Las raĆ­ces del terror

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La ocultaciĆ³n de las causas

En Oumma.com, la pĆ”gina en la red del islamismo moderado francĆ©s, se destacaba hace unos dĆ­as la publicaciĆ³n del libro de Ali LaĆÆdi Retour de flamme, cuyo subtĆ­tulo anuncia ya el contenido ideolĆ³gico de la obra: ā€œCĆ³mo la mundializaciĆ³n ha engendrado el terrorismoā€. LaĆÆdi no es un miembro de Al-Qaeda: ejerce de investigador especializado en terrorismo islamista del Instituto de Relaciones Internacionales y EstratĆ©gicas en ParĆ­s (iris). Pero sus tesis constituyen un resumen inmejorable de la argumentaciĆ³n usual en medios musulmanes y de la izquierda simpatizante para eximir al mundo y a la doctrina islĆ”mica de toda responsabilidad en la oleada de atentados terroristas que culminĆ³ en el 11-s y en el 11-m. Para empezar, todo anĆ”lisis del fenĆ³meno terrorista y de sus eventuales causas resulta excluido. No hace falta preguntarse por el cĆ³mo, sino por el por quĆ©. Y apenas dicho esto, alejemos toda sombra de responsabilidad de la creencia: ā€œla religiĆ³n serĆ­a sĆ³lo un vector de esa agresividadā€.

AsĆ­ que las cosas estĆ”n claras desde el primer momento: para entender el terrorismo cuyos actores son musulmanes, y que se reclama del Islam en todas sus declaraciones, hay que dejar de lado el estudio del fenĆ³meno terrorista y de sus posibles fuentes doctrinales. Y llegados a este punto, entra en juego la explicaciĆ³n fundada sobre un marxismo a la violeta. El adversario de los terroristas, y por tanto el blanco de sus acciones, es ā€œla hiperpotencia estadounidense en tanto que piloto de una mundializaciĆ³n neoliberal que ellos denuncian, una mundializaciĆ³n que no respeta los valores Ć”rabe-islĆ”micosā€. Tenemos configurado el retrato de Luis Candelas: el terrorista es el bandido generoso que lucha contra los explotadores del g-8, tal vez de forma un tanto sanguinaria, pero ya sabemos que el cĆ³mo no cuenta. Tal y como explicaba entre nosotros Gema MartĆ­n MuƱoz, unas semanas despuĆ©s del 11-s, si bien el atentado como tal le parecĆ­a ā€œinaceptableā€, habĆ­a que reconocer que Bin Laden ā€œha puesto el dedo en la llaga de los conflictos y tragedias humanas que asolan la regiĆ³n y que estĆ”n diariamente presentes en el sentir de las poblaciones musulmanasā€. Para mayor tranquilidad, convendrĆ­a puntualizar que ese odio de Bin Laden hacia el mundo occidental, no es ā€œpor su cultura, sino por su polĆ­tica exteriorā€ (El PaĆ­s, 9-x-2001). La conclusiĆ³n, como hoy suele decirse en lenguaje coloquial, es muy fuerte. La cuestiĆ³n secundaria del procedimiento mediante el cual Al-Qaeda ejerce su labor justiciera resultarĆ­a censurable; ahora bien, el culpable es Occidente.

El informe presentado en noviembre por los expertos integrantes del Grupo de Alto Nivel dentro del proyecto de Alianza de Civilizaciones se mueve en una direcciĆ³n similar. La globalizaciĆ³n constituye el germen de la violencia, al generar situaciones de pobreza insoportables. SĆ³lo desde ā€œuna percepciĆ³n errĆ³neaā€ cabe pensar que la religiĆ³n es causa del ā€œconflicto interculturalā€. Y menos aĆŗn es lĆ­cito emprender una labor arqueolĆ³gica de bĆŗsqueda en textos sagrados que en el caso del Islam se remontan al siglo vii: nada que ver con el presente. Las religiones todas ā€œpromueven los ideales de compasiĆ³n, justicia y respeto por la dignidad de la vidaā€. Apenas ā€œuna mĆ­nima proporciĆ³n de grupos motivados por la religiĆ³n toman parte en actos de violenciaā€. De ahĆ­ que el verdadero obstĆ”culo para la concordia venga de quienes se obstinan en proponer, en particular respecto del credo musulmĆ”n, que una doctrina religiosa puede ser fuente de violencia e incluso de terror. Son ā€œislamĆ³fobosā€, que al poner en circulaciĆ³n expresiones tales como ā€œterrorismo islĆ”micoā€ fomentan el enfrentamiento y suscitan una reacciĆ³n de malestar ante Occidente en las sociedades musulmanas.

A la vista de semejante razonamiento, parece claro que el verdadero problema para la convivencia entre el mundo islĆ”mico y Occidente reside en las caricaturas danesas y no en el 11-s, al ser los atentados expresiĆ³n ā€“ā€œinaceptableā€, menos malā€“ de un rechazo justificado a los valores del ā€œimperioā€. Un nutrido grupo de especialistas en Oriente prĆ³ximo y en cultura Ć”rabe asĆ­ lo piensan, y por lo menos en EspaƱa tal toma de posiciĆ³n es suscrita por buena parte de la opiniĆ³n ilustrada. AsĆ­ que cerremos los ojos e impulsemos como panacea universal la por otra parte Ćŗtil Alianza de Civilizaciones.

La ceguera voluntaria ante el significado del terrorismo islamista es el caso mĆ”s reciente de tal enfermedad, y tal vez el mĆ”s grave porque impide la adopciĆ³n de polĆ­ticas adecuadas para evitar en lo posible, de cara al futuro, que las semillas del islamismo radical fructifiquen en nuestras sociedades. Hace falta conjugar integraciĆ³n social de los inmigrantes musulmanes y aislamiento de los focos de radicalizaciĆ³n. La angelizaciĆ³n de todo lo islĆ”mico resulta contraproducente, segĆŗn acaba de probar el descubrimiento de una cĆ©lula yihadista en Ceuta, dos de cuyos miembros eran hermanos del muyahid que luchĆ³ en AfganistĆ”n y fue luego recluido en GuantĆ”namo. Los medios de comunicaciĆ³n prĆ³ximos al gobierno, tanto en prensa como en televisiĆ³n, confundieron la justa crĆ­tica de la prolongada detenciĆ³n del joven en aquel inhumano centro de internamiento con la exaltaciĆ³n del militante musulmĆ”n que nada malo habĆ­a podido hacer. Y no parece que el episodio vaya a suscitar una reflexiĆ³n de fondo. La policĆ­a espaƱola ha parado el peligro una vez mĆ”s. Ninguna voz oficial u oficiosa se pregunta por el significado de que exista un grupo de espaƱoles musulmanes seguidor de Al-Qaeda y verosĆ­milmente vinculado a una organizaciĆ³n que en su tĆ­tulo, al Haraka Salafiya Yihadia, se autodefine ya como ā€œyihadistaā€ y ā€œsalafĆ­ā€, esto es, practicante de la yihad de acuerdo con las enseƱanzas de los ā€œpiadosos antepasadosā€ en el momento fundacional de su religiĆ³n.

No es un problema Ćŗnicamente espaƱol. Hasta el 7 de julio de 2005, sobre el telĆ³n de fondo del multiculturalismo, en Gran BretaƱa dominaba tambiĆ©n esa idea de que ningĆŗn peligro encerraba la difusiĆ³n bajo los mĆ”s distintos ropajes del discurso islamista, avalado por la ejemplar conducta del Profeta armado y de sus seguidores.

Tampoco preocupĆ³ a nadie la irregularidad observable en la versiĆ³n popular del CorĆ”n mĆ”s difundida, que se vende por ejemplo en la mezquita principal de Regentā€™s Park, la publicada por la editorial saudĆ­ Darussalam, ā€œla casa de la pazā€. En dicha ediciĆ³n, que puede ser adquirida por un par de libras, el versĆ­culo 8:60 del libro sagrado, allĆ­ donde es recomendado infundir el terror a los enemigos de AlĆ” y de los creyentes, ha experimentado una curiosa actualizaciĆ³n. En el texto original se habla de reunir fuerzas y preparar la caballerĆ­a. En la versiĆ³n inglesa de Darussalam, como la caballerĆ­a ya no es de utilidad alguna, lo que se recomienda es la guerra total: ā€œAnd make ready against them all you can of power, including steeds of war (tanks, planes, missiles, artillery) to threaten the enemy of Allah and your enemyā€. Otro tanto sucede con las cubiertas de los folletos en que es explicada ā€œla yihad en el Islamā€, como el de Abdul Hamid Siddiqi. La imagen tradicional del CorĆ”n y la espada cediĆ³ paso primero al puƱo alzado esgrimiendo un kalashnikov y en fecha reciente a un despliegue de armas de todo tipo, incluida la artillerĆ­a. Los textos fundacionales no tendrĆ”n nada que ver con el presente, o tal vez creerlo es de obligado cumplimiento para el lector occidental, pero de cara a la comunidad de creyentes la propaganda islamista se basa en todo lo contrario, planteando desde cuentos morales para niƱos a folletos de reputados teĆ³logos que la lĆ³gica de yihad del Profeta armado resulta del todo aplicable al mundo actual.

En la medida en que ese rechazo no concierne Ćŗnicamente al terrorismo islĆ”mico, habiĆ©ndose experimentado entre nosotros hasta la saciedad en el caso vasco, con eta producto del franquismo y no del nacionalismo sabiniano, resulta lĆ­cito pensar que la omisiĆ³n de lo que llamarĆ­amos la dimensiĆ³n teleolĆ³gica del terror, sus fundamentos ideolĆ³gicos y la finalidad polĆ­tica que le orienta, es en definitiva funcional a efectos interpretativos. Todo se vuelve mucho mĆ”s sencillo al prescindir de la compleja gĆ©nesis polĆ­tico-ideolĆ³gica de los movimientos terroristas, del marco Ć©tico en que se mueven de acuerdo con la misma, y de los escenarios de redenciĆ³n y salvaciĆ³n propuestos. El vacĆ­o es casi siempre cubierto acudiendo al contexto, es decir, intentando mostrar que este o aquel terrorismo es el fruto de unas circunstancias externas que lo hacen inevitable.

Ɖsta es la vĆ­a de escape mĆ”s utilizada y mĆ”s engaƱosa, por cuanto proporciona, segĆŗn hemos visto en los casos mencionados, una explicaciĆ³n en apariencia completa, al remitir a esas variables externas, ajenas al terrorismo aludido, y, en el lĆ­mite, invirtiendo la responsabilidad de su formaciĆ³n. El terrorismo islĆ”mico no tendrĆ­a nada que ver con el Islam y sĆ­ con un capitalismo que desvela toda su potencia criminal con la globalizaciĆ³n. El nacionalismo vasco serĆ­a una respuesta, brutal pero lĆ³gica, a la opresiĆ³n ejercida por el rĆ©gimen de Franco sobre el colectivo de los patriotas. Las Brigadas Rojas fueron entonces la respuesta de una minorĆ­a de revolucionarios sin calificar a la violencia ejercida por el Estado en su defensa de la sociedad capitalista. Y asĆ­ para todas las manifestaciones de violencia polĆ­tica surgidas como expresiĆ³n de una protesta en el mundo contemporĆ”neo. De nuevo en el lĆ­mite, la pretendida explicaciĆ³n por el contexto va a parar a una justificaciĆ³n. Y si estĆ” la polĆ­tica norteamericana de por medio, miel sobre hojuelas.

