Entrevista con Jorge SemprĂșn La memoria como escritura
Imagen: Ilustraciones: LETRAS LIBRES / Josel

La memoria como escritura: Entrevista con Jorge SemprĂșn

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En el centro de todo estĂĄ Buchenwald. Antes, claro, hay toda una biografĂ­a que conduce irremediablemente al campo: nieto de Antonio Maura por parte de su madre, hijo de una familia burguesa y catĂłlica, pero liberal y republicana, Jorge SemprĂșn, niño bien del barrio de Salamanca en Madrid, debe abandonar España porque su padre, escritor y abogado, republicano de cepa, no quiere caer, con toda su familia, en manos de Mola, que al inicio de la Guerra Civil tiene ya cercado el pueblo vasco donde veranean ese infausto 1936. AsĂ­, residen primero en Holanda, donde su padre es el representante de la RepĂșblica en La Haya, y luego, tras la caĂ­da de Madrid, en ParĂ­s, donde SemprĂșn estudia en el Liceo Henry IV —sĂ­, el de Marcel Proust—. Justo cuando inicia sus estudios de filosofĂ­a, viene el torbellino de la Segunda Guerra, la derrota francesa y la ocupaciĂłn alemana. Y ahĂ­ su decisiĂłn de resistir, sin haber cumplido los veinte años, con acciones de guerra real, es decir, con muertos y heridos, hasta caer preso. Luego vienen el sufrimiento de la tortura en la detenciĂłn y la consiguiente deportaciĂłn al campo. Y, despuĂ©s del campo, mucha vida: primero, como miembro clandestino del Partido Comunista español en Madrid, partido del que serĂĄ expulsado por alejarse de la lĂ­nea doctrinaria impuesta por la Pasionaria y el joven Santiago Carrillo, suceso que lo llevarĂĄ años despuĂ©s a escribir AutobiografĂ­a de Federico SĂĄnchez; luego, como figura de las letras, francesas y españolas, desde su primer libro, El largo viaje, que ganarĂĄ el premio Formentor y serĂĄ editado simultĂĄneamente en varias lenguas.

Guionista de Costa-Gravas y personaje central de la vida cultural francesa, en su vertiente Orilla Izquierda, SemprĂșn regresa a España tras la invitaciĂłn de Felipe GonzĂĄlez a unirse a su gabinete como ministro de Cultura. De su experiencia de gobierno saldrĂĄ Federico SĂĄnchez se despide de ustedes, donde arremete contra la polĂ­tica entendida como espacio de poder y control del aparato partidista, y no como vocaciĂłn de servicio pĂșblico. Pero en el centro estĂĄ Buchenwald, corazĂłn de su vida y su literatura, tanto en El largo viaje como en VivirĂ© con su nombre, morirĂĄ con el mĂ­o y Aquel domingo, pero sobre todo en su libro capital, que deberĂ­a ser lectura obligatoria en España: La escritura o la vida. Y es que en el centro de todo el siglo estĂĄn los campos: lagers nazis, archipiĂ©lago Gulag soviĂ©tico, UMAP cubanos, Laogai chinos (aĂșn en funcionamiento), el siglo XX es el siglo de los campos de concentraciĂłn, de la masificaciĂłn del dolor, del exterminio y el anonimato. Por ello, la voz de los supervivientes serĂĄ la voz de la posteridad. Junto a Shalamov y Levi, Solyenitzin y Herling, estĂĄ la voz de Jorge SemprĂșn, exiliado español, resistente francĂ©s, sobreviviente de Buchenwald.

El mundo es una red de sĂ­mbolos. La obra de SemprĂșn es una formidable manera de relacionar los hechos, las personas y las ideas entre sĂ­ en un tejido narrativo de presentes sucesivos, plenos de significaciĂłn. En tĂ©rminos etimolĂłgicos, inteligencia quiere decir interligar, es decir, relacionar unas cosas con otras. Eso es precisamente el corazĂłn de la poĂ©tica narrativa de SemprĂșn: una prosa inteligente, que relaciona unos sucesos del pasado con otros pasados y con el presente, unas ideas con otras, unos personajes con otros, en una red que avanza por direcciones siempre significativas y necesarias. Su obra, por Ășltimo, debe ser leĂ­da como una respuesta humanista a los dos totalitarismos del siglo XX: el nazi, que lo condenĂł a un campo del que sobreviviĂł de milagro, y el comunista, fe ciega en la que creyĂł a pie juntillas, como tantos otros, muchos de los mejores del siglo, pero en la que, a diferencia de la mayorĂ­a, supo descubrir una trampa mortal para, despuĂ©s de un examen profundo, denunciarla en toda la extensiĂłn de la palabra. Doble triunfo moral: como testigo imprescindible y como honesto arrepentido.

Esta entrevista debĂ­a versar sobre nuestro tema de portada: los usos del pasado y su utilizaciĂłn desde el poder, pero, sin dejar de tocar este asunto, de manera implĂ­cita, a lo largo de toda la conversaciĂłn, y de manera explĂ­cita, en las Ășltimas preguntas de esta entrevista, la conversaciĂłn derivĂł obligatoriamente en la experiencia de Buchenwald. Y es que en el centro estĂĄ el campo.
 
Usted ha dicho que la experiencia decisiva de Buchenwald es la experiencia de la libertad. ¿Qué quiere decir exactamente con esta afirmación, que puede sonar paradójica y hasta temeraria?

QuizĂĄ no lo formularĂ­a ahora de una manera tan rotunda, pero, sin duda, una de las experiencias decisivas de Buchenwald es la experiencia de la libertad. Cuando se habla de los campos de concentraciĂłn siempre hay que concretar, porque una experiencia tan multiforme, vasta, amplia, y que ha sido vivida de formas tan distintas y diferentes, obliga a dar las coordenadas de la experiencia particular. Yo hablo de la experiencia del deportado polĂ­tico resistente en Buchenwald.

