La soledad de los huérfanos

El orfanato en México es un incómodo bote de basura.
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El orfanato en México es un incómodo bote de basura: mezcla de cárcel, manicomio y pabellón de desahuciados. Sus moradores están ahí por lo más remoto de su voluntad: ser niños. El orfanato procesa huérfanos, descarriados, vergüenzas sociales, pecados burgueses, niños enfermos, accidentales, indomables: una raza de incómodo detritus.  

La cantidad de vergüenza se multiplica porque la basura que cae en el orfanato es una basura limpia. Y la simpatía y el instinto protector (o lo que queda de ellos) se subleva naturalmente ante su fragilidad, su condición esencialmente inerme y la única inocencia que no está sujeta a demostración. 

Lo ocurrido en Zamora no dejó de agregarle un nuevo registro a esa capacidad para la indignación ya anestesiada, en México, por tantos otros dramas. En nuestro país, la experiencia de lo macabro se ha convertido en cotidianeidad: el tercer cadáver colgado de un puente disminuye su talante terrorífico y, poco a poco, se trueca en mobiliario urbano.   

El hacinamiento, la suciedad, el abuso, las rejas y la comida hedionda son realidades inherentes a las cárceles o manicomios (o como hayan sido rebautizados este mes): ningún periódico o noticiero se atarea ya con eso y, de hacerlo, el público lo procesaría velozmente hacia el bote de la indiferencia. Las imágenes del hospicio de Zamora son indignantes, y muy fácilmente canjeables por buena conciencia. La edición del escándalo hizo creer que el sitio es tan macabro que los niños duermen en los tambores de los catres porque los colchones se usan para decorar el patio. “¡Son niños, carajo!”, ululan en las redes los fariseos circunstanciales, los sanedrines asestan sentencias con merengue ideológico y se duchan con 140 caracteres de indignada santidad.

Sí, las condiciones de un orfanato sin presupuesto fijo, sin personal especializado, en manos de una octogenaria exhausta, pueden ser difíciles, pero nunca tanto como afuera el infierno de la indiferencia y la sevicia. Y sí, es factible que algún perverso haya cometido abusos sexuales. (En las páginas de sociales, los ricachones ostentan purasangres, ferraris y aun a sus hijitos, si el obispo los bautiza;en las de política, los plenipotenciarios con colmillos de oro se aumentan los ingresos.)

Los huérfanos, Rimbaud, sueñan llorando…

México es un país cruel: la mamá es la Chingada y el papá Pedro Páramo. En nuestra laboriosa agenda hay un tácito pacto en el sentido de que los niños jodidos son la rebaba que escupe la maquina de la mano de obra barata, la ineptitud del Estado, la frivolidad de los ricachones. Son motivo tramitable de una indignación que no se exije responsabilidad ni involucramiento; el Estado mete esa basura bajo las alfombras de sus estadísticas y la sociedad en el excusado de su indiferencia. Y si alguien tiene la iniciativa por paliar en algo ese abandono acaba en la picota de los ideólogos… 

En sus Leyes (927) Platón dice que, por orden divina, el Estado debe asumir el papel de los padres ausentes y atenuar “la soledad de los huérfanos”; debe mostrar generosidad “a quien respeta a los huérfanos y hostilidad a quienes no”. El Estado –“si tiene una pizca de sentido”—debe cuidar a los huérfanos “como si se tratase de sus propios hijos, y hacerles todo el bien que permita su poder”.

Pues sí.    

Según el INEGI, son 28 mil los niños y adolescentes sin familia que viven en 657 casas hogar en México. (Según la UNICEF hay otro millón fuera de ellas.) En la internet aparecen varias instituciones dedicadas a los huérfanos, seglares y religiosas. Muchas de ellas tienen autorización de Hacienda para dar recibos deducibles de impuestos. Y si se escribe en el buscador de google la frase “help orphans” y el modificador “Mexico”, hay cerca de 21 mil 400 resultados. Apuesto doble contra sencillo que no tarda en aparecer aquí abajo el opinante que me acusará de no entender que el neoliberalismo es una fábrica de huérfanos; y el otro que me acusará de proteger pederastas, de propiciar la fuga de niños pobres calificados a Estados Unidos o de tener un mercado de órganos…

(Publicado previamente en el periódico El Universal)


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