La caja de pandora

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Susan Meiselas ha fotografiado varias guerras y conflictos, siempre desde una lente atenta a la defensa de los derechos humanos. Su libro Nicaragua, 1978-julio 1979, sobre el รบltimo aรฑo de la revoluciรณn sandinista, se convirtiรณ rรกpidamente en un punto de referencia. Durante una dรฉcada desarrollรณ un ambicioso proyecto sobre la historia del pueblo kurdo, Kurdistan. In the Shadow of History, que Random House publicรณ en 1997. Ahora su cรกmara se asoma a un mundo extraรฑo que convoca, desde una asepsia suntuosa, las pulsiones y fantasรญas de neoyorquinos comunes y corrientes. El รกmbito se llama Pandora's Box, la puesta en escena es al gusto del cliente, y en una de sus formas de registro se lee lo siguiente: "Por medio de la presente certifico que soy un individuo mayor de dieciocho aรฑos, en posesiรณn de mis facultades mentales y presente por voluntad propia.

Entiendo que este es un servicio de psicodrama y de interpretaciรณn de roles, y que no hay desnudez involucrada por parte de las dominatrices ni actos de prostituciรณn. Me comprometo a comportarme de una manera amable y caballerosa en todo momento mientras estรฉ en las instalaciones de Pandora's Box".© Susan Meiselas/Magnum

Cada vez se hace mรกs evidente la presencia de un orden oculto en las grandes ciudades. Lo que en apariencia se puede considerar un caos es, muchas veces, la manifestaciรณn de una cuidadosa disciplina puesta en prรกctica para preservar la esencia que sostiene a estas sociedades.

Es entonces cuando se establece un juego donde se ve lo que no es, y se deja de mostrar lo evidente. Por ejemplo, el barrio donde se comercializa la carne no es en realidad, solamente, el barrio donde se comercializa la carne. Muchos de los muelles de la ciudad dejan, en las noches, de cumplir su funciรณn original. Lo mismo ocurre con algunos parques a determinadas horas.

En la red telefรณnica existen asimismo distintas claves de acceso para formar parte de esta estructura. Curiosamente, una vez que se cruza la barrera se advierte que, casi siempre, todo no es mรกs que apariencia: que hace falta el simulacro para que este espacio funcione.

Por eso, precisamente en el barrio de comercializaciรณn de la carne, con sus grandes almacenes y frigorรญficos gigantescos, se utilizan pequeรฑos locales abandonados para llevar a cabo supuestas sesiones de masoquismo.

El programa no puede ser mรกs fantรกstico. Las imรกgenes que acompaรฑan la publicidad estรกn impregnadas muchas veces del espรญritu de los parques de diversiรณn. La noche de los adultos maltratados en la infancia; la de los Jรณvenes que sienten atracciรณn por los ancianos; la de los Hombres que sรณlo se relacionan en los parques; de las Mujeres en bรบsqueda de un esclavo.

Hay quienes denominan Altares a estas noches. Otros los llaman Sesiones del Okoge, en homenaje a un cรฉlebre recinto japonรฉs.

En casi todos los lugares existe un compromiso previo, que curiosamente puede parecer una contradicciรณn con el รกnimo que los motiva: no sexo, no contacto fรญsico y no daรฑo corporal. Cumplir estas tres normas hace precisamente posible su existencia. Se habla de desastrosas experiencias aisladas, que no funcionaron porque trataron de llevar estas prรกcticas al plano de lo real. No duraron mucho tiempo, por falta de pรบblico principalmente. Nadie parecรญa dispuesto a perder el anonimato, o la oportunidad de jugar con las posibilidades de convertirse en un voyeur, ni a renunciar a representar una cantidad infinita de roles posibles, creados por la imaginaciรณn.

Se dice de otros locales que fracasaron por no preservar el carรกcter quimรฉrico de las ambientaciones.

No entendieron lo necesario de mantenerse presente en un lugar que sรณlo un retorcido inconsciente colectivo puede elegir como punto de ilusiรณn. Son memorables las salas de operaciones, la escenografรญa tรญpica de la escuela primaria —la escuelita famosa—, los salones de aristรณcratas europeos, el taller de mecรกnica, los camerinos de grandes estadios. Fundamentales, asimismo, los atuendos para las sesiones: desde los sadomasoquistas en regla, con prendas de lรกtex y aรฑadidos de cobre, hasta los capaces de transformar a los usuarios en los personajes de sus sueรฑos: la sirvienta francesa, la niรฑa seducida, el cirujano despiadado, la enfermera complaciente, el jugador de futbol.

La asepsia, tanto fรญsica como moral, permite que se establezca de una manera clara el juego de mรกscaras, y que sรณlo asรญ un alto ejecutivo pueda ser esclavizado y humillado por una dominatriz durante su hora del refrigerio, para momentos despuรฉs volver a hacerse cargo de la empresa que decide el destino de cientos de empleados.

Y tambiรฉn, que un honorable padre de familia siga disfrutando de su esposa y de sus hijos, de su casa de campo y sus viajes de vacaciones, sin que sus pulsiones รญntimas deban verse sacrificadas.

¿De quรฉ otra manera la dama socialmente exitosa podrรญa seguir manteniendo su status?: pues acudiendo con regularidad a sus sesiones, donde serรก dominada, sometida a la tensiรณn del lรกtigo y amenazada con la agresiรณn de objetos contundentes.

En la solicitud de ingreso habrรก marcado no sรณlo sus preferencias, sino que expresarรก que no quiere marcas delatoras en su cuerpo. Los horarios de las citas deben ser tambiรฉn rigurosos. Ese mismo dรญa, la dama tendrรก dos reuniones de trabajo, una hora en el gimnasio y una cena galante. La cuenta por el servicio se puede cargar a cualquier tarjeta. Si paga en efectivo, el cliente puede preservar aรบn mรกs el olvido de haber pasado por ese lugar. –

 

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