En un lapso de tiempo asombrosamente breve, Espaรฑa ha pasado de ser considerada un รฉxito a tenerse por un fracaso: si encarnรกbamos una democratizaciรณn ejemplar, ahora simbolizamos su reverso fallido. Sobre todo, a ojos de los propios espaรฑoles, cuya autoestima ha sufrido un bust paralelo al de su economรญa. ¡Todo era mentira! Aunque bien pudiera tratarse de un efecto รณptico pasajero que no hace justicia a los avances experimentados por una democracia joven –o tardรญa, segรบn se mire–, ahora mismo estรก asentada la convicciรณn de que una reforma constitucional de envergadura es insoslayable, sea cual sea el resultado final del proceso polรญtico llamado a darle forma precisa. Por eso, el diagnรณstico sobre el pasado cuenta mรกs que nunca para el futuro: la forma en que percibamos los errores de la sociedad espaรฑola desde la reinstauraciรณn de la democracia condicionarรก el sentido de su reforma venidera. Y es precisamente aquรญ donde surge un riesgo epistรฉmico sobre el que conviene advertir, antes de empezar a componer ningรบn memorial oficioso de equivocaciones.
El riesgo es pensar que todas las disfuncionalidades de nuestra democracia obedecen a un problema de diseรฑo. Si asรญ fuera, bastarรญa con cambiar su configuraciรณn institucional para hacerla funcionar adecuadamente. Sin embargo, nada hay de exรณtico en la Constituciรณn de 1978. En realidad, esta consagra instituciones homologables a las de democracias de mayor calidad, singularmente la alemana, cuyo texto constitucional de 1949 fue tomado como referencia –mutatis mutandis– por los llamados padres de la Constituciรณn. Naturalmente, es comprensible que el neorregeneracionismo surgido en Espaรฑa en los รบltimos aรฑos ponga el acento en el cambio de normas, instituciones e incentivos: estos admiten la planificaciรณn racional, a diferencia de una cultura polรญtica menos susceptible de enmienda concertada. Y ciertamente, asรญ debe ser: el debate reformista es mayormente un debate sobre el diseรฑo institucional. Sin embargo, cualquier vistazo a nuestra historia reciente debe prestar tambiรฉn atenciรณn al estilo polรญtico que ha predominado en el uso de esas instituciones, asรญ como al modo en que la cultura polรญtica prevalente ha condicionado su desarrollo. Digamos entonces que no basta tener un Tribunal de Cuentas, sino que es necesario tomรกrselo en serio. Y en un sentido distinto, es conocida la importancia extraordinaria que la doctrina del Tribunal Constitucional ha tenido en el diseรฑo progresivo del Estado de las Autonomรญas solo esbozado por la Carta Magna.
Dicho esto, la tarea de identificar los principales errores de la democracia espaรฑola en su renovada trayectoria posfranquista presenta no pocas dificultades de orden metodolรณgico. Por una parte, es fรกcil incurrir en una falacia retrospectiva que minusvalore las dificultades existentes en el momento en que dejรณ de hacerse aquello que ahora creemos que hubo de hacerse, o que pasemos por alto que habรญa otras cosas que hacer, acaso mรกs importantes que las que se hicieron. Ni el capital polรญtico de los gobiernos es infinito, ni las sociedades pueden concentrarse en demasiados asuntos a la vez. Por otra, hay que evitar caer en el narcisismo derrotista que clasifica como males exclusivos de nuestra povera patria aquellas patologรญas que podemos encontrar tambiรฉn en otros paรญses. Asรญ, pocos fenรณmenos son mรกs recurrentes en tรฉrminos comparados que la cultura del pelotazo exaltada por Carlos Solchaga, entonces ministro de Economรญa, a mitad de los ochenta: Deng Xiaoping habรญa dicho a los chinos unos aรฑos antes que enriquecerse es glorioso, y lo mismo aconsejรณ a los franceses Luis Felipe I, el conocido como “rey burguรฉs”, un siglo y medio antes. De ahรญ que los desaciertos de la democracia espaรฑola evoquen inevitablemente los de otros paรญses en similares circunstancias de desarrollo.
Ahora bien, no todos habrรกn disfrutado de las ventajas con que contaba Espaรฑa al inicio de su andadura democrรกtica, que incluyen el viento de cola del desarrollismo franquista y, desde mitad de los ochenta, el manรก de los fondos de cohesiรณn europeos. Eso significa que los fracasos han de medirse tambiรฉn en relaciรณn con las oportunidades; oportunidades que, en definitiva, dan un tono aรบn mรกs amargo a los fracasos. En todo caso, no se trata de presentar aquรญ un catรกlogo exhaustivo de desaciertos, sino de aislar los mรกs significativos de entre aquellos que mรกs lastran ahora –macroeconomรญa aparte– el deseable desarrollo de la sociedad espaรฑola. Todos ellos se encuentran, en mayor o menor medida, relacionados entre sรญ: una relaciรณn que implica, tambiรฉn, una retroalimentaciรณn.
Desde ese punto de vista, ningรบn fracaso produce efectos mรกs insidiosos que el que ataรฑe a la educaciรณn. Su carรกcter ya proverbial, sumado a la frecuencia con que a los postres apelamos a una gran reforma educativa como soluciรณn a los problemas que nos afligen, podrรญa hacernos pensar que se trata de un lugar comรบn e incluso de un falso problema, pero no es el caso. Y no lo es ni por abajo ni por arriba: aunque las polรญticas educativas han tendido a primar la integraciรณn sobre la exigencia, la primera ha carecido de polรญticas de refuerzo que son decisivas en los primeros aรฑos de escolarizaciรณn, mientras que la segunda ha brillado por su ausencia en los tramos donde el principio del mรฉrito deberรญa regir con mรกs fuerza: en los aรฑos preuniversitarios y en la universidad misma. Nada simboliza mejor esa rendiciรณn al sentimentalismo igualitario que una prueba de selectividad que nada selecciona. Si el sistema integra, pues, lo hace a costa de su excelencia; las evaluaciones de la ocde apuntan claramente a una endรฉmica escasez de alumnos brillantes, que deja a nuestro paรญs muy por debajo de la media europea. Esta suerte de rechazo congรฉnito a la elitizaciรณn se refleja asimismo en la ausencia de centros especializados dedicados a su producciรณn planificada, al modo de las Escuelas Nacionales francesas (dotadas de un generoso sistema de becas y residencia). Ha sido deprimente constatar la facilidad con que los jรณvenes estudiantes de bachillerato abandonaban los pupitres por el andamio, a sabiendas de que ganarรญan en este mucho mรกs que con –pongamos– una licenciatura ordinaria de derecho, expedida por una ordinaria facultad de derecho. Espaรฑa, en definitiva, no ha sabido orientar a sus estudiantes en la direcciรณn de una carrera coherente, primero como estudiantes y despuรฉs como profesionales. Tampoco, si atendemos a las estadรญsticas de consumo cultural, ha generado una razonable curiosidad intelectual en sus egresados, pobreza cognitiva que tambiรฉn conoce reflejo estadรญstico y que no puede sino afectar de la manera mรกs decisiva al conjunto de las manifestaciones sociales: desde el conocimiento de los asuntos pรบblicos a las fรณrmulas de cortesรญa, pasando por el pobre refinamiento estรฉtico del paisaje comercial o la escasa autoconciencia lingรผรญstica. Ha faltado ambiciรณn, quizรก porque han sobrado buenos sentimientos. Y porque el debate sobre la educaciรณn ha sido –sigue siendo– mรกs ideolรณgico que pragmรกtico.
