La herida paisajística

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“La impresión de fealdad surge de un principio de violencia, de destrucción.” Con esta contundente cita de Theodor Adorno, el periodista especializado en viajes y arquitectura Andrés Rubio decide comenzar su ensayo La España fea. Y no es de extrañar, pues a lo largo de sus páginas asistiremos a procesos destructivos que violentan el paisaje, tanto urbano como natural, de España.

Este libro nace de la pasión de Rubio por lo arquitectónico, pero también de su desazón al comprobar cómo España ha sucumbido al feísmo arquitectónico y paisajístico ocasionado por décadas de pésimas políticas urbanísticas diseñadas por equipos que hicieron oídos sordos a las recomendaciones de los expertos en la materia. Como es habitual, la mayoría de estas políticas han sido impulsadas por la sed de especulación inmobiliaria, ese mal endógeno que España ha experimentado y sigue experimentando con frecuencia en su territorio.

La misión de este ensayo de 850 páginas está clara: intervenir en la sociedad española actual ayudando a crear un debate necesario e impostergable sobre la situación paisajística y urbanística del país. El libro, fruto de un largo trabajo de documentación, contiene cientos de datos y referencias bibliográficas pertinentes y nos guía por textos fundamentales que quizá muchos desconocíamos. Entre ellos se encuentra la obra Itinerarios de arquitectura popular española del arquitecto español Luis Martínez-Feduchi, publicada originalmente en 1974. Ilustrada con numerosas fotografías, en ella su autor nos propone un recorrido por la arquitectura popular de la península y archipiélagos en el que resalta su singularidad, al mismo tiempo que muestra su preocupación hacia la situación a la que se exponía esta arquitectura ya en los años setenta del siglo pasado.

En las primeras páginas del ensayo de Andrés Rubio son las políticas franquistas y su estrechez de miras en relación con la gestión del paisaje y del patrimonio arquitectónico (y con tantos otros asuntos) las que reciben las principales críticas. Pero Rubio es consciente de que no podemos seguir culpando a Franco de todos los males de este país y de que ya es hora de responsabilizarnos de las acciones y políticas llevadas a cabo a partir de 1975. Para ello proporciona numerosos ejemplos de mala gestión urbanística, procedentes de ambos lados del espectro ideológico, que han ocasionado estragos paisajísticos en las últimas décadas, ya sea por obra o por omisión. Ni siquiera Felipe González, generalmente considerado como un gran renovador de España y sus instituciones, se libra de las malas prácticas, pues su lema “Que España funcione” favoreció el bucle especulativo con la excusa de la modernización del país.

Para que entendamos que otro enfoque sobre el patrimonio arquitectónico es posible, Rubio acude a menudo a ejemplos tomados de Francia, pues en el otro lado de los Pirineos sí hay movimientos de conservación cuyos resultados se dejan ver en gestos como la recuperación de unos 1.600 kilómetros del litoral francés a cargo del Conservatorio del Litoral [Conservatoire du Littoral], creado en 1975 para detener la degradación de la costa francesa. También se detallan logros vieneses y británicos para preservar lugares históricos. En este sentido, el autor menciona el comentario de la poeta Marta Pessarrodona, que lamentaba en una entrevista la desaparición de lugares emblemáticos de Barcelona como el restaurante La Puñalada, lugar de encuentro de Mercè Rodoreda y Gabriel Ferrater, entre otros: “Y ya no existe. Esto no se lo perdono a Barcelona. En Londres o en Viena no han desaparecido lugares en los que he estado con gente que ya no está.”

El ensayo, dividido en cuatro partes, recorre a través de breves capítulos hitos y tragedias de la España actual en lo que respecta al ladrillo: desde el desembarco de ikea en nuestro país, fenómeno que el autor considera “un soplo de aire, un caudal de funcionalidad y estética asequible a muchos bolsillos”, hasta numerosos casos de estudio concretos como el de Mojácar, un pueblo blanco andaluz que “ha sucumbido a las construcciones falsas”, en las que, como comenta Rubio, “han desaparecido la congruencia, la riqueza compositiva y el sentido de lo auténtico”, Marbella (que se lleva muchos palos, como era de esperar) o Lanzarote, isla que el arquitecto canario César Manrique intentó salvar del feísmo arquitectónico oponiéndose a la especulación inmobiliaria con resultados no muy esperanzadores.

El ejemplo más delirante que proporciona es el de los 670 metros de la barandilla histórica de la playa donostiarra de La Concha, uno de cuyos tramos hoy se encuentra en Lepe (Huelva), por petición del ayuntamiento de esta ciudad, que la instaló en la playa de la Antilla en 2019.

Rubio también dedica bastantes páginas a la americanización del gusto español, y a una de sus representaciones por excelencia: el chalet, que desde la Transición se ha convertido en un “sueño enfermizo” para los españoles, en palabras del autor. En algún momento de esta sección tenemos la impresión de encontrarnos ante un callejón sin salida, pues, según expone el autor, los ciudadanos no parecen tener suficiente criterio para tomar decisiones adecuadas con respecto a su propia vivienda y estilo de vida, influidos muy a menudo por los modelos ostentosos que difunde la televisión. Rubio considera que este problema se debe en gran medida a la poca o nula educación paisajística que impera en España, y especialmente a la falta de tutela del bien colectivo que debería haber realizado el Estado. Uno de los puntos clave de esta carencia se encuentra, a juicio del autor, en el hecho de que la Constitución española de 1978 no incluya por ningún lado el término “paisaje” o alguno similar, cosa que sí aparecía en el artículo 45 de la Constitución española de 1931, donde se estableció que el Estado “protegerá también los lugares notables por su belleza natural o por su reconocido valor artístico o histórico”.

En relación con la avidez de chalets y la búsqueda de estilos de vida que tratan de imitar la cotidianidad suburbana estadounidense, tenemos también el ensayo titulado La España de las piscinas, de Jorge Dioni López. En él, Dioni acuña el término “Pauers” para referirse a los que viven en barrios construidos como consecuencia de un pau o Programa de Actuación Urbanística, un desarrollo urbanístico del extrarradio de una ciudad consecuencia del boom inmobiliario y donde las calles tienen nombres de “flores, monedas o constelaciones”. En ellos, prosigue el autor, “todo es igual, las calles, el ladrillo visto o los setos de las zonas comunes”, y lo dice con conocimiento de causa, pues él mismo se considera Pauer, al haber crecido en uno de estos espacios urbanos del extrarradio madrileño.

El objetivo de Dioni en este ensayo es ahondar en este concepto y en el modo de vida de estas personas de clase media aspiracional (muchas de ellas votantes de Ciudadanos en las elecciones de abril de 2019, según investigaciones del autor) que viven en casas unifamiliares del extrarradio, sin olvidar una reflexión en profundidad sobre los modelos socioeconómicos que han promovido este tipo de urbanizaciones que homogenizan la vida de sus habitantes.

Para los que salgan totalmente desesperanzados tras la lectura de ambos libros, un destello de alegría se lo proporcionará el libro Manifiesto arquitectónico paso a paso. Se trata de un ensayo sobre la arquitectura contemporánea a través de las iglesias escrito por el arquitecto y profesor David García-Asenjo. En él se recorren diversos templos construidos en España a partir de la década de 1950 y, a modo de crónica escrita por un flâneur, el autor extrae las lecciones que le ofrece el análisis de la arquitectura sacra de hoy, pues algunas de las iglesias que visita son rarezas arquitectónicas que tratan de paliar ese “Gran retroceso” que había supuesto el franquismo, tal como lo designó el historiador Santos Juliá. ~

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