Nuestros años verde olivo de Roberto Ampuero

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La Segunda Guerra Mundial, en Europa, le costó a la humanidad 34 millones de vidas humanas. El juicio de Núremberg, con las formalidades posibles para aquellas circunstancias, fue público y condenó a muerte a once dirigentes enemigos europeos. La Revolución cubana cobró un total de 183 víctimas y en los primeros tres años “de paz” se fusiló a 1.892 personas. Por cada soldado batistiano o guerrillero que murió mientras se enfrentaban a tiros, los castristas fusilaron a diez personas cuando ya había terminado la guerra. Las muertes extrajudiciales sumaban 20.400 a principios de siglo. María Werlau y el doctor Armando Lago las han documentado con fecha, nombre y apellido de cada asesinado.

Lamentablemente, cuando hay que referirse a la Revolución cubana nada es razonable. El debate más común solo conoce de argumentos reaccionarios o fundamentalismos. Según el lado en que estemos. Casi nunca dejamos lugar para la razón ni para lo verificable. En cuanto los reaccionarios formulamos una pregunta objetiva, de los fundamentalistas brota en automático una respuesta retórica. Es un diálogo de sordos. El balbuceo de los demás siempre repite algún mito sobre las hazañas deportivas, la salud, que “no hay limosneros en Cuba” o lo alegres que son las cubanas. ¿Por qué tantos fusilamientos y asesinatos arteros cuando dos años de Revolución costaron, relativamente, tan pocas vidas? ¿Por qué tantos balseros arriesgan su vida si aquello es “como debieran ser las cosas”? (77.833 personas de todas la edades han terminado en las fauces de los tiburones; documentados por Lago y Werlau. Solo uno de cada tres balseros logra su objetivo de escapar de Cuba). ¿Por qué La Habana se está cayendo a pedazos si ha recibido subsidios tres veces superiores al Plan Marshall (de la desaparecida urss principalmente), y con un tercio de ese dinero se pudo reconstruir Europa? ¿Por qué los alimentos están racionados desde hace cincuenta años? (cada ciudadano que no es dirigente, claro, tiene “derecho” a una dieta menor a la que España estableció como mínima para los esclavos del siglo XIX). ¿Por qué los dogmáticos de izquierda justifican los abusos de Fidel Castro contra su población? Después del criminal desastre comunista del siglo XX, que le costó la vida a unos cien millones de disidentes; después de la sangrienta tragedia cubana, ¿cómo defender el comunismo? ¿Por qué callan fuera de Cuba muchos de quienes conocen las atrocidades de Castro? ¿Por qué un mojito, un habano y un apapacho ensordecen la conciencia de tanta gente?

El novelista chileno Roberto Ampuero (Valparaíso, 1953) se hace en el fondo las mismas preguntas en todas las páginas de su novela autobiográfica Nuestros años verde olivo. “La publicación de esta novela irritó de tal manera al régimen que desde entonces tengo prohibido el ingreso a Cuba. ¿A veces en política conviene más callar que expresar verdades dolorosas?”, nos dice en el epílogo. Según la novela, el narrador se casa con la bellísima hija de un dirigente cubano que aparece bajo el nombre de “Comandante Cienfuegos”. Los personajes históricos aparecen con su nombre real, nos dice el autor al iniciar la novela. Como a cualquier hijo de vecino que se casa con la hija de un magnate, al narrador, en su carácter de yerno, le espera lo mejor o lo peor, según baje o no la cabeza frente a su suegro primero, y luego frente a su temperamental mujer. Aunque el narrador no sea tan consciente de ello por causa de sus escasos veinte años, obtendrá lo mejor si se convierte en un arribista y lo peor si decide inconformarse ante los abusos que atestigua. Sin que haya de por medio una rosada epifanía ni mucho menos un heroico despertar, el narrador termina por obedecer a su conciencia de joven idealista. Y así le va. La epifanía o el valiente despertar habrían estropeado sin remedio la novela. No es así y Ampuero hábilmente logra la peripecia de su personaje de manera gradual, verosímil, muy simpática e interesante.