Buchenwald no era un campo como Auschwitz-Birkenau, que fue un campo de exterminio directo, inventado y edificado para el exterminio del pueblo judío. En Buchenwald, la mano de obra era utilizada en fåbricas de armamento, con lo cual los nazis estaban entre la contradicción de producir las armas que necesitaban o exterminar a sus adversarios. Incluso creo que se puede afirmar que lograron un perverso equilibrio entre la dialéctica del exterminio y la dialéctica de la producción. Buchenwald es un campo de exterminio por el trabajo: por el agotamiento, porque las raciones de comida eran mínimas y ademås disminuían conforme la guerra la iban perdiendo los alemanes. En ese contexto, el deportado político sabía, y esta era una de sus armas espirituales de resistencia, por qué estaba deportado. En cierto modo, libremente había elegido ser deportado, puesto que podía perfectamente haberse quedado en casa, no meterse en nada, esperar a que pasase la tormenta de la guerra. La persecución iba contra los resistentes. Naturalmente, durante la ocupación, la persecución iba contra el conjunto de la población francesa, pero en el sentido de las restricciones alimenticias, o las restricciones de movimiento y trabajo, o la censura, no en el sentido del acoso personal, de la vida o la muerte. A mí nadie me ha obligado a ser resistente. Yo hubiera podido seguir mis estudios de filosofía y habría terminado, claro que en contradicción con mis ideas. Así que la primera experiencia de la libertad de Buchenwald es que yo he estado ahí libremente. Claro que no he decidido libremente sufrir los porrazos de las SS, no soy masoquista, pero he elegido la actividad que sabía que podía conducir al campo. Es la paradoja, casi sartreana, de que estamos condenados a ser libres. Yo estoy preso porque soy libre.

En el campo habĂ­a un orden establecido, una disciplina de la que uno no podĂ­a salirse, pero dentro de ese marco, impuesto por los nazis, de pasar lista, de levantarse a las cuatro de la mañana, de trabajar hasta tal hora, tenĂ­a contacto con la resistencia en el campo. TambiĂ©n es verdad que de nueva cuenta pude elegir esconderme e intentar sobrevivir al campo anĂłnimamente, o buscar un buen puesto, ya que yo sabĂ­a alemĂĄn. Pero no: entrĂ© en contacto con la resistencia interna del campo y me di a conocer como resistente comunista. Esto, naturalmente, comportaba un riesgo adicional, pero era tambiĂ©n una libertad adicional. Todos los dĂ­as podĂ­a acostarme pensando que, al menos, habĂ­a hecho esto o lo otro en beneficio de alguien. Estas acciones en general eran mĂ­nimas, pequeñas acciones de solidaridad o resistencia, pero otras veces no, como falsificar la ficha de algĂșn compañero para que no fuera trasladado a un campo peor que el nuestro. Se falsificaba la ficha y se ponĂ­a la sigla establecida por las SS para evitar los traslados. Por ejemplo, DIKAL (Darf in Kein Anderes Lager), que significaba que el preso no podĂ­a ir a otro campo. Y asĂ­ lo protegĂ­as. Claro, arriesgabas, ya que un agente de la SS podĂ­a revisar el fichero y descubrir la falsificaciĂłn. AsĂ­, en el campo experimentĂ© estĂĄ segunda forma de la libertad, la resistencia interna, pero segunda libertad en el sentido de la responsabilidad, conceptos que para mĂ­ van dialĂ©cticamente unidos.

En La escritura o la vida narra tambiĂ©n un tercer espacio de la libertad, que escapa al control absoluto de las SS: el de los domingos en el campo, en la tarde, las Ășnicas horas sin trabajo de toda la semana.ÂżQuĂ© querĂ­a decir con esto?

Esa libertad, quizĂĄ la mĂĄs grata, era la menos profunda y la mĂĄs ocasional. Todos los domingos, despuĂ©s de pasar lista y de terminar el trabajo de la mañana, a partir de mĂĄs o menos las tres de la tarde y hasta la hora del “cubre fuego” en que habĂ­a que regresar a las barracas, uno podĂ­a hacer lo que quisiese. La mayor parte de los deportados lo que hacĂ­a era irse al barracĂłn a dormir, a recuperar fuerzas. Lo cual es lĂłgico y comprensible. Pero otros, no. Los que tenĂ­an afinidades polĂ­ticas se reunĂ­an para conversar sobre la realidad polĂ­tica y la marcha de la guerra, y para intercambiar toda clase de informaciones. Por la red de la resistencia se captaban, de manera clandestina, Radio MoscĂș y Radio Londres. HabĂ­a muchas cosas que hacer. De vez en cuando incluso organizamos pequeños actos culturales, recitaciĂłn de poesĂ­a, cosas muy pequeñas y simples pero que servĂ­an para animarnos. O sencillamente nos reunĂ­amos para comer algo que se habĂ­a puesto en comĂșn a lo largo de la semana, algo que se habĂ­a logrado conseguir y que era la efĂ­mera excusa para estar juntos y conversar.

HabĂ­a otros grupos que no se reunĂ­an por razones polĂ­ticas, sino por motivos religiosos. Grupos de creyentes cristianos que se reunĂ­an en torno a un pastor protestante o un sacerdote catĂłlico —quienes, por cierto, no tenĂ­an ningĂșn privilegio en los campos nazis; eran tratados igual que el resto de los deportados y en el transporte hasta el campo muchas veces peor, ya que el llevar sotana te convertĂ­a en el blanco sistemĂĄtico del porrazo de los guardias de las SS—. En el campo se reunĂ­an para nada y para todo: para sentirse vivos, para reencontrarse en su fe, posiblemente para confesarse y obtener algo del trato espiritual con el Dios de su creencia. TambiĂ©n habĂ­a grupos de deportados, en general franceses, que se reunĂ­an para algo que parece absurdo, pero que tiene mucho sentido: recordar y contarse almuerzos y banquetes de antaño. Por Ășltimo, existĂ­a otro tipo de reuniones dominicales, dentro de ese espĂ­ritu de uniĂłn por afinidades: habĂ­a el grupo del recuerdo de la mujer, que podĂ­a ser un recuerdo etĂ©reo o muy grosero. Esta serĂ­a la clasificaciĂłn somera de las charlas de los domingos y de ese espacio de libertad. En otra escala, lo mismo sucedĂ­a en las letrinas, en donde no solĂ­an entrar los guardias de las SS.

En la AutobiografĂ­a de Federico SĂĄnchez cuenta que el impulso que le llevĂł a escribir El largo viaje, a los cuarenta años, fue no estar conforme con los desordenados recuerdos que habĂ­a escuchado, en la clandestinidad en Madrid, cuando un miembro del Partido Comunista le narraba su vivencia de un campo nazi, sin saber que usted tambiĂ©n habĂ­a pasado por eso. Una suerte de responsabilidad del testigo, de decir “No puede ser Ă©ste el testimonio que quede de los campos”, Âżno es asĂ­?

