Libertad de expresión: asignatura pendiente

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Vida y obra de una apóstata

Entrevista con Ayaan Hirsi Ali

Ayaan Hirsi Ali (Mogadiscio, Somalia, 1969) es una mujer perseguida por decir lo que piensa. Sobrevivió al exilio y la ablación de clítoris y escapó a Holanda para huir de un matrimonio forzado. Fue diputada del parlamento holandés, donde denunció la opresión que sufren las mujeres musulmanas. Un fundamentalista islámico asesinó a su amigo y colaborador Theo van Gogh en 2004. Los ensayos incluidos en Yo acuso y sus dos volúmenes autobiográficos, Infiel y Nómada (todos ellos en Galaxia Gutenberg), son una crítica lúcida y severa del islam, así como del multiculturalismo y el relativismo de Occidente, y una valiosa defensa de la libertad y la responsabilidad individual.

En Nómada continúa contando la historia de su vida, y reflexionando sobre el islam a partir de su experiencia y de datos generales. Uno de sus argumentos es que el islam crea familias disfuncionales.

Es una consecuencia no deseada de la cultura, particularmente de su actitud hacia la sexualidad. El islam, como el cristianismo y el judaísmo, tiene muchas ideas sobre cómo deben comportarse las mujeres y los hombres. No condona la promiscuidad. Quiere controlar la sexualidad humana. Por supuesto, eso no es exclusivo del islam. Pero el islam crea un alambre increíblemente tenso por el que debes caminar, y si no lo haces el castigo es físico, severo y duradero. Por ejemplo, si practicas sexo antes del matrimonio son cien latigazos o lapidación. Es muy extremo.

El islam también exige que las mujeres asuman la responsabilidad de la sexualidad de todo el hogar y, en último término, de toda la sociedad. Así, son las mujeres las que son encerradas, las que deben cubrirse. Hay una cultura de la vergüenza y el honor, y las mujeres llevan la vergüenza y los hombres supervisan el honor. Eso crea un sistema en el que la gente desconfía entre sí.

Otro de los factores es el dinero. En los hogares musulmanes, a todo el mundo se le enseña que cuando ganas dinero debes compartirlo con todos los demás. A las mujeres no se les enseña nada sobre el dinero. Y en el islam, hablar de dinero –decir que quieres ganarlo, ahorrar, etcétera– es otro tabú: solo puedes darlo, solo puedes ser generoso. Así que de nuevo, sin pretenderlo, por cada dos o tres personas que son productivas, hay diez que no lo son. Resulta muy fácil: ¿por qué debería trabajar, si tu obligación es darme dinero?

En tercer lugar, está la violencia, que pertenece a esa estructura del honor y la vergüenza. Si haces algo que se considera vergonzoso, el castigo debe ser físico. Para la sexualidad, latigazos, lapidaciones. Si eres un ladrón, hay que cortarte las manos. La apostasía se castiga con la pena de muerte. Se celebra la violencia.

Pero hay otro aspecto de la violencia en el hogar musulmán: si no quieres hacer concesiones, si quieres ganar, lo tomas todo; matas a tu enemigo, lo destruyes. La concesión y el consenso son elementos imprescindibles de la democracia. Tú cedes un poco y yo cedo un poco. Nos encontramos a mitad de camino. Eso no es islámico. Tienes que ser musulmán o no. No hay otra posibilidad. Así que tenemos que enseñar a la gente, cuando viene de países musulmanes a Occidente, que hacer concesiones es bueno. Y los occidentales tienen que aprender que en la estructura de la doctrina islámica no existe la concesión. Si hay un alto el fuego, es temporal. Dura hasta que yo sea lo bastante fuerte como para vencerte. El islam permite una gran cantidad de mentiras, para engañar al enemigo o a gente a la que da el estatus de enemigo.

¿Por qué es más violento el islam que otras religiones?

En primer lugar, se fundó en una cultura muy violenta. Lo fundó un hombre de una tribu en una cultura del desierto, y en una cultura del desierto los recursos son muy limitados. No puedes hacer concesiones sobre un oasis: una tribu lo conquista, hay una lucha, la siguiente tribu lo conquista. Mahoma fue capaz de unificar todas esas tribus diferentes, pero eso no significaba el fin de la lucha. La unificación, bajo el estandarte del islam, consistía en conseguir que cada vez más gente estuviera bajo el estandarte del islam. La lucha se convirtió en una aspiración. La yihad es el sexto objetivo del islam.

La segunda razón es que pone un gran énfasis en la vida después de la muerte. Si eres un buen musulmán, estás sumando y restando puntos todo el día. Tienes dos ángeles, uno a la derecha y otro a la izquierda. El ángel de la derecha anota todas las cosas buenas que haces. “Bueno” significa que sigues lo que dice el Corán, lo que está en los hadices, lo que dijo el profeta Mahoma. Si no sigues eso, es malo, y el otro ángel también lo está apuntando.

