Los límites del pueblo en lucha

El domingo en el Zócalo, López Obrador llamó a los dirigentes de los partidos de oposición a sumarse al frente antirreformista propuesto… luego de acusarlos de haber negociado las reformas en lo oscurito. 
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Andrés Manuel López Obrador es un dirigente político con una más que probada capacidad para movilizar ciudadanos y recursos en rechazo de lo que él considera que son medidas y reformas legales contrarias al interés nacional. Para ello, López Obrador sigue parcialmente la lógica de construcción de lo político que Ernesto Laclau describe y promueve en su obra La Razón Populista (FCE, 2006). Recordemos cómo el libro de Laclau, precedido del acercamientos al tema desde Hegemonía y Estrategia Socialista (1986), representó una ruptura total, a nivel teórico, con las perspectivas previas sobre el populismo. En lugar de analizar el fenómeno populista a partir del contenido de los programas políticos y del estilo personal de gobernar, como es común en la Ciencia Política norteamericana y europea, Laclau se enfocó en los procesos peculiares mediante los cuales se construye y consolida una identidad política, un sentimiento de comunidad de intereses y un actor político que los encarna: el pueblo.

Cómo crear un pueblo –un pueblo combativo, se entiende- y no fracasar en el intento es el meollo del asunto en la obra del filósofo argentino. A fin de ahorrarles a los lectores el repaso por la teoría populista de Laclau[1] y a riesgo de simplificar demasiado, en este espacio sólo destacaremos una característica fundamental: en el pueblo laclauista, tanto los ladrillos como la argamasa que mantienen la unidad del frente popular son recursos retóricos. Es decir, los grupos e individuos que constituyen el proto-pueblo se van distanciando de la élite que detenta el poder y se van acercando a otros grupos similarmente posicionados simplemente a través de la enunciación de sus demandas y la denuncia de su incumplimiento, pero no existe ninguna predisposición estructural u ontológica de tales grupos o individuos a ser parte del pueblo. Posteriormente, surge una demanda “vacía” (y una voz que la pronuncia), una especie de receptáculo de las múltiples exclusiones – la apelación a la “soberanía popular” por ejemplo-, la cual cementa, hegemoniza y homogeniza el campo popular. De esta manera queda dividida la arena política en dos actores irreconciliables: el pueblo y el poder (la élite, la oligarquía, la-mafia-que-nos-robó-la-presidencia, etcétera).

Le damos avance rápido a la cinta y nos ubicamos el Zócalo el domingo 27 de octubre. Andrés Manuel López Obrador inició un nuevo intento por ampliar las fronteras del pueblo lopezobradorista incluyendo a sectores de la clase media “damnificada” que resienten el alza de impuestos y otros golpes al bolsillo, como lo reseña Blanche Petrich con bastante colorido. Para ello ha decretado, para fines de la movilización de sus seguidores, la indivisibilidad de las reformas energética y hacendaria. Consecuentemente ha llamado a los tradicionales defensores de la clase media, los panistas, a sumarse a su propuesta de un frente parlamentario anti-reformas. El objetivo de fondo no es construir una plataforma democrática de oposición amplia al gobierno de Peña Nieto, tanto a nivel partidista como a nivel de la calle. El objetivo es lograr decantar el descontento de tantos individuos como sea posible para que se sumen a su bloque popular. En este mismo contexto está desarrollándose, en paralelo, una campaña de denuncia de la “clase media wannabe” y de todos aquellos individuos que no terminan de entender, o no quieren aceptar, que su lugar está en las movilizaciones convocadas por López Obrador (un ejemplo muy ilustrativo aquí).

El éxito o fracaso de esta estrategia de lucha contra las reformas del gobierno priísta dependerá simplemente de la capacidad de López Obrador para evitar la disolución de su frente popular y ampliar sus bases. En su favor está su casi infinita capacidad para re-vigorizar a sus simpatizantes y mantenerse en el escenario público a pesar de los pasos en falso, el ninguneo de algunos medios de comunicación y el cansancio natural de sus seguidores. Sin embargo, se avizoran varios obstáculos al frente; aquí se distinguen en dos tipos.

Por un lado están las limitaciones propias del modelo laclauista  de construcción del pueblo. Como resultado de su gran dependencia en recursos retóricos, el pueblo es inherentemente inestable. Su unidad se compromete cuando el adversario consigue atender diferenciadamente las demandas que lo constituyen. La administración de Peña Nieto dio muestras de lo anterior cuando aceptó la demanda de eliminar el IVA de las colegiaturas, por ejemplo. Esta debilidad del pueblo es consecuencia de su rigidez. El pueblo laclauista no puede discutir detalles de políticas públicas; debe rechazarlas en principio porque provienen del adversario irreductible. Si alguien quiere poner a prueba lo anterior, tan solo busque alguna opinión sobre el IVA a bebidas gaseosas en los círculos lopezobradoristas. No encontrará ninguna opinión que no sea la denuncia al punto particular como intento de “distracción”.  

Por otro lado están las deficiencias particulares del lopezobradorismo, la curiosa forma que tiene de buscar ampliar su base de apoyo. El domingo en el Zócalo, López Obrador llamó a los dirigentes de los partidos de oposición a sumarse al frente antirreformista propuesto… luego de acusarlos de haber negociado las reformas en lo oscurito. Nada en el modelo de Laclau exige los excesos retóricos en los que incurren muchos simpatizantes de López Obrador, los linchamientos tuiteros contra posibles aliados que se niegan a ver la luz, ni sus ataques virulentos contra la gente “enajenada”, “dormida” y “conformista” que no se pone del lado del pueblo. Es como si en la construcción del pueblo, algunos lopezobradoristas hubieran perdido ya la paciencia y renunciado a la articulación horizontal y más democrática de las demandas, según la táctica descrita por Laclau, y estuvieran en un estado de frustración gritando “¡despabílate, estás vivo, muévete!” a una población catatónica.



[1] En este link se encuentra una excelente una crítica de Jesús Silva-Herzog Márquez sobre el libro de Laclau desde una perspectiva liberal, y en este otro link aparece una ponencia sobre el debate Laclau-Zizek  en torno a la cuestión del “anclaje ontológico” del sujeto revolucionario. 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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