En el mismo 45, o en el 46, intentĂ© escribir sobre mi experiencia en el campo, ponerla en orden y estructurarla mediante la escritura. Pero en unas semanas me di cuenta de que eso era contraproducente; que para hacer ese libro, que luego fue en cierto modo El largo viaje —aunque Ă©se no fue exactamente el libro que hubiera escrito en el 45-46—, tenĂ­a que mantenerme en la memoria y Ă©sa era la memoria de la muerte. TenĂ­a veintipico años, y pensĂ© que no era imprescindible mantenerme en esa memoria…

Esta reflexiĂłn es justamente la trama de La escritura o la vida.

AsĂ­ es. Era mejor mirar hacia adelante y elegir la vida, que en aquel momento era la vida del refugiado, con la esperanza de acabar con la dictadura de Franco, la lucha activa. Y claro, dejĂ© de escribir. Pero al dejar de escribir ese relato ya no escribĂ­ nada. QuerĂ­a ser escritor desde la infancia, pero me hubiera parecido indecente escribir una historia de amor o una epopeya de resistencia. El no poder narrar esa experiencia de los campos me cortaba toda posibilidad de ser escritor. Para mĂ­, en ese sentido, la polĂ­tica era ideal. Sobre todo la que se pretende, cree o autoproclama revolucionaria, porque siempre estĂĄ en el porvenir. No necesitas para nada el anĂĄlisis personal del pasado, o al menos eso crees. Todo estĂĄ en el mañana, aunque el plazo sea indefinido: mañana acabamos con Franco, mañana haremos esto o aquello… AsĂ­ que la polĂ­tica fue para mĂ­ una gran terapia de vida. No es casual que cuando se acaba este motor vital, porque estoy ya en desacuerdo muy fuerte con la lĂ­nea del Partido Comunista, regresa la posibilidad literaria. Mi desacuerdo con el partido empezĂł ciertamente antes, pero seguĂ­ durante cierto tiempo por fidelidad a los camaradas de la clandestinidad y porque en la Ă©poca de la dictadura de Franco, por muy equivocado y muy estalinizado que estuviera, era Ăștil. Aunque no haya conseguido nada de lo que se proponĂ­a, el partido fue Ăștil, ya que sus luchas, en condiciones muy adversas, fueron las semillas de muchas cosas. Pero llegĂł un momento en que me di cuenta de que por Ăștil que hubiese sido no podĂ­a ser el partido de la transiciĂłn ni del posfranquismo, porque no era un partido democrĂĄtico. Por eso Fernando ClaudĂ­n y yo propusimos un cambio de mĂ©todo, que se apegara mĂĄs a la realidad social creada durante el franquismo y menos a la teorĂ­a o a los dictados de MoscĂș; propuesta que derivĂł en nuestra expulsiĂłn. Pero, sobre todo, aquello que yo querĂ­a contar lo puedo ya contar porque ya no es una experiencia de muerte, al contrario, es una experiencia de nueva vida, me abro a un nuevo recorrido vital: el de escritor. A eso se añade el detalle, que siempre hace que las cosas cristalicen y se realicen, de estar escuchando a Manolo Azaustre, en el piso clandestino de Madrid —todas las noches o dos noches cada semana, dependĂ­a de su humor o del mĂ­o—, contarme lo que era el campo de Mauthausen. Y yo pensaba: “Pero quiĂ©n puede entender y comprender lo que pasaba en ese campo con un relato asĂ­. Esto hay que estructurarlo”, y de ahĂ­ nace el intento de escribir y la comprobaciĂłn inmediata de que aquello que fue imposible diecisiete años antes me venĂ­a muy fĂĄcil. Cuando empecĂ© El largo viaje era miembro del burĂł polĂ­tico del Partido Comunista Español y clandestino en Madrid, asĂ­ que no pensaba publicarlo, era sencillamente una nueva terapia de liberaciĂłn. Primero el olvido fue la terapia, ahora la memoria era la terapia.

¿Y por qué decidió escribir este su primer libro en francés?

Conservo el manuscrito original, las primeras cien pĂĄginas, y se ve perfectamente que estĂĄ escrito en Madrid, porque la mĂĄquina de escribir con la que trabajo no tiene acentos en francĂ©s. He pensado mucho en esta decisiĂłn, ya que estaba en España, en un ambiente lingĂŒĂ­stico en el que me sentĂ­a perfectamente bien: yo soy bilingĂŒe y escribir en español o en francĂ©s representaba el mismo grado de facilidad o de dificultad, segĂșn el punto de vista que se adopte. Creo que la razĂłn es que la experiencia la vivĂ­ en francĂ©s, como resistente, y que el libro me saliĂł en el idioma vital de la peripecia.

Una de las escenas mĂĄs sobrecogedoras de La escritura o la vida es cuando en Buchenwald reciben a los sobrevivientes de Auschwitz y uno cuenta la experiencia de ese campo de exterminio. Y pese a vivir en un campo de concentraciĂłn, con los horrores cotidianos mĂĄs inimaginables y los mayores sufrimientos, la historia de Auschwitz les parece inverosĂ­mil, les cuesta creer incluso que exista un campo asĂ­.

Dentro del sistema de los campos de concentraciĂłn habĂ­a graduaciones. Hay una primera diferencia global, entre los campos que existen a partir de los años 41 o 42, dedicados al exterminio del pueblo judĂ­o, lo que eufemĂ­sticamente se llamaba la “SoluciĂłn Final”, y el resto de los campos. Industrialmente, llegan trenes con familias y pueblos enteros, de Europa Central y del Este, con judĂ­os deportados. Exterminios y genocidios ha habido siempre en la historia, pero una de las novedades que hace tan singular el exterminio del pueblo judĂ­o es el aspecto industrializado que tiene. La modernidad industrial se aplica a este propĂłsito: cĂłmo van llegando los trenes, cĂłmo estĂĄn programadas sus llegadas, cĂłmo deben funcionar las cĂĄmaras de gas. Es decir, el hecho mismo de que se elija sistemĂĄticamente a una poblaciĂłn entera es Ășnico en la historia y es, claro, el hecho fundamental. Pero el segundo hecho fundamental, que hace tan especĂ­fico ese genocidio, tan separado de todos los demĂĄs, ademĂĄs de la elecciĂłn por el simple hecho de ser judĂ­o, es que a Ă©ste se le trata como un producto de una cadena industrial. Cuando uno piensa que los trenes de deportados tuvieron prioridad absoluta sobre los trenes militares, aun perdiendo los alemanes la guerra, uno no puede mĂĄs que exclamar: quĂ© locura es Ă©sta. Es una locura racionalizada, una locura muy extraña y peculiar.

Los campos de exterminio estĂĄn todos concentrados en Polonia, porque estĂĄ lejos. No es Europa central, estĂĄ mĂĄs aislada y a mitad de camino entre Alemania y Rusia. AdemĂĄs, es una zona segura desde el punto de vista de la dictadura nazi, y por ello es ahĂ­ donde se establece la cadena de crematorios y cĂĄmaras de gas, que no existen en los demĂĄs campos. Y asĂ­ surgen Auschwitz-Birkenau, Sobibor, Treblinka… Nosotros en Buchenwald sabĂ­amos que estos campos existĂ­an, pero no su naturaleza Ășltima. Desde el campo francĂ©s de CompiĂšgne, donde nos reunĂ­an a los resistentes detenidos en Francia, y en donde un nĂșmero importante, por cierto, eran españoles, corrĂ­a el rumor de que los peores campos eran los de Polonia. Cuando salimos rumbo a Alemania, sabĂ­amos que Ă­bamos a Buchenwald, sin saber dĂłnde estaba y sin saber quĂ© tipo de campo era, pero al menos no era Polonia. Incluso los centinelas alemanes, que eran del ejĂ©rcito y no de la SS, y que, algunos, no eran nazis, nos decĂ­an: “TenĂ©is suerte, no vais a Polonia”. Luego, mientras estuvimos en Buchenwald, sin que hubiera contacto real con otros campos, habĂ­a gente que se desplazaba, sobre todo prisioneros alemanes, y contaba cosas. HabĂ­a, pues, la idea global de que eran campos terribles. Pero la primera descripciĂłn precisa se la escuchĂ© a un judĂ­o polaco, superviviente de Auschwitz, evacuado a nuestro campo, junto con otros miles, en enero o febrero de 1945, justo antes de que su campo fuese liberado por el EjĂ©rcito Rojo. Con voz frĂ­a y de manera casi quirĂșrgica, nos explicĂł todo el mecanismo, todo el funcionamiento de los campos de exterminio: desde la llegada en los trenes, la selecciĂłn, la cĂĄmara de gas, el Sonderkommando que saca los cadĂĄveres de la cĂĄmara y los lleva al crematorio… Gracias a ellos tenemos la noticia directa de la realidad del Holocausto y nos sorprende el salto cualitativo. El infierno, descubrimos con azoro, tiene graduaciones, tiene efectivamente diversos cĂ­rculos, y el Ășltimo cĂ­rculo del infierno es aquel de los campos de exterminio del pueblo judĂ­o.

Si a unos deportados polĂ­ticos, en condiciones terribles de exterminio, por hambre y trabajo, les cuesta creer en la verdadera naturaleza del Holocausto, Âżno explica esto las dificultades de aceptaciĂłn de esta verdad terrible por la opiniĂłn pĂșblica mundial, pero sobre todo europea, justo despuĂ©s de terminada la guerra?

No conozco tanto la historia de otros paĂ­ses y su relaciĂłn con el relato de sus judĂ­os sobrevivientes. AdemĂĄs, en Europa central y del Este pasaron de la ocupaciĂłn nazi a la soviĂ©tica, y eso plantea el problema de la percepciĂłn y aceptaciĂłn del Holocausto en otros tĂ©rminos. En Francia, que es la historia que conozco, pasaron cerca de quince años, desde fines de los años cuarenta hasta mediados de los sesenta, en que, prĂĄcticamente, no se hablaba del exterminio del pueblo judĂ­o. La sociedad no querĂ­a recordar eso, ya que obligaba a una autocrĂ­tica colectiva. Salvo raras excepciones, como la danesa, los judĂ­os sĂłlo fueron salvados individualmente, por familias e individuos concretos, no por gobiernos ni autoridades. En Francia, creo que el sesenta por ciento de los judĂ­os que tenĂ­an que haber sido deportados no lo fueron porque fueron protegidos por familias y por ciertas comunidades religiosas. En otros paĂ­ses este porcentaje es menor e incluso mucho menor, pero siempre de una manera heroica e individual o casi individual. Era, pues, un asunto del que no se hablaba en Francia porque habrĂ­a exigido una autocrĂ­tica muy fuerte del rĂ©gimen de Vichy, proceso que ha sido lentĂ­simo. En una circunstancia muy diferente, tampoco se ha hablado de la guerra de Argelia, y han tardado decenios en salir a la luz pĂșblica las atrocidades de la guerra y del uso autorizado de la tortura. Por su parte, la comunidad judĂ­a tampoco hablaba. Estaba como avergonzada, le parecĂ­a que habĂ­an sido deportados de segunda clase, lo que se llamaba en Francia “deportados raciales”. Ellos no habĂ­an resistido, libremente no habĂ­an decidido resistir y por consiguiente arriesgarse a la deportaciĂłn o el fusilamiento; gente de distintas profesiones, edades, orĂ­genes, formaciones culturales, zapateros, sastres, mĂșsicos, cientĂ­ficos, militares, todos mezclados, barrios enteros y en cacerĂ­as individuales, habĂ­an sido cogidos y llevados a los trenes y a los campos de la muerte. Los judĂ­os pensaban: “No hemos hecho nada contra estas bestias”, o “Siempre creĂ­mos que Ă©ramos franceses y que no nos pasarĂ­a nada”; alguno podĂ­a pensar que lo amparaba la condecoraciĂłn de la medalla militar de la guerra del catorce o lo que fuera. Lo que quiero decir es que no se rebelaron colectivamente y eso los avergonzaba. Yo tengo la hipĂłtesis, arriesgada pero confiable, de que cuando la comunidad judĂ­a de Francia superviviente empieza a no tener vergĂŒenza de su pasado es con las victorias de Israel en Oriente Medio, sobre todo en la guerra de los seis dĂ­as. No digo que no haya antes alguien que hablara, pero era una voz en el desierto. Esa comunidad, que ha sufrido el mayor castigo de la historia de la humanidad, necesitĂł reconquistar la dignidad para poder hablar. Esto es a la vez emocionante y perverso. Son las victorias militares de Israel las que desencadenan un proceso que les permite hablar del pasado: pueden hablar como vĂ­ctimas cuando son vencedores.

Este es un momento que habrĂ­a que analizar a fondo y que implica muchas cosas. Nadie leyĂł Si esto es un hombre de Primo Levi hasta mediados de los sesenta. Es un libro que rechazaron los editores mĂĄs importantes de Italia, que sĂłlo sacĂł un pequeño editor, que casi no vendiĂł ejemplares… Y de pronto, se convierte en un libro clave, como si la terrible verdad de lo que narra hubiera necesitado un periodo de decantaciĂłn. AdemĂĄs, coincide con el momento en que se publica el libro de Solyenitzin Un dĂ­a en la vida de Ivan DenisĂłvich, como si Europa necesitara una generaciĂłn para asimilar lo que habĂ­a pasado con ambos totalitarismos.

De Buchenwald resulta extraño pensar que estaba en la colina de Ettersberg, a las fueras de Weimar, en donde Goethe y otros muchos sabios alemanes salían a pasear. Y después de su liberación, al quedar dentro de la zona de ocupación soviética, lo perverso es que se convierte de nuevo en un campo de prisioneros. Como si el presente que usted vivió, pese a toda su singularidad, fuera sólo un instante de una historia mucho mås amplia y terrible.

Me parece importante subrayarlo, para que se sepa. El campo nazi de Buchenwald se cierra como tal, porque se vacĂ­a de deportados, en julio del 45 y en septiembre, o sea, dos meses despuĂ©s, se vuelve a abrir, con las mismas instalaciones, como Spezial Lager Nummer Zwei, Campo Especial NĂșmero Dos, como campo de la policĂ­a soviĂ©tica en la zona de ocupaciĂłn alemana, y funcionarĂĄ hasta el año cincuenta, hasta despuĂ©s de la creaciĂłn de la RepĂșblica DemocrĂĄtica de Alemania, en la antigua zona de ocupaciĂłn soviĂ©tica. En ese campo hay, en un primer momento, pequeños responsables nazis encerrados. No los grandes criminales de guerra, que estaban siendo juzgados en NĂŒremberg, o que murieron o se escaparon a Argentina, pero sĂ­ pequeños funcionarios del partido nazi, de la policĂ­a. Luego, a medida que pasa el tiempo, empiezan a entrar a ese campo opositores al rĂ©gimen de ocupaciĂłn soviĂ©tico. Yo aludĂ­ a este hecho del campo, en cuanto pude hacerlo pĂșblicamente, en el discurso del Premio de los Libros Alemanes, y recibĂ­ toda clase de cartas entusiastas por haberlo recordado. Conservo dos cartas de dos mujeres presas que me explicaban cĂłmo funcionaba el campo soviĂ©tico. Una de ellas, era una actriz cĂłmica, ni siquiera se explicaba por quĂ© habĂ­a estado prisionera, porque si bien no era partidaria del rĂ©gimen comunista, no habĂ­a hecho nada en concreto contra Ă©l. Muchas cosas del campo no son comparables con el campo nazi —no funciona el crematorio, ni el rĂ©gimen era uno de trabajo forzado como el nuestro—, pero, en fin, ahĂ­ estaban esos detenidos, sin ningĂșn derecho, en un rĂ©gimen carcelario terrible, con poca raciĂłn alimenticia. En 1950, los alemanes del Este suprimen el campo y construyen un gran memorial, horrendo, en el mĂĄs puro estilo del realismo socialista, y lo conservan como un lugar de ceremonia. Construyen tambiĂ©n un museo dentro del campo, pero totalmente sectario. Yo lo conocĂ­ despuĂ©s de la reunificaciĂłn, pero todavĂ­a como el antiguo museo de la RDA y, si no leĂ­as muy bien e ibas a la letra pequeña, parecĂ­a que el campo lo habĂ­a liberado el EjĂ©rcito Rojo, que en realidad estaba a trescientos kilĂłmetros cuando fue liberado por el Tercer EjĂ©rcito americano de Patton. Ahora es diferente. Se ha hecho un nuevo museo, y se ha construido otro para el campo estalinista. Me parece un lugar emblemĂĄtico de Europa. Yo propuse, y me han hecho caso, que se creara una fundaciĂłn, la FundaciĂłn del Ettersberg —efectivamente, el campo estĂĄ en la colina de Goethe—, de la que me hicieron miembro de honor, dedicada al estudio de los totalitarismos del pasado y a la prospectiva, es decir, a los genes de totalitarismo que pueda haber en Europa y en el mundo, porque el peligro del totalitarismo estĂĄ siempre latente.

En varios libros se ha referido a su identidad como español. En AdiĂłs, luz de veranos narra cuando, en ParĂ­s, al pedir un croissant con una mala pronunciaciĂłn, la dependienta se lo negĂł por “rojo español”; lo que le refuerza el propĂłsito de aprender el mejor francĂ©s para que nadie pueda distinguir su acento, pero tambiĂ©n le hace prometerse que siempre serĂ­a un exiliado republicano. La segunda vez es en La escritura y la vida, cuando cuenta cĂłmo es clasificado en el campo como “rojo español”, no como resistente francĂ©s, y, luego, tras la liberaciĂłn, cuando no puede acceder a sus derechos como resistente francĂ©s por ser español, como si la historia se empeñara en que conservara su nacionalidad, pese a que no podĂ­a volver a causa de la dictadura de Franco.

Incluso cuando me asimilo, o me dejo asimilar, depende del punto de vista, a la cultura y a la lengua francesas, siempre he persistido en la idea de mantenerme como español. EmpecĂ© a escribir en francĂ©s, mucho antes de la escritura de mi primer libro, pequeñas cosas, poesĂ­as, porque el idioma era muy grato para mĂ­, pero nunca he querido hacerme francĂ©s. Me lo han propuesto muchas veces y yo siempre me he mantenido como español: primero como refugiado, luego como rojo y luego como español normal, como uno mĂĄs. Curiosamente, donde se refuerza ese sentimiento, primero de solidaridad y luego de pertenencia a una comunidad española, refugiada y apĂĄtrida, es en Buchenwald. Cuando llego ahĂ­ tengo veinte años, y estoy totalmente afrancesado desde el punto de vista cultural, tĂ©rmino polĂ©mico en España que yo digo sin complejos (como decĂ­a Luis Buñuel, con ese acento aragonĂ©s que tenĂ­a: “A mĂ­ me dicen afrancesado. Pues a Dios gracias, afrancesado”). Llego, pues, afrancesado al campo y ahĂ­ me encuentro con la pequeña comunidad española, de doscientas cincuenta personas, y de repente me vuelve, en la convivencia con ellos, en la memoria de la guerra, que yo no tengo pero que ellos me cuentan, en la memoria polĂ­tica, el idioma español. AdemĂĄs, por mi formaciĂłn, porque tengo buena memoria y por la clase social de mis padres, que me permitiĂł acceder a una educaciĂłn, tengo una cultura que en el campo es muy Ăștil, ya que les puedo recitar poemas de Lorca o Alberti y compartirlos con ellos. En Buchenwald me vuelve pues el idioma español, y con Ă©l mi condiciĂłn de español. Luego, cuando escribo mi primer libro lo hago en francĂ©s, y sigo escribiendo en ese idioma, entre otras razones, porque la censura franquista prohĂ­be mis libros. Para quĂ© voy a escribir en una lengua donde estoy proscrito (publicarlos en AmĂ©rica Latina me parecĂ­a, en aquel entonces, algo muy lejano), cuando aquĂ­ todos estĂĄn deseando publicar libros mĂ­os en francĂ©s, incluida Gallimard, la editorial de mĂĄximo postĂ­n. Pero el español me queda no sĂłlo como idioma materno, sino tambiĂ©n como idioma fundamental. De no ser por el campo, probablemente hubiera acabado integrado a la cultura francesa, quizĂĄ con un toque romĂĄntico de memoria española. Pero esto es ya historia ficciĂłn…

En Federico Sånchez se despide de ustedes narra que la primera pregunta que le hace Solana antes de pasarlo con Felipe Gonzålez, para proponerle ser ministro de cultura, es si tiene pasaporte español.

AsĂ­ es. Nadie sabĂ­a exactamente quĂ© era yo en tĂ©rminos de documentaciĂłn oficial. Pero igual me ha pasado a la inversa, cuando vienen de L’AcadĂ©mie Française a preguntarme si quiero ser miembro y les digo que no puedo porque soy español, y no pueden creerse que no sea francĂ©s.

En todos sus libros de caråcter autobiogråfico aparece su pasión por la poesía. Como forma del conocimiento y pilar de su formación en la juventud, como espacio de resistencia íntima y compartida en el campo, la poesía estå en el centro de su discurso vital. ¿Cómo es su relación con este género mayor?

Desde los versos que me recitaba mi padre de niño, de RubĂ©n DarĂ­o y, sin avisarnos del cambio, de Ă©l mismo, hasta el dĂ­a de hoy, he sido un gran lector de poesĂ­a. Cuando era niño y comencĂ© a escribir, empecĂ© a escribir poesĂ­a, ya que en el fondo lo que yo querĂ­a era ser poeta. La poesĂ­a me parece un forma de expresiĂłn literaria extraordinariamente fuerte y vivaz. Desde ella se puede decir todo y hacer de todo. Hay momentos en que tres versos de Paul Celan o de Fray Luis de LeĂłn lo dicen todo. Yo tengo con la poesĂ­a ese amor, pero tambiĂ©n tengo un problema terrible con ella, y es que yo era de joven un poeta religiosamente comunista. He escrito bastante poemas, algunos publicados en la AutobiografĂ­a de Federico SĂĄnchez. A veces, cuando algĂșn crĂ­tico literario me saca a relucir algĂșn verso de mi Ă©poca estalinista, yo le digo “Y usted, Âżde dĂłnde lo sabe?” Lo sabe porque lo he publicado yo. Si yo no lo publico en ese libro, nadie lo sabe. PensĂ© que no tenĂ­a derecho a criticar a nadie en su fe comunista sin antes hacer mi propia crĂ­tica. Los publico en el momento en que renuncio al comunismo, para que se sepa de dĂłnde viene uno y cuĂĄl fue la necesidad de esa adhesiĂłn. Por culpa de ese periodo he abandonado por completo la poesĂ­a. Nunca he vuelto a escribir poemas; en realidad, exagero: nunca he vuelto a publicar ni a dar a conocer a nadie un solo poema. En 1953 escribo un poema, que lo publica anĂłnimamente el Partido Comunista Español en Francia, de una forma horrible, cursi, con unas cartulinas verdes cosidas con una cinta roja, que es una suerte de oda a la muerte de Stalin. Por eso nunca mĂĄs he podido escribir poesĂ­a. Mi oda a Stalin acabĂł con mi poesĂ­a. Neruda sĂ­ pudo sobrevivir a la suya, yo no.

Desde luego, recitar poemas en el campo era Ăștil, ya que era algo que se podĂ­a regalar, como se regala un trozo de pan, como alimento espiritual. Si a un compañero, en un momento particularmente difĂ­cil, le recitas de Alberti, por ejemplo: “VenĂ­s desde muy lejos mas esta lejanĂ­a/ ÂżquĂ© es para vuestra sangre que canta sin fronteras?/ La necesaria muerte os nombra cada dĂ­a/ no importa en quĂ© ciudades, campos o carreteras”, pues le haces un gran servicio espiritual.

Sigo leyendo poesĂ­a, y procuro estar al dĂ­a de la poesĂ­a alemana, española y francesa. Lo Ășnico que hago hoy poĂ©ticamente, de manera totalmente privada, que no verĂĄ nunca nadie, son ejercicios de traducciĂłn. Hago intentos de traducciĂłn de Paul Celan al español, aunque estĂĄ muy bien traducido, o de traducir a GĂłngora al francĂ©s, que no lo estĂĄ tanto.

Usted ha enumerado los elementos necesarios para sobrevivir a un campo: saber alemĂĄn, tener suerte, ser joven, tener buena salud y de nuevo mucha suerte para sobrevivir sin tener que hacer algo oprobioso. ÂżCuĂĄl serĂ­a el elemento mĂĄs importante?

Yo sobreviví, entre otras razones, por la curiosidad, en cierto sentido, natural de los veinte años. Por la curiosidad de saber qué universo es ése, kafkiano, complicado, con leyes no escritas pero absurdamente imperativas. La curiosidad es la condición de supervivencia que tanto subraya Primo Levi.

No me resisto a pedirle una definiciĂłn antropolĂłgica del mal. ÂżCĂłmo es el naturaleza del mal? ÂżTiene grados, lĂ­mites, de quĂ© depende? Hannah Arendt, en su cĂ©lebre Eichmann en JerusalĂ©n o la banalidad del mal, habla, por ejemplo, de lo increĂ­blemente ordinario, comĂșn, que era este criminal…

El mal no desaparecerĂĄ mientras haya humanidad. El mal es una de las posibilidades que le da al hombre el ser libre, es un subproducto de la libertad humana. Mientras el hombre sea libre, tambiĂ©n serĂĄ libre para hacer el mal. Ésta es, para mĂ­, una certeza metafĂ­sica. Existe, claro, el mal domĂ©stico, de un padre brutal con sus hijos, o el mal masculino, de un marido brutal con su mujer. Ambos, con ser graves, no dejan de ser aspectos cotidianos o familiares que no van a cambiar la faz del mundo. Pero existen cosas peores. ParadĂłjicamente, y sin que esto sea una provocaciĂłn, veo al mal como a Dios: el hombre es libre y porque es libre puede hacer el mal, y porque es libre inventa a Dios. No se trata de decir, como piensan los ateos, que Dios no existe. Vamos a ser mĂĄs finos filosĂłficamente: Dios no es pero existe. Mientras haya hombres habrĂĄ Dios. Ese es el sentido de la frase de Marx del opio de los pueblos. No quiere decir acabar con Dios, sino descubrir que el hombre necesita a Dios y lo seguirĂĄ necesitando mientras exista. Es imposible crear una sociedad en donde no haya quiebras, disgustos, huecos existenciales, carencias que Dios viene perfectamente a colmar y satisfacer. Vuelvo a Buchenwald: la libertad humana puede hacer que un compañero denuncie a otro para evitar que le den una raciĂłn complementaria de sopa o puede hacer que reparta su minĂșsculo trozo de pan. Y yo he visto mĂĄs a menudo hacer esto Ășltimo que denunciar.

Las condiciones sociales del mal y del bien existen también. Hay sociedades que te llevan al bien, o, si queremos dejar la cosa romåntica del bien, que te llevan a la justicia, y otras que todo lo contrario. Hay educación y familias que conducen a un lado y otras a otro. Hay un postulado metafísico y luego su ejercicio en unas ciertas circunstancias sociales. Si naces en una sociedad en la que te dicen que todo judío es un miserable, la propensión al mal es mayor que en una sociedad que postula la igualdad de todos los seres humanos. Pero no pensemos nunca que una sociedad puede educarse o reeducarse de tal forma que desaparezca el mal. Eso es un sueño totalitario. El hombre nuevo de la sociedad soviética es un sueño totalitario.

Otra afirmación suya, polémica y sugerente, es que la vida no es el valor supremo. ¿No cree que con esto se abre la puerta para una interpretación de ese valor, y con ello a justificar toda clase de crímenes?

En un primer nivel de la discusiĂłn, es evidente que la vida es el valor supremo. Sin la vida no hay nada: ni esta conversaciĂłn, ni un debate sobre el porvenir del mundo, ni nada. Sin vida no hay conciencia y por lo tanto no hay nada. Pero hay un nivel superior, el Ă©tico, o Ă©tico-prĂĄctico, que es el nivel de la libertad en el ejercicio de la vida. Yo sĂ­ creo que hay valores por los cuales hay que dar la vida, y la libertad es uno de ellos. Y que si no arriesgamos la vida por la libertad seremos esclavos. Si ningĂșn pueblo, sociedad, grupo, minorĂ­a, hubiera arriesgado la vida por la libertad, la justicia o la fraternidad, seguirĂ­amos en una sociedad esclavista o no habrĂ­amos salido del despotismo oriental.

Por ejemplo, cuando el pacifista dice “Todo antes que la guerra, ya que la vida debe estar por encima de todo”, esto implica la permanencia en el poder de Hitler, si lo trasladamos a los años treinta. No soy pacifista en ese sentido: la paz me parece un valor fundamental, pero, porque es fundamental, a veces es necesario sacrificarlo a algo que permite que siga siendo un valor fundamental. Hay guerras justas que te aseguran una paz justa.

Entre el olvido y la memoria siempre es preferible la memoria, pero ¿qué tipo de memoria? ¿Cómo debemos recordar el pasado? ¿Qué opina del impulso del rescate de la memoria de la Guerra Civil en la España actual?

Desde la Grecia clĂĄsica existe esta dialĂ©ctica entre la memoria y el olvido. Desde luego que es mejor recordar que no hacerlo, pero hay casos en que el silencio es tambiĂ©n positivo. El primer artĂ­culo del Edicto de Nantes, por el cual termina la guerra civil entre catĂłlicos y protestantes, comienza diciendo que se prohĂ­be terminantemente, bajo castigo si no se cumple, evocar los problemas del pasado. Primero hay que apaciguar la memoria para poder cerrar una reconciliaciĂłn y una cohesiĂłn nacional. Un periodo de olvido, programado y definido, es perfectamente lĂ­cito y comprensible. En el caso español no ha habido una prohibiciĂłn como tal, ni mucho menos una ley. Ha habido un proceso de transiciĂłn basado, implĂ­citamente, en la amnistĂ­a y en la amnesia. Yo creo que esto fue positivo, ya que, en una guerra civil como la española, si empezamos a pedir cuentas y a exigir no salimos de eso. Se puede discutir si no ha habido retraso (yo he dicho muchas veces que ya es tiempo de salir de la desmemoria), pero es lĂłgico que haya un cierto retraso e incluso un recelo a volver al pasado. No obstante, tambiĂ©n es muy positivo que la propia sociedad española, sin que nadie se lo diga, sin que haya leyes ni votos en la cĂĄmara de diputados, necesite cada vez mĂĄs, y de manera espontĂĄnea, recordar el pasado. Hay signos claros de que en España empieza a surgir esa necesidad, por ejemplo el Ă©xito de Soldados de Salamina de Javier Cercas. Lo ves en la trama de las pelĂ­culas, y en muchas otras cosas. Tiene algo positivo que surja de repente esa exigencia, si se convierte en espĂ­ritu de justicia, aunque puede ser negativo si se convierte en espĂ­ritu de venganza. Lo ideal es que la historia sea lo mĂĄs transparente posible, ya que la concordia se establece sobre la base del saber y no sobre la ignorancia. Por ello es muy importante, por ejemplo, descubrir a nuestros muertos, desenterrarlos de la fosa comĂșn en donde yacen y enterrarlos decentemente, con nombres y apellidos. Me parece lĂłgico y hermosĂ­simo. Digno de una tragedia griega.