Así que haces una cosa para que luego, en el futuro, puedas ir al cielo. La alternativa es ir al infierno y la gente quiere evitarlo. Es un elemento disuasorio. Probablemente la mejor forma de evitarlo es extender el islam. Puedes hacerlo de forma pacífica, predicando, diciéndole a la gente: “Te invito a que te unas al islam.” Y después de hacerlo varias veces, a falta de respuesta positiva se permite que uses la agresión. Pero, si te invito a que te unas al islam, de nuevo tu deber es hacer lo mismo. La gente suma puntos todo el tiempo, no para esta vida sino para la posterior a la muerte. Y así se convierte en un culto a la muerte, que abarata la vida. Y, como la vida humana es barata, es fácil quitarla. Es fácil tener esos castigos delirantes, como la lapidación, los latigazos o la decapitación por cosas muy poco importantes.

¿Es compatible el islam con la democracia? A menudo se cita el caso de Turquía.

Turquía demuestra que el islam y la democracia son incompatibles. En cuanto los islamistas llegan al poder, todo debe ser islámico. Erdogan y su partido, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, están tomando muy lentamente todas las instituciones de poder. Especialmente las instituciones de educación e información, que son muy importantes para la socialización de la mente, para el adoctrinamiento. Han adoctrinado primero el campo y las regiones y ahora las ciudades. La gente laica en Turquía, que durante muchos años pensaba que Turquía era la excepción donde el islam y la democracia podían convivir, se ve de repente sorprendida por un movimiento que hace exactamente lo que otros advertían y señalaban. Y los islamistas acumulan cada vez más poder.

¿Qué cree que va a suceder con las revueltas del mundo árabe? ¿Piensa que los islamistas terminarán haciéndose con el poder?

Creo que en una primera fase sí. Me baso en la información y las pruebas que tenemos. Algunos países, como Bahréin, y creo que hasta cierto punto Jordania, tendrán gobiernos autocráticos que harán algunas concesiones. Puede ser también el caso de los Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, en alguna medida Arabia Saudí. Y donde las revueltas tengan éxito y acaben con el régimen, puede haber un rápido gobierno islamista y después, quizá, un gobierno democrático.

Egipto tiene a los Hermanos Musulmanes, que considera el partido de Erdogan como su modelo. Es un partido islamista. Son muy claros. Solo hay que leer su manifiesto: el islam no es compatible con la democracia.

No sé cómo Libia va a alcanzar una solución pacífica, porque tiene todos los malos elementos: es tribal, es desértica (es decir, los recursos son muy limitados), tiene un fuerte movimiento islamista, y tiene un movimiento fuerte a favor de Gadafi, o que al menos no es islamista pero tampoco democrático, como los partidos baazistas. Esos países van a tener muchos problemas.

Pero soy optimista, y voy a decir dónde sitúo mi optimismo. Fíjate en un país como Irán. En 1979, el pueblo iraní eligió el islamismo. Querían un gobierno que aplicara la sharía. Viven bajo el gobierno de la sharía, pero ya no lo quieren. Esto muestra que los seres humanos aprenden de la experiencia. No sé con qué quieren sustituirlo, ni qué quiere el Movimiento Verde. Quizá quieran lo mismo con algunos cambios cosméticos, pero los jóvenes que salieron a la calle no quieren la sharía. Y creo que es el momento de que los europeos y los estadounidenses promuevan la democracia. Pero la democracia solo puede promoverse en Oriente Medio como una elección entre el islam y la democracia. No pueden ir juntos. Habría que decir sí al lado religioso del islam pero no a la sharía.

Parece difícil confinar la religión a la esfera privada en el caso del islam.

Es difícil porque los islamistas dicen: “El islam no es público ni privado. El islam es todo. Es la respuesta.” Es lo que dicen los Hermanos Musulmanes, su eslogan es: “El islam es la respuesta.”

Usted dice que las diferentes longitudes del velo son gradaciones de una esclavitud mental. ¿Qué le parece la prohibición del burka en Francia?

Creo que es simbólica. Si la entiendes en un contexto en el que compiten dos identidades culturales distintas, esa prohibición, como la prohibición del minarete en Suiza, significa: “En este país, esta es la identidad cultural dominante.” No es un asunto legal; no es “puedes tener tu mezquita y yo puedo tener mi iglesia”. Es reconocer que los radicales musulmanes no quieren hacer concesiones, sino que quieren imponer el islam, quieren que el islam sea la religión dominante en Francia y el burka es un símbolo que dice: “Esto es lo que somos.” Y a los franceses eso no les gusta. Así que es una prohibición de los símbolos del islam, pero no elimina el problema de la actitud de los musulmanes hacia las mujeres o hacia la sexualidad, que es muy diferente de la francesa. Solo es el principio. Y a veces tengo la sensación de que si prohíbes cosas todo el mundo piensa que el problema está resuelto.

