De los libros en español que dramatizan la angustia por el destino de la literatura en una época –la nuestra– en que el libro se desmaterializa y en la cual la lectura, tal cual fue concebida hace siglos, parece estar condenada a mutar sin remedio, destaca La fábrica del lenguaje, S.A., de Pablo Raphael (Ciudad de México, 1970) menos por la originalidad del diagnóstico que por el método elegido para sustentarlo: una suerte de encuesta donde este narrador y ensayista mexicano recoge, en ambas orillas del Atlántico, las voces de su generación. A mí, las primeras páginas me marearon por la profusión periodística de hechos e ideas mezclados con descuido, un ucase que convoca a medio mundo sin mediar mayor jerarquía. Si se trata de recoger testimonios sirviéndose de la velocidad y ligereza propia de los correos electrónicos y de los tuits, dándole el mismo peso a los ensayistas más serios entre los que andan cuarenteando que a escritores probadamente malos o de ocurrencias vanas, tal parece que este ensayo es parte de la enfermedad y no del remedio.
El diagnóstico de Raphael es conocido pero aceptar que es en esencia correcto no es suficiente, dada la gravedad de la metamorfosis de la cual somos víctimas y testigos. Utilizando cierto distanciamiento irónico, en La fábrica del lenguaje, S.A. se nos dice que el neoliberalismo (en su calidad, más o menos, de sinónimo del mal de todos los males) ha impuesto un pensamiento binario y maniqueo común a la izquierda y a la derecha, provocando que el menú de la literatura semeje una carta de McDonalds donde pululan los holdings, el antiguo editor ha sido sustituido por el gerente, ya nadie quiere escribir Ana Karenina y vivimos (o vive la generación literaria a la que Raphael interpela) desprovistos de pasado literario, desterrados de la historia, ignorantes de quién diablos fue Ortega y Gasset. La publicidad, como bien lo documentó hace lustros Eulalio Ferrer, se adueña de la política y de la estética y nunca ello fue tan cierto y tan angustioso como en la era de internet. Ya lo previeron Lenin y los dadaístas.
De esta caracterización a grosso modo, en la cual insisto algunos lectores se reconocerán porque nada es más confortable que las medias verdades, Raphael salta a una apretada síntesis de lo que es o debería ser la historia literaria latinoamericana: el Extremo Occidente, Roberto Bolaño como nuestro primer escritor global desde la Nao de China y un largo etcétera donde, otra vez, lo mismo da Brad Pitt que Da Jandra, Unamuno que García Márquez, el Índice Dow Jones que Kant citado en YouTube. La enumeración caótica convertida en name droping ya era muy fatigosa en Monsiváis como para volverla a leer reciclada.
Sigue en La fábrica del lenguaje, S.A. una suerte de agenda cultural quizá útil en el futuro para saber cómo era la vida cotidiana de los escritores españoles y latinoamericanos en la primera década de nuestro siglo, enlistando nuestros hábitos, viajes y ambiciones, de las editoriales barcelonesas y sus legendarios editores, a la Feria del Libro de Oaxaca pasando por la comparación entre Letras Libres y Nexos y otros detalles noticiosos e útiles. Raphael enlista lo básico en la autobiografía política de un escritor mexicano de su generación –el temblor, el fraude del 88, el zapatismo y la alternancia– pero no cumple lo que parecía prometer: el establecimiento contrapunto entre esa experiencia y la escena española.
A veces, Raphael parece bajarse de su carrusel y bosqueja asuntos en los que uno le hubiera rogado que profundizara, como la sicaresca y la narcogesta, la incapacidad de los escritores españoles para entablar amistades más allá de sus propias generaciones, la llegada del Norte en la literatura mexicana o el canon de escritores heterodoxos (Pitol, Fogwill, Glantz, Vila-Matas) en los que el ensayista confía. No en balde, me digo con pesar ante las intuiciones certeras desperdiciadas por Raphael, su ícono cultural parece ser el muy mercurial subcomandante Marcos, un héroe que abandonó, indolente o sabio, ya lo sabremos algún día, sus trabajos.
Lo mejor del libro es el barrunto de crítica literaria aparecido cuando, al fin, Raphael comparte con sus lectores qué están escribiendo nuestros sufridos y desorientados contemporáneos pues no es posible, como él dice, que la discusión del cómo, la fenomenología del soporte lo concentre todo. Así, establece, con tino, varios estilos o maneras: el distinto tratamiento novelesco de la violencia aquí y allá (en México y en España, se entiende); la universalidad de la memoria histórica (todos tenemos credenciales para escribir novelas sobre nazis); la fascinación neoclásica de nuestra época por la copia, el facsímil, la variación, la wikiliteratura (el OULIPO del pueblo, creo); la escritura online o la forma, bella y eficaz, en que un poeta como Aurelio Asiain se ha servido del blog y del twitter, ejemplo de cómo combatir a los bárbaros (diría Baricco), en su terreno. Y Raphael sabe, para concluir, que cuando las odas a internet dejen de escucharse, como se dejaron de oir las dedicadas a las fábricas, las locomotoras y los aviones, llegará, para nuestra crítica, la hora del juicio. Mientras ello ocurre, un crítico puede y debe aventurarse.
Si La fábrica del lenguaje, S.A., es una “caída en el presente”, como la pregonan sus editores, el libro prueba que incluso entre los ensayistas, “el lenguaje” muestra su debilidad para mediar entre los hechos y lo que se narra, preocupación manifiesta de Pablo Raphael. Ha sido osado al fracasar en la postulación de una anatomía de nuestro mal de siglo en la que muchos hubiéramos, también, fracasado porque entender el presente es una de las obligaciones mentales más excitantes, arduas y desalentadoras.
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile