Implacables pero ineptos

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Señoras, señores: tenemos un consenso. Entre la nueva crítica literaria mexicana, el consenso es que la nueva narrativa mexicana es zonza, menor, inmunda o, cuando menos, pérfida.

Vaya: quizá esa dichosa “nueva narrativa” merece que la vapuleen. Sí: sobran autores jóvenes que combinan superficialidad con idiotez, limitaciones verbales con ambiciones de bestseller, arrogancia con mala precocidad. Sí: al menos entre los nacidos en los setenta y ochenta, escasean las obras de valor. Se exaltan tradiciones desechables, se esgrimen referentes sobreuntados de pop, se proclaman estéticas carcomidas o procedimientos francamente simplones. No parece haber en el tablero muchos asaltos al lenguaje, muchas reinvenciones de la expresividad, muchos genios retóricos.

Pero excepciones existen. Yo incluiría textos variopintos de setenteros como David Miklos, Guadalupe Nettel, Alain Paul Mallard, Emiliano Monge, Heriberto Yépez, Yuri Herrera, Nicolás Cabral o Vivian Abenshushan entre lo más interesante que ha producido la narrativa mexicana en años recientes. Y hay más nombres citables que pueden echarse a la discusión (Martín Solares, Jaime Mesa, Daniela Tarazona, Mariño González…)

Y las obras redondas, aunque insuficientes todavía, existen: Miklos propone, en su trilogía inaugural de novelas, una suerte de minimalismo extremo que no viene ni de la noveau roman ni de Bellatin y que alcanzan una perfección notable; Nettel ha escrito, con Pétalos, una de las colecciones de cuentos más verbalmente delicadas y narrativamente perfectas que se han visto en estos lares en años; Yépez la emprende a patadas con las road novels en su nuevo libro, Al otro lado, y desvanece la extendida acusación de que lo suyo es solamente el ensayo; Yuri Herrera, con Trabajos del reino, ha escrito seguramente la única novela de narcos con valores épicos y estéticos notables fuera de algunos trabajos de Élmer Mendoza…

Ahora bien: ¿qué es lo que pasa por la cabeza de los nuevos críticos? ¿Se justifica el discurso inquisitorial que manda a todos los narradores jóvenes al bote de la basura? No: basta hojear cualquier revista cultural para darse cuenta que el problema son los propios críticos. Veamos: para empezar, la reseñita rabona (que no la crítica de largo aliento) es el género favorito de las revistas. La publicación de trabajos de creación se ha extinguido y dominan el panorama los “análisis” de dos mil caracteres con chisguetito de veneno incluido. Cualquier asno con un par de autores a medio digerir en el cerebro emite dictámenes de desprecio con una suficiencia que ya quisiera el Papa para una Misa de Gallo.

Pero eso sí: ¿dónde están los estudios a fondo, las subversiones de las artes desde las ciencias sociales, la relectura y refutación de tal o cual canon, la renovación del lenguaje desde la teoría? No: eso no está en las revistas ni en la mesa de discusión. Porque no hay un solo neocrítico con obra seria publicada, ninguno que haya emprendido un trabajo más complejo que reunir una colección de reseñitas y hacerla pasar por libro.

Rafael Lemus, que es seguramente el más reconocido crítico joven del país, ha publicado hasta esta fecha solamente un trabajo en forma de libro, que es además una colección de experimentos narrativos y no una obra crítica que vertebre sus muchos reparos.

¿Si nadie se toma la molestia de reconstruir trayectorias estéticas rastreando relatos sueltos en publicaciones varias, por qué ha de suponerse que la crítica puede limitarse a existir como sección de clasificados de algunas revistas y jamás llegar a materializarse en forma de libro? Pues porque escribir un libro es, siquiera mecánicamente, un trabajo arduo, y en cambio un maquinazo reseñero lo da cualquiera.

¿Tenemos una narrativa joven de segunda? Pues quien lo sostiene es una crítica joven de tercera.

– Antonio Ortuño

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