¿Cuál cree que sería la mejor manera de hacerlo?

La mejor manera de hacerlo es absorber a los inmigrantes musulmanes en el culto de los derechos humanos, en el culto de la Ilustración, y para ello hay que usar las instituciones de socialización: quitar las escuelas, los medios, todo, de las manos de las organizaciones islamistas, e invitar y empujar a los individuos musulmanes a adoptar esos valores y a elegir. Porque la inmigración es una elección. Nadie obliga a nadie a dejar su país de origen. Yo me fui a Holanda. Nadie me obligó. Y por tanto es justo que la sociedad y el gobierno holandeses digan: “Bueno, ahora que estás aquí, tienes que ser como nosotros.” Me parece totalmente justo. Sería ridículo por mi parte ir a Holanda y decir: “Vosotros, los holandeses, tenéis que ser como yo.” Y eso es exactamente lo que dicen las organizaciones islamistas.

La importancia de la blasfemia también resulta perturbadora. Sorprende, por un lado, la hipersensibilidad de los musulmanes. Y, por otro, la casi naturalidad con que se acepta que una película, unas caricaturas, la quema de un Corán, produzcan muertes…

Y que parezca que se producen por culpa nuestra. Por ejemplo, este hombre que quemó el Corán en Florida. Vive allí, tiene una pequeña congregación, ha descubierto cómo se trata a los cristianos en el mundo islámico y quiere protestar.

 
 

Y no va a matar musulmanes, sino que piensa: “Bueno, vosotros sois sensibles a la blasfemia. Voy a blasfemar para llamar vuestra atención.” Dijo: “Los musulmanes son intolerantes, violentos, y, cuando insultas sus iconos, matan a la gente.” Y eso es exactamente lo que hicieron. Así que le ayudaron a fortalecer su observación.

 

Ese es el primer elemento. El segundo, que es el problema más profundo, es que el islam funciona como todas las sectas totalitarias. Si lo dejas, o si insultas al icono o al maestro o lo que sea, abres la puerta para que lo haga otra persona. Los musulmanes son alérgicos a la blasfemia porque significa “entonces todo el mundo puede irse”. Si abres la puerta, todo el mundo se marchará. Quizá sea la forma más antigua de mantener un grupo unido, decir “decapitaremos a todos los que se vayan”. Es un argumento muy fuerte. Conozco a los ateos musulmanes que hay en Estados Unidos. Nos preguntamos por qué está bien dejar el cristianismo pero no el islam. La razón es que el islam es inherentemente débil. Una religión fuerte no necesita amenazar. Dice “puedes venir, puedes irte”. Y ahí el islam tiene otra contradicción. Para que seas un verdadero musulmán, el deseo debe estar en tu corazón, debes querer serlo. Pero, si te da miedo marcharte, ¿cómo puedes ser un buen musulmán?

Todos los ateos musulmanes son famosos. Mucha gente de familias cristianas crece y va a la escuela y piensa que Jesucristo y la Biblia son tonterías. Pero eso carece de consecuencias, porque nadie les persigue. Algunos se hacen ateos y luego vuelven al cristianismo, o son protestantes y se hacen católicos. Tienen una libertad de conciencia que el islam no permite. Y creo que, en último término, esa es la razón por la que el islam no es compatible con la democracia: porque no permite la libertad de conciencia.

Otro elemento del islam que destaca en su libro es el antisemitismo.

El islam, como doctrina política, y especialmente como doctrina política totalitaria, necesita un enemigo, un chivo expiatorio. Israel y los judíos son ese chivo expiatorio. Cuando era pequeña, todo el mundo a mi alrededor hablaba de los malvados judíos. No habíamos visto ningún judío. Somos somalíes y no hay judíos en Somalia. Si los había, quizá fueron exterminados, oprimidos o silenciados. No recuerdo haber visto a nadie que fuera judío antes de ir a Holanda. Sin embargo, los odiábamos con una ferocidad brutal. Después de unirme a los Hermanos Musulmanes, se hizo más virulento. Veía revistas de muchos colores, publicadas en Irán. Era durante la guerra entre Irán e Iraq, y todas las páginas mostraban cadáveres, hombres y mujeres jóvenes, niños. Y siempre lo hacían los judíos. Veíamos imágenes de Palestina, de Cachemira… Todos los conflictos del mundo en los que participan musulmanes y no musulmanes, o donde solo participan musulmanes, eran cosa de los judíos. Se describía a los judíos como ratas, cerdos, cucarachas, piojos, bacterias, cualquier cosa que se pase por la imaginación. Como musulmán, solo puedes tener una relación con los judíos: una relación de odio. Y, si tienes la oportunidad, debes matarlos. Muchos islamistas sacan pasajes del Corán y de los hadices, toman parábolas contadas hace siglos en un contexto totalmente diferente y las aplican al contexto de hoy. Muy pocos grupos hablan de esto. ¿Por qué la sociedad infravalora lo que significa? En Europa se habla más de lo que Hitler hizo a los judíos que de lo que les está sucediendo ahora, que da miedo. El hecho de que un poder islámico, un superpoder, busque un arma nuclear y en la primera oportunidad que tenga quiera destruir Israel… Esas cosas no son una broma.

