¿Internet realmente desquicia el mundo del libro y de la lectura?
La respuesta es sí, pero tampoco hay que caer en la exageración utópica. Algunos hablan incluso del fin de un mundo. Si se contempla a largo plazo, la llegada de internet es un cambio tan importante como el invento de los tipos móviles de Gutenberg. Los medios utilizados para comunicar e intercambiar ideas están en plena transformación, lo cual crea un estado de exaltación que nubla un poco la conciencia de lo que realmente está pasando. Yo creo que la mayor parte de los lectores, para apropiarse de textos de cierta extensión y profundidad, seguirá leyendo libros impresos. Sin embargo, sabemos que el proceso de formación y diseño de esos libros es ya radicalmente distinto del que se usaba en el pasado; ahora debe realizarse de manera digital. Y existen libros híbridos, mitad papel y mitad electrónicos; también hay libros completamente electrónicos y toda clase de intercambios textuales en muchos otros soportes. Todo esto transforma la manera en que los lectores leen, los autores escriben, los editores publican y los libreros venden.
¿Qué le hace pensar que el libro en papel sigue teniendo futuro?
La historia lo muestra: un medio no desplaza al otro. Ahora sabemos que la publicación de manuscritos continuó después de Gutenberg, hasta principios del siglo XVIII. Mi amigo el historiador del libro Donald McKenzie sostenía que, en el caso de obras con tirajes de menos de cien ejemplares, era más barato confiarlas a los copistas que imprimirlas. La radio no desplazó a los periódicos, así como la televisión tampoco eliminó la radio o el cine. El libro electrónico no hará desaparecer el libro clásico. Creo que más bien llegaremos a un nuevo equilibrio, una nueva ecología de lo escrito.
¿Qué opina del proyecto de Google que busca digitalizar gradualmente todos los libros del planeta?
Soy un firme creyente en la democratización del saber. La invención de la imprenta fue una etapa esencial en ese proceso, que luego siguió desarrollándose, a finales del siglo XIX, gracias a la utilización de la pasta de papel y las prensas con motores de vapor. La digitalización de los libros es una nueva etapa. Es una perspectiva emocionante. El buscador Google pondrá el conocimiento acumulado en los libros al alcance de todos o, al menos, de quienes dispongan de acceso a internet. Me parece además muy relevante para los investigadores. Al estar a la cabeza de la biblioteca universitaria más grande del mundo, apoyo la completa digitalización de todos los libros de temas de interés general y estoy de acuerdo con la iniciativa de poner en línea progresivamente, y de manera gratuita, todos los libros de nuestras colecciones cuyo contenido sea ya del dominio público. Harvard fue una de las primeras universidades en firmar, en 2006, un acuerdo en ese sentido con Google, y me alegro de ello. Es un paso tangible hacia la instauración de una república de las letras, y de una ciudadanía universal en el seno de esa república. Una idea que hace diez años se juzgaba como utópica comienza a tomar cuerpo.
Pero este proyecto de Google no ha sido recibido con aprobación unánime, por decir lo menos. ¿Qué piensa de los argumentos de sus detractores?
Hay muchas formas de crítica posibles. Se puede poner el acento en el peligro que representaría el poder que obtiene una sola empresa para gestionar el conocimiento, no solamente estadounidense sino mundial. En Francia, mi amigo Jean-Noël Jeanneney, quien dirigió la Biblioteca Nacional de Francia, publicó un libro sobre ese tema [Quand Google défie l’Europe: plaidoyer pour un sursaut, 2005]. No le parece bien que una compañía estadounidense quiera digitalizar todo el patrimonio literario europeo. Él apoya la idea de que Europa responda digitalizando sus propios libros. Quizás haya en esto un poco de antiamericanismo, aunque Jeanneney conozca bien Estados Unidos y no sea, en principio, un antiamericano. Pero su punto de vista se sostiene perfectamente. Me parece por completo legítimo que las instituciones europeas se preocupen de digitalizar su patrimonio, de acuerdo con sus propios criterios. Eso será muy positivo para todos, incluyéndonos a nosotros, los estadounidenses.
¿De qué manera favorecería a los estadounidenses que los europeos digitalicen sus fondos editoriales?
Porque la revolución digital también representa grandes peligros. No estamos a las puertas de la tierra prometida. Avanzamos lentamente, con grandes confusiones, por un territorio nuevo, en gran parte inexplorado. De modo que resulta esencial disponer de una variedad de enfoques. Creo que es posible darle la bienvenida a la iniciativa de Google y, al mismo tiempo, conservar la distancia. En un artículo que publiqué hace poco en The New York Review of Books expuse las razones para, en mi opinión, no dar un salto al vacío en este tema.
