Los reinados en EspaƱa

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1.
“SerĆ­a una historia merecedora de un largo volumen”, escribiĆ³ el CapitĆ”n John Smith en su A Description of New England de 1616, relatar las aventuras de espaƱoles y portugueses, sus afrentas y derrotas, sus peligros y miserias que, con tan incomparable honor y constante resoluciĆ³n, han acometido y resistido en sus descubrimientos y territorios, mĆ”s allĆ” de lo que se pueda creer, y que a nosotros condenan a la necedad, la pereza y la negligencia…

Al hacer este impetuoso llamamiento a sus compatriotas para comprometerse a “erigir una colonia”, el CapitĆ”n Smith los desafiaba a la acciĆ³n mediante el ejemplo dado por los ibĆ©ricos, empeƱados en encontrar “nuevas tierras, nuevas naciones y nuevