La sirvienta y el luchador, de Horacio Castellanos Moya

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Hemos construido una sociedad horrible. El Salvador se describe con tres v: violenta, vil y vacía. Sí, muy vacía. Vacía y vil. Pero, sobre todo, violenta. El asesinato como forma de resolver las diferencias se ha arraigado desde hace décadas en la cultura salvadoreña mediante un continuado y cada vez más sofisticado ejercicio. La Mara Salvatrucha, nacida en Los Ángeles, que castiga los barrios más pobres de las ciudades del país, y que se ha ramificado como epidemia por buena parte de Centroamérica y México, es hija directa de los torturadores de finales del siglo pasado. Y también de la guerra de liberación. Tres generaciones van ya dándose un festín con los cadáveres esparcidos por doquier como calabazas reventadas en una noche de brujas.

Ahora la violencia campea desnuda de ideologías. Las escenas que se viven a diario, escandalosamente magnificadas por los periódicos y la televisión, parecen venir de la imaginación de un psicópata. Este asunto rebasa la posibilidad de cualquier localismo. Aunque se esfuerce por mantenerse a la vanguardia, El Salvador es solo uno de los peores. La violencia se llena los carrillos y sopla por toda Latinoamérica, y no solo produce cadáveres y mutilaciones, sino que también hace palidecer las ficciones de los escritores, incluidos los más bizarros.

En nuestros países –desiguales, corrompidos, penetrados por el narco y donde muchos jóvenes deben emigrar o unirse a una pandilla para sobrevivir– la realidad amenaza con volverse cada vez más gruesa. Frente a un horizonte que promete incrementar nuestro bestiario, el trabajo del escritor, ha dicho Horacio Castellanos Moya, consiste en tragar y digerir la cruda realidad “para luego reinventarla de acuerdo con las leyes propias de la fabulación literaria”.

La sirvienta y el luchador, la más reciente novela de este autor, forma parte de una saga que tiene como eje la historia de una familia arrastrada al remolino de la violencia política. Son cuatro libros, publicados entre 2004 y 2011, que debieran leerse como capítulos de una gran novela de época.

El primero, Donde no estén ustedes (2004), cuenta la historia de amor y traición de Alberto Aragón, un alcoholizado exdiplomático que goza de la confianza de los grupos rebeldes y de sectores del gobierno militar durante la guerra civil, y que encuentra la muerte de manera oscura. Luego le siguió Desmoronamiento (2006), que transcurre en 1969, el año de una breve y cruenta guerra entre Honduras y El Salvador, episodio que hace estallar los conflictos entre la hondureña Teti Mira –casada con el comunista salvadoreño Clemente Aragón– y su dominante madre Lena. La historia de los Aragón regresa en Tirana memoria (2008), novela que tiene como trasfondo el alzamiento contra el dictador Maximiliano Hernández Martínez, en abril de 1944. Pericles Aragón, periodista liberal y enemigo del régimen, es llevado a la cárcel, mientras su hijo Clemente escapa de ser atrapado por los militares.

La sirvienta y el luchador es, entre todas, la novela que más crudeza destila en el lenguaje y en las situaciones que describe. Quizás sea como un supremo esfuerzo por arañar la inenarrable realidad de los primeros años de la guerra civil salvadoreña.

La trama transcurre en San Salvador durante unos pocos días de 1980. Los jóvenes esposos Albertico y Brita son secuestrados por un escuadrón de la muerte y llevados a las cámaras de tortura del cuartel de la Policía Nacional, conocido como “el Palacio Negro”. Albertico es hijo del exdiplomático Alberto, sobrino de Clemente y nieto de Pericles Aragón, aparecidos en novelas anteriores. En torno al secuestro se juntan las historias de El Vikingo, un sicario y exluchador profesional; María Elena, empleada doméstica de la familia Aragón, que emprende un viaje al corazón de las tinieblas tratando de dar con el paradero de la pareja; y Joselito, un universitario que apenas ha comenzado a cocerse al vapor de los grupos revolucionarios.

Con estos personajes, Castellanos Moya relata no solo las crispadas relaciones de una sociedad que se encamina a la guerra civil, sino también las de los habitantes de los calabozos del cuerpo policial, quienes se disputan los cuerpos de sus víctimas no solo para martirizarlas, sino también para procurarse placer sexual. El Vikingo participa en aquel jolgorio: propina puntapiés, abofetea y hasta le escupe en el ano a una de las prisioneras.

La novela incursiona también en el mundo de María Elena. Ella es un alma buena que no sabe dónde se encuentra parada. Pronto se dará cuenta de que camina sobre un estercolero. Guarda el origen de su hija, Belka, como un oscuro secreto personal. A su vez, Belka, que trabaja como enfermera en el Hospital Militar, es seducida por
el médico jefe y reclutada para atender a los sicarios heridos en las operaciones encubiertas. Luego, están los grupos revolucionarios, sus procesos de iniciación, su azarosa vida secreta, viviendo sus combates con la emoción de un juego peligroso y despiadado.

Todos los personajes se miran envueltos en una vorágine de conspiraciones, luchas callejeras, capturas, tiroteos, sesiones de tortura. Es una sociedad sin descanso ni tregua por causa de la violencia. Y las muertes se repiten, una tras otra. Muerte contra muerte.

La novela está claveteada con una violencia que asalta e interpela al lector y lo convierte también en una víctima. La violencia es el gran personaje de esta novela y de toda la saga de la que forma parte. Una violencia que Horacio Castellanos Moya utiliza para iluminar la tragedia de tres generaciones. ~

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