La revista Forbes asegura en un nรบmero reciente que Mรฉxico estรก a punto de convertirse en un “Estado fallido”. Ademรกs de falsa, la visiรณn es injusta. Lo que subyace en ella, sobre todo, es el doble efecto de las imรกgenes de violencia y los reportajes sobre el crimen en el paรญs. Esa versiรณn desdeรฑa los progresos tangibles en la actual guerra del gobierno mexicano contra las organizaciones criminales y los avances econรณmicos y polรญticos de los รบltimos aรฑos. Se ignora afuera (y a menudo se olvida adentro) el mรฉrito de haber construido en apenas dos dรฉcadas -no sin sobresaltos, injusticias, errores y excesos- una economรญa abierta, diversificada y parcialmente moderna. Y la hazaรฑa aรบn mayor de haber conquistado una transiciรณn democrรกtica mรกs aterciopelada que la de Praga: el paรญs de la alquimia electoral creรณ el IFE; el paรญs de la presidencia imperial eligiรณ un Congreso de oposiciรณn; el paรญs del centralismo dispersรณ el poder en estados y municipios; el paรญs del partido รบnico abriรณ paso a la alternancia; el paรญs de la transa y la corrupciรณn introdujo una ley de transparencia; el paรญs de la “dictadura perfecta” instaurรณ las mรกs amplias libertades cรญvicas.
Pero lo cierto es que vivimos una guerra. A la luz de nuestra historia desde 1929 hasta hace unos pocos aรฑos, pienso con tristeza en el puerto de abrigo y la isla de paz que fuimos y que acaso podremos volver a ser. Pero entiendo tambiรฉn que esta batalla interna contra el crimen organizado era la guerra que el destino y la geografรญa nos tenรญan deparada. La guerra que nos ha declarado el crimen organizado es una guerra imprevista, injusta, brutal, incierta. Es una guerra sin ideologรญa, sin nobleza, sin rostro, sin reglas, sin cuartel. No sรฉ si podemos ganarla. Sรฉ que debemos librarla y que, valerosamente, la estamos librando.
Una de las principales raรญces de nuestro problema estรก en los usos y costumbres del consumo de drogas en Estados Unidos. Serรญa absurdo esperar modificarlas pero es mucho lo que los mexicanos podemos hacer para mejorar la realidad -y la imagen de la realidad- en el exterior.
El primer paso es reconstruir -como se ha estado haciendo- nuestro aparato de seguridad. En esto debemos disipar las nubes de la teorรญa y la ideologรญa, aprender a pensar con sentido prรกctico y transformar con empeรฑo y rigor nuestras policรญas, leyes, cรกrceles, sistemas de inteligencia, servicios de informaciรณn, tecnologรญas, estrategias de comunicaciรณn, etc… Es una tarea que no sรณlo corresponde al gobierno: si somos ciudadanos y no inquilinos de este paรญs, todos debemos participar.
No menos importante es recuperar la concordia nacional. Esa convivencia bรกsica, ese respeto mutuo entre quienes piensan diferente, se perdiรณ en 2006. A partir de entonces, la atmรณsfera del paรญs ha estado envenenada de odio y รกnimos de venganza. Pero esa divisiรณn es riesgosรญsima. La frase bรญblica formulada por Lincoln parece destinada a nosotros: “Una casa dividida contra sรญ misma no puede sobrevivir”. Las prรณximas elecciones ofrecen una buena ocasiรณn para que los partidos polรญticos den muestras de una civilidad que podrรญa refrendarse durante el Bicentenario, con grandes beneficios para nuestra imagen externa. Y cuando llegue el 2010, no debemos concentrarnos en conmemorar sรณlo los movimientos insurgentes y revolucionarios sino en recordar (y proyectar) todo lo que los mexicanos hemos edificado a lo largo de 200 aรฑos. รse debe ser, me parece, el sentido vinculante de las fiestas.
La guerra contra el crimen requiere que demos un giro a nuestra relaciรณn con los Estados Unidos. La falsa percepciรณn de Mรฉxico como un “Estado fallido” comienza a permear en los corredores de Washington al grado de que, al hablar sobre los sitios preocupantes del mundo, algunos altos funcionarios nos comparan (off the record, claro) con Pakistรกn. Para revertir la tendencia hace falta -ademรกs de resultados tangibles- imaginar e instrumentar una nueva relaciรณn con Estados Unidos que los persuada de modificar la cรณmoda percepciรณn que tienen del trรกfico de drogas y la violencia. Son ellos quienes mayormente consumen las drogas y son ellos quienes con lasitud irresponsable nos surten las armas. Pero no basta la tarea diplomรกtica. Necesitamos llegar al pรบblico a quienes los polรญticos representan. Escritores, periodistas, artistas, acadรฉmicos debemos proyectar a Mรฉxico al exterior. No se trata de que nos quieran: se trata de que nos conozcan.
Para alcanzar una mayor respetabilidad, debemos seguir empeรฑados en conquistar un liderazgo moral en Amรฉrica Latina. La deseable transiciรณn en Cuba ofrece una oportunidad de respetuosa colaboraciรณn. Despuรฉs de todo tenemos una legitimidad de origen: fuimos los รบnicos en mantener relaciones con la isla durante la Guerra Frรญa. Otra carta es la defensa de los valores democrรกticos en el continente: practicar afuera lo que predicamos adentro. La celebraciรณn del Bicentenario abre tambiรฉn un campo al conocimiento, el debate y la solidaridad con los pueblos hermanos, que trabajarรญa en abono de nuestro buen nombre.
Concluyo con una nota personal. El domingo pasado comรญ en el centro y vi a las familias mexicanas caminar plรกcidamente por las calles, como hace siglos. Sรฉ que esa paz tiene algo de ilusorio, pero aquellas caras mexicanas no engaรฑan. No son inquilinos de este paรญs. Llevan generaciones de habitarlo y amarlo. Debemos proyectar esas caras al exterior.
– Enrique Krauze
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.