Ha dicho que el feminismo occidental ha promovido una versión provinciana de la liberación de la mujer.

Está cambiando. Hoy he comido con mujeres del Foro Internacional de la Mujer y me ha gustado mucho su respuesta a lo que hago. Todas se ofrecían a ayudar. Y todas entendían que lo que quiero no es solo detener la crisis en este momento: es decir, salvar a alguien de un matrimonio forzado, o de la mutilación genital femenina.

Quiero todo eso. Pero quiero más. Quiero un cambio cultural. Y las mujeres con las que he hablado estaban de acuerdo. Decían que necesitamos ese cambio cultural, ese cambio mental.

Pero en otras ocasiones he hablado con feministas que solo veían al hombre blanco como la fuente de todo mal y opresión. El hombre blanco era responsable de la esclavitud, de siglos de sexismo, del colonialismo, del Holocausto, del apartheid, lo que quieras. El hombre negro, blanco o amarillo eran también víctimas del hombre blanco. Y, sea lo que sea que hicieran a sus mujeres, era mejor no hablar de ello. Eso es lo que quiero decir cuando hablo de provincianismo. Los logros del movimiento feminista se volvieron muy locales. No son universales. Son universales en principio, pero sus líderes no querían condenar al hombre que no es blanco por su sexismo.

Uno de los aspectos más polémicos del libro es su visión de las iglesias. Dice que tienen que desempeñar un papel esencial para la integración de los musulmanes.

Puede que sea polémico, pero ¿se te ocurre una idea mejor? El islamismo organizado intenta captar a individuos que nacen como musulmanes, e incluso a individuos que no nacen como musulmanes. Normalmente se centran en comunidades débiles. Les dan su versión del islam. Si lees el manifiesto de los Hermanos Musulmanes, ves que tienen cinco objetivos. Construir el individuo musulmán, la familia musulmana, la comunidad musulmana, la nación musulmana y el califato musulmán. La manera de hacerlo es adoctrinar a la gente para que crea en eso por completo. Nos sorprendemos y nos preguntamos por qué la gente hace lo que hace. La respuesta es el adoctrinamiento. No hay competición. Una de las formas en que actúan los islamistas es ir a esas comunidades y decirles: “Este es el único marco moral que es verdadero, justo y bueno.” El cristianismo es decadente. Es malo para vosotros. El humanismo es decadente y malo. Los humanistas y los cristianos son enemigos del islam. Solo hay una respuesta a todos los problemas y es el islam. Me pregunto: ¿por qué Estados Unidos y Europa solo se centran en formas militares de tratar con el islamismo y usan solo el Estado, los servicios secretos? ¿Por qué la sociedad civil no se organiza para ir a las mismas comunidades y decir: “Bueno, ese hombre os ha dado una cinta con un sermón, y he oído el sermón. Básicamente os dice que odiéis a otra gente para sentiros bien. Yo tengo una historia mejor”? Los cristianos van e imparten un mensaje de amor; las feministas, de emancipación; los humanistas, de compasión. Si a un barrio de Madrid que tiene una concentración de musulmanes solo van los islamistas, todo el barrio se vuelve islamista: las mujeres llevan el burka, se vuelven muy intolerantes. Si tienes el mismo barrio y llevas otras comunidades, que hablan con la misma gente, verás –esto es lo que pienso, porque creo que es así como funciona el mercado– que una fracción será islamista, otra cristiana, otra feminista, otra humanista. Eso crea un mayor equilibrio y debilita a los islamistas. Y eso es muchísimo más poderoso para derrotar a los islamistas que sacar a bombazos las creencias de la cabeza de la gente. La fuerza y la voluntad no funcionan. Son medidas de emergencia, pero no son duraderas. No quieres que la gente crea esas cosas, así que debes decirles qué está mal en esas creencias y darles una alternativa. Les explicas qué funciona mal en el islam y qué funciona bien en otro modelo. Destruyes la idea del gueto, obtienes más interacción, una comunidad robusta que debata y discuta, y obligas a los islamistas a no ser violentos.

A veces se le acusa de exagerar, o de incitar a la islamofobia. Es una palabra que no le gusta.

Algunos, especialmente en la izquierda, no tienen respuestas. Ven que los musulmanes se molestan por lo que digo y se limitan a repetir lo que dicen. Una radical islámica dice: “Eres una islamófoba.” Y el izquierdista que está sentado a su lado dice: “Eres una islamófoba, has molestado a esta chica.” Así que en gran medida se debe a la falta de reflexión. Y otra parte se debe a que los islamistas no quieren que haya gente como yo, escribiendo libros y diciendo: “Competid con el islamismo, id a ese barrio y llevad ideas diferentes”, porque, si me dejan hacerlo y la gente empieza a actuar, pierden el poder total que tienen ahora. Ahora hay un tabú en Occidente: la gente no habla de lo que está mal en el islam. Lo hacen en blogs y a puerta cerrada, pero el islam no se debate de forma crítica en los medios establecidos, en el gobierno. Los políticos solo presentan excusas, dicen que hay dos islams: el pacífico, la mayoría de los musulmanes, blablablá, y luego el otro, un grupo marginal, y que la lucha es solo contra Al Qaeda. Ahora ni siquiera quieren nombrarlo: desde que llegó la nueva administración estadounidense, ni siquiera se menciona la palabra islam. Ahora luchamos contra el extremismo violento. Para los islamistas, eso es maná del cielo. Se dicen: “Bueno, que luchen contra el extremismo violento, nosotros nos vamos a meter en estos barrios y a montar este programa de adoctrinamiento por ese agujero”, y nadie dice que haya nada malo en ello. Es religión y la respetamos.

Christopher Hitchens dice que usted es un ejemplo clásico de disidencia intelectual. Y lamenta las críticas y cierto distanciamiento de intelectuales que supuestamente defienden la libertad. Pienso en Timothy Garton Ash, en Ian Buruma.

Timothy se disculpó, así que es diferente. Ian Buruma no se disculpó. Christopher Hitchens atacó a los dos buscando los puntos débiles de sus argumentos. Pascal Bruckner, Bernard-Henri Lévy, Paul Berman –que había sufrido ataques antes de que yo apareciera– hicieron lo mismo. Berman, como Christopher, comparaba la situación con el estalinismo, porque todos esos pensadores lucharon contra el comunismo, y no solo se enfrentaron a los aspectos exteriores, sino también a la doctrina y los principios del comunismo. Decía: “Me sorprende que hagáis una excepción con el islamismo, y que al disidente interno se le llame extremista, radical, fundamentalista de la Ilustración, ¿por qué todas esas etiquetas?”

Lleva varios años viviendo en Norteamérica. ¿Qué diferencias ve en la actitud de Europa y Estados Unidos hacia el islam?

Estados Unidos ve el islam principalmente como un problema de política exterior. Ha cambiado un poco, con algunos de los incidentes que se han producido en Estados Unidos. El debate que siguió al caso del mayor Nidal Malik Hasan [que asesinó a trece personas e hirió a otras treinta en la base de Fort Hood en noviembre de 2009] fue muy similar al que se produjo tras el asesinato de Theo van Gogh en Holanda. Algunos estadounidenses decían: “Sí, sufría el síndrome de estrés postraumático.” Ni siquiera había entrado en combate. ¿Cómo podía sufrir estrés postraumático si no había estado allí? Pero antes de cometer los asesinatos hubo un largo proceso, porque convertirse en un musulmán radical no es cosa de un momento. Interiorizas esas ideas, después vas y aceptas la yihad, después te comprometes con ella, te preparas… No es algo que suceda de repente. Ahora los estadounidenses son conscientes de eso y son conscientes de que afecta a la comunidad afroamericana de una forma muy extraña, porque el islam no es amable con los africanos: los árabes consideran esclavos, inferiores, a los negros africanos. Así que ahora lo ven, pero para ellos se trata sobre todo de Irán, Pakistán, el problema de Oriente Medio con Israel y sus vecinos.

En Europa el islam es un problema doméstico. Es: ¿cómo absorbemos en nuestra sociedad a un millón de personas en Holanda, cinco millones de personas en Francia, tres millones en Alemania, quizá dos millones en Gran Bretaña, como ciudadanos? ¿Cómo hacemos que sean parte de nuestra sociedad?

