Ilustraciรณn: Vรจlia Bach

La pecera

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Estaba perdido en la noche de Bruselas. Llevaba horas caminando sin mapa y sin nociรณn alguna de las zonas de la ciudad y sin preocuparme del frรญo y de una ligera llovizna que apenas mojaba. Habรญa caminado por callejuelas estrechas, por bulevares seรฑoriales colmados de turistas, por plazas con indigentes dormidos y aferrados a sus pertenencias, por un enorme parque en cuyo perรญmetro estaban enlazadas las ramas de un castaรฑo con el siguiente, como si todos los castaรฑos formaran un solo castaรฑo, aberrado y horizontal. Cuando salรญ del parque, no sรฉ si por cansancio o descuido, empecรฉ a cruzar una gran avenida sin ver antes en ambas direcciones, y solo el grito histรฉrico de un viejo belga me despabilรณ y me hizo brincar de vuelta a la acera y logrรณ salvarme de un enorme tranvรญa amarillo que me pasรณ golpeando con algo en el abdomen, y sin mรกs continuรณ su ruidoso traqueteo sobre los rieles. Se me fue el aliento unos instantes. Me sentรญ un poco mareado. Aรบn no tenรญa dolor alguno, quizรกs por la adrenalina o el miedo, pero igual pensรฉ que iba a caer ahรญ mismo: un guatemalteco desmayado entre los demรกs peatones, a media Bruselas. Y el viejo belga que habรญa gritado, en vez de preguntar si estaba bien, se puso a insultarme con cuanta injuria sabรญa en francรฉs y en holandรฉs y acaso en un hรญbrido de los dos idiomas oficiales de la ciudad. Me escabullรญ deprisa por la acera. A dos o tres cuadras aรบn escuchaba sus alaridos.

Llovรญa ahora mรกs fuerte. Yo caminaba ya sin ganas, sin mucho รญmpetu, sosteniรฉndome el vientre con una mano como si de pronto algo importante se me fuera a derramar por el ombligo. Pero despuรฉs de unos minutos empecรฉ a respirar de nuevo, a olvidar no solo el peligro y el golpe, sino tambiรฉn la vergรผenza.

Al rato lleguรฉ a una serie de gradas que descendรญan hacia una pequeรฑa plaza. Me detuve y descubrรญ que abajo en la plaza habรญa un jardรญn y una pileta sin agua, de forma cuadrada, con dos niรฑos de bronce verde cabalgando sobre tortugas marinas. Del otro lado de la pileta, frente a una antigua puerta de madera y vidrio, habรญa un grupo de jรณvenes fumando. Pensรฉ en unirme a ellos, en pedirles un cigarro y fuego y tambiรฉn un poco de calor humano. Pero en eso los jรณvenes me voltearon a ver hacia arriba y musitaron algo entre ellos, riรฉndose mientras lanzaban sus colillas hacia la pileta y entraban por la puerta de vidrio. Me sentรญ viejo. Empecรฉ a bajar las gradas, despacio, una mano sobre mi vientre, la otra contra la pared. Y aรบn de lejos, a travรฉs de la lluvia, logrรฉ ver el rรณtulo sobre la puerta โ€“en letras iluminando la noche de azul fluorescenteโ€“ de la cinemateca.

Parecรญa un museo. Habรญa afiches de pelรญculas de antaรฑo; vitrinas de madreperla con proyectores viejos y cรกmaras antiguas y hasta una linterna mรกgica; un praxinoscopio circular lleno de espejos e imรกgenes de un hombre circense haciendo malabares con dagas y cuchillos; un mutoscopio rojo en cuyo interior habรญa una serie de fotos en blanco y negro de una mujer que se ponรญa a bailar โ€“es decir, las fotos a avanzarโ€“ conforme uno giraba la manecilla.

