"MaƱana de embriaguez”, el gran poema de Arthur Rimbaud de 1871, termina con una predicciĆ³n cĆ©lebre: “He aquĆ el tiempo de los asesinos.” La visiĆ³n extĆ”tica del poeta bien pudo fallar por ciento cincuenta aƱos, pero, en enero de este aƱo, gracias a SaĆÆd y ChĆ©rif Kouachi y Amedy Coulibaly, los perpetradores de las masacres en las oficinas parisinas de Charlie Hebdo y en un supermercado kosher en Porte de Vincennes, parece haber comenzado un verdadero tiempo de los asesinos cuyo final no se alcanza a vislumbrar. Porque el trĆo tenĆa su propia visiĆ³n, extĆ”tica y asesina, para la cual ni las instituciones estatales ni los diversos estratos de la sociedad civil francesa (hasta el punto en que las podemos considerar entidades separadas en una Francia que conserva un corporativismo del que carecen sus socios de la UniĆ³n Europea) parecen tener antĆdoto alguno.
Sin duda la respuesta inmediata a los asesinatos fue apasionada y enĆ©rgica. La pasiĆ³n se expresĆ³ a travĆ©s de las masas de personas que empezaron a usar el hashtag #JeSuisCharlie como un acto de solidaridad o un replanteamiento simbĆ³lico del compromiso francĆ©s con el laicismo y la libertad de expresiĆ³n, asĆ como en la gigantesca manifestaciĆ³n en memoria de sus vĆctimas cuya fotografĆa se publicĆ³ en la primera pĆ”gina del periĆ³dico LibĆ©ration con el titular “Somos un solo pueblo”. Esta resoluciĆ³n se tradujo en los compromisos que asumiĆ³ el gobierno del presidente FranƧois Hollande, decidido a actuar con mĆ”s dureza contra los yihadistas del paĆs, incluidos los que se encuentran en prisiĆ³n, la segunda plaza de reclutamiento mĆ”s importante despuĆ©s de internet. Y el gobierno apoyĆ³ estos planes con dinero, cancelando aproximadamente una tercera parte de los recortes de gasto militar que se habĆan programado para efectuarse entre 2015 y 2020, y aumentando con mucho el presupuesto para servicios de seguridad. Los costos de hacerlo y de mantener el sistema nacional de alerta, conocido como “Vigipirate” –que implica que un gran nĆŗmero de soldados franceses patrullen las calles y vigilen las instituciones consideradas vulnerables a nuevos ataques terroristas, sobre todo escuelas judĆas y sinagogas–, han sido enormes: mĆ”s de mil millones de euros en los primeros dos meses posteriores a los ataques. En marzo, el gobierno francĆ©s anunciĆ³ tambiĆ©n que reclutarĆa once mil soldados adicionales, una medida necesaria para poner en prĆ”ctica el plan de contar con siete mil soldados desplegados indefinidamente por todo el paĆs para enfrentar la amenaza de terrorismo. Es la primera vez, desde de la Guerra de Argelia, que las fuerzas militares terrestres francesas crecerĆ”n en vez de disminuir. CuĆ”n eficaz resultarĆ” todo esto es otra cuestiĆ³n.
Pero, aunque estas nuevas medidas tengan Ć©xito, solo podrĆ”n mitigar la amenaza, no hacer que desaparezca. Por eso, el primer ministro francĆ©s, Manuel Valls, tambiĆ©n anunciĆ³ el compromiso del gobierno de renovar y expandir sus esfuerzos para infundir los valores laicos de la RepĆŗblica en los corazones y mentes de los jĆ³venes mĆ”s desfavorecidos, que habitan los complejos habitacionales de los suburbios que rodean las principales ciudades francesas, llamados citĆ©s. La mayorĆa son franceses de nacimiento, de origen musulmĆ”n, hijos y nietos de los inmigrantes del Magreb y, mĆ”s recientemente, de los paĆses del Sahel que formaban parte del imperio colonial francĆ©s. Estos jĆ³venes y –como demuestra el importante papel que desempeĆ±Ć³ Hayat Boumeddiene en la radicalizaciĆ³n de su novio Amedy Coulibaly (se dice que ella se uniĆ³ al Estado IslĆ”mico despuĆ©s de los ataques)– un creciente nĆŗmero de mujeres se perciben como el mar en que nadan los yihadistas. No puede soslayarse la importancia de este elemento, pues la reacciĆ³n de muchos de los jĆ³venes de las citĆ©s (aunque es indispensable tener en cuenta que se trata de una pequeƱa minorĆa, aun dentro de la juventud rebelde y hostil) a los ataques contra Charlie Hebdo y el supermercado Hyper Cacher fue extremadamente siniestra.
En las escuelas de los suburbios de toda Francia, y entre una poblaciĆ³n de la que solo unos pocos podrĆan lejanamente considerarse musulmanes piadosos, el sentir de los estudiantes se expresaba mediante otro hashtag, #JeNeSuisPasCharlie, en vez del mantra mayoritario de solidaridad e identificaciĆ³n con las vĆctimas de los ataques. En efecto, algunos parecen creer que los editores de Charlie Hebdo se lo tenĆan merecido por profanar al Profeta. Incluso para muchos jĆ³venes de las citĆ©s, que sinceramente y sin ambages han dejado claro que aborrecen y repudian los crĆmenes de los hermanos Kouachi, identificarse con las vĆctimas es ya ir demasiado lejos.
Por lo comĆŗn, estos jĆ³venes justifican su postura con la siguiente argumentaciĆ³n: si nadie con verdadero poder en Francia muestra empatĆa con los sufrimientos del pueblo palestino, ¿por quĆ© habrĆan ellos de preocuparse por un caricaturista que, a sus ojos, despreciaba el islam y a los musulmanes? Es difĆcil exagerar la resonancia simbĆ³lica que esto tiene. ¿El antisionismo se ha transformado en antisemitismo dentro de las comunidades francesas de inmigrantes, como en el resto de Europa? Sin duda. A finales del siglo XIX, August Bebel podĆa decir que el antisemitismo era el socialismo de los idiotas; a principios del siglo XX, es el antisionismo de los idiotas. Pero hay que decir que, con toda justicia, no solo los inmigrantes musulmanes confunden la identidad judĆa con la sionista. Las organizaciones oficiales de la comunidad judĆa en Francia y el resto de Europa muestran con frecuencia la misma confusiĆ³n. Roger Cukierman, el lĆder de la comunidad judĆa francesa mĆ”s importante, declarĆ³ en 2014 que “la lucha contra el antisemitismo y el antisionismo necesita convertirse en una causa nacional”.
Si bien serĆa una estupidez negar la realidad del antisemitismo entre los jĆ³venes de las citĆ©s, centrarse en Ć©l hasta el punto de ignorar las realidades materiales y psĆquicas en las que viven serĆa una distorsiĆ³n igual de grande. Uno puede ilustrar ese modo de pensar en forma de una ecuaciĆ³n: a nosotros, los jĆ³venes de origen musulmĆ”n, nos discriminan en el mercado de la vivienda y en el del trabajo; nos acosa constantemente una policĆa que actĆŗa en nombre de la mayorĆa francesa y niega que nosotros tambiĆ©n seamos franceses; y, para ellos, su grito de guerra es #JeSuisCharlie. Por lo tanto, nosotros no somos Charlie.
