Invitados al futuro

Pese a lo que dicen los apocalípticos, la humanidad ha conseguido en muchos aspectos un progreso inimaginable. Aun así, afronta desafíos colosales: a fin de superarlos, son necesarias las ideas, aunque solo sea para descartarlas.
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En A Tract on Monetary Reform, un panfleto de 1923 inserto en las disputas económicas posteriores a la Primera Guerra Mundial, John Maynard Keynes escribió unas líneas célebres: “El largo plazo es una guía engañosa para los asuntos actuales. A largo plazo, todos estaremos muertos. La tarea de los economistas es demasiado fácil e inútil si en tiempos tempestuosos lo único que pueden decirnos es que cuando pase la tormenta el mar volverá a la calma.”

Al menos una de estas frases -la que dice que, a largo plazo, ni usted ni yo estaremos aquí- es estrictamente cierta. Pero probablemente también lo sea la siguiente, según la cual, muchas veces,  el único tónico al que todos, y no solo los economistas, echamos mano en malos tiempos es la creencia de que estos terminarán y darán paso de nuevo a una bonanza tolerable. A fin de cuentas, la historia demuestra que esto es cierto: las crisis pasan, aunque sea dejando a un montón de víctimas a su paso, y con el tiempo, aunque los viejos protagonistas ya no estén ahí para verlo, las cosas mejoran. Así lo explica admirablemente Jerome C. Glenn en un ensayo con visión a largo plazo incluido en el volumen colectivo Hay futuro. Visiones para un nuevo mundo, publicado por la Fundación BBVA. Como él detalla, en ningún momento del pasado se podría haber creído que la humanidad tendría, globalmente, mayor acceso al agua, mayor tasa de alfabetización, mayor esperanza de vida al nacer, menos guerras, más renta per cápita y menor prevalencia de la malnutrición que en la actualidad. Glenn no se engaña y enseguida enumera las cosas que van mal o muy mal -del desempleo a la deuda, de la huella ecológica al terrorismo-, pero es rotundo: “el balance entre los avances y retrocesos de la humanidad es positivo”.

Eso parece evidente en el caso de los países en desarrollo, pero es más difícil de creer en el mundo desarrollado ahora en crisis. Para empezar, en España. Aquí, pudiera parecer que la fórmula que ha mantenido viva la democracia hasta ahora está agotada, que el modelo económico no puede dar más frutos y que al menos una generación va a tener las cosas francamente difíciles. Todo esto es en parte una exageración -aunque no necesariamente una mentira-, pero por darle la vuelta a la cita de Keynes, suele haber tantos optimistas racionales como partidarios de la distopía. Sea como sea, como dijo el físico Niels Bohr -y cita el libro mencionado-, “es muy difícil hacer predicciones, especialmente cuando se trata del futuro”.

A pesar de esa dificultad, Hay futuro pretende hacer eso. Quizá no tanto predecirlo como ver cuáles son los escenarios verosímiles en campos como la ciencia, la tecnología, el medio ambiente, la demografía, el urbanismo, la economía, la educación o el consumo. El resultado es cauto en la línea de Glenn: probablemente no asistiremos a ningún apocalipsis, pero los problemas que tenemos ante nosotros son formidables, inmensos. La mala noticia es que, aunque la historia nos diga que tendemos a mejorar, nada nos asegura que esa tendencia siga. La buena es que, como siempre, está en nuestras manos -sobre todo en la de nuestras elites- tomar las decisiones adecuadas para resolver o al menos atenuar esos problemas. Los avances neurobiológicos, afirma Nayef Al-Rodhan, podrían servirnos para que las relaciones internacionales fueran más imaginativas y menos obsesivas con el poder. El análisis de ciertas conductas, dice Anne Lise Kjaer, puede ayudarnos a corregir los excesos en el consumo y las múltiples exclusiones sociales. De acuerdo con Claus Leggewie, nuevas formas de cooperación pueden permitir superar el modelo de intereses en conflicto que han regido las relaciones humanas casi desde que el mundo es  mundo.

Todo esto es optimista, pero está razonado. Sin embargo, como en las célebres e influyentes charlas TED, como en los libros y artículos de los grandes pensadores globales, no es fácil vislumbrar cómo estos admirables esquemas de pensamiento, estos benéficos planes para un futuro mejor, pueden ser aterrizados en medidas concretas por quienes viven en la jungla política y económica de nuestro tiempo. Varios colaboradores del volumen seañalan que si algo rige la actualidad es la complejidad, y en tiempos de complejidad, la voluntad política y el empeño de las instituciones públicas o privadas, como asegura en su último libro Moises Naim, The End of Power, es más débil de lo que nos gustaría creer. Con todo, este Hay futuro aporta un buen puñado de ideas -desde qué pueden hacer los microchips insertados en nuestro cuerpo a cómo renovar las utopías tecnológicas de Verne- y aunque pueda parecer pura retórica, necesitamos ideas, aunque sea para descartarlas.

Hay futuro es un libro, por supuesto, sobre el futuro. Pero inevitablemente nos dice cosas sobre el presente y lo que hace unas décadas habríamos llamado el “espíritu de nuestro tiempo”. Las soluciones aquí planteadas no son radicalmente políticas -estén a la izquierda o a la derecha del centro, son parte de ese nuevo discurso que podríamos llamar “capitalismo global comprometido”- y casi todas las esperanzas se depositan en la ciencia, en la investigación y en la técnica aplicada, y no en la ideología tradicional. Es una propuesta razonable. Falta saber, como decía, si seremos capaces de convertir todo eso en medidas concretas aplicables en el mundo real.  Pero saber a qué nos enfrentamos, cuál es nuestra realidad, es, como dicen los británicos, la mitad de la batalla. A largo plazo estaremos todos muertos. Pero algo nos impulsa a intentar que el resto de nuestro paso por este planeta, y el estado en que dejemos el planeta a quienes nos sigan, sean tan buenos como resulte posible. Y eso es humano y bueno. Porque, adopte la forma que adopte, hay futuro.

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(Barcelona, 1977) es editor de Letras Libres España.


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