La línea 4 del Metro, la más corta del Sistema de Transporte Colectivo, tanto en número de estaciones (diez) como en kilómetros (diez, redondeando), es la que tiene menor afluencia de pasajeros anualmente y, con todo, resulta una de las mejor conectadas (posee seis paradas de transbordo), si se la compara con la 6, que le sigue en longitud (once estaciones y cuatro de conexión), la 9 (doce y cinco), la 5 (trece y cinco) o la 7 (catorce y solo tres de enlace). El resto de las líneas son las más largas.
(En la línea A, con más de 17 km, hay también solo diez paradas pero nada más una de conexión en su base de Pantitlán con las líneas 1, 5 y 9; además, saliendo de la A hay que comprar otro boleto para acceder a ellas.)
Así que, tras la 4, por sorprendente que parezca, el resto de las líneas del Metro resultan, proporcionalmente, menos inteligentes. La L-8, por ejemplo, tiene 19 estaciones y solo 5 de transbordo; y la 10 y la 11, como se sabe, no existen (para un interesante proyecto de L-10, haga clic aquí: en su lugar se construyeron la mencionada A y la B (con más de 20 km, veintiuna estaciones y apenas cinco de transbordo), que son un tanto ajenas a la red. La L-12, con veinte paradas (solo 4 de enlace) a lo largo de siete delegaciones, está por ser inaugurada.
La L-4 fue construida en dos tramos durante el sexenio de José López Portillo, el primero en 1981 y el segundo al año siguiente, y abarca tres delegaciones del Distrito Federal: de la Gustavo A. Madero a la Iztacalco pasando por la Venustiano Carranza. Fue la primera línea, luego de las tres subterráneas (la 2 parcialmente a ras de tierra), en que se optó por las vías elevadas tipo segundo piso, lo que hermanaría, por lo menos en ese sentido, al expresidente Jolopo con el aspirante a sucederlo AMLO. (La primera estación, Martín Carrera, y la séptima, Candelaria-Palacio Legislativo, se encuentran al nivel del suelo.)
Al partir de Martín Carrera, que enlaza con la L-6, se tienen a la vista, a la derecha, la Basílica de Guadalupe y el Cerro del Tepeyac, a poco más de un kilómetro de distancia. Martín Carrera (1806-1871) fue presidente interino de México durante 29 días (agosto-septiembre de 1855), después del casi eterno Antonio de Santa Anna (1794-1876) quien, aunque gobernó por veintidós años y sobrevivió a Carrera casi en todo, no dejó a ninguna estación del Metro su nombre. Lo más cercano es Santa Anita, la terminal de esta línea.
Enseguida se llega a la estación Talismán. Durante las obras de excavación para construirla se hallaron los fabulosos huesos de un mamut: un Mammuthus meridionalis, uno de los más grandes proboscidios que han habitado la Tierra. Se dice que esta especie fue una de las primeras en emigrar desde África a Asia y luego a América por el estrecho de Bering, en una época en que el nivel del mar era más bajo que ahora. Pasando los torniquetes de salida pueden apreciarse, en exposición permanente, los restos óseos acomodados como si el elefante estuviera recostado. “A mamut elefante, Etna fele tu mama”, como dijera el palindromista.
(Dedico con cariño el párrafo anterior al rey de España, cuyos restos dudo que perduren con semejante dignidad.)
(No logré esclarecer quién es el doctor Mario Huaracha, ¿un médico, un luchador, un… peruano? Me topé, por azar, con la siguiente información fascinante aquí; la resumo, pero no tiene desperdicio: Huaracha es un apellido peruano: “Hay 0.01% de personas con el apellido Huaracha en el Perú […] El promedio de edad de los Huaracha es de 35 años. Los Huaracha son 100% solteros. Los Huaracha son 0% casados. El 100% de los Huaracha tiene educación superior. El 0% tiene trabajo.” ¡Pobres Huaracha, caray!)
La estación Consulado se llama así no porque esté cerca de alguna oficina diplomática sino porque pasa sobre el río Consulado, hoy entubado como todos, para desgracia de los ajolotes… Hace conexión con la L-5 que lleva al Aeropuerto Internacional de la ciudad de México.