¿Cuáles son sus reservas ante la iniciativa de Google?
Bueno, me pongo en guardia contra los entusiasmos desbordados. Los admiradores de Google afirman que todos los libros estarán disponibles en línea. Y eso no es exacto. No es lo que podemos contemplar para Estados Unidos ni, a fortiori, para el resto del mundo. No es viable, concretamente, dado el enorme número de volúmenes dispersos por todas partes. Tampoco es viable desde el punto de vista jurídico. Los derechos de autor literarios, cuyas reglas son muchas veces arcaicas, son un gran obstáculo para la digitalización total. Así que hay límites cuantitativos. Y también cualitativos. Una obra del siglo XVIII, por ejemplo, suele contar con numerosas ediciones, algunas de ellas piratas. Cada edición representa un interés particular, por diversas razones. ¿Cuál de todas va a privilegiar Google? Que yo sepa, la empresa no cuenta con ningún bibliógrafo.
¿Quiere usted decir que la calidad del fondo editorial digitalizado por Google dejará que desear?
Es inevitable. Se cometerán errores en todos los niveles: la elección de los libros, la reproducción de los textos, de las imágenes. ¿Cómo va a operar el control de calidad en decenas de millones de títulos? ¿Y cómo es que el buscador de Google va a determinar el rango, la ordenación con la que se presentarán los libros? También podemos preguntarnos acerca de la duración de los métodos de digitalización que serán utilizados. Los programas y los soportes informáticos caducan con rapidez. ¿Qué medios garantizan la conservación de los archivos? ¿Cuál es, por otra parte, la duración de la empresa misma, de Google? Es algo que hago notar en mi artículo: hemos perdido ya el ochenta por ciento de los filmes mudos y cincuenta por ciento del total de las películas filmadas antes de la Segunda Guerra Mundial. Lo de Google está muy bien, ¡pero las bibliotecas no han dicho su última palabra!
¿No hay una paradoja en ver al libro como una baza del futuro de internet, cuando internet parece alejarnos de los libros?
En este punto creo que también hace falta introducir la mirada de los historiadores, a largo plazo. Internet nos aleja de los libros y, en ese sentido, las nuevas generaciones tienden a pensar que toda la información posible se encuentra en línea y que es globalmente fiable. Sucede incluso con los muy selectos estudiantes que entran a Harvard. De modo que hace falta enseñar el uso crítico de internet. Dicho lo cual, no podemos quedarnos con la idea de que la distorsión de la información, la maleabilidad de los textos y la ambigüedad o el bajo nivel de confiabilidad de las fuentes son fenómenos recientes. Los periódicos siempre han ofrecido solamente ciertas versiones de los hechos reales. Como mencionaba al hablar del siglo XVIII, el libro mismo no era considerado como un objeto estable, digno de confianza. Para dar un ejemplo, la edición más leída de la Enciclopedia de Diderot en el siglo XVIII contenía cientos de páginas que no existían en la edición original. Esas páginas fueron introducidas por un cura para reproducir pasajes de un sermón de su obispo, y así ganarse su aprecio.
En su opinión, la revolución digital sacude pero no trastorna completamente el mundo del libro. ¿Diría lo mismo acerca de los modos de leer? ¿La lectura rápida no acabará por reemplazar a la lectura regular, lenta?
Soy un partidario entusiasta de la lectura lenta. De hecho, soy un lector bastante lento. La lentitud me parece un elemento esencial del placer de la lectura, pues deja lugar a las asociaciones libres, a la imaginación, a los fantasmas productivos. Abre la puerta a nuevas ideas, a la posibilidad de crear nuestras propias relaciones, de alguna manera. Los jóvenes ahora se forman cada vez menos en la lectura lenta, y se inclinan menos por ella. Lo cual no quiere decir que lo digital no sea un instrumento fabuloso. Con sólo presionar aparece una nueva pista, instantáneamente. Se pueden grabar cuarenta títulos sobre un soporte tan ligero como un libro de bolsillo. La rapidez de los modos de lectura queda pues compensada por las muchas puertas que podemos abrir. En ese sentido, se está creando una nueva ecología de la escritura. ~
Entrevista realizada por la revista francesa Books (no 1, diciembre 2008-enero 2009)
Traducción de Una Pérez Ruiz