Camaradas mexicanos en Norcorea (segunda parte)

Una historia que alguien debería llevar a la pantalla grande. Medio centenar de mexicanos con pasaporte norcoreano, atravesando fronteras con el objetivo de recibir formación político-militar en Pyongyang.
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Me referí la semana pasada a la forma en que varios compatriotas que estudiaban en la Universidad Lumumba de Moscú en 1966 formaron un Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) y decidieron rescatar a México de sus tribulaciones por medio de la vía armada. Fui a dar a esa historia porque, leyendo En las profundidades del MAR, libro de Fernando Pineda (parcialmente en línea) me enteré de que muchos de esos compatriotas provenían de las normales rurales o laboraban en ellas y, con otros, “tuvieron una destacada participación organizando y dirigiendo varias agrupaciones guerrilleras” en los sesenta.

Bueno, la cosa es que ya decididos a salvar a la Patria, los camaradas del MAR se pusieron a buscar a alguien que pudiera enseñarles la forma científica de alzarse en armas. Y luego de preguntar por todas partes, en Rusia, China, Cuba, Argelia, etcétera, consiguieron pase automático a la República (sic) Popular (sic) Democrática (sic) de Corea, o sea Norcorea. Tantos como cincuenta y tres mexicanos se pasarían hasta once meses ahí, entre 1968 y 1969, aprendiendo teoría marxista, práctica de la sublevación, tiro al blanco, artes y oficios de la dinamita y karate (por si acaso fallaban el tiro al blanco y la dinamita).

Ahí es donde comienza la historia que alguien debería llevar a la, como se dice, pantalla grande. El grupo regresó de Moscú a México y poco después fue enviado de México a París (“la capital francesa es impresionante”, escribe Pineda); de París volaron a Berlín occidental, donde cruzaron el muro y se sintieron felices de estar “¡en un país socialista!” (obviamente sin darse cuenta de que todos los berlineses de ese lado querían pasarse al otro). Al llegar al muro, los guardias del lado soviético les preguntaron a qué iban al Berlín del Este y los mexicanos dijeron que a pasear. (Es en serio). Órales, pásenlen, dijeron los guardias.

En Berlín oriental los mexicanos se encuentran con los norcoreanos que le dan a cada mexicano un pasaporte norcoreano y luego todos juntos se echan un vodkita. Y ahí es donde da grima que no se aporten más detalles, porque la conversación entre los norcoreanos mexicanos y los norcoreanos norcoreanos habrá sido muy interesante, quizá sobre la fraternidad histórica entre los pueblos juche y azteca y esas cosas, pero seguramente con la obligada explicación mexicana de cómo son las chinampas de Xochimilco, que es como un mexicano se defiende de la ansiedad que produce hallarse ante extranjeros.

Luego del vodkita, los norcoreanos norcoreanos subieron a un tren a los norcoreanos mexicanos y los mandaron de Berlín a Moscú. Hubo que hacer una escala en Varsovia, y ahí los guardias polacos les pidieron a los norcoreanos más raros que habían visto en su vida ver sus pasaportes norcoreanos, y luego de verlos les dijeron órales, pásenlen.

En Moscú, los norcoreanos norcoreanos los metieron a un “galerón con 17 camas” y los dejaron ir a ver la Plaza Roja. Luego, el camarada líder mexicano Fabricio le dijo al grupo que, “con el objetivo de recibir formación político-militar”, su destino era Norcorea. Con una encomiable capacidad de deducción, Pineda escribe: “lo que ya sospechábamos”.

Luego de enseñarles teoría guerrillera marxista básica (“prohibido poner apodos” y “prohibido tener enredos amorosos”), el camarada Fabricio subió a los falsos norcoreanos mexicanos a “un bimotor destartalado” que los trasladó a Irkutsk, en Siberia, y después de una prudente escala, a la capital de Norcorea, Pyongyang. No bien se bajaron del bimotor cuando unos militares se los llevaron directamente al campo militar sin un vodkita y sin dejarlos ver ni siquiera un desfilito en la Plaza Kim Il-Sung.

Pineda está muy orgulloso de que “53 reclutas” hayan salido de México y cruzado Europa “sin ser detenidos por los organismos de seguridad internacionales especializados”. Pineda niega el involucramiento de los soviéticos, contra la opinión de estudiosos —como Jon B. Perdue o Donald Clark Hodges— para quienes es imposible suponer que se podía viajar de la URSS a México y luego a Norcorea sin que lo supiera la KGB. Un año más tarde, el gobierno de México expulsaría a cinco diplomáticos soviéticos en represalia…

Pero, caramba, de nuevo me he quedado sin espacio.

Culminará…

 

 

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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