Las sectas de los caníbales

El reto para los movimientos sociales juveniles después del #YoSoy132 es hacia el futuro: ¿Cómo ir construyendo una cultura de la tolerancia que aísle y minimice los efectos perniciosos de las sectas caníbales de la izquierda?
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Pocos críticos más acerbos de la izquierda hubo que Carlos Monsiváis. Con la precisión del cronista e insider nos dejó la frase inmortal que define todo un siglo de activismo social: “dadme un movimiento de masas que yo os devolveré un grupúsculo.” Un amigo y mentor en el sindicalismo independiente, Alfredo Domínguez, solía decir muerto de risa, cada vez que las rebatingas internas nos echaban abajo un plan de acción: “somos pocos, pero bien sectarios.” Sectarismo, marginalidad, inefectividad; llevamos décadas en ese círculo vicioso y, sin embargo, cada vez que surge un nuevo movimiento social, la mayoría de los analistas y los propios activistas parecen creer que el mundo empieza de nuevo y luego terminan buscando afanosamente las causas por las que, al cabo de un corto tiempo, el movimiento se desinfló y terminó dando patadas de ahogado para no hundirse en la irrelevancia.

Es el caso del movimiento #YoSoy132. A un año del surgimiento de una movilización juvenil que cuestionó dura e imaginativamente tanto la construcción mediática de la campaña de Enrique Peña Nieto a la presidencia como el papel de los medios de comunicación en general en el debate público, la conmemoración del hecho atrajo apenas a unos cientos de jóvenes y dejó la impresión de que sus mejores días ya quedaron atrás. Que los movimientos sociales tienen ciclos de ascenso, clímax y declive, es algo bien documentado en las ciencias sociales; como lo es también el hecho de que muchos movimientos sociales se recomponen hacia un nuevo proceso de ascenso o se transforman en algo cualitativa y cuantitativamente diferente a lo que fueron en su origen: un partido político, una red de ONGs, una coordinadora más o menos estable de movimientos sociales, etcétera.  

Con ese esquema en mente, analistas de distintas tendencias como Julio Hernández López, en La Jornada, y Genaro Lozano, en Reforma, comparten una perspectiva similar del estado actual del movimiento #YoSoy132 y una visión un tanto optimista de sus perspectivas futuras. Para todo mundo es claro que el movimiento no logró superar la coyuntura de la elección de 2012 y se quedó entrampado en la indefinición sobre sus demandas originales y la forma de convertirlas en una clara bandera de lucha y una plataforma de políticas públicas, así como sobre las tácticas para impulsarlas. Por ello, la franquicia #YoSoy132 apareció asociada a movilizaciones y situaciones tan disímbolas como la denuncia del “fraude” de Peña Nieto y su corolario de violencia el 1 de diciembre, el programa “Sin Filtro” de Televisa, y las protestas en torno a la reforma de las telecomunicaciones.

Sin embargo, según los analistas mencionados y otros más, como John Ackerman, el movimiento #YoSoy132 tiene “una oportunidad de oro” para rearticularse en torno a cuestiones de interés nacional, como la defensa de la educación pública y el derecho al empleo para los jóvenes, convirtiéndose de esta manera en una “plataforma versátil”, en palabras de Lozano, a prudente distancia de los partidos políticos y los procesos electorales, como quiere Hernández López. La dimensión normativa aquí es innegable y a tal punto convincente que no creo que nadie en el campo progresista de México le ponga demasiados peros: claro que necesitamos un movimiento juvenil activo, creativo y radical en el sentido de plantear claramente los graves problemas nacionales de desigualdad social, falta de oportunidades y violencia contra la población joven en el país; claro que necesitamos la irrupción constante de los jóvenes para combatir la universal tendencia a la esclerotización del sistema político. Pero para evitar que nuestras expectativas sobre la participación juvenil en política se conviertan en mero wishful thinking es imprescindible poner al movimiento #YoSoy132 en perspectiva y señalar los patrones comunes en el declive de los movimientos sociales desde hace décadas: el sectarismo, la intolerancia, la vieja cultura izquierdista del agandalle entre corrientes y desdén por la participación espontánea y masiva.

En primer lugar, creo que hay que restarle protagonismo al gobierno como causa raíz del desgaste e inefectividad de los movimientos sociales. Los gobiernos reprimen -cada vez más inteligentemente, pero igual reprimen-, infiltran y provocan a los movimientos, pero no me parece inevitable que estas tácticas de control conlleven al declive. Más dañinas son las prácticas y la cultura internas. Existe en la izquierda mexicana una especie de sedimento de activismo intensamente sectario que suele vegetar en tiempos de reflujo político y despierta de su letargo cuando surge una manifestación espontánea de descontento con un germen de organización. Entonces se adhiere, como rémora, al cuerpo del movimiento en ascenso y lo maniata con su asambleísmo fetichista y su verborrea anticapitalista, antiautoritaria, antipartidista, antirreformista, anti… Cuando el adversario externo no aparece claramente resaltado contra el fondo, como en las fotografías del pasaporte, las sectas se lanzan unas contra otras en un festín de canibalismo que termina por ahogar al movimiento y alejar a sus participantes con la reedición de legendarios eventos de la izquierda universal como la Revolución Cultural, la Oposición de Izquierda trotskista y las Purgas Estalinistas.

Incluso un movimiento claramente instalado en la ultra-modernidad tecnológica con una gran capacidad de coordinación y descentralización vía redes sociales, como el #YoSoy132, terminó acumulando horas-nalga en las interminables asambleas locales, por escuela, interescolares, nacionales, y así ad infinitum. Eventualmente, las sectas tomaron por asalto las redes sociales para librar en ellas sus batallas prehistóricas, como se puede ver con toda nitidez en el grupo abierto de Facebook “Memes políticos libertad”.

Evidentemente, este argumento no les hace justicia a todos los jóvenes que han hecho de la paciencia una virtud y discretamente han ido armando nuevas propuestas de acción y organización política al interior del movimiento #YoSoy132, como en el caso de la Mesa de Transformación Política, mientras la cara pública del movimiento se desdibuja. La eventual continuidad del #YoSoy132 seguramente surgirá de esos espacios. El reto, sin embargo, es más hacia el futuro, ¿cómo romper el círculo vicioso? ¿Cómo ir construyendo una cultura de la tolerancia que aísle y minimice los efectos perniciosos de las sectas caníbales de la izquierda?

 

 

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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