La Reina del Sur, de Arturo Pérez Reverte

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Novela y narcocorrido

La publicación de una novela de aventuras siempre resulta engañosa para el comentarista. Los prejuicios suelen indicar que los libros de este tipo eluden el análisis estético, pues su arquitectura es inferior al de la obra literaria “seria”. Se habla de ellos despectivamente, olvidando que, herederos de la tradición del folletín, cuentan con virtudes propias, muchas de ellas desechadas por creadores que se consideran “literarios”, como la de desplegar todos sus recursos con el fin de captar la atención de los lectores desde el inicio y no soltarla sino hasta que se ha consumado el hechizo de su seducción en la última página.
     Seducción es un término que sirve para definir la más reciente novela de Arturo Pérez-Reverte, La Reina del Sur, historia que penetra los entresijos del narcotráfico para armar un relato en el que, por medio de la acción pura, se va construyendo la historia de Teresa Mendoza: una sinaloense que escala los niveles más altos del crimen organizado internacional.
     El autor ha declarado que una de sus intenciones fue la de escribir un narcocorrido de 542 páginas —propuesta bienvenida ahora que los gobiernos de los estados del norte de México, en una muestra de gazmoñería e ingenuidad, han prohibido la difusión de este género musical en las estaciones de radio, según ellos para disminuir la ola de criminalidad—. Y quizá lo haya logrado: el narrador-investigador que escribe los hechos tras interrogar a los testigos del drama resulta un eco de aquellos trovadores que, al inicio de muchas de nuestras canciones tradicionales, avisa: “Aquí me pongo a cantar…”, antes de emprender su relato versificado.
     La construcción de la protagonista se asemeja a la de los bandidos sociales que dan razón de ser a los corridos: está concebida como una heroína popular cuyos actos son producto de las circunstancias, el perfecto “juguete del destino”. De amante de un narco menor se convierte, a la muerte de éste, en fugitiva, no de la ley, sino de la mafia. Huye al sur de España, en donde se enreda con un transportador de hachís, que también muere. Luego es encerrada en la cárcel y, al salir, una amiga la introduce en el crimen en gran escala. Pronto se convierte en la narcotraficante más poderosa entre África y Europa, encargada de surtir de mercancía a las mafias italiana y rusa.
     Callada, modesta, casi indolente, sólo reacciona con firmeza en caso de emergencia. Su mundo interior consta tan sólo de dos o tres recuerdos trágicos y de una habilidad innata para organizar a su gente, planear las rutas de transporte y resolver los problemas propios de su oficio. Presenta ciertas similitudes con el estereotipo del indio mexicano visto por los extranjeros: impasible, impenetrable, dueña de un volcán interior que sólo estalla tras la provocación.
     Quienes la rodean —amantes, subordinados, rivales, amigos— son comparsas o, cuando mucho, detonantes de las situaciones que van marcando su ruta hasta la cúpula del poder ilegal, y cada uno de ellos da testimonio de la admiración que siente hacia ella.
     Y también como en la letra de un corrido, los acontecimientos que desenvuelven la trama son vertiginosos, abundan las persecuciones, los tiroteos, los lances heroicos de los que Teresa Mendoza sale apenas bien librada gracias al destino que parece empeñado en protegerla, a su valor y a su habilidad.
     Estas características, y algunas otras, establecen un parentesco entre La Reina del Sur y las novelas que en los últimos años han surgido de la pluma de algunos escritores del norte de México, como César López Cuadras y Luis Humberto Crosthwaite, en las que las estructuras, los temas y los actores de la música regional han jugado un papel importante. De hecho, en los giros verbales, en el caló de Sinaloa utilizado por Pérez-Reverte, se advierte la influencia de la lectura de Un asesino solitario o El amante de Janis Joplin, de Élmer Mendoza, aunque ese lenguaje en La Reina del Sur resulta unas veces desarticulado y otras impostado: los diminutivos se utilizan en exceso, lo mismo que ese “híjole” que jamás abandona los labios de Teresa Mendoza y que en los instantes de peligro para ella puede llegar a producir un efecto cómico.
     Asiduo visitante del país, Pérez-Reverte se revela en este libro como escucha y observador atento de nuestra cultura popular, del lenguaje coloquial del noroeste, de sus tradiciones religiosas y de la vida subterránea de Culiacán, de la corrupción de nuestras autoridades y del modo de operar de los cárteles de la droga. Gracias a este interés ha escrito una obra que viene a engrosar el acervo mexicano por medio de la denuncia y la provocación.
     Por su parte, en su larga carrera desde Sinaloa hasta España y después de regreso a México, Teresa Mendoza no da un segundo de sosiego al lector que la acompaña. Como en las obras de aquellos autores que establecieron las leyes de la novela de aventuras, o como en la de los compositores de narcocorridos, La Reina del Sur apuesta por el vértigo de la seducción y gana su apuesta al mantenernos hipnotizados con su movimiento perpetuo. ~

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