Enric Juliana, director adjunto de La Vanguardia y corresponsal en Madrid, cuenta que una vez Juan José Millas le dijo: “Escribes sobre la política española como si fueses un corresponsal extranjero”. El propio Juliana lo explica como “sentirse extranjero sin serlo del todo […] mirar las cosas como si no te perteneciesen”. Su respuesta a Millás fue que “la mirada distante también puede ser una mirada española”. Los catalanes independentistas no se fían de la mirada española. Esa “mirada airada de quienes siguen percibiendo la identidad catalana como el defecto de fabricación que impide a España alcanzar una soñada e imposible uniformidad”, según el editorial conjunto que la prensa catalana publicó en 2009 antes de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Juliana estaba detrás de ese editorial.
A muchos independentistas catalanes les importa especialmente la mirada extranjera. Tras las elecciones, se lanzaron a mostrar lo que decían de ellos medios como The Wall Street Journal, The New York Times, The Financial Times. No solo porque buscan apoyo internacional, sino también para demostrar que realmente habían ganado el plebiscito, a pesar de que las candidaturas independentistas obtuvieron menos de la mitad de los votos. Según ellos, los medios españoles mentían. El resultado de las urnas era opinable. Es lo bueno de la ciencia, que cada uno puede tener su opinión, como dice un personaje de la serie Rick & Morty. La democracia no puede parar a la “democracia”.
Para la independencia, es la calidad de los votos, y no la cantidad, lo que importa. Votos bien metidos, bien votados. Dicen tener la “autoridad moral” cuando en realidad solo han ganado el derecho a gobernar, como dice Ignacio Escolar. En el análisis de la cobertura internacional importa lo contrario: la cantidad de portadas y de menciones frente a su calidad. Uno no sabe qué quiere decir exactamente la cantante Cher en los dos tuits que ha dedicado a las elecciones catalanas (El País cree que apoya el no). Pero da la sensación de que son perfectamente intercambiables por la independencia de Somalilandia o la salvación del atún rojo. Es ruido, porque se busca el ruido. Más allá de los titulares, del clipping masivo, los medios extranjeros -al fin y al cabo se nutren de la prensa española y catalana- mostraban lo obvio: no es un resultado suficiente para declarar una independencia.
La obsesión con la prensa extranjera no es una actitud exclusiva de los independentistas. Es un marco mental heredado del franquismo. Arcadi Espada lo explicó hace años: “Varias generaciones de españoles tienen una relación peculiar con la prensa extranjera. Está basada en el franquismo: mientras la prensa española mentía, la extranjera decía la verdad.” Pero no siempre decía la verdad: “buena parte de la constante frustración sobre la inminente caída del franquismo tenía su origen en los muy optimistas informes que sobre el progreso de la oposición clandestina transmitía la prensa extranjera”.
A veces, parece una actitud provinciana y un sentimiento de inferioridad. Necesitamos una segunda opinión sobre nosotros desde fuera. También buscamos las informaciones que reafirman nuestras opiniones. El independentismo intenta demostrar que esta cobertura prueba el cosmopolitismo del nacionalismo. Es uno de sus grandes éxitos: normalizar ese oxímoron y pintar como avanzado y progresista algo que es, por definición, reaccionario. Otras veces, sin embargo, la distancia quita solemnidad. La mirada extranjera permite ver lo obvio. Sin la solemnidad de la que se rodea, sin su discurso victimista, el proyecto independentista queda como algo anacrónico y decimonónico. En democracia, como dice Todorov, el relato victimista ha sustituido al heroico porque se ha reforzado la idea de justicia. Nadie reclama con orgullo el papel de víctima si no tiene la esperanza de recibir una compensación. En cierto modo, esto anula el discurso secesionista. Si el independentismo le exige tanto a España es porque sabe que en realidad puede ofrecerle mucho.
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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).