Este recelo hacia la producciรณn planificada de รฉlites nacionales se ha manifestado tambiรฉn en la ausencia de eso que el historiador Josรฉ Luis Villacaรฑas gusta en llamar “polรญticas de prestigio”. No se caracteriza la sociedad espaรฑola por su dimensiรณn aspirational, como dirรญa un anglosajรณn, o sea: organizada de tal forma que cada individuo se sienta impelido a producir la mejor versiรณn de sรญ mismo. Por el contrario, con alguna excepciรณn, sobre todo en las esferas del deporte, Espaรฑa ha carecido de referencias capaces de inyectar un mรญnimo de tensiรณn moral en su vida colectiva. A ello ha contribuido, sin duda, el grotesco desfile de figuras pรบblicas fallidas que hemos padecido desde, al menos, la mitad de los ochenta: empezando por el alucinante ex director general de la Guardia Civil Luis Roldรกn y terminando por el lamentable Bigotes de la trama Gรผrtel, pasando por el chรณfer de los ere andaluces o el mismรญsimo Jesรบs Gil. Si sumamos la nada anecdรณtica incapacidad de nuestros presidentes del gobierno para abrirse paso en la escena internacional con el bilingรผismo por delante, daremos con un defecto estructural de nuestra sociedad al que ni siquiera se empieza a poner remedio: su endรฉmica falta de seriedad. Y que nadie confunda esta con la falta de sentido del humor, porque ahรญ estรก Gran Bretaรฑa para demostrar su plena compatibilidad: el humor florece en los resquicios de las convenciones, no liberado por completo de ellas. De alguna forma, puede conjeturarse, la reacciรณn a la hinchada pompa franquista consistiรณ en vaciar de solemnidad al Estado, al tiempo que las distintas comunidades autรณnomas se esforzaban por exudarla.
Seรฑaladamente, en relaciรณn con esto, los sucesivos gobiernos espaรฑoles han perdido la oportunidad de educar a sus ciudadanos en la virtud pรบblica, entendida aquรญ en sentido dรฉbil como establecimiento de una relaciรณn de contenido moral con el Estado. Sonados escรกndalos de corrupciรณn, como el caso Banca Catalana que implicaba al presidente de Cataluรฑa Jordi Pujol o, en clave menor pero simbรณlicamente relevante, el caso Juan Guerra, hermano del entonces vicepresidente del gobierno, por no mencionar episodios tan siniestros como la despedida masiva de Josรฉ Luis Barrionuevo, ministro del Interior condenado por terrorismo de Estado, a las puertas de la cรกrcel de Guadalajara, fueron disculpados por razones partidistas ante la opiniรณn pรบblica; como tantos otros que los precedieron o siguieron. Esta actitud, presente tambiรฉn en la recurrente desobediencia autonรณmica de leyes estatales, ha contribuido a reforzar la impresiรณn de que la legalidad es un asunto negociable, la corrupciรณn puede disculparse, y el dinero pรบblico, como dijo en memorable ocasiรณn Carmen Calvo, breve ministra de Cultura, “no es de nadie”. Este desprecio por la lรญnea clara ha impedido que cuaje en Espaรฑa algo parecido a una meritocracia funcional, salvo acaso en las esferas mรกs depuradas de la actividad mercantil y cultural: familismo y partidismo –amorales ambos– han primado en la asignaciรณn de recursos y han debilitado la fe en la debida neutralidad del poder pรบblico. Un malbaratamiento al que han contribuido con mรกs fuerza las administraciones local y autonรณmica, lo que abona la idea de que la cercanรญa al poder ha potenciado el clientelismo en lugar de agilizar el funcionamiento de aquel.
Mรกs ampliamente, la partidizaciรณn de la sociedad espaรฑola puede identificarse sin vacilaciones como uno de los mayores fracasos cosechados en el periodo democrรกtico. Ya se considere en sรญ mismo, por sus efectos directos en esferas tan importantes como la organizaciรณn del poder judicial (con especial menciรณn al desprestigiado, a fuer de abiertamente politizado Tribunal Constitucional) o la contaminaciรณn polรญtica de las decisiones administrativas, ya se tengan en cuenta sus efectos indirectos sobre el debate pรบblico. Se ha ido creando asรญ una cultura polรญtica basada en la distinciรณn inexorable entre buenos y malos, algunos de cuyos efectos perversos –como la simpatรญa de la izquierda por los nacionalismos– no han hecho sino conducir a problemas aรบn mayores. Merece especial atenciรณn la politizaciรณn de la administraciรณn pรบblica, cuyo instrumento legal fue la reforma que, allรก por los aรฑos ochenta, terminรณ con la separaciรณn tajante entre el polรญtico y el funcionario, allanando el camino para la apropiaciรณn partidista del aparato administrativo. He aquรญ un asunto crucial cuya reforma ni siquiera estรก sobre la mesa. Para pensar en sus consecuencias, es suficiente con remitirse a la burbuja inmobiliaria que ha destruido irreversiblemente el litoral mediterrรกneo: ni las leyes ni el criterio de los tรฉcnicos fueron respetados, en una espiral de deslegitimaciรณn del cuerpo legal que encontraba escandalosa continuidad en las oficinas de los notarios que hacรญan la vista gorda ante los pagos en dinero negro. Otra derivaciรณn de este preocupante fenรณmeno ha tenido lugar en las consejerรญas autonรณmicas de Educaciรณn, mรกs interesadas en aumentar el nรบmero de alumnos aprobados que en formarlos de la manera mรกs adecuada.
Esta polarizaciรณn polรญtica, cuyos acentos ideolรณgicos aparecen a menudo entreverados con intereses de parte, ha dejado asimismo su huella en una notable falla de la sociedad espaรฑola: la ausencia de una cultura pรบblica robusta, capaz de dar forma a un debate ordenado sobre la realidad nacional que preste al menos tanta atenciรณn a las opiniones como a los hechos. Solo en los รบltimos aรฑos, por el efecto combinado de la sacudida digital y el cambio generacional, parece empezar a corregirse en alguna medida este defecto estructural, intensificado por los bajos รญndices de consumo de prensa y por el fracaso sin paliativos de las televisiones pรบblicas, poco interesadas en ofrecer un servicio coherente con la funciรณn que les asigna la ley. En ese sentido, el trรกnsito hacia la pluralidad privada de la oferta televisiva ha conducido a un panorama desolador, digno incluso de un neologismo: la “telebasura” que entretiene, a falta de tabloides, a tantos hogares espaรฑoles. Indiscutible cima –o mรกs bien sima– de la falta de independencia y pluralismo de nuestros medios de comunicaciรณn es el famoso “editorial conjunto” publicado por todos los diarios catalanes tras la enmienda parcial que el Tribunal Constitucional hiciera del nuevo Estatuto de Autonomรญa para la regiรณn, aprobado por el gobierno del socialista Josรฉ Montilla. Este, dicho sea de paso, encabezรณ la manifestaciรณn organizada en protesta contra esa decisiรณn, ilustrando otro pequeรฑo fracaso de la cultura pรบblica espaรฑola: la facilidad con que los representantes institucionales han recurrido a la agitaciรณn callejera. Tambiรฉn ha sido Espaรฑa un paรญs fuertemente inclinado a la huelga como forma de protesta sindical, en claro contraste con unas sociedades septentrionales donde los canales de comunicaciรณn entre los distintos actores sociales conocen un mejor funcionamiento.
Esta conflictividad social revela, a fin de cuentas, una ausencia de capital social –o falta de confianza intracomunitaria– que tiene su correspondiente reflejo en la pobreza de la vida asociativa en particular (muy inclinada hacia el entretenimiento y la religiosidad folk) y de la sociedad civil en general. No obstante, es injusto condenar sin mayores especificaciones la debilidad del tejido civil espaรฑol; a fin de cuentas, la libre asociaciรณn estaba prohibida bajo la dictadura franquista. Y la efervescencia polรญtica vivida durante la transiciรณn, cuyo lejano eco serรญan el 15m y sus alrededores, no ha tenido apenas continuidad en formas asociativas desligadas del mundo polรญtico. En demasiadas ocasiones, los distintos observatorios, fundaciones, institutos y demรกs entidades que, idealmente, habrรญan de funcionar con independencia de los poderes pรบblicos, a la manera de organismos informales de control, han dependido de ese mismo poder o han reflejado las prioridades de las distintas fuerzas polรญticas en pugna. Se deja ver aquรญ tambiรฉn cierta pobreza de iniciativa del empresariado espaรฑol, que no ha sabido, de nuevo con algunas notables excepciones, entreverarse con su comunidad y promover en ella iniciativas de prestigio.
