El periódico Milenio cuenta en su edición del 5 de junio que en la higiénica empresa llamada “Comercializadora El Chef” en Iztapalapa, un león llamado “Simba” y un tigre llamado “Toño” mataron al señor Ángel Aguilar que les llevaba todos los días su pollito. Doy copy-paste a los primeros parrafos del repórter Luis Velázquez, a fe mía el mejor reportero de nota roja de toda la historia de la humanidad:
Los trozos de pollo que llevaba en sus manos volaron y quedaron esparcidos entre las rejas metálicas, al igual que su ropa.
Media hora después, elementos de Seguridad Pública y Protección Civil de Iztapalapa ingresaron al predio ubicado en el lote 13 de la calle Circunvalación, colonia Santa María Aztahuacán, pero el cadáver yacía desnudo.
Cerca de las 12:20, uno de los vecinos reportó los hechos y el cuerpo médico se trasladó de inmediato, incluso, uno de los paramédicos logró observar al occiso agonizando, pero no pudieron hacer nada para rescatarlo porque el vigilante de la empresa les negó el paso, además de que los felinos andaban sueltos.
Mientras que 41 trabajadores de la empacadora fueron puestos a disposición de la agencia 20 del Ministerio Público, donde se abrió una averiguación previa por homicidio contra quien resulte responsable.
Así las cosas, tenemos: 1) Ante un león, los pollos vuelan sin importar que estén en trozos, igual que la ropa, 2) Que los “elementos” ingresen a los predios no impide a los cadáveres yacer desnudos, 3) Cuando hay un occiso agonizando, los paramédicos observan, 4) Los “elementos” de Seguridad Pública y Protección Civil estarán encargados de la seguridad del público y de la protección civil y serán todo lo elementos que quieran, pero si el vigilante de la empresa les niega el paso, no pasan, anden o no sueltos los leones, y 5) Siempre que un león se come a un señor en Iztapalapa, 41 trabajadores son arrestados por homicidio contra quien resulte responsable.
Aborrezco a esos imbéciles que fortalecen su indecisa testosterona agenciándose un león o un tigre para enseñárselo a sus compadres (el de esta historia, predeciblemente, “se dio a la fuga”). Aborrezco también a las autoridades de Iztapalapa que hasta que agonizó un occiso se enteraron de que hic sunt leones, como anotaban los antiguos cartógrafos al dibujar África. Por lo que a mí toca, tanto el ahora prófugo dueño de “El Chef” como las autoridades competentes de Iztapalapa deberían ser sumariamente pasadas por las armas hasta que agonicen o queden occisos, lo que suceda primero. Uno por empacar alimentos rodeado de leones y cadáveres occisos, y las otras por nunca haberse enterado de que en una procesadora de alimentos la idea de la higiene incluye la presencia de leones sueltos.
Por otro lado, en descargo de dichas autoridades, puede conjeturarse que seguramente cuando llegaban los inspectores de sanidad de Iztapalapa con ánimo de cumplir celosamente su deber, el vigilante de la empresa les negaba el paso. Tampoco es improbable que los tales inspectores yacieran desnudos. Aunque quizá lo más verosímil es que como los felinos andaban sueltos, a los inspectores les dio miedo entrar para averigüar si en esa empresa había leones. O bien si, en caso de haberlos, si los leones contaban con su licencia sanitaria, o si tenían calcomanía cero, o qué.
El hecho es que ya sucedida la tragedia, las autoridades competentes tomaron cartas en el asunto y confiscaron a los leones gracias a unos dardos con sedantes que les dispararon los veterinarios del zoológico de Aragón. El occiso león “Simba” agonizó casi de inmediato a causa de lo que el perito experto en leones de Iztapalapa llamó una “insuficiencia respiratoria”. La muerte del tigre seguramente se debió a que 1) los trozos de pollito que volaban le hicieron daño, 2) la carne de occiso le hizo daño, o 3) el dardo con sedante a) era demasiado dardo, o b) tenía demasiado sedante.
Y así sucesivamente…
El león “Simba” luego de ser arrestado y antes de quedar occiso.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.