 

Las tres dimensiones del terror

Las observaciones anteriores no suponen negar la importancia del marco en que se generan y desarrollan los movimientos terroristas. Se limitan a plantear que ese marco externo puede revestir gran significaciĆ³n, precipitar incluso el desencadenamiento del terror, pero que Ć©ste tiene siempre unas raĆ­ces propias, un complejo de factores endĆ³genos sobre los cuales inciden las variables desde el exterior. Frente a una opresiĆ³n de tipo colonial puede surgir un movimiento armado de tipo guerrillero o una oposiciĆ³n asentada sobre una concepciĆ³n no violenta del hombre y de las relaciones polĆ­ticas, como la practicada por Gandhi en la India. La lucha armada por la independencia puede revestir el carĆ”cter de una guerra clĆ”sica o conjugar la insurrecciĆ³n rural con una estrategia terrorista urbana, caso del Frente de LiberaciĆ³n Nacional argelino.

El contexto cuenta siempre, sĆ³lo que su incidencia tiene lugar sobre uno u otro tipo de procesos cuya especificidad responde a las bases doctrinales, recursos disponibles y repertorio de formas de acciĆ³n del sujeto de la violencia y/o del terror. Finalmente, por lo que toca directamente al ejercicio del terror, su puesta en acciĆ³n corresponde casi siempre a grupos pequeƱos, comandos o minorĆ­as activas, por lo cual la explicaciĆ³n ha de profundizar en las motivaciones que llevan a un individuo o a un grupo a realizar acciones terroristas. Con esto, como bien advierte Luis de la Corte en su libro La lĆ³gica del terrorismo, no estamos sugiriendo que exista una personalidad propia del terrorista, en un sentido psicopatolĆ³gico o narcisista. El mismo autor cierra el cĆ­rculo, una vez analizados los cauces mediante los cuales un individuo da el salto muchas veces desde una vida perfectamente normal a la prĆ”ctica del terror: ā€œLa ideologĆ­a determina la lĆ³gica de la acciĆ³n y nada puede suplirlaā€. ā€œSin ese sistema de creencias ā€“advierte De la Corteā€“ su violencia carece de sentido y de estrategia; gracias a Ć©l los terroristas logran verse a sĆ­ mismos como agresores legĆ­timos y pueden proyectar esa imagen hacia el mundo de sus eventuales simpatizantesā€.

Las tres dimensiones que han de ser articuladas para la comprensiĆ³n del fenĆ³meno terrorista serĆ­an, en consecuencia, la dimensiĆ³n teleolĆ³gica (concepto que engloba al de ā€œideologĆ­aā€), el contexto y la psicolĆ³gico-social. La trĆ­ada encaja con una concepciĆ³n del terrorismo en cuanto tĆ”ctica preferente, aunque no exclusivamente polĆ­tica que consiste en la ejecuciĆ³n seriada y sistemĆ”tica ā€“por consiguiente legible por su destinatarioā€“ de acciones puntuales de violencia, tendentes a provocar muertes o importantes destrucciones. Aplicando la distinciĆ³n entre hard power y soft power, la acciĆ³n terrorista corresponde necesariamente a lo primero; el llamado terrorismo de baja intensidad, del tipo kale borroka, sĆ³lo merece tal calificativo en funciĆ³n de verse integrado en una estrategia terrorista dura, en este caso la de eta. La finalidad del terrorismo desempeƱa un papel central, y consiste en obtener resultados polĆ­ticos no alcanzables ni por cauces legales ni por un enfrentamiento abierto con el enemigo. Lanzado desde una organizaciĆ³n crĆ­ptica, o desde la vertiente clandestina de una organizaciĆ³n legal, el terrorismo adquiere su sentido por la desigualdad de recursos en relaciĆ³n al adversario. El terror nace de la asimetrĆ­a, y hasta cierto punto extrae de ella su legitimidad al recuperar la idea del tiranicidio, esto es, en palabras de FranƧois Furet, del ā€œderecho del sĆŗbdito a ejercer una violencia dotada de una legalidad superior a la ley positivaā€. Ante sus propios ojos y ante sus potenciales seguidores, el terrorista tiene que ser justo frente a la iniquidad que caracterizarĆ­a a sus vĆ­ctimas: el auge del prestigio de eta con los asesinatos del policĆ­a Manzanas y del almirante Carrero, por contraste con el fin de la ilusiĆ³n que supuso el atentado de la calle del Correo, serĆ­an muestras de esa pretensiĆ³n, subrayada asimismo por De la Corte.

