En los รบltimos aรฑos, en parte por la sombra amenazadora de la informaciรณn espontรกnea en la red, se ha hablado mucho de periodismo y de la importancia de la buena labor periodรญstica mรกs allรก de la mera informaciรณn. Para evitar la natural pulsiรณn apocalรญptica, la profesiรณn se ha aferrado a sus puntos fuertes y conceptos como credibilidad, calidad y rigor se esgrimen para marcar diferencias con el abrumador torrente de noticias que se vierten cada segundo en internet. No obstante, los llamados medios tradicionales no han abandonado algunas querencias poco rigurosas que, a mi entender, deterioran su prestigio y ponen en duda su profesionalidad. Uno de los asuntos en los que los medios no han sido fieles a sus propios principios es el de los premios literarios concedidos por editoriales.
A estas alturas, a nadie puede sorprender que los premios literarios son una mera estrategia comercial de los editores. Con excepciones, la mayorรญa de los grandes premios se han pactado con el ganador antes de leer –e incluso recibir– los manuscritos convocados y responden mรกs a las necesidades de las empresas que al resultado de un debate literario entre los miembros de un jurado. Varias veces la prensa ha desvelado la trampa de estos premios; unas veces con un reportaje sobre los entresijos de la farsa y otros con la simple publicaciรณn del nombre del ganador antes de la reuniรณn del jurado. En ocasiones ha sido el mismo ganador el que, incapaz de contener su alegrรญa, ha sido indiscreto y ha compartido con demasiadas personas que รฉl serรก el futuro galardonado. Pero –y a esto se aferran los editores– al pรบblico no parece importarle y, como el niรฑo que no quiere saber que los Reyes Magos son sus padres, se muestra impermeable a cualquier evidencia de engaรฑo. Tambiรฉn los escritores padecen esa ceguera: cada aรฑo se presentan a los grandes premios cientos de ilusionados pretendientes sin posibilidad alguna de ganar.
Pero que no se enoje nadie del sector editorial. Soy consciente de que hay premios mรกs limpios que otros aunque casi ninguno se salva de incluir candidatos, que luego serรกn ganadores, fuera del plazo o que ya estaban contratados por la editorial. Las empresas editoriales, en tanto que son ellas las que asumen el riesgo econรณmico, seguramente estรกn en su derecho de manipular, de modo mรกs o menos sutil, sus propios premios. Es posible tambiรฉn que los editores no tengan la obligaciรณn de ser transparentes. Sin embargo sรญ existe un pacto tรกcito entre los medios y los lectores por el que los primeros serรกn, por encima de todo, veraces.
Para empezar, la prensa deberรญa eludir la idea de que un premio literario lo ha ganado el autor. En lugar de “Javier Moro gana el Planeta”, deberรญa decir: “La editorial Planeta otorga su premio a Javier Moro.” Si dejamos a un lado que los medios dan mucho mรกs espacio a los premios comerciales que a los nacionales, que aun siendo tambiรฉn objeto de manipulaciรณn son resultado de deliberaciones de un jurado, la cuestiรณn es si la prensa deberรญa o no reflejar estos simulacros de premio. Los editores extranjeros, que siempre se sorprenden cuando se les explica el funcionamiento de los premios en Espaรฑa, no dan crรฉdito a que, ademรกs, los medios hagan un eco tan desmesurado de los ganadores. El ya desaparecido Giulio Einaudi solรญa decir que era como si Fiat dijera que su Cinquecento era el mejor coche del aรฑo y todos los diarios le dieran una pรกgina.
En el รบltimo premio Nadal que la editorial Destino ha concedido a รlvaro Pombo, las redacciones conocรญan con horas de antelaciรณn el nombre del ganador para que tuvieran tiempo de recopilar informaciรณn del autor y redactar la nota que se publicarรญa al dรญa siguiente. Nada que objetar ante ese gesto de generosidad hacia la prensa que hace que el periodista trabaje con mรกs holgura. Pero ¿quรฉ hace ese mismo periodista durante dos horas en el Hotel Palace asistiendo cada veinte minutos a la pantomima de los resultados de las deliberaciones del jurado cuando ya ha dejado escrito quiรฉn es el ganador? ¿Quรฉ hacen las radios y televisiones retransmitiendo, en directo, a las doce de la noche el veredicto del premio cuando saben desde hace horas el nombre del afortunado?
Es lรญcito que los editores monten el teatro de un premio para atraer lectores (yo mismo he estado en las bambalinas de esos premios durante aรฑos) aunque quizรกs ya es el momento de buscar otras aรฑagazas y de abandonar algunos usos atรกvicos como el de simular las votaciones durante una cena con cientos de invitados que tratan de obviar lo ridรญculo del paripรฉ. Es legรญtimo tambiรฉn que los autores se presten a ser ganadores de premios a cambio de prestigio y dinero, pero si los responsables de ofrecernos una visiรณn veraz de la realidad omiten el fraude y la mentira y encima lo convierten en un acontecimiento mediรกtico estรกn haciendo dejaciรณn de un compromiso fundamental adquirido con los lectores. ~
(Barcelona, 1973) es editor at large en el grupo Enciclopedia.