Gracias,
por este espacio,
por este profiláctico paréntesis.
Oh lavado automático,
gracias por estos dos minutos
de rocío.
Gracias esponjas gigantescas por frotarse
contra este metafórico chasis.
Gracias por ocultarme
y al mismo tiempo abrillantar
mi bella y deleznable carrocería.
Gracias, jabón, por tu trabajo
mudo,
civilizadamente inútil.
Gracias aire,
por la presión con la que secas lo perlado.
Oh máquinas que alguien programó
para dejarme solo,
en esta cápsula,
en busca de una asepsia fugitiva,
gracias, gracias.
– Julio Trujillo