabaja en Shimmer (Brillo), una obra en progreso de la cual ya ha presentado partes en conciertos recientes. Aquí algunos extractos de la ópera en Roulette, otro conocido foro para la música de vanguardia en NY.

-Iván Naranjo

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