No hay nada de paranoico en esta visiĆ³n de la realidad de los mercados de trabajo, o de acceso a bienes raĆces entre aquellos desempleados con nombres musulmanes o cuyos cĆ³digos postales pertenecen a zonas de inmigrantes. AquĆ es importante aclarar que las dificultades a las que se enfrentan los musulmanes franceses no son exclusivas de Francia. Sin duda, los suburbios habitados principalmente por inmigrantes musulmanes que rodean la mayorĆa de las ciudades francesas son estĆ©ticamente sombrĆos, pero esto es el resultado del fervor con que los planeadores urbanos de los aƱos cincuenta adoptaron los conceptos mĆ”s totalitaristas de Le Corbusier. Las condiciones bĆ”sicas de las citĆ©s francesas, en tĆ©rminos de empleo, educaciĆ³n e integraciĆ³n a la sociedad, no difieren mucho de sus equivalentes en el Reino Unido, EspaƱa, BĆ©lgica, Holanda, Alemania y, Ćŗltimamente, los paĆses escandinavos, aunque cada uno de estos paĆses tiene su propio modelo de integraciĆ³n social. Recordar esto es importante porque el debate sobre Francia muchas veces se basa en explicaciones que exhiben las (indudables) fallas en la integraciĆ³n de estas comunidades en la sociedad, como si fueran consecuencia inevitable de la particular mezcla de republicanismo, laicidad (laĆÆcitĆ©) y lo que parece un modelo daltĆ³nico de polĆtica pĆŗblica (encarnada en una ley de 1978 que prohĆbe que la recopilaciĆ³n y almacenamiento de datos de la poblaciĆ³n francesa se base en cuestiones de raza), que arroja como resultado un censo que carece de informaciĆ³n racial o Ć©tnica.
Ni siquiera las patologĆas de los “perdedores radicales” como los hermanos Kouachi y Coulibaly, por emplear la inspirada descripciĆ³n de Hans Magnus Enzensberger,1 tienen algo exclusivamente francĆ©s. Es verdad que, en retrospectiva, dos ataques previos, realizados por terroristas islĆ”micos nacidos en Francia que actuaban por cuenta propia, parecen haber prefigurado la masacre en las oficinas de Charlie Hebdo. El primero fue en marzo de 2012, en Toulouse y Montauban, cuando Mohammed Merah asesinĆ³ a tres soldados franceses, de origen marroquĆ y argelino (dos de los cuales eran musulmanes), a tres niƱos judĆos y a uno de sus maestros. El segundo fue el asesinato de cuatro personas en el Centro JudĆo de Bruselas, cometido por Mehdi Nemmouche, otro joven francĆ©s de origen magrebĆ, poco despuĆ©s de regresar de Siria, donde se habĆa unido al Estado IslĆ”mico y habĆa torturado a los rehenes occidentales que el grupo tenĆa secuestrados.
Aunque resulta evidente que hay algo moralmente problemĆ”tico en centrarse solo en el nĆŗmero de muertos durante los ataques terroristas, es importante considerar que el nĆŗmero de vĆctimas de estos cinco hombres no se acerca siquiera a los 191 hombres y mujeres cuyas vidas fueron segadas por las bombas que puso una cĆ©lula islamista en la estaciĆ³n de Atocha, en Madrid en 2004, o las 52 personas asesinadas en Londres, en julio de 2005, por cuatro terroristas suicidas ingleses que detonaron las bombas que cargaban, dentro de tres vagones de metro y un autobĆŗs. Y, por supuesto, esto no incluye los varios atentados frustrados que, sabemos, ha habido en Reino Unido.
Aunque estrechĆ”ramos el marco, excluyendo Londres, Atocha y el asesinato de los tres soldados franceses, por considerar que los terroristas actuaron inspirados en la creencia de que estaban “vengando” las acciones militares de Inglaterra, EspaƱa y Francia en el mundo musulmĆ”n, y excluyĆ©ramos luego los ataques de Merah en la escuela judĆa de Toulouse, los de Nemmouche en el Centro JudĆo de Bruselas y el de Coulibaly en el supermercado kosher de ParĆs porque fueron motivados por un intenso odio a todo lo judĆo, y solo incluyĆ©ramos aquellos ataques que parecen causados por un deseo de “vengar” las supuestas blasfemias contra el islam, ninguno de los dos importantes precursores del ataque a Charlie Hebdo tendrĆa ninguna relaciĆ³n directa con Francia. En 2004, en Ćmsterdam, el cineasta holandĆ©s Theo van Gogh fue asesinado por Mohammed Bouyeri, un joven danĆ©s-marroquĆ que buscaba vengar las supuestas injurias contra el islam cometidas por Van Gogh en su cortometraje SumisiĆ³n. Y luego hubo una serie de intentos de asesinato del caricaturista danĆ©s Kurt Westergaard porque supuestamente habĆa profanado la imagen del Profeta, dibujĆ”ndolo con una bomba en su turbante, ademĆ”s de las amenazas contra el periĆ³dico Jyllands-Posten, donde se publicĆ³ la caricatura, y en las que participaron inmigrantes del norte de Ćfrica, de origen somalĆ, residentes en Noruega, Dinamarca y Suecia.
TambiĆ©n resulta notable que, despuĆ©s de Charlie Hebdo, el mĆ”s significativo ataque terrorista en Europa no tuviera lugar en Francia sino en Dinamarca, cuando Omar El-Hussein, nacido en Holanda, de padres inmigrantes palestinos, abriĆ³ fuego, matando a una persona, durante un encuentro titulado “Arte, blasfemia y libertad de expresiĆ³n” en un centro cultural de Copenhague, donde el embajador francĆ©s era uno de los ponentes. El propĆ³sito de la reuniĆ³n era reflexionar sobre las consecuencias que la matanza en Charlie Hebdo podrĆa tener sobre la libertad de expresiĆ³n en el futuro. A la maƱana siguiente, El-Hussein se dirigiĆ³ a la Gran Sinagoga de Copenhague, disparĆ³ y matĆ³ a Dan Uzan, un congregante que fungĆa como guardia de seguridad voluntario, durante la ceremonia de bat mitzvah que se llevaba a cabo ahĆ.
A pesar de todas las caracterĆsticas que comparte con el resto de Europa, el caso de Francia parece ser el peor. Parafraseando a Trotski sobre la guerra, Francia puede no estar interesada en la etnicidad, pero la etnicidad sĆ estĆ” interesada en Francia. Respecto del futuro social y polĆtico de Europa, lo que suceda en, digamos, Dinamarca, al margen de lo significativo que sea en tĆ©rminos humanos, resulta marginal, mientras que lo que pasa en Francia resulta central. Y si su futuro es realmente tan sombrĆo como lo muestran las mĆ”s recientes encuestas de opiniĆ³n realizadas entre los franceses, es posible que amenace el proyecto europeo, aun cuando Alemania siga siendo el modelo de rectitud y estabilidad que sus admiradores (y su propia clase polĆtica) asumen que es.
Por razones comprensibles, para un nĆŗmero creciente de franceses, el futuro depende de la lealtad o deslealtad de los musulmanes franceses a los valores republicanos y laicos del Estado francĆ©s. El ascenso del Frente Nacional (fn) asĆ lo atestigua. Bajo el mando de Marine Le Pen, considerada por los expertos (incluidos muchos que la aborrecen y le temen) como la figura mĆ”s talentosa en la polĆtica francesa contemporĆ”nea, el fn se ha convertido en el principal partido de lo que queda de la clase trabajadora industrial francesa. En contraste, la pregunta que se hacen muchos (si no la mayorĆa) de los inmigrantes, asĆ como sus hijos y nietos nacidos en Francia, es si la sociedad francesa dejarĆ” algĆŗn dĆa de discriminarlos y les ofrecerĆ” la oportunidad de tener un futuro decente.
Perdido entre todo esto queda el hecho de que, mucho antes de que la incompatibilidad entre los valores de los inmigrantes musulmanes y los valores de la RepĆŗblica se considerase la principal razĆ³n del pesimismo ante el futuro de Francia, los franceses ya se mostraban cada vez mĆ”s aprensivos ante las perspectivas de su paĆs. SegĆŗn una encuesta realizada en 2010 por bva-Gallup para el diario Le Parisien, los franceses resultaron ser los mĆ”s pesimistas de todo el mundo (los mĆ”s optimistas fueron los vietnamitas). “Francia, campeĆ³n mundial del pesimismo” fue el titular del semanario Le Point. CĆ©line Bracq, la autora del sondeo, concluyĆ³ que la verdadera “excepciĆ³n francesa” (tĆ©rmino que se refiere a los subsidios especiales para la cultura que existen desde que el escritor AndrĆ© Malraux fuera ministro de Cultura de Charles de Gaulle) es su pesimismo.