La siguiente parada, Canal del Norte, atraviesa un ducto inaugurado en 1780, hoy vuelto avenida, que en tiempo virreinal formó parte del sistema de lagos. La estación Morelos se halla en la colonia homónima, donde están los barrios de Tepito y la Lagunilla, y enlaza con la L-B.
En el siguiente paraje –antes de ser la estación Candelaria– se congregaba una mirífica comunidad de patos, cuando era una ribera lacustre; hoy a esos patos los llamamos diputados y a su chapoteo en seco, a pocos pasos de ahí, se lo conoce como Palacio Legislativo. Esta es también una de las posadas más socorridas de la L-1.
La parada Fray Servando pasa por la avenida de ese nombre y la de Jamaica conduce nada menos que al famosísimo mercado de flores, además de conectar entre sus maizales con la L-9.
La terminal Santa Anita, transbordo con la L-8, es una de las cinco paradas con menor afluencia de pasajeros en todo el STC (según Wikipedia): 1,943 al día. Hay una propuesta para expandir la línea desde esta estación hasta la Central de Abastos, con lo que la L-4 cubriría una delegación más, Iztapalapa: abarcaría así prácticamente un cuarto del Distrito Federal y Santa Anita se convertiría en una de las estaciones más concurridas.
Por último –y por si alguien no se había dado cuenta–, los trenes del Metro son palíndromos: para atrás y para adelante dan lo mismo y en su trayecto llevan voces extrañas.
Apéndice: Instrucciones para morir por tabaquismo sin afectar su bolsillo
Precisamente en la estación Santa Anita, tanto en dos puestos que hay en su interior como afuera de una de sus entradas, es posible comprar cajetillas de veinte cigarros por la módica cantidad de 10 pesos mexicanos (menos de un dólar).
¡Oyó usted bien! Si una cajetilla de Camel o Marlboro le cuesta a usted en México 40 varos, aquí se compra ¡cuatro! con esa lana. Eso, 10 pesos, es lo que valían los Camel o Marlboro hace quince o veinte años.
Los cigarros que aquí se venden son de Vietnam y de la India, pero están claramente diseñados para Latinoamérica: las leyendas que portan aparecen en español
Se consiguen por lo menos una veintena de marcas distintas facturadas por algunas de las grandes tabacaleras internacionales (Godfrey Phillips India, por ejemplo, la segunda fabricante de cigarros más grande de ese país).
Las cajetillas aparecen con una advertencia del IHADFA (Instituto Hondureño para la Prevención del Alcoholismo, Drogadicción y Farmacodependencia [sic página web dixit]) que dice: “Fumar es dañino para la salud.” El origen de este mercado negro no es difícil de rastrear.
Si alguien pensó que con todas esas leyes de reciente cuño para no fumar en lugares públicos y aplicar impuestos exorbitantes al cigarrillo los mexicanos dejarían de fumar, se equivocó: hoy fumar es más barato que hace veinte años.
Vi, por cierto, de vuelta a casa, un puesto semejante a esos sobre uno de los puentes de la estación Taxqueña de la L-2, una de las más concurridas del Metro. Dentro de poco esos cigarros se venderán por doquier.
Marlboro y Camel, pónganse a temblar… o a reír.
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Casi todos los datos “duros” que incluye este texto proceden de la página del Metro o de la de Wikipedia.
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La ciudad de México se ha convertido en capital de múltiples expresiones artísticas que, entre texturas, colores y formas, crean simbólicas artesanías refrendadas como verdaderos rasgos de la diversidad cultural del país. El mercado de La Ciudadela (Metro Bellas Artes, línea 2), el Centro Artesanal Buenavista (Metro Buenavista, línea 3), el mercado de Coyoacán (Metro Coyoacán, línea 3) el pasaje comercial de la Alameda Central (Metro Allende, línea 2), el Bazar Sábado de San Ángel, así como diversas tiendas artesanales que se mantienen esparcidas por todo su territorio, son otros de los puntos donde el colorido y la cultura, se comprimen en piezas de múltiples tamaños que en esencia llevan un trozo de México.
es miembro de la redacción de Letras Libres, crítico gramatical y onironauta frustrado.