El objetivo del terrorismo no consiste en la misiĆ³n imposible de vencer por las armas al adversario, sino en socavar su resistencia, minar su moral al crear un estado de inseguridad en que la intimidaciĆ³n es la pieza clave. Dicho en lenguaje popular, se trata de hacerle la vida imposible. El terrorismo, y bien lo sabemos por la experiencia de eta, cuando a fines de los noventa se generalizĆ³ la idea de la invencibilidad de la banda, triunfa cuando el oponente llega a la conclusiĆ³n de que sĆ³lo cediendo a las pretensiones del grupo terrorista podrĆ” recuperar la normalidad.

La dimensiĆ³n teleolĆ³gica del terrorismo resulta fundamental, desde la gĆ©nesis a la definiciĆ³n del objetivo final del movimiento. La ideologĆ­a, o la religiĆ³n, tanto propiamente dicha como ā€œsecularā€, en palabras de Raymond Aron, define el eje de discriminaciĆ³n binaria sobre el cual se sitĆŗa el terrorista, colectivo o individual, legitimando la propia prĆ”ctica de la violencia frente a un adversario satanizado, merecedor Ćŗnicamente del aniquilamiento. De ahĆ­ que las religiones monoteĆ­stas, con su inclinaciĆ³n al maniqueĆ­smo y su insistencia sobre el principio de subordinaciĆ³n de la criatura al Creador, sean plataformas propicias para la emergencia y para la justificaciĆ³n de prĆ”cticas violentas, y en lĆ­mite terroristas. En un credo de la dualidad eliminada, estrictamente humano, como el primer budismo, el terror se cuela por la puerta trasera, a travĆ©s de la nociĆ³n de karma, si bien prevalece con claridad la idea de no-violencia (ahimsa). Otro tanto sucede con el fondo evangĆ©lico del cristianismo, una religiĆ³n de dualidad superada por el sacrificio de la divinidad para el hombre, invirtiendo la relaciĆ³n de violencia religiosa tradicional, con lo que la violencia tendrĆ” tambiĆ©n que surgir por canales subterrĆ”neos y siempre cabrĆ” invocar el mensaje evangĆ©lico de fraternidad entre los hombres y rechazo de la violencia contra el prĆ³jimo. En sentido contrario opera la mĆ­mesis del hombre que reproduce el sacrificio de Cristo al entregar su vida como testimonio de su fe: la figura del mĆ”rtir tendrĆ” una larga carrera en la historia de los terrorismos contemporĆ”neos de raĆ­z catĆ³lica, casos irlandĆ©s y vasco, cuando los nacionalismos se convierten en religiones de sustituciĆ³n, legitimadoras de la violencia.

Finalmente, cuando el dualismo Creador-criatura es plenamente asumido, en la tradiciĆ³n iniciada con el judaĆ­smo, y llega a convertirse en el elemento definitorio de la religiĆ³n en sĆ­, caso del Islam, el camino de la violencia queda abierto porque de la asimetrĆ­a radical Dios-creyente se deduce otra asimetrĆ­a, la que confiere el poder legĆ­timo al creyente sobre el que no lo es, y que por no serlo niega la esencia de la naturaleza humana, su dependencia insuperable de Dios. Ni en el judaĆ­smo ni en el Islam la construcciĆ³n teolĆ³gica determina la violencia; su puesta en prĆ”ctica en tanto que ā€œpueblo elegidoā€ y ā€œcomunidad elegidaā€ respectivamente, frente a los otros sĆ­ lo hace. En la medida que entren en escena hoy la meta bĆ­blica de ā€œtierra prometidaā€ o el concepto originario de yihad como esfuerzo bĆ©lico por la causa de AlĆ”, la violencia y el terror adquieren plena legitimidad. Por desgracia, los hechos lo demuestran por encima de todas las cortinas de humo y de los juegos de palabras entre la pequeƱa yihad, la de verdad, y la supuesta yihad mayor, inexistente en el CorĆ”n y en los hadices fiables, pero que viene muy bien cuando los apologistas tratan de negar la evidencia.

Eso no significa que el contexto sea irrelevante. Cuenta siempre, y en sus mĆŗltiples facetas. Una de las mĆ”s olvidadas es la relativa a los recursos tĆ©cnicos a disposiciĆ³n de los potenciales terroristas, tanto en positivo (armamento, comunicaciĆ³n, movilidad) como en negativo (eficacia de los dispositivos de prevenciĆ³n y control). Pensemos en lo que supuso a favor de los movimientos terroristas la telefonĆ­a mĆ³vil o, aƱos atrĆ”s, la estabilidad de los explosivos. Las variables externas pueden actuar como autĆ©nticos detonadores para la puesta en marcha de una dinĆ”mica terrorista hasta entonces germinal: pruebas innegables son el conflicto israelĆ­-palestino, que convierte el salafismo en plataforma doctrinal de la guerra, y la invasiĆ³n de Iraq, por su efecto amplificador del arraigo en paĆ­ses musulmanes de una mentalidad antioccidental, y en consecuencia dispuesta a asumir la discriminaciĆ³n binaria propuesta por Al-Qaeda. La soluciĆ³n del conflicto palestino no iba a satisfacer a Bin Laden ni a Ahmadineyad, pero sĆ­ sacarĆ­a una espina irritativa de la opiniĆ³n en el mundo Ć”rabe. Lo que los analistas llaman ā€œestructura de oportunidad polĆ­ticaā€ tambiĆ©n interviene a favor del crecimiento de la ola del terror. La desgraciada visita de Sharon a la explanada de las mezquitas fue la chispa que encendiĆ³ la segunda intifada, con su secuela, la cascada de atentados terroristas cometidos por palestinos. Tampoco hace falta insistir en la incidencia catastrĆ³fica para el tema de la polĆ­tica exterior de Bush. En el terreno de las comunicaciones, ĀæquĆ© decir del papel decisivo desempeƱado por la cadena de televisiĆ³n Al-Yazira en la construcciĆ³n efectiva de una umma o comunidad islĆ”mica a escala mundial y en la consolidaciĆ³n de la mentalidad antiamericana?

La dimensiĆ³n psicolĆ³gico-social estĆ” localizada en el punto de encuentro entre la ideologĆ­a y la incidencia del contexto, no necesariamente polĆ­tico. Obviamente, la opciĆ³n terrorista no procede de la miseria, aunque la pobreza sea un aliciente para alistarse en el ejĆ©rcito de maniobra del terror. Un especialista del tema, el investigador Marcos GarcĆ­a Rey, apunta a ā€œla juventud inquietaā€ como grupo social de creyentes predispuesto, en los paĆ­ses Ć”rabes y en Europa, para elegir la carrera del terror. SerĆ­a mĆ”s preciso hablar de juventud frustrada y, por una diversidad de razones, colocada en el cruce entre la difusiĆ³n de las doctrinas islamistas radicales (muchas veces, para Occidente, entre inmigrantes de segunda generaciĆ³n) y el malestar econĆ³mico, tanto en el paĆ­s de origen (Egipto, Siria) como en el medio social capitalista (jĆ³venes discriminados en el mercado de trabajo y en la estimaciĆ³n social, del tipo beurs en Francia). Una propensiĆ³n a la violencia y al terror, generada por uno u otro tipo de frustraciĆ³n, que siempre encuentra en la ideologĆ­a el motor que impulsa a pasar de las convicciones y las ideas a la prĆ”ctica. ĀæSu meta? El sueƱo de una sociedad homogĆ©nea, regida por un totalitarismo capilar o totalismo donde una vez exterminados los adversarios reinarĆ­a la pureza de la verdadera religiĆ³n, como antaƱo la de la doctrina nacional salvadora. ~

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Antonio Elorza es ensayista, historiador y catedrĆ”tico de Ciencia PolĆ­tica de la Universidad Complutense de Madrid. Su libro mĆ”s reciente es 'Un juego de tronos castizo. Godoy y NapoleĆ³n: una agĆ³nica lucha por el poder' (Alianza Editorial, 2023).


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