El personaje que aparece en la novela bajo el nombre de “Comandante Cienfuegos” no es el hermano de Camilo, Osmany, como sugeriría el apellido. Se trata, creemos, de Ramiro Valdés (79 años), el cerebro dirigente del aparato represivo de la Revolución, la versión tropical del Beria soviético. Sobreviviente del Granma, Ramiro Valdés se encargó, desde la Sierra Maestra, de la Inteligencia, que le costó la vida quizá a una docena de campesinos cubanos, según ellos chivatos o desertores. Al triunfo de la Revolución fue designado por Fidel Castro ministro del Interior y de él dependía la policía política. Organizó el siniestro g-2, clon cubano de la kgb soviética. Ramiro Valdés es el creador de los campos de concentración de trabajos forzados umap (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), de mediados de los años sesenta, en donde encerraron a cristianos, testigos de Jehová, homosexuales, jóvenes “elvispresleyanos” como les llamaba Fidel Castro a los chicos melenudos de la época que gustaban del rock, y a toda clase de adolescentes “antisociales” que tenían una conducta pre-delictiva, según la tenebrosa Ley de la Vagancia emitida en la época, vigente hasta nuestros días. La tesis de la Ley de la Vagancia es muy sencilla: no hay que esperarse a que los jóvenes cometan un delito, hay que encarcelarlos por “conducta impropia” cuanto antes. Por eso lo de “conducta pre-delictiva”. Para ellos creó Ramiro Valdés las umap. Para reeducarlos. Allí fueron a parar decenas de miles de jóvenes, y allí están sepultados muchos, cuyo perfil no era comunista. Fueron huéspedes de esos campos de muerte Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Pero ellos fueron felizmente reeducados gracias a su buena voz y perdieron la memoria. Como las umap, ambos trovadores aparecen en la novela de Ampuero. A la entrada de las umap había un letrero que decía: “El trabajo los hará hombres.” Es inevitable y espeluznante la referencia a Auschwitz. Cuando el escándalo mundial ya les costaba más caro que las albóndigas, en 1968, Ramiro Valdés cerró las umap. Aunque no desaparecieron los campos de concentración, que ahora se dedicaron en exclusiva a los perseguidos políticos. La cárcel de Isla de Pinos, por ejemplo, alojó en un momento a más de cinco mil prisioneros que eran obligados a realizar tareas agrícolas; también allí están enterradas sus víctimas. Ya cerradas las umap para los jóvenes “pre-delictivos”, Ramiro Valdés inventó para ellos mismos el Ejército Juvenil del Trabajo y ahora los utilizaban principalmente en labores del campo y de la industria de la construcción por un “salario” de unos treinta centavos de dólar al día. Hoy Ramiro Valdés sigue siendo un empleado de absoluta confianza de Fidel Castro por su reconocida eficiencia, como se puede ver. Aunque acaso su mejor virtud sea la de evitar hábilmente los reflectores y aparecer siempre pequeño para que su jefe se vea más grande. Ramiro Valdés es un conocido huésped en Madrid –de Mercedes Benz y ayudantes– de los mejores hoteles. También eso aparece en la novela. La prensa española ha publicado que Ramiro Valdés es dueño de una magnífica propiedad en Asturias. Hoy es jefe de todos los ministros, después de Raúl. Desde hace años está a cargo de la empresa que controla la importación de todos los equipos electrónicos de comunicación y computación. Es él quien decide qué páginas de internet pueden visitar los escasos cubanos privilegiados que tienen acceso a la red. Y puede saber quiénes visitan internet y qué páginas abren. Debe tener un voluminoso expediente de Yoani Sánchez. Si usted, estimado lector, ha entrado al blog de Yoani es muy probable que, si le diera la gana, Ramiro Valdés pudiera obtener hasta su lista de contactos. Además del narrador y su esposa Margarita, este es uno de los personajes centrales de la novela Nuestros años verde olivo. Aunque Ampuero no cuente de su exsuegro –si de él se trata– todo lo que le he contado.

No obstante la extensión de la novela de Ampuero, de casi quinientas páginas, se lee de un tirón o hasta donde el desvelo aguante. Es una novela bien escrita cuyo interés no decae hasta la última página del epílogo (escrito para la edición que ahora comentamos). Ampuero es autor de una decena de novelas entre las cuales Nuestros años verde olivo es de las más exitosas. Publicada originalmente en Chile en 1999, hasta ahora circula en nuestras librerías. Con un elogioso aval del Nobel de Literatura 2010. ~

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