No es fĆ”cil entender por quĆ© este pesimismo se ha incrustado tan profundamente en la psique colectiva de Francia. EstĆ” muy bien hablar, como acostumbran muchos analistas, sobre la esclerosis institucional francesa y el carĆ”cter endogĆ”mico y hermĆ©tico de su Ć©lite, formada casi toda en un pequeƱo grupo de instituciones educativas elitistas como la Ćcole Nationale d’Administration (Nicolas Sarkozy es una interesante excepciĆ³n, pero Hollande no). Sin embargo, en muchas Ć”reas cruciales, Francia funciona mucho mejor que sus vecinos europeos, Estados Unidos y CanadĆ”. Aunque tiene sus fallos, el sistema de atenciĆ³n mĆ©dica francĆ©s es de los mejores. Sus fĆ”bricas continĆŗan produciendo bienes industriales y son lĆderes mundiales en trenes de alta velocidad, tecnologĆa militar avanzada y plantas nucleares. A diferencia de la mayorĆa de los paĆses de la ocde, su tasa de natalidad estĆ” por encima del nivel de reemplazo de la poblaciĆ³n, no solamente por la inmigraciĆ³n (como en Estados Unidos), sino gracias al Ć©xito de sus polĆticas de natalidad.
En realidad, no es tanto que las cosas anden peor en Francia –e incluso, respecto a la cuestiĆ³n de la inmigraciĆ³n musulmana, uno puede argĆ¼ir de manera plausible que, a pesar de Charlie Hebdo, Francia estĆ” todavĆa considerablemente mejor que el Reino Unido– sino que la aguda obsesiĆ³n francesa con su propia identidad ha cambiado de lo dialĆ©ctico (cuando se comparaba con otros paĆses) a lo autĆ”rquico (ahora se repliega sobre sĆ misma). Geoffrey Wheatcroft ofreciĆ³ un competente resumen de esto en un ensayo provocadoramente titulado “LibertĆ©, FraternitĆ©, MorositĆ©”. “No hace mucho tiempo –escribiĆ³– Francia estaba acomplejada ante Estados Unidos. Ahora, Francia estĆ” acomplejada ante sĆ misma.”
Una mirada rĆ”pida a los tĆtulos de los libros de ensayo de la mayorĆa de las librerĆas francesas parece justificar el anĆ”lisis de Wheatcroft. Lo que ha cambiado durante los Ćŗltimos quince aƱos es que los tĆtulos de los libros de Ć©xito actuales tienen un carĆ”cter mucho mĆ”s amargo y violento. A principios de siglo, la mayorĆa de los libros populares de este gĆ©nero se enfocaban en la disfunciĆ³n polĆtica de Francia y su esclerosis econĆ³mica; hoy, la obsesiĆ³n estĆ” en el islam polĆtico y en si Francia podrĆ” siquiera sobrevivirlo. Un ejemplo es Le suicide franƧais de Ćric Zemmour, una polĆ©mica obra que bĆ”sicamente discute si Francia ha sido ya destruida por los hijos de mayo de 1968, las feministas y los eurĆ³cratas, y actualmente estĆ” siendo engullida por los inmigrantes musulmanes que, gracias a la perfidia de la Ć©lite, pronto tendrĆ”n el control. El libro es tan radical que hasta Marine Le Pen se ha distanciado de Ć©l.
El escritor y columnista francĆ©s Marc Weitzmann difiere de Zemmour de modo crucial y ha hecho un servicio ciudadano escribiendo en los periĆ³dicos varias columnas en las que delinea los muchos modos en que Le suicide franƧais presenta una falsificaciĆ³n malĆ©vola de la historia francesa; sobre todo, la historia de lo sucedido a dos grupos: a los judĆos nativos y a los que inmigraron a Francia durante la Segunda Guerra Mundial (entre otras lindezas, el libro de Zemmour hace una estentĆ³rea defensa del mariscal PĆ©tain y el rĆ©gimen de Vichy). Moralmente, Weitzmann no podrĆa estar mĆ”s lejos de Zemmour. Sin embargo, sobre el destino de Francia, el tono de Weitzmann parece igual de apocalĆptico. Le suicide franƧais termina con el pronunciamiento de que “Francia estĆ” muerta”. Weitzmann considera, enfĆ”ticamente, que Zemmour es un emblema de la naturaleza patolĆ³gica del debate contemporĆ”neo, pero Ć©l mismo concluye su “France’s toxic hate” –una serie de cinco artĆculos sobre el retorno del antisemitismo francĆ©s, que escribiĆ³ para Tablet, la revista judĆa estadounidense– con una jeremiada que es apenas un grado menos oscura que la de Zemmour, aunque se centra especĆficamente en la desolaciĆ³n que los judĆos franceses habrĆ”n de arrostrar en el futuro. “Atrapados en la descomposiciĆ³n de las polĆticas de poder proĆ”rabes actuales –escribe Weitzmann– la retĆ³rica izquierdista y los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial, los judĆos comienzan su camino hacia la soledad cĆvica. Los callejones sin salida neurĆ³ticos, histĆ³ricos e ideolĆ³gicos donde los franceses han lidiado con el antisemitismo desde entonces constituyen un contexto mental en el que resulta imposible, para los judĆos y para Francia, pensar o vivir siquiera.”
¿Es tan mala la situaciĆ³n? Ciertamente Weitzmann no es el Ćŗnico intelectual francĆ©s serio que asĆ lo piensa. De hecho, junto a Ć©l se halla Alain Finkielkraut, quien –se estĆ© o no de acuerdo con sus puntos de vista– es una de las principales figuras culturales de Francia. Desde hace por lo menos una dĆ©cada, Finkielkraut sostiene que la Ć©lite francesa, en general, y en particular la Ć©lite cultural que se inclina por la izquierda bien-pensant, ha sido excesivamente cobarde, ha estado demasiado escondida en la negaciĆ³n, obtusa o interesada solo en sĆ misma (¡o las cuatro cosas!) como para pensar –ya no digamos hablar y escribir– con honestidad sobre la barbarie islamista.
La culpa por el colonialismo y el triunfo del relativismo cultural son los elementos constitutivos de la nueva “traiciĆ³n de los intelectuales”, que ha confinado el ideal asimilacionista francĆ©s al olvido y la barbarie. El emblema de tal barbarie es el retorno del antisemitismo a Francia. Quien lo dude solo tiene que echar un vistazo a la cobertura mediĆ”tica del ataque de Amedy Coulibaly al supermercado Hyper Cacher. Al principio, reportaban que Coulibaly estaba ahĆ por casualidad, cuando, de hecho, se trataba de un virulento antisemita y todo indica que sabĆa perfectamente dĆ³nde estaba y lo que hacĆa. El hecho crudo es que matar judĆos ha sido una prioridad de los terroristas en los ataques recientes del yihadismo en Europa. Y la de Palestina es la bandera de conveniencia. Por ejemplo: Mohammed Merah dijo que decidiĆ³ matar soldados franceses por lo que el ejĆ©rcito francĆ©s estaba haciendo en AfganistĆ”n, pero que atacĆ³ la escuela judĆa de Toulouse porque “los judĆos matan a nuestros hermanos y hermanas en Palestina”. Un video yihadista, publicado tras la muerte de Coulibaly, lo elogiaba por haber matado a una policĆa y “a cinco judĆos”. Y en Copenhague, Omar El-Hussein parece haber pasado sin problemas desde su venganza contra los caricaturistas del Profeta hasta sus disparos en la Gran Sinagoga.
Para Finkielkraut y Weitzmann, la verdadera culpa de la Ć©lite francesa radica en negarse a confrontar las duras realidades del presente. Ambos habrĆan coincidido con Charles PĆ©guy, el gran intelectual conservador de principios del siglo XX, en que “nunca sabremos cuĆ”ntos actos de cobardĆa se han cometido por miedo a no parecer lo suficientemente avanzados”. SegĆŗn esta versiĆ³n, el reto existencial de Francia consiste en cĆ³mo recuperar su valentĆa.
