Un pianista cuarentón roba bocadillos a los niños en el parque y migas de pan mojado que picotean las aves. Intenta sobrevivir bajo los efectos del alcohol mientras huye de una deuda que no es capaz de saldar. El asco, la misantropía, el lastre del pasado y el infortunio protagonizan las páginas de Érase una vez el fin (Anagrama, 2016). Tras La balada del pitbull (Trea, 2002) y Últimos ejemplares (Trea, 2006), Pablo Rivero (Gijón, 1972) maestro, músico, letrista, publica su tercera novela, donde combina la aspereza y la ternura.
La novela está llena de imágenes descarnadas. ¿Busca incomodar al lector?
El lenguaje debe aclimatarse al contexto de donde proviene. No voy a desvirtuar el texto escribiendo pilingui o meretriz cuando los protagonistas de una escena son un asesino, un camello, un drogadicto, un borracho y un millonario que están echando una partida de cartas en un puticlub… Respecto a lo de incomodar, para nada, ahora bien, soy consciente de que mis novelas puedan resultar molestas a ciertos lectores por el universo narrativo que contemplo.
¿Qué autores fueron importantes para usted? Leyendo la novela uno se acuerda de John Fante, Chuck Palahniuk o Charles Bukowski…
Estos autores no han tenido miedo a la hora de enfrentarse a mundos a los que muchos otros renunciaron. Su rasgo común es la valentía porque bordearon la vereda de lo políticamente correcto. Para mí son importantes muchos autores, aunque cuando escribo no pienso en ellos de forma consciente. Creo que ser escritor o intentar serlo se centra más en descubrir una voz propia y eso es lo que procuro hacer.
¿Por qué elige la primera persona y un narrador anónimo, que no es particularmente simpático?
Una primera persona bien dominada es una herramienta muy poderosa. Y el pianista no tiene nombre porque me interesa solamente que hable, no quiero con él ninguna cercanía ni familiaridad. En la vida real detestaría profundamente a mi personaje. Esto es uno de los hechos más extraordinarios que puede ofrecer la literatura.
¿Qué importancia tienen Gijón y la música en la novela?
Es un decorado donde incluyo mis fabulaciones. Hay localizaciones físicas reales porque es la ciudad donde vivo y la que mejor conozco, pero el paisaje humano que la puebla es ficticio, es de novela.El protagonista es un músico de conservatorio que se formó becado en Varsovia, es decir, que durante una etapa de su vida estuvo en contacto con una de las máximas representaciones del arte. Aparentemente nada hacía indicar que alguien así elegiría un camino tan retorcido como por el que después deambula, por lo tanto, la música es un contrapunto extremo a la sordidez de su vida.
Usted es profesor de primaria, ¿cómo introduce el gusto por la lectura a sus alumnos? ¿Cómo influye ser profesor en su faceta de escritor?
Me tomo mucho tiempo en elaborar una selección de lecturas interesante y adecuada a su etapa de desarrollo y después trato de conocer los gustos y aficiones de cada uno para poder ejercer como un buen librero, ese profesional que te conoce y al entrar en la tienda te advierte de las novedades que te van a interesar, pero así y todo soy muy escéptico en cuanto a qué podemos hacer para que alguien que no lea se ponga a leer. Es una labor de familia más que de escuela. Ser profesor me quita mucho tiempo, pero tampoco es una actividad muy valorada por la administración educativa ni por la comunidad. Hoy en día parece que se da más valor a que tengas la clase bien decorada, que tus programaciones estén en regla, que organices bien un carnaval o el día de la paz, o que te lo curres para que las familias no vengan a protestar, pero que escribas un libro… eso ya no le interesa a casi nadie, así que es algo que llevo en secreto.
[Imagen: Juan Botas, "Sin título (2)"]
(Tarragona, 1993) es periodista.