Según mis cuentas en las redes sociales a las que estoy suscrito, apenas en una semana me he perdido de tres actividades que no me podía perder y de una muy necesaria; de catorce artículos periodísticos que tenía que leer; de una novela poderosa, dos cuentos urgentes y un poema imprescindible; de tres reseñas arriesgadas y una entrevista explosiva.
Durante esta misma semana hubo gente que opinó a favor de la existencia de textos que reflexionan sobre el papel de la crítica literaria en la actualidad y hubo gente que calificó de estúpido tal gasto de tiempo y energía. Alguien aseguró que no había ningún texto de crítica que lo hubiera animado a leer el libro; lo secundó otra persona que afirmó que los críticos, al escribir, piensan únicamente en la importancia de la crítica como género, a lo que un tercero contestó que sus opiniones sólo evidenciaban la pobreza de sus lecturas.
También compilé las siguientes opiniones sobre la academia: que es una forma honesta de vida comparada con la gente que se dedica a mamar becas del Estado; que es una forma parasitaria de vida comparada con la de los escritores que sí trabajan; que los académicos no saben de literatura y que los académicos son los únicos que saben de literatura; que la especialización académica es un signo incuestionable de amor por los libros y que es la evidencia de pereza intelectual y nula creatividad.
Sobre las ferias del libro: que el Estado debería cancelarlas, porque es un gasto de dinero que insulta la situación actual del país; que debería haber más porque es la única manera que tienen los escritores de promover su obra; que no es tarea de los escritores promover su obra y que las ferias del libro y los encuentros son apenas una manera velada para hacer contactos y mantener los que ya se tienen; que a nadie le importan los lectores en este país; que lo único que de verdad se vende en las ferias de libros son las novelas de Murakami.
(Sobre Murakami: aquí todos parecen estar de acuerdo. El escritor japonés es el favorito del público mexicano para expresar todas las angustias y frustraciones y prejuicios lectores.)
También hubo gente que habló en tono racista, clasista y sexista de la manera en que las mujeres se visten, de la forma en la que algún personaje famoso habla, del lugar donde tal o cual persona vive, del poco sentido del humor de las personas, del cinismo de otras.
Hubo muchas encuestas, recetas de cocteles alcohólicos que tomaban escritores famosos, listas de las mejores o más atrevidas o más populares o más atractivas cosas que alguien podría imaginar. Lo que también hubo fue mucha autosuficiencia y rencor; cada una de estas opiniones incluía la certeza de tener la razón y las ganas de convencer, porque sí, a los otros, como si el cambio, cualquier cambio, no pasara por el filtro de la manera en que hablamos del mundo.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.