Desde el mostrador un seรฑor me dijo algo en francรฉs. No le entendรญ y me acerquรฉ un poco. A su lado estaba parada una chica alta, de unos veinticinco aรฑos, con el pelo pintado color rosado chicle o tal vez con una peluca color rosado chicle, y vestida de hombre. Tenรญa puesto saco y pantalones negros, camisa blanca de botones, una corbata delgada y negra y con el nudo aflojado. Me desconcertรณ el resplandor de un diminuto diamante en su nariz. Tuve la impresiรณn, no sรฉ por quรฉ, de haber interrumpido algo entre ellos. Que la pelรญcula estaba por empezar, me dijo el seรฑor en francรฉs, que si iba a querer yo un boleto. Le preguntรฉ cuรกl era la pelรญcula y รฉl dijo algรบn tรญtulo en francรฉs que no reconocรญ. De pronto timbrรณ un telรฉfono negro en la pared. El seรฑor contestรณ y se puso a hablar con alguien en susurros. La chica, sus brazos cruzados, me observaba sin expresiรณn alguna, casi sin realmente verme. La piel pecosa de su rostro me pareciรณ de porcelana. Yo estaba mirรกndole los labios, intentando descifrar si eran asรญ de rojos y llenos o si los tenรญa pintados, cuando ella, en un hilo de palabras que se envolviรณ alrededor de mi nuca, me preguntรณ en francรฉs si yo era un buen hombre. Me quedรฉ como encandilado por su mirada o por su pregunta tan impropia o acaso por el brillo del diamante en su nariz. No supe quรฉ responder y solo guardรฉ silencio. La vi meter una mano en la bolsa del pantalรณn negro, como buscando ahรญ alguna cosa. ยฟEres un buen hombre?, volviรณ a preguntarme en francรฉs mientras el seรฑor seguรญa susurrando en el telรฉfono a su lado. Se me ocurriรณ que estaba bromeando o coqueteando conmigo, pero su mirada era demasiado ansiosa, demasiado triste. Abrรญ la boca y estaba por responderle que no, o que no tanto, o que no tanto como deberรญa serlo, cuando el seรฑor colgรณ el telรฉfono y alzรณ la mirada. Monsieur, me dijo con un tono de pregunta. Me gustรณ su voz apenas benรฉvola, como si quisiera salvarme de algo. Me gustรณ la posibilidad de escabullirme de ahรญ. Me gustรณ la idea de sentarme un rato en un ambiente oscuro y tibio. Y sin saber quรฉ pelรญcula estaban proyectando, y sin realmente importarme, le dije al seรฑor que sรญ, que por supuesto, y le entreguรฉ el dinero.

La sala era pequeรฑa, con quizรกs treinta plazas, la mayorรญa de las cuales estaban vacรญas. Me sentรฉ en una butaca de la รบltima fila y de inmediato sentรญ una punzada en el vientre. Como si sentarme hubiese activado el dolor. Me pasรฉ una mano por el estรณmago y el costado, intentando palpar alguna lesiรณn o herida. En eso bajaron las luces a la mitad y poco a poco fui olvidando el dolor. Ahรญ seguรญa en mi vientre, ora creciendo, ora menguando, ora en las costillas, ora alrededor del riรฑรณn, pero en la semioscuridad dejรฉ de pensarlo tanto, y casi entonces dejรฉ de sentirlo. Permanecimos asรญ unos segundos, en ese albor de sombras sin contornos ni detalles, hasta que alguien abriรณ la puerta y entrรณ caminando y su sombra descendiรณ los escalones hacia el frente de la sala. Terminaron de apagar las luces. El escaso pรบblico dejรณ de murmurar. Y tras un breve momento de penumbra estallรณ la pantalla de blancos y grises, y al mismo tiempo, desde abajo, empezรณ a sonar un piano. Era una pelรญcula muda, entendรญ, con piano en vivo. Me hice un poco hacia adelante, lo suficiente para descubrir que ante el piano โ€“su mirada fija en la pantalla, su boca ligeramente abiertaโ€“ estaba sentada la chica de saco y corbata.