Pero es dudoso que la explicaciĆ³n abiertamente culturalista que Finkielkraut, en particular, ha echado a andar, ofrezca nada parecido a la clave interpretativa que Ć©l supone que ofrece. Un tanto (pero apenas un tanto) simplificada, es como sigue: Francia representa ciertos valores; es un imperativo moral transmitir estos valores, tanto por el bien del paĆs como por el de los niƱos musulmanes franceses, de modo que cualquier falla al respecto constituye una falla moral y es igualmente una catĆ”strofe social y cultural; pero esa falla no solo estĆ” en ciernes, sino que ya ocurriĆ³. Por tanto, en el sentido mĆ”s profundo, la noble Francia, la admirable Francia, que debe ser preservada y es digna de emular, ha muerto. En gran medida, por mano propia. Y nos acecha una nueva Edad Oscura.
Despojados de su tono de lacrimosa autocomplacencia, por no hablar de su profetismo apocalĆptico (¿cuĆ”ntas generaciones de viejos filĆ³sofos, al confrontar su respectiva y propia realidad, insistieron en que vivĆamos el fin del mundo?), los argumentos de Finkielkraut contra la correcciĆ³n polĆtica no estĆ”n equivocados del todo.2 Y su idea de que las escuelas deben centrarse principalmente en la enseƱanza de la lengua francesa es sin duda correcta. El problema es que esta explicaciĆ³n culturalista de la crisis que enfrenta hoy Francia lo lleva a confundir un asunto secundario con la esencia de la crisis. Las soluciones que ofrece –un retorno al republicanismo, dejar de pedir perdĆ³n por la cultura occidental, la voluntad de confrontar y oponerse al islam radical– no es que estĆ©n mal sino que son irrelevantes. Los problemas fundamentales de Francia no surgen principalmente por una capitulaciĆ³n cultural sino que, mĆ”s bien, son resultado de las transformaciones de una economĆa mundial que vuelve completamente imposible el retorno cultural y moral al statu quo ante amado por Finkielkraut. Porque, si bien ese nacionalismo romĆ”ntico puede tener un distinguido linaje (y al respecto Finkielkraut es en muchos sentidos heredero legĆtimo de PĆ©guy), y aunque hoy sea una posiciĆ³n intelectual perfectamente coherente, carece de respuestas frente a los problemas que presentan la globalizaciĆ³n econĆ³mica y la inmigraciĆ³n masiva.
Los argumentos materialistas no tienen eco en los culturalistas. Es cosa de arreglar la cultura, parece decir Finkielkraut, y Francia florecerĆ”; fracasen en ello y Francia se derrumbarĆ”. Es, por decirlo de modo caritativo, una concepciĆ³n muy francesa (de la que Weitzmann difiere enfĆ”ticamente), pero que no va a funcionar. ¿Que hay una crisis de confianza en la cultura occidental, compartida por la Ć©lite europea? Sin duda. ¿Y hay una crisis de confianza de la “comunidad” musulmana en Francia? Probablemente. Pero, aunque la respuesta sea afirmativa, es una afirmaciĆ³n con matices. Hay una crisis de considerables proporciones entre los soldados comunes y los suboficiales que componen el ejĆ©rcito francĆ©s. Y, como preguntaba Rony Brauman en una columna de Le Monde: ¿por quĆ© muchos perciben a Amedy Coulibaly como un musulmĆ”n mĆ”s “real” que Lassana Bathily, el empleado del supermercado Hyper Cacher que, corriendo un gran riesgo personal, salvĆ³ a clientes y a trabajadores de la tienda, la mayorĆa, si no es que todos, judĆos? La razĆ³n debiera ser obvia: hoy por hoy, muchos mĆ”s franceses creen que un islam violento es mucho mĆ”s autĆ©ntico que uno aclimatado.