Siempre estaré agradecida por haber ido a Holanda, por haber estado expuesta a la educación a la que estuve expuesta. Pero también estuve expuesta a una cultura en la que era posible ver que la libertad no es una teoría, sino algo que puede alcanzarse. No era en absoluto perfecto, pero era una sociedad pacífica, generosa y liberal. Fue estupendo estar allí. Cuando me invitaron a entrar en política las cosas cambiaron. Es un sistema de consenso y, cuando se enfrentaban a un asunto que polarizaba a la gente, como el lugar del islam en Holanda, pensaban que podían resolver el problema en el marco del consenso. Pero eso solo funciona en el contexto holandés. Si vienes de una cultura, o la traes, en la que la concesión y el consenso equivalen a la derrota y son una fuente de vergüenza, no haces concesiones. Espero que un día los políticos se den cuenta de que ese es el problema. Algunos de mis excompañeros del parlamento todavía me preguntan: “¿Por qué no hacen concesiones?” Y tengo que explicar una y otra vez: “No es parte del sistema. Hacer concesiones es aceptar la derrota.” Es necesario un cambio mental en ese aspecto. No se puede hacer de forma instantánea; es un largo proceso de educación y reeducación. Y los holandeses no lo han hecho porque no les gustan los enfrentamientos, que serían necesarios para que los musulmanes cambiasen su manera de pensar sobre el lugar de las mujeres o de los homosexuales, de las minorías religiosas, de la apostasía.

 
 

Hay que enfrentarse. Así que ahora hay un partido populista, el mayor de Europa, y asume todo ese enfrentamiento.

 

En los países más grandes la situación está cambiando. Es el caso de Angela Merkel en Alemania o de David Cameron en el Reino Unido, que habló del “liberalismo muscular”. Hace poco dio un discurso donde dijo: “La inmigración masiva ha producido barrios donde tenemos gente alienada y enfrentada entre sí. Hay muchos aspectos culturales que no podemos aceptar.” Quiero saber en qué consiste el liberalismo muscular. Estoy muy interesada, pero de esa retórica tienen que surgir políticas. A mí me interesan las medidas concretas. Porque, por ejemplo, esta gente no se siente cómoda cerrando las escuelas musulmanas. Y tienes que recuperar las instituciones de socialización para implantar ese liberalismo muscular que buscas. ~

Daniel Gascón

 

La crisis de las caricaturas

Entrevista con Kurt Westergaard

En el otoño de 2005, el editor danés Flemming Rose notó que la autocensura de artistas, periodistas e intelectuales se aceleraba. Estaba aún muy fresco el asesinato de Theo van Gogh por parte de un musulmán fanático. En Dinamarca, Kåre Bluitgen se quejaba porque no conseguía quien ilustrara su libro infantil El Corán y la vida del profeta Mahoma, temerosos como estaban todos de herir susceptibilidades. Poco después, el comediante Frank Hvam dijo en una entrevista al periódico de Rose, el Jyllands-Posten, que no tendría problema en mear una Biblia frente a la cámara, pero que no se atrevería a hacer lo mismo con el Corán.

Eso fue el colmo. ¿Por qué el miedo induce autocensura en una democracia? Para explorar los límites de la autocensura, Rose convocó a cuarenta caricaturistas para que representaran a Mahoma tal como se lo imaginaban. Respondieron solo doce. Algunos se mofaban, en realidad, de los medios de comunicación o de sí mismos, alguno parodió los miedos en torno al libro de Bluitgen. Pero la ilustración de Kurt Westergaard, del staff del periódico, abrió un fuerte debate en Europa sobre la libertad de expresión y el respeto a las creencias religiosas de las minorías.

Kurt Westergaard está por cumplir 76 años pero se mantiene muy jovial. Viste pantalones rojos, una elegante chaqueta negra con bordados y mascada de colores. Sobre la mesa deja su panamá y del respaldo de una silla cuelga el bastón de madera con empuñadura metálica. Es un hombrón barbado, corpulento y alto, de diminutos ojos azules que observan alrededor con curiosidad. Sabe un poco de español, el idioma con el cual se comunica con sus nietas, pues su hijo se casó con una peruana y la familia está afincada en Centroamérica. Charlamos en la Galería Draupner en el pueblo de Skanderborg, en Jutlandia.

La caricatura de Westergaard es un busto de Mahoma con la shahada –el credo musulmán– y una bomba arropadas en el turbante. ¿Cuál es el simbolismo implícito? Él responde: “Hay una obra de teatro romántica llamada Aladino, y en esta obra de teatro hay una expresión que es ‘Tener una naranja en el turbante’, que significa ‘Tener buena suerte’.” Westergaard se refiere a Aladino (1805), de Adam Oehlenschläger (1779-1850). En el primer acto, dos amigos le cuentan a Aladino que un mercader acostumbra tirarles a los niños naranjas desde la ventana como juego para que las atrapen. Por pura suerte, las tres naranjas le caen a Aladino en su turbante. Desde entonces, los daneses usan el refrán “naranja en el turbante” para invocar la buena suerte. Y continúa: “Tener una bomba en el turbante significa algo muy diferente, pero siempre he sostenido que puede haber diferentes interpretaciones de esta caricatura. Puedes decir que el terrorismo se ha aprovechado del islam y ha secuestrado a su profeta, a quien le puso una bomba en el turbante.”

