Estoy convencido de que una parte muy grande de la sociedad mexicana está llena de temores y siente la necesidad de recurrir a la vieja droga autoritaria para calmar los dolores de la transición democrática. He dicho en otro momento que hay en México un dañino síndrome de abstinencia de quienes añoran la coherencia autoritaria y los untos de la corrupción. A mi amigo Jesús Silva-Herzog Márquez no le convence esta explicación y ha comentado que no observa un severo padecimiento cultural que lleve a muchos a votar por el PRI como cocainómanos desesperados (“Voluntad de alternancia”, Reforma, 30-I-2012). Señala que el PRI se ha beneficiado principalmente del lugar que ocupa en el mapa de la competencia. Me parece que en parte tiene razón, aunque creo que menosprecia la importancia de la cultura nacionalista autoritaria en los sectores más viejos de la población que han visto con inquietud cómo se dislocan los valores tradicionales que vertebraban la identidad del mexicano y alimentaban el populismo del régimen “revolucionario”. El peso de esta cultura es inmenso y sigue permeando todos los poros de la sociedad.
Sin embargo, es cierto que durante cinco años la campaña del PRI –por decirlo así– la hicieron tanto el presidente Felipe Calderón como su antipresidente, López Obrador. El primero apuntaló su maltrecha legitimidad con un rudo (y necesario) combate a los narcotraficantes, cuyos efectos perversos, políticos y sociales, no supo controlar. El segundo se dedicó durante cinco años a demoler sistemáticamente su propia influencia electoral.
Hay que agregar otro hecho importante. Hoy en día las personas menores de 35 años, que no han vivido la época del autoritarismo priista, saben del antiguo régimen por lo que les han contado y lo que han podido leer o ver en la televisión. Son 34 millones de posibles votantes, que representan el 40% del padrón electoral. Esta enorme masa de electores, muchos de los cuales votarán por primera vez en las próximas elecciones, tratan de ser captados por los partidos políticos, y en ello el PRI ha logrado importantes avances. Otros son parte de ese tercio de electores indecisos o inseguros que pueden inclinar la balanza política de manera decisiva. Lo que sí han experimentado los jóvenes que no conocieron los rigores represivos del antiguo régimen son los temores de una sociedad sacudida por el crimen organizado.
Por otro lado, hay que considerar que una gran parte de la ciudadanía no ha conocido en sus estados la alternancia de gobiernos. Hay en México 33 millones de electores que viven en estados donde siempre ha gobernado el PRI; son casi el 40% del electorado. Hoy el PRI gobierna al 55% de los ciudadanos mexicanos (más de 46 millones).
Estos datos permiten entrever algunos de los motivos que han ayudado al PRI a conseguir un importante apoyo del electorado. Ha atraído a población joven que solo ha conocido los gobiernos de derecha del pan y ha consolidado su influencia clientelar en la población que solo ha conocido gobernadores del PRI. Como ha señalado Jesús Silva-Herzog en sus agudas observaciones, al PRI le ha bastado, para consolidar el crecimiento de su influencia política, moverse lo menos posible, soltar pocas ideas y esperar que el desgaste del gobierno de Felipe Calderón y las tendencias suicidas de López Obrador hagan su trabajo.
Hay que destacar que las propuestas de los otros candidatos son tan débiles como las del PRI. La candidata del pan tiene en su favor su actitud feminista, pero su partido ha apoyado la penalización del aborto y ha visto con malos ojos el uso de anticonceptivos. Tiene en su contra el hecho de que no impulsó ni una reforma educativa ni la pluralidad en la televisión. El candidato de la izquierda ofrece una política económica basada en los subsidios para combatir la pobreza, sin medidas para impulsar el desarrollo económico. Quiere eliminar la corrupción pero no explica por qué no quiso o no pudo erradicarla de la ciudad de México cuando él la gobernó.
A esto hay que agregar la inquietud y el miedo de grandes sectores de la clase media que desconfían de la democracia, añoran “la eficiencia” de la corrupción y desean secretamente que haya un entendimiento con los narcotraficantes. El miedo ha atemorizado a una gran parte de la sociedad que contempla horrorizada cómo las tasas de homicidios crecen vertiginosamente y las extorsiones o los secuestros se extienden. Podemos comprender que frente a la república rosa de Josefina Vázquez Mota y la república amorosa de López Obrador, el candidato del PRI –Enrique Peña Nieto– está instalándose como el presidente de la república temerosa; y, si no hay sorpresas, es muy probable que reúna un apoyo suficiente para abrir las puertas al retorno del PRI. ~
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.