Pero incluso ante esto, la resistencia que muestran los intelectuales franceses a pensar de forma comparativa resulta extraordinaria. Nunca, por ejemplo, hacen el esfuerzo de colocar en un contexto global la atracciĆ³n que Estado IslĆ”mico y Al Qaeda ejercen sobre los jĆ³venes. Y, sin embargo, parecerĆa obvio que si los hermanos Kouachi hubieran crecido en MĆ©xico, o en Guatemala, y tuvieran el mismo perfil delincuencial, habrĆan acabado en las filas de los cĆ”rteles de narcotraficantes, cuyas historias de salvajismo desalmado (con grabaciones en video de torturas que no solo incluyen decapitaciones sino el desollamiento de sus vĆctimas) son, punto por punto, equivalentes a las de Estado IslĆ”mico. Y, si Amedy Coulibaly y Hayat Boumeddiene hubieran sido adolescentes en un suburbio de Estados Unidos, con los mismos perfiles criminales, muy bien podrĆan haber desatado masacres en escuelas norteamericanas. Insistir en estos aspectos no equivale a decir que los yihadistas, la infanterĆa de los cĆ”rteles o quienes dispararon en Columbine responden a los mismos motivos. Pero se asemejan mucho mĆ”s de lo que difieren: son el culto a la muerte, y perder esto de vista –como hacen muchos en Francia, creyendo ver en asesinos como los hermanos Kouachi el perfil de una guerra civil, la que Ćric Zemmour cree que ha comenzado y que los musulmanes ganarĆ”n– es un error.
¿De quĆ© manera explicarles a los jĆ³venes la grandeza de Racine y Corneille tendrĆa efecto alguno sobre estas cuestiones? Lo que Finkielkraut y otros parecen no querer afrontar es que su actitud devota ante el pasado francĆ©s es producto de los cincuenta, sesenta y setenta –los trente glorieuses, o “treinta aƱos gloriosos”, como se les conoce en Francia– y esto equivale a decir que se trata de un contexto histĆ³rico completamente distinto, en que el Estado-naciĆ³n no habĆa sido vaciado por la globalizaciĆ³n, tanto econĆ³mica como cultural, y en una Ć©poca de extraordinario crecimiento econĆ³mico, cuando la clase trabajadora, por primera vez en la historia de Francia, pudo vivir con relativa comodidad.
Hoy en dĆa, el sector inferior de la clase media y los pobres en Francia tienen cada vez menos oportunidades y menores esperanzas. No hace falta decir que, en esta coyuntura histĆ³rica, los jĆ³venes de origen inmigrante son los que tienen menos esperanzas. Esto no significa que se estĆ©n convirtiendo masivamente en terroristas, ni que deseen instalar el califato en el ElĆseo o convertir Notre Dame en una mezquita; ni siquiera llevar a cabo ninguna de las fantasĆas racistas y paranoides de Zemmour o Houellebecq. Pero sĆ quiere decir que muchos de ellos son reacios a asumir los postulados que Francia enuncia abiertamente. Una Ć©lite polĆtica y cultural menos enamorada de sĆ misma gastarĆa menos tiempo lamentando la barbarie cultural y el retraso social de los jĆ³venes inmigrantes, se bajarĆa de su pedestal y dedicarĆa mucho mĆ”s tiempo a pensar cĆ³mo transformar Francia: del tĆ³tem que es a una sociedad en la que los jĆ³venes crean tener una oportunidad. ~
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TraducciĆ³n del inglĆ©s de Laura Guevara.
Este ensayo apareciĆ³ originalmente en The National Interest.
1 Estoy en deuda con Ian Buruma por seƱalar esta conexiĆ³n en un artĆculo que escribiĆ³ en Le Monde despuĆ©s de la masacre en Charlie Hebdo. (n. de la t: El artĆculo de Enzensberger al que se hace referencia, “El perdedor radical”, se encuentra disponible en el sitio web de Letras Libres: http://letraslib.re/PRadical).
2 De todas formas, el contraste entre la severidad con que Finkielkraut juzga los impulsos comunitarios de los franceses musulmanes y su indulgencia hacia el comunitarismo de los franceses judĆos parecerĆa poner en entredicho la autenticidad de su republicanismo. La perspectiva de Marc Weitzmann parece afirmar que, como las instituciones comunales judĆas no son “secesionistas” y, de hecho, fueron creadas por el Estado francĆ©s en la era napoleĆ³nica, no pueden ser comunitarias en el sentido negativo con que el tĆ©rmino se usa actualmente.
David Rieff es escritor. En 2022 Debate reeditĆ³ su libro 'Un mar de muerte: recuerdos de un hijo'.