Todorov habla en su historia del siglo XX del peligro, al referirse al pasado, del uso banal de la analogía, como si las enseñanzas del pasado se pudieran trasladar en automåtico de una época a otro. ¿Qué opina usted?

Te voy a contestar con un ejemplo concreto. Hoy, que soy globalmente adversario de la polĂ­tica del presidente Aznar, serĂ­a el primero en firmar un documento o en protestar pĂșblicamente ante el hecho de que alguien estuviera asimilando constantemente a Aznar con Franco. Una cosa es que en la historia de la derecha española haya unas constantes sociolĂłgicas que marcarĂ­an, en efecto, cierta continuidad entre sus posiciones, que son en general religiosas o empañadas de una religiosidad tradicionalista y nacionalista, y otra la comparaciĂłn, la analogĂ­a entre uno y otro. Se trata de un absurdo total. Aunque fuera todavĂ­a mĂĄs reprobable y reaccionaria la polĂ­tica de Aznar, una mayorĂ­a absoluta de españoles lo ha elegido, mientras que a Franco no lo eligieron nunca y, si hubiĂ©ramos podido elegir libremente, lo hubiĂ©ramos echado del poder. Ha tenido que hacer una guerra sangrienta, con centenares de miles de vĂ­ctimas, para llegar al poder, y luego ejercer una represiĂłn tremenda, durante años y decenios, para mantenerlo. No nos sirve una comparaciĂłn como Ă©sta: ni entendemos mejor lo que fue el franquismo, ni entendemos bien lo que es el aznarismo hoy. Esta comparaciĂłn trivializa la dureza del franquismo y descoyunta el anĂĄlisis completo del aznarismo.

Aprender del pasado es necesario y se puede y debe aprender mucho, pero no sobre el uso de la analogĂ­a mecĂĄnica. Ese es el latiguillo de la propaganda. Me acuerdo de las eternas discusiones que tuve en el momento de la guerra de Bosnia, cuando se comparaba a Milosevich con Hitler. Por favor. Milosevich es un producto del comunismo, empecemos por eso. No es un producto del hitlerismo ni del nazismo, ni del posfacismo. Es un antiguo jefe del comunismo. Que en su doctrina broten de nuevo cosas como la purificaciĂłn Ă©tnica significa que las pulsiones racistas estĂĄn por encima de los partidos, lo que es mĂĄs grave. AsĂ­ que nada de analogĂ­as, porque no ayudan a entender ni el pasado ni el presente.

¿Por qué la izquierda sigue siendo, en alguna medida, tan dogmåtica?¿En qué se sustenta la fe comunista para que siga impermeable a la realidad?

La fe comunista estĂĄ borrada de la historia, pero se manifiesta en rebrotes y en comportamientos que pueden tener su origen en esa fe. Por ejemplo, en el movimiento antimundialista o antiglobalizador tenemos brotes de leninismo. Claro que si los interrogas te dirĂĄn que no piensan asĂ­. Pero en Lenin fue esencial la teorĂ­a del imperialismo y su crĂ­tica, en la que recoge algo que es totalmente errĂłneo: que el imperialismo es la fase suprema de descomposiciĂłn del capitalismo. El capitalismo puede sobrevivir al imperialismo y encontrar nuevas maneras y adquirir nuevos rostros. Eso es justamente lo que estamos viviendo ahora. Se regenera y resurge en nuevas ideas y otras formas de extraer plusvalĂ­a, e incluso para ello se apropia de banderas histĂłricas de la izquierda. No estamos, pues, en la fase suprema y Ășltima del sistema capitalista y ante su descomposiciĂłn. Y esto estĂĄ en el discurso antiglobalizador. Otro concepto leninista, la idea de que un dĂ­a puede ser el dĂ­a de la revoluciĂłn, del salto cualitativo, sigue estando mesiĂĄnicamente en muchos de los movimientos antiglobalizadores. Aunque esto tambiĂ©n estĂĄ evolucionando, es justo decirlo, e incluso el tĂ­tulo del movimiento ha cambiado de anti al de alterglobalizadores, un cambio semĂĄntico que puede ser fundamental. Lo que pasa es que hay todavĂ­a un enorme retraso en la izquierda, incluso en la izquierda no comunista, porque hoy no hay una gran teorĂ­a de la izquierda, y estĂĄ desvalida ante la derecha.

Otro ejemplo. En muchas de las teorĂ­as de la crĂ­tica del capitalismo actual hay el horror a la economĂ­a de mercado, la “tiranĂ­a del mercado”. El movimiento de BovĂ© en Francia dice que “el mundo no es una mercancĂ­a”. Yo prefiero empezar con la primera frase de El capital de Marx: “El mundo es una acumulaciĂłn de mercancĂ­as”. ÂĄY sigue siĂ©ndolo! No se puede acabar con el mercado. Nadie acabarĂĄ con el mercado mĂĄs de lo que lo hicieron los bolcheviques: ellos sĂ­ acabaron con el mercado y asĂ­ les fue. Lo interesante, tras un siglo en que la experiencia de la destrucciĂłn del mercado ha sido tan catastrĂłfica para pueblos enteros, es oĂ­r asĂ­, por las buenas, lo de la “tiranĂ­a del mercado”. ÂĄPor favor! Vamos a pensarlo mejor, vamos a aprender del pasado y a entender nuestra Ă©poca. Yo dirĂ­a lo que dijo una vez un dirigente socialista llamado JosĂ© MarĂ­a Maravall (es una cita de memoria): “No hay sociedades libres fundadas en otra cosa que en la economĂ­a de mercado”. No hay que olvidar, claro, que puede haber economĂ­a de mercado y no haber libertad, como bajo la dictadura de Pinochet en Chile. Por ello dirĂ­a que es condiciĂłn necesaria pero no suficiente, y esto es una cosa que no ha llegado a la izquierda. ~
 

(Agradezco a Beatriz de Moura, de Tusquets, y a Guillermo Sheridan, de la Maison du Mexique en ParĂ­s, su apoyo sin reservas para la realizaciĂłn de esta entrevista, que sin su ayuda no hubiera llegado a buen puerto.)

 

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(ciudad de MĂ©xico, 1969) ensayista.


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