A veces las historias criminales de la vida real en México parecen más extrañas que la ficción: un capo de la droga que escapa de la cárcel por un túnel de kilómetro y medio con todo e iluminación; un sicario se disfraza de payaso para eliminar a su rival en una fiesta; traficantes que cruzan cocaína hacia Estados Unidos escondida en latas de chiles.
Las escenas también son mucho más sangrientas de lo que la mayoría de los novelistas policiacos acostumbran escribir: los sicarios de un cartel dejan una pila de 49 cuerpos sin cabeza, manos o piernas; masacran a 72 migrantes y llenan una fosa común con 197 cuerpos.
Pero Don Winslow, escritor avecindado en San Diego, se ha clavado en la carnicería extremadamente real de la guerra mexicana contra las drogas y en una serie de novelas recrea su horror surreal.
Winslow llevó por primera vez su estilo inconmovible a las novelas policiacas estadounidenses en la década de los noventa. Migró su prosa hacia abajo de la frontera cuando a partir de 2007 la violencia en México se disparó. Su libro Salvajes (2010) fue convertido en película por Oliver Stone, con John Travolta y Salma Hayek.
Su novela más reciente El Cartel, secuela a un bestseller previo, se enfoca en las amplias batallas entre los imperios criminales mexicanos. James Ellroy, colega autor de novelas policiacas, la llama “La Guerra y la Paz de los libros de la guerra contra las drogas”.
En esta entrevista Winslow describe sus años de minuciosa investigación para escribir el libro, incluidas entrevistas con agentes anti drogas y traficantes.
¿Cómo fue que comenzaste a escribir acerca de la guerra contra las drogas en México?
No fue algo intencional. No había escrito acerca del tráfico de drogas, ni en México ni en ningún otro sitio. Vivo en el área de San Diego y una mañana en la década de los noventa desperté y tenía enfrente el periódico San Diego Union e informaban que habían matado a 19 personas. No me pude sacar eso de la cabeza e intentaba descubrir, “¿Cómo puede suceder algo así?”. Ahora, ese sería una cifra de muertos baja. Pero entonces, para mí, era algo extraordinario y perturbador. Comencé a leer, no sobre la guerra contra las drogas, sin libros sobre el mal y sobre filosofía, pero no obtuve muchas respuestas. Así que leí libros sobre la situación con las drogas y eso fue lo que me enganchó.
¿Es difícil comprender esa mezcla extraña de crimen y guerra que hay en México?
No sé si la guerra como la conocemos sigue existiendo, ni si tenemos categorías tan claras y bien definidas entre guerra y crimen. Esto debido a la tecnología, al armamento y al nexo entre los carteles de la droga y las organizaciones terroristas. Además, las fuerzas policiales están muy confundidas sobre qué forma parte del crimen y qué forma parte de la guerra. Y los tomadores de decisiones de alto nivel también están muy confundidos sobre qué forma parte del crimen y qué forma parte de la guerra.
¿Cuál es tu perspectiva acerca de la guerra contra las drogas?
Creo que tengo una perspectiva más de izquierda acerca de ella. Converso con gente en ambos extremos del tema. He platicado con policías y con legisladores. Muchos de los policías en privado me dicen que les preocupa esta militarización. Los está dejando fuera de lo que consideran como el verdadero trabajo policial, y los enfrenta con comunidades minoritarias, en lugar de ponerlos a cooperar con ellas. Es desafortunado. Pienso que durante la guerra contra el terrorismo cuando dimos el giro hacia un estado altamente vigilante pudimos hacer este viraje tan rápido porque ya lo habíamos practicado durante la guerra contra las drogas. Creo que en ella hay una especie de campaña en contra de los pobres y los desposeídos.
¿Puedes describir el tipo de investigaciones que realizas?
Hablo con policías, con gente de la DEA (Administración para el Control de Drogas), de ICE (Servicio de Administración y Control de Aduanas). He conversado con traficantes, con adictos. He hablado con jóvenes miembros de pandillas y con sus familias. Trato de ser muy claro acerca de lo que estoy haciendo. Les digo que escribo ficción y que quiero tener la información correcta. Les digo que no hago periodismo, que no voy a poner sus nombres en un periódico. No estoy buscando corroborar hechos. Busco impresiones y sus perspectivas sobre el mundo, cómo ven las cosas. No qué pasó sino más bien qué impacto tuvo lo que pasó.
¿Es difícil adentrarse en la mente de personajes mexicanos siendo estadounidense?
Esos fueron temas muy complicados. No quería parecer presuntuoso como estadounidense, como anglo. Al mismo tiempo, sentí que necesitaba ponerme en sus zapatos, así que hice varias cosas. He platicado con la gente, y tratado de apropiarme de ciertos ritmos y ciertas palabras. Estoy cerca de la frontera, así que por aquí hay muchos mexicanos y platico con ellos, y reviso el argot y la jerga y el idioma. Tienes que meterte en la cabeza de un capo de la droga e intentar ver el mundo a través de sus ojos, en lugar de estar parado desde el exterior, como si se tratara de una silueta.
¿Te has cuestionado alguna vez si las novelas policiacas sobre carteles glorifican la violencia?
Uy, dios, qué si he batallado con eso. Al final del día, me inclino hacia el lado de “al informar a la ciudadanía, hacemos el bien”. Pero en el día a día de escribir algunas de estas cosas, me pregunto “¿Estoy cruzando una línea? ¿Estoy solo haciendo pornografía de la violencia? ¿Esto es sólo voyerista?” Y pienso que esos son temas problemáticos. Hay momentos en los que elijo poner la violencia fuera de la escena. En otros, no escribo acerca de la violencia en sí, sino acerca de la reacción que alguien tiene al percibirla, e intento enfocarme más en la psicología y la emoción que en el acto físico en sí. Pero es un problema tremendo, y batallo con él todo el tiempo.
(Traducción: Pablo Duarte)
(Brighton, Reino Unido) es periodista, escritor y productor de televisión. Su libro más reciente es Blood Gun Money: How America Arms Gangs and Cartels (2021).