Rápido, sin pensarlo mucho, José Ramón Fernández ha decidido publicar sus memorias. El libro –Mi Pasión, Planeta– se lee de una sentada y marca un hito en la historia del periodismo en México: la primera crónica involuntaria del ascenso y caída de su autor.
Fernández pertenece a otra época. Es un auténtico dinosaurio. Los suyos eran los tiempos cuando todo en México era una dictadura, de Los Pinos a las pantallas de televisión y, sí, los estadios de futbol. En los ochenta, la figura de José Ramon era refrescante y necesaria. El América de esa década lo ganó todo, por las buenas y por las malas. Ni los comentaristas de televisión ni los árbitros podían verle un solo defecto. Contra todo pronóstico, José Ramón se creció frente a la adversidad. Consolidó DeporTV y creó Los Protagonistas y En Caliente. Fue él quien descubrió el talento de David Faitelson, Víctor Trujillo y Andrés Bustamante. Sus competidores trataron de detenerlo de una y mil maneras, casi todas lamentables. Las anécdotas que cuenta en su libro –y muchas que ha dejado fuera– dan fe de lo peor del México de aquellos tiempos. Humillado, menospreciado y boicoteado, Fernández respondió haciendo una televisión de época. Para conseguirlo, se creó un personaje: el eterno antagonista. Y tuvo mucho éxito.
Pero José Ramón no ha envejecido bien. No supo manejar el poder cuando finalmente lo tuvo al alcance. Cuando Imevisión pasó a manos privadas, cometió varios de los pecados que, desde la percha de la independencia y la escasez, había condenado. TvAzteca se enamoró sin matices de su equipo de futbol, el Morelia. Antes, José Ramón y su equipo jugaron un papel nunca explicado en la compra y venta de algunos jugadores para el Veracruz. Peor aún, al eterno antagonista se le fueron escapando sus villanos. Televisa cambió para bien. El América dejó de ser el favorito de los árbitros y las voces conocedoras de futbol del canal 2 se volvieron, por momentos, tan críticas como las del 13. Para colmo de males, Televisa encontró el rumbo creativo y comenzó a superar a José Ramón y su equipo. En un México democrático, el antagonismo apasionado –casi neurótico– de Fernández dejó de vender. En el 2002, 2004 y 2006, Televisa superó por márgenes cada vez más amplios a TvAzteca en la cobertura de Juegos Olímpicos y Copas del Mundo de futbol. La gota que derramó el vaso debe haber sido cuando, en plena convalecencia hospitalaria, José Ramón recibió una llamada de uno de sus admiradores más dedicados: Emilio Azcárraga Jean. “Tus verdaderos enemigos están adentro”, dice José Ramón que le confió Azcárraga. Debe haberle provocado un corto circuito.
José Ramón no ha tomado bien el cambio de paradigma. A veces, parece que añora a sus antiguos molinos de viento. En su libro, la palabra “Televisa” aparece 115 veces en 170 páginas efectivas de texto. En entrevistas, José Ramón se burla de sus competidores –y de sus antiguos pupilos, que ahora llevan las riendas de los deportes en Azteca– a cada oportunidad. Las razones que esgrime son, en general, de una condescendencia asombrosa: ningún otro comentarista está a su altura porque nadie ha estudiado. Como si, para conocer de futbol, uno necesitara saber quién es Lorca. En persona, José Ramón deja cada vez más claras sus antipatías. De agredido se convirtió en agresor. A un productor cubano de Televisa le recetó, me consta, epítetos racistas indignos de su trayectoria y su biografía. Hace dos o tres años tuve el placer de enfrentar, cara a cara, la furia del quijote caído. Cuando la hija de uno sus mejores amigos me presentó con él, le confesé a José Ramón mi admiración. Sin voltearme a ver me dijo: “a ver cuándo vas y te cambias de televisora”. Acto seguido, me dio la espalda. Lo vi una vez más sin lograr arrancarle una sola palabra. “Así es él”, me explicaron: “o estás de su lado o eres Televiso”.
Su libro es un reflejo perfecto de su autor: desbocado, desordenado y soberbio, pero gracioso, bien escrito e informado (aunque uno esperaría que un hombre de su cultura supiera cómo se escribe Bin Laden). Al final, el derrumbe de José Ramón Fernández es una pena. A los medios de comunicación en México no le hacen falta los gruñones, pero sí los románticos. Y ese lado de José Ramón, que insiste en pelearse con aspas que ya no le amenazan, siempre será entrañable.
– León Krauze
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.