La colección privada de arte internacional de la segunda mitad del XX de Helga de Alvear es seguramente la más completa y más ambiciosa en su género en España. Alvear es una verdadera “histórica”entre los galeristas españoles, alemana bien adaptada a este clima español que a menudo resulta áspero (el físico y el moral, claro). Le viene de casta: se formócon Juana Mordó, la introductora de los nuevos modos de hacer y tratar con arte contemporáneo en la España tardofranquista.
Desde entonces su galería madrileña ha sido un ejemplo de cómo también el comercio del arte puede hacerse con rigor intelectual. Y no solo eso: en tanto que coleccionista, ella misma ha supuesto en el caquéctico panorama español un ejemplo de compromiso, de fiabilidad y criterio.
Desde hace unos años, la Junta de Extremadura se ha comprometido a recibir su colección en depósito y facilitar su difusión en elCentro de Artes Visuales Fundación Helga de Alvear, en Cáceres. Por lo pronto los arquitectos Tuñón y Mansilla (ganadores del premio Mies van der Rohe por el diseño del MUSAC de León) han acondicionado un palacete ecléctico en el casco viejo para usarlo como sede temporal. Antes de la crisis y los tijeretazos la idea era construir en el solar anejo un edificio de nueva planta que serviría de sede permanente para exposiciones temporales y rotaciones de los fondos apabullantes de la colección. La segunda fase parece haberse quedado, por ahora, en el standby forzado de tantos proyectos públicos en toda España. Uno quiere pensar que no por mucho tiempo: la ocasión es demasiado buena y la colección demasiado sólida como para no acabar encontrando un albergue a la altura de sus posibilidades.
¿Por qué es buena? Pues porque coleccionar arte contemporáneo no es tan fácil como creen algunos megarricos que van coceando por las ferias del circuito mundial a base de talonario. Una buena colección no es un amontonamiento de piezas caras y mercancía fetiche; tampoco basta la enciclopedia portátil con el who is who del mundillo: pronto el escalofrío del último grito se convierte en el melancólico bostezo del quién fue quién.
Una colección da sentido: arma un discurso, intelectual y teórico, sobre el arte de su tiempo. Sobre las referencias del pasado dignas de rescate y estudio, sobre los apuntes del futuro que convendría seguir de cerca. Y más: en las colecciones personales, esa vena historiográfica se matiza y acaba convirtiéndose en relato y hasta en “cuento”en el sentido más noble del término. En una narración particular, con voz, con opinión declarada, con criterios entusiastas que no se presentan como imposiciones pero síse defienden como decisiones articuladas.
Helga de Alvear ha estado en el núcleo del circuito internacional durante los últimos veinte años. Ese apostadero le ha dado ocasión para muchas adquisiciones, a veces oportunas, otras casi proféticas o imposibles para otros (sus apabullantes Dan Flavin, por ejemplo, que ya ningún centro español podría permitirse). Rigor discursivo y criterio imaginativo: un modelo en el panorama del coleccionismo español, que en los últimos treinta años pasóde ser inexistente a estar desinformado y resultar errático: en esas estamos.
Y en esas está, consecuentemente, un arte español en permanente crisis de visibilidad, que ha padecido los arranques desnortados de las instituciones públicas: tan pronto, a través de SEACEX y otros entes de criterio inescrutable, se inyectaban millones en exposiciones “internacionales”de tufo irremisiblemente provinciano (alquilando salas en museos de Nueva York, llevando políticos en business a la inauguración de turno); tan pronto se recortan los programas de becas o de formación sólida de unpúblico nacional consistente y vital ahora que vienen mal dadas.
Y sobre todo, un arte español que sufre la escasez de coleccionistas “medios”: ese sustrato de profesionales liberales y con una formación intelectual seria y ambiciosa, que falta, ay, desdesiempre en España y que la separa del ambiente del mercado artístico en el centro y norte de Europa. Aquíparece que sobre todo compran arte español, actual y de cierta ambición intelectual, las instituciones locales –cada una con sus cuotas y peajes– y algunas colecciones privadas cuasienciclopédicas. Con la crisis, ni eso.
Por eso interesa ver cómo calladamente Helga de Alvear fue construyendo una selección de arte español de su tiempo coherente y sólida. La visita es asíun tercio que viene muy al caso en el eterno dilema del arte actual en España: los pocos artistas que cruzan fronteras y “aparecen” en bienales, ferias y museos de “fuera”; la necesidad, para progresar en la carrera, de “salir” (muchísimos de los artistas jóvenes con “pegada”internacional trabajan y viven en el extranjero); la idea de que en la época de bonanza se construyeroncentros y proyectos faraónicos de arte por toda España (al rebufo del efecto Guggenheim y de la pasión por las obras de los políticos patrios) pero que esa infraestructura no ha conseguido después dotarse de contenidos, visiones de conjunto y proyectos coherentes como este, puramente privado.
De los fondos robustos de la colección se sabía y se hablaba en el mundillo, pero solo desde el año pasado el centro de Cáceres estáempezando a hacerlos públicos. En su inauguración se pudo ver una apabullante selección internacional de la segunda mitad del XX.
Ahora propone revisar los fondos de arte español reciente. En democracia, por asídecir: de 1975, año de la muerte de Franco, a nuestros días. Justo cuando acaba con las anomalías de integración de los artistas españoles en el panorama internacional, durante el franquismo las opciones eran envenenadas: el exilio, el ninguneo o el abrazo del oso deunos políticos culturales deseososde dar una imagen de modernidad de puertas afuera, en bienales y certámenes internacionales del ramo (estáaún por hacer un trabajo sobre el franquismo y su relación con las artes similar, por ejemplo, a los de Andrés Trapiello o JordiGracia sobre la dictadura y el mundillo literario de su tiempo).
Con la democracia, al arte español le llegó ARCO –con su estela de tonto furor mediático y magro coleccionismo nacional–, el Reina Sofía, los mil centros regionales (del IVA Manterior a su descrédito profundo de hoy al CGAC o el MACBA), el efecto Guggenheim y los ediles patrios deslumbrados.
Ha comisariado la exposición Rafael Doctor. Él mismo, pese a sus 45 años, ya un “histórico”del arte contemporáneo en España (desde su paso por Espacio Uno del Reina Sofía a su época como director del MUSAC de León).
Doctor construye a partir de los fondos de la colección una aproximación doblemente subjetiva a algunos ejes claros del arte español reciente: 118 piezas elegidas entre las más de 700 posibles. No es “la”historia del arte español reciente, pero si “una”narración autorizada y punteada por obras excelentes. Están los pesos pesados (de Espaliúa Juan Muñoz o Cristina Iglesias). Están los históricos de la neovanguardia madrileña, de Alcolea a Campano; están pioneros inclasificables como Schlosser o Darío Villalba; están los nombres que se abren paso ahora por las citas y nodos de un sistema arte globalizado: de Dora García a Santiago Sierra, de Alicia Framis a Ángela de la Cruz.
Una selección coherente y de miras amplias, a imagen de la colección de la que nace. Una forma de entender mejor los hándicaps, los talentos ocultos, las posibilidades de una parcela del arte contemporáneo que a veces, de tan cerca, nos queda muy lejana. ~