Varios autores, Los mexicanos pintados por sí mismos, 1854.

Los autores de la nación “pintoresca”

Entre 1800 y 1850 se editaron en Europa cientos de libros que, a manera de álbumes, presentaban los tipos de personas que había en cada país. 
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No deja de ser irónico que el modelo para definir a la cultura nacional haya venido de fuera. Entre 1800 y 1850 se editaron en Europa cientos de libros que, a manera de álbumes, presentaban los tipos de personas que había en cada país. El título Los españoles pintados por sí mismos, por ejemplo, reúne al torero, al barbero, a la castañera, al ama de cura, a “la criada”, a la santurrona, al cochero y al bandolero. Pronto, el modelo se copió y adaptó en América Latina. Los mexicanos pintados por sí mismos hace alusión directa a la edición española, mientras que el peruano Pancho Fierro hizo su propia serie de tipos limeños. Y es que los libritos fueron éxito, tanto como la Encyclopédie, la Tacopedia o las de tarjetas de la selección mexicana de futbol.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La chiera, H. Iriarte, 1854. Tomado de: http://www.dsloan.com/

Y no deja de ser revelador que aquellos que definieron “lo nuestro” fueran ciudadanos con recursos:

 –Ven acá, Trinidad.

–Mándeme su mercé.

 –Siéntate en esa silla y cuéntame la vida que llevas.

–[…] amito, eso de decir mi vida no sé pa qué le pueda servir a su mercé.

–Calcula, hijo, que hoy los mexicanos hemos dado en pintarnos a nosotros mismos, ¿comprendes?

–No, señor.

 –Pues ni lo comprendas. Lo que te atañe saber es que tú, como mexicano, tienes que dar al público todo lo que te es peculiar o propio […] Hasta una estampa se ha hecho donde estás pintiparado, tal como eres, para que todos te conozcan. Ahora bien, como tú no puedes    escribir o hacer tu retrato, yo me he apropiado de esa obligación.

Aguador, Pancho Fierro, ca. 1850-1860. Museo de Arte de Lima (www.mali.pe).

Así, la clase media salió a pasear a las calles de la ciudad para toparse con “la nación”. Turistas de lo popular, se reconocieron en sus pares –como el alguacil o el abogado– y se desconocieron frente a los desiguales, a los que terminaron por describir como tipos risibles y jocosos, pero aún así, “esencialmente mexicanos”. El pulquero, por ejemplo, fue el hombre “parlanchín, un poco obeso, de nariz roja y chata”, y “la china”, una “linda y fresca criatura salida del pueblo, […] la nata y espuma de la gente del bronce, la perla de los barrios”. El solemne objetivo de observar y registrar la vida civil para definir a la nación se mezcló con la tentación de reírse de lo popular por pintoresco, con las consecuencias que de sobra conocemos y que de cuando en cuando reaparecen, como un cadáver viviente, cuando con cierto tono celebramos “el ingenio mexicano” o cuando hablamos del “viene-viene”, “el limpiaparabrisas” o “el poli”.

 

 

 

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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