Le pregunto por un retrato suyo titulado Ytringsfrihed (Libertad de expresión, 2010) con un turbante y una bomba encendida, obra de Mark Brein. ¿Se convirtió ya en un motivo? Elude un poco la pregunta: “No, no lo creo, ahora hago otras cosas.” En cambio, el galerista Erik Guldager ríe de buena gana: “Se trata de una parodia por toda la crisis que se desató. Tenemos que reírnos de Kurt. Si no lo hacemos nosotros, no lo hará nadie más.”

Esta mañana despertamos en Dinamarca poco después de que Barack Obama anunciara la muerte de Osama bin Laden. Suena el teléfono y una amiga me dice desde Los Ángeles: “Acá es la locura, la gente festeja en las calles como si se hubiera ganado un partido de fútbol.” Pienso en Westergaard, a quien algunos miembros de Al Qaeda intentaron matar. ¿Cómo se siente con la noticia de la muerte de Osama bin Laden? Él no parece dar la menor importancia a la noticia ni a las amenazas: “Ya me acostumbré y estoy muy bien protegido por el Servicio de Inteligencia y el Servicio Secreto daneses. Me acompañan a todos lados, uno se acostumbra. Además, son personas muy amables. El chiste entre nosotros es que a ellos les alegra que, a diferencia de muchos otros daneses, yo no salgo a nadar en invierno ni soy nudista. Así que en realidad vivimos bastante bien.” ¿Pero no le ha costado sacrificar su libertad de movimiento en aras de la libertad de expresión? “De ninguna manera. Puedo ir a todos lados, solo debo confirmar mis movimientos con los guardaespaldas, no tengo ningún problema. Y por supuesto que me impresiona vivir en una sociedad que se esfuerza tanto por proteger a una persona.”

Sobre mis espaldas se posa la mirada de los escoltas: la charla se desarrolla con la puerta abierta, los dos hombres nos observan todo el tiempo en silencio. Al entrar en la galería, un detective y media docena de policías me habían inspeccionado ya con detectores de metales y un perro adiestrado para olfatear explosivos. Alguien más puntilloso se sentiría agobiado, pero no Westergaard, quien insiste: “Llevo una vida muy buena.” A pesar de que su vida haya cambiado drásticamente, “en absoluto me arrepiento de haber hecho la caricatura porque estoy convencido de que este choque entre dos culturas habría ocurrido más tarde o más temprano”.

¿Cuál era la idea de la caricatura: tratar a los musulmanes como se trata a cualquier otro danés, haciendo bromas sobre ellos, o pretendían Westergaard y el Jyllands-Posten discriminarlos, como se les reprocha? “Dinamarca es un país muy tolerante que siempre ha recibido extranjeros e inmigrantes. Si vienes a Dinamarca como refugiado, se te da todo: dinero, un buen departamento y las perspectivas para tus hijos son muy altas, pues la educación superior es gratuita. Así que en el sentido material puedes llevar una buena vida. Lo único que pedimos es que nuestros nuevos ciudadanos respeten los valores daneses, entre otros, la libertad de expresión. Y obviamente pueden rezarle a Dios en paz y practicar su religión, el Estado jamás interferirá, la población danesa es muy tolerante. Tenemos muchas religiones en este país, y todos podemos vivir en paz.”

A juicio de Ayaan Hirsi Ali, la crisis de las caricaturas catalizó trescientos años el proceso de integración de los musulmanes en Europa. Le pregunto a Westergaard si ha notado alguna diferencia en la manera de pensar de los musulmanes desde entonces. “Creo que la comunidad islámica de Dinamarca, incluidos los imanes, ha entendido que permanecemos firmes en nuestros principios. Y que no los vamos a sacrificar. Hay muchos intelectuales en mi propia clase ‘intelectual creativa’ que están muy… creo que se puede usar la palabra ‘atemorizados’, o que son muy cautelosos, cuando se trata de criticar la sociedad musulmana. Ni siquiera el movimiento feminista se atreve a criticar el trato de las mujeres dentro del islam. Tenemos una tradición de izquierda que se ha encargado de defender siempre al débil en la sociedad, y por lo mismo, muchos defienden a los musulmanes por mero instinto político. Pero no creo que sea una buena idea. En Dinamarca tenemos una comunidad musulmana que debe de tener unas trescientas mil personas, y no es positivo hacer que se sientan víctimas. Es una mala idea, crea una especie de paranoia que no es buena en ningún sentido. Les hemos dicho a estos inmigrantes: ‘Ustedes están aquí, ya son ciudadanos daneses, tienen las mismas oportunidades que los demás para tener una buena vida, así que úsenlas.’ Claro que hay puntos en los que no estamos de acuerdo, pero precisamente eso es lo propio de una democracia. Tú puedes estar aquí en Dinamarca y trabajar democráticamente a favor de que se instaure la ley de la sharía, ese es tu derecho. Pero lo que no se te permite es el uso de la violencia.”

¿Y contaba con estas reacciones mientras trabajaba en su caricatura? “No, no, de ninguna manera. Era
un encargo rutinario, fue un día más en la oficina. Pero luego, algunos imanes daneses llevaron las caricaturas al Oriente Medio y ahí se soliviantaron los ánimos, se movieron odios, hubo protestas y disturbios en la calle y frente a las embajadas de Dinamarca; a algunas incluso les prendieron fuego.” Westergaard se refiere a un grupo de imanes que prepararon un tendencioso dossier llamado Akkari-Laban. De gira por Oriente Medio acusaron a la prensa danesa de articular una campaña de islamofobia. La reacción fue inmediata: más de cien amenazas a la redacción del periódico, diez personas arrestadas, amenazas de muerte a varios caricaturistas y más de cien muertos en los estrépitos de las protestas. Todavía en Año Nuevo atacaron las oficinas del Jyllands-Posten en Copenhague. “Obviamente veo estos acontecimientos en Oriente Medio como algún tipo de esfuerzo por sanar la frustración de esas personas. Los dejan salir a la calle para que saquen su frustración, su agresividad en contra de las embajadas danesas. Esa es una explicación, pues muchos daneses consideramos que nuestro país es muy amable. Hemos ayudado a otros países pobres, con dinero por ejemplo. Para muchos daneses, este problema significó que Dinamarca había perdido su inocencia, su inocencia política. Fue una situación completamente nueva, pues Dinamarca jamás había sido tan odiada en otros países. De manera que obviamente hubo un problema interno también.”

En la narrativa europea, Dinamarca quedó abandonada a merced de la historia y recibió menos apoyo del esperado. En aras de la “corrección política” se desacreditó la sátira de Westergaard, y con boca chica apenas se condenó la manipulación de los imanes y el uso de la violencia de los fanáticos. “No sé en realidad qué piensan estas personas, pero hay muchos muy asustados por esta situación, la gente tiene miedo al terrorismo, por supuesto.

Respeto que estén asustados, realmente lo entiendo, y lo siento mucho, pues en realidad pertenecemos a la misma clase intelectual creativa. Pero así no se puede seguir. Son eggheads y no creo que puedan mantener esta frustración de ser tan cuidadosos de lo que escriben, dibujan o pintan. No creo que puedan seguir así. Y es obvio que recibo mucho apoyo popular: en la calle, la gente me palmea el hombro y me dice ‘¡bien hecho!’ Eso es significativo.”

Además del uso de la violencia, ¿hubo alguna medida judicial que se hubiera instrumentado contra Westergaard, hubo musulmanes que entablaran demanda por atacar sus creencias religiosas? “Sí, hubo dos o tres aquí en Dinamarca, pero todos los casos fueron rechazados por la Corte.”

La discusión de fondo es si en un Estado de derecho debe prevalecer la libertad de expresión o si, por el contrario, debe protegerse a las minorías con su credo y tradiciones. ¿Dónde traza Westergaard la línea divisoria entre la libertad de expresión y el respeto a la creencia religiosa de otras personas? “La sátira debe tener un sentido, debe contener una provocación. La historia de Picasso es un buen ejemplo. En 1937, Picasso pintó el Guernica, que muestra la destrucción del pueblo vasco. En 1940, cuando los alemanes ocuparon Francia, un comandante de la Luftwaffe se topó con Picasso durante una exposición suya, y señalando el Guernica le preguntó: ‘¿Fue usted quien lo hizo?’ ‘No, eso lo hicieron ustedes’, le respondió Picasso.”

Hace unos momentos, Kurt Westergaard anunció a la prensa y la televisión nacionales la Fundación y el Premio Westergaard en favor de la libertad de expresión. ¿Cuál es exactamente el sentido de esta fundación?

“El propósito es dirigir la atención sobre personas creativas –caricaturistas, actores, escritores, periodistas– cuya libertad de expresión ha sido amenazada.” ~

enrique g de la g

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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