Apenas le puse atenciรณn a la pelรญcula. Era algรบn melodrama francรฉs, predecible, sobreactuado, de una mujer que se enamoraba del hermano de su esposo, y luego, mientras ella amenazaba con suicidarse y su amante intentaba quitarle la pistola, ella sin querer le metรญa un balazo, matรกndolo. De ahรญ la intriga, y el hallazgo de las cartas de amor, y un hijo cuyo padre es incierto, y lo mismo de siempre. Yo estaba mรกs interesado en la chica del piano. No lograba olvidar su pregunta, ni la ansiedad en su mirada mientras esperaba mi respuesta, como si necesitara mi respuesta, como si mi respuesta le fuese imperativa, esencial. Tampoco lograba entender si ella estaba improvisando conforme las escenas telenovelescas de la vieja pelรญcula, o si estaba tocando una partitura ya establecida, practicada y memorizada de antemano. Alteraba ella la melodรญa del piano para resaltar perfectamente la emociรณn de cada escena. Tierna en las escenas de amor; tensa y disonante en las partes mรกs dramรกticas; ligera y traviesa cuando aparecรญa una niรฑa o un perro jugando. Se me ocurriรณ que era una fรณrmula caricaturesca, casi infantil, para ir aclarรกndole al pรบblico quรฉ sentir a travรฉs de la mรบsica. Y aรบn observando a la chica, de pronto me invadiรณ una sensaciรณn de pesadez, de somnolencia, y como en un sueรฑo, con toda la textura nebulosa de un sueรฑo, recordรฉ o quizรกs soรฑรฉ que recordรฉ una de las primeras pelรญculas mudas que habรญa visto, con mi hermano, en el viejo Cine Lux de Guatemala. Yo tendrรญa tal vez cinco aรฑos. Mi hermano, un aรฑo menor, se habรญa quedado dormido desde que apagaron las luces. Era una pelรญcula de Chaplin, pero no recuerdo cuรกl. Solo recuerdo que, mientras la miraba, yo estaba absolutamente convencido de que habรญa un lugar en el mundo donde no existรญan las palabras, donde nadie hablaba.

La chica, desde el piano, seguรญa concentrada en la pantalla. Y yo, desde la รบltima fila, y pese al vaivรฉn de dolor en el vientre, seguรญa concentrado en ella. Las punzadas de dolor iban aumentando (tenรญa ahora un sabor metรกlico en la boca, como de hierro o de sangre), pero no podรญa dejar de verla a ella. Me sentรญa casi hipnotizado por sus movimientos. Por su mirada elevada y atenta. Por sus dedos aรบn mรกs pรกlidos que las teclas. Por su pelo rosado y liso meciรฉndose como una cortina de seda en la brisa. La veรญa con atenciรณn pero sin pensamiento alguno, igual que un viejo pescador ve el fluir de las aguas de un rรญo. Y continuaba asรญ, nada mรกs viรฉndola fluir, cuando de sรบbito, a media pelรญcula, a media melodรญa, ella parรณ de tocar.

Me desconcertรณ el silencio. La sala entera se habรญa sumido en un mutismo de claros y oscuros. Nadie en el pรบblico se movรญa, no sรฉ si por confusiรณn, o por desasosiego, o por ese espรญritu de conciliaciรณn tan tรญpico de los belgas, o tal vez solo esperando a que algรบn ruido, cualquier ruido, volviera a llenar el espacio de la pequeรฑa sala. Me enderecรฉ un poco. Notรฉ que las manos de la chica seguรญan sobre las teclas, aunque quietas. Su mirada me pareciรณ ahora aรบn mรกs fija, aรบn mรกs concentrada en la pantalla, y hasta quizรกs un tanto vidriosa. Yo no entendรญa si ese repentino silencio en la mรบsica era un renglรณn de su partitura. O si era algo mรกs. Volvรญ la mirada hacia la pantalla.

Un niรฑo desnudo estaba de pie en una pecera. Tendrรญa dos o tres aรฑos, la barriga redonda, los ojos grandes y claros, el pelo rubio y ligeramente rizado. No sonreรญa pero su rostro entero era una sonrisa. Estaba parado dentro de la pecera y el agua le llegaba a los muslos y todos los peces oscuros nadaban alrededor de sus pies, acaso picoteรกndole en silencio los pies, acaso haciรฉndole cosquillas en los pies con los roces de tantas aletas y colas. ~

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(Ciudad de Guatemala, 1971) es escritor. En 2018 recibiรณ el Premio Nacional de Literatura de Guatemala. Libros del Asteroide acaba de publicar su libro Un hijo cualquiera


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