A este respecto, cabe apostillar que una de las razones que permiten explicar la mencionada debilidad de la sociedad civil espaรฑola es la dramรกtica reducciรณn en la movilidad interna de los espaรฑoles. Distintos factores ayudan a explicar por quรฉ cada vez son menos los ciudadanos que se trasladan a provincias o regiones distintas de la suya: la desapariciรณn de los espacios de socializaciรณn conjunta, como el servicio militar o la carrera universitaria (una vez que todas las provincias han terminado por tener su universidad); la cultura de la propiedad inmobiliaria, que ata a los ciudadanos a sus bienes raรญces y entorpece el funcionamiento eficaz del mercado de trabajo; el fortalecimiento de las regiones y el renacimiento condigno de las ciudades de provincia, que en el caso de las nacionalidades histรณricas ha ido acompaรฑado de una potenciaciรณn de las lenguas propias que ha hecho mรกs difรญcil, menos espontรกnea, la emigraciรณn a las mismas; y la progresiva sustituciรณn de los cuerpos nacionales de funcionarios por sus correspondientes subdivisiones regionales. Ahora, en suma, los espaรฑoles se mueven menos. Y eso supone una reducciรณn de aquellas experiencias comunes que sirven para fortalecer el sentimiento de pertenencia a una naciรณn comรบn.
Finalmente, aun dejando fuera de esta breve exploraciรณn no pocos desaciertos colectivos, habrรญa que lamentar especialmente que el desarrollo autonรณmico espaรฑol se haya legitimado mรกs en tรฉrminos identitarios que en tรฉrminos de eficacia. Arrastradas por el deseo de autorrealizaciรณn de las comunidades histรณricas, las demรกs regiones se lanzaron con entusiasmo a la creaciรณn de identidades autonรณmicas, propiciando un movimiento general de introspecciรณn que dificulta ahora la racionalizaciรณn del debate autonรณmico: bien sea para conducir a su reforma o para avanzar hacia una mรกs decidida federalizaciรณn. El uso polรญtico de la identidad complica sobremanera una serena conversaciรณn sobre el reparto de las competencias de las distintas comunidades autรณnomas y del propio Estado, que pudiera servir de base para su reorganizaciรณn pragmรกtica. A ello se aรฑade la natural resistencia de los poderes regionales a desmantelar las estructuras administrativas, de orden a menudo clientelar, que han servido para dar salida a una clase polรญtica improvisada con rapidez y para apuntalar el poder de eso que la jerga polรญtica nacional denomina grรกficamente “barones” autonรณmicos.
Sea como fuere, la dificultad de someter a un control efectivo estos procesos, protagonizados por un sinnรบmero de actores no coordinados entre sรญ a lo largo de un considerable perรญodo de tiempo, sirve para constatar la gran distancia que media entre el seรฑalamiento de un error “colectivo” y las posibilidades de evitarlo e, incluso, detectarlo a tiempo. Todos podemos ser profetas del pasado. Mรกs difรญcil es juzgarlo con ecuanimidad, sin hipรฉrboles ni autoengaรฑos, para tratar de paliar sus efectos mรกs perniciosos sobre la realidad social que constituye su sedimento orgรกnico. Es difรญcil, pero al menos hay que intentarlo. ~
(Mรกlaga, 1974) es catedrรกtico de ciencia polรญtica en la Universidad de Mรกlaga. Su libro mรกs reciente es 'Ficciรณn fatal. Ensayo sobre Vรฉrtigo' (Taurus, 2024).