La pasión creadora

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Margo Glantz, El rastro, Anagrama, Barcelona, 2002, 176 pp.

 
     ¿Oyes el diapasón del corazón?
     — César Vallejo
      
     Reflexión profunda acerca del tiempo, tanto del tiempo narrativo como del cronológico que pone en jaque a todos los seres humanos, El rastro, de Margo Glantz, despliega un universo complejo, completo y cerrado en torno a una anécdota sencilla: una mujer, Nora Guzmán, asiste al velorio de su ex marido y, tras contemplar el cadáver, convive durante unas horas con algunos conocidos mutuos, pasea por las habitaciones de la que antes también fue su casa y comienza a recordar algunos momentos importantes de su pasado común con el muerto.
     Desde afuera y mencionadas de este modo, las situaciones y anécdotas que dan sustento a este relato podrían parecer demasiado parcas, y de hecho lo son: El rastro es una novela que se alimenta tan sólo de unos cuantos episodios en la vida de la protagonista-narradora y de ciertas reflexiones que, página tras página, vuelven una y otra vez a torturar su mente y su memoria. Sin embargo, partiendo de ellas, Margo Glantz logra tejer una trama apretada, precisa, musical, cuya cifra y sentido se halla en el misterio del lenguaje y en esa capacidad que tienen las palabras para interpretar el devenir del ser humano.
     Quienes conocen las novelas anteriores de Margo Glantz, reconocerán en El rastro su reafirmación como una escritora concentrada en el lenguaje y su sonido, su ritmo y su capacidad poética. La prosa de este relato, llena de enumeraciones, reiteraciones, énfasis, endecasílabos perfectos que se integran al flujo del discurso y citas de poemas clásicos —que, por momentos, son indistinguibles del lenguaje de la autora—, es un flujo cadencioso que se elabora y reelabora, párrafo a párrafo, como un tema musical. Las ideas se repiten, se enredan unas con otras para establecer variaciones, densifican el relato escalonándose, intercambiando su valor y su peso dentro de la trama, logrando finalmente crear una suerte de simultaneidad que provoca en los lectores una sensación de tiempo detenido, de eternidad, de presente continuo.
     Este flujo lingüístico en espiral, o circular con variantes, revela para los lectores el estado de ánimo de la protagonista, lo moldea, lo influye y se deja influir por éste. Por eso, en El rastro, palabra, pensamiento, vida y muerte se funden en una sola materia cuando Nora García, nerviosa, entrecortada, se acerca al féretro en el cual reposa el cuerpo de Juan; cuando contempla a los asistentes a la ceremonia; cuando reconoce las paredes de la casa, la decoración de las habitaciones y los objetos que adornan el espacio. Estilo e interioridad del personaje se hacen uno solo cuando Nora se deja llevar por las remembranzas y meditaciones que la desnudan ante el lector, sacando a la superficie su verdad más honda.
     Según la memoria de Nora Guzmán, Juan, pianista y compositor, buscó en cada instante de su vida el camino de la perfección en el arte. Con pocos trazos y con base en un número escaso de anécdotas que ella desgaja del pasado, la novela delinea el perturbador carácter de este hombre que parece haber absorbido todo cuanto lo rodeaba, incluyendo la personalidad de su ex mujer. Nora, al desmenuzar con memoria e intelecto los acontecimientos del pasado, los reinventa, de modo que los lectores sólo tenemos acceso a lo que ella nos permite conocer de su vida en pareja.
     Por medio de una escritura oblicua, Margo Glantz omite los episodios clave de una historia matrimonial: la historia de amor y desamor entre los protagonistas, la causa del rompimiento, el destino de los hijos, el melodrama, el germen de la tragedia. Esto es: omite lo que cualquier otro novelista hubiera privilegiado, conteniéndose, ciñéndose a lo que ha decidido que integre la novela, con el rigor de un cuentista experto en crear situaciones de tensión.
     No obstante, El rastro es una obra tejida sobre un fondo de disertaciones ensayísticas, de reflexiones en torno a los temas que se ajustan a la trama, de ideas y recuerdos, de alusiones eruditas en torno al tiempo, a la música, al acto de escribir, a la voz perfecta de los castratti y, sobre todo, al corazón, desde el punto de vista emocional, sentimental, vital, médico o estético.
     El corazón que, abordado y examinado desde todas las perspectivas posibles, termina por convertirse en el verdadero protagonista de un relato cuya mayor virtud, quizá, sea la de saber penetrar hasta el fondo los reductos del alma humana.
     Breve tratado novelístico acerca de la pasión creadora, encadenamiento novelado de ideas, meditación caótica de una mujer ante el cadáver de su ex marido o biografía entrecortada de una vida en pareja, El rastro es un afortunado juego estilístico que lleva a la narrativa más allá de sus fronteras habituales, la mezcla con la música para obtener un resultado múltiple, enriquecedor, y la remite en varios de sus pasajes a sus orígenes poéticos y filosóficos. Al leerla, comprobamos que la experimentación aún es posible en la narrativa, con tal de que, como en el caso de Margo Glantz, constituya una búsqueda real de la experiencia estética. –

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