Robar sin remordimientos

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Rodrigo Rey Rosa

Severina

México, Alfaguara, 2011, 112 pp.

 

Un grupo de personajes adinerados y cultos intenta escapar de la atroz realidad que los circunda. El ombligo de su universo es una pequeña librería ubicada en el sótano de un centro comercial. Tiene un bar y una salita para lecturas de poesía. Se llama La Entretenida, como un olvidado entremés de Cervantes. Tres días de la semana la tienda está a cargo de un librero, una suerte de suicida comercial con veleidades literarias –cuyo nombre nunca sabremos– que alienta tertulias y arriesga su dinero importando pequeñas y bien cuidadas joyas bibliográficas. Los tiempos no están para esas audacias, pero La Entretenida goza de alguna clientela. Además, como él mismo dice, no tiene nada mejor que hacer.

Una tarde, después de un aguaje, aparece en la librería una clienta desconocida. Viste botas altas y una blusa blanca de algodón. Es atractiva y enigmática. El librero no tarda en darse cuenta de que es una ladrona. Luego sabremos que también es una verdadera maestra en las artes del engaño. Las primeras veces, aunque la sorprende embolsándose libros, la deja ir. Se limita a anotar escrupulosamente en un cuaderno de cuentas los títulos de los ejemplares sustraídos.

La ladrona de libros provoca en el solitario librero una repentina pasión. Un día la sorprende en flagrancia y la enfrenta. Ella intenta escapar. El hombre oprime unbotón y las rejas de seguridad impiden que huya. “Era hermosísima, y así, acorralada, me pareció irresistible.” El encuentro tiene toda la intensidad de una conquista. Le pide que devuelva los libros que ha tomado. Ella los coloca con descaro en los anaqueles. El librero le advierte que tiene una lista de todo lo que le ha robado. “Será una deuda personal entre nosotros”, le dice. Abre la reja. Antes de que ella desaparezca corriendo por las escaleras le alcanza a preguntar su nombre. “¡Llámame Ana!”, le responde con un grito.

Este es el comienzo de Severina, el libro más reciente del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa. Es una breve narración que trata sobre dos grandes pasiones: el amor y los libros. Escruta también en el conocido conflicto que se produce entreel engaño y el perdón que se anuncia desde el epígrafe, en este verso de William Carlos Williams: “¿Qué poder tiene el amor, sino el perdón?”

Rey Rosa es autor de más de una docena de narraciones y cuentos. En esta obra se aleja más de una consolidada tendencia latinoamericana hacia un nuevo tipo de realismo crudo, que tiene como temáticas favoritas el narcotráfico y la violencia. Severinaes una rarísima joya que vuelve merecidas las adulaciones que se han dicho sobre el estilo elegante y eficaz de Rey Rosa. A riesgo de caer en un tópico diré que este libro lo consagra como un maestro en las formas breves.

La obra en conjunto flota en una atmósfera enrarecida. Parece hecha con el material de un sueño. La literatura, ha dicho Borges, no es otra cosa que un sueño dirigido. La narración nos lanza a través de una serie de acontecimientos misteriosos, como la identidad de la ladrona de libros, su origen y su relación con Ahmed al-Fahsi, un librero de origen magrebí. Otro: la naturaleza del hombre con quien ella vive, Otto Blanco, un anciano que alternativamente es su abuelo, su padre, su amante, pero que en realidad parece una víctima más de los encantos de aquella mujer. También pende el enigma sobre el destino de los libros robados que la pareja lee y arrastra en maletas de país en país.

Los libros constituyen el núcleo en torno al que giran la historia y los personajes. Libros, sí, por todas partes. Libros del ermitaño Kenko y de Laoust, el orientalista, y novelas del irreverente Barón Corvo y del humorista Jardiel Poncela. Las vidas de Ana Severina y Otto Blanco, y también la del librero enamoradizo, están uncidas a esos “bichos que vibran y murmuran”, los libros, cacharros vanidosos siempre tras nuevas presas.

El esperable encuentro sexual del librero y Ana Severina se produce, desde luego, entre torres de libros. La cosa se pone caliente cuando el librero le impone un riguroso cacheo en busca de algún volumen robado. Ella se entrega al manoseo.

Otto Blanco, el increíble abuelo, no solo es un lector sin remediosino que vive de los libros: “No hablo en sentido figurado, subsistimos sólo gracias a los libros”, confiesa. El triángulo formado por Ana Severina/librero/Otto Blanco es una suerte de fraternidad en donde se mezclan la bibliofilia, el sexo y el engaño. Aesta figura debemos añadir la del magrebí Ahmed, que también ha sido estafado y erotizado por la ladrona de libros.

Los libros sirven también como armas de agravio: cuando Ahmed le obsequia a su rival un poemario de Jorge Riechmann, más que un gesto amistoso parece una burla. (De paso, el narrador emite un franco juicio sobre la calidad de la poesía española de nuestros días.)

Severina  transcurre en una ambientación marcada por suspenso, pasiones desbocadas y alusiones a mundos exóticos. Es un mundo aparte. Solo las referencias que hace Rey Rosa nos recuerdan que las cosas están ocurriendo en algún sombrío paraje de Mataquescuintla, en la ciudad colonial Antigua, o en la exclusiva zona comercial de la avenida Reforma, en la capital de Guatemala. Ana Severina es una heroína apresada por la fatalidad y los remordimientos. El librero, a su vez, es un enamorado dispuesto a salvarla, a costa de todo, inclusive de la locura y el crimen. Bien pudo haber dicho, con Cioran: “Los días no adquieren sabor hasta que unoescapa a la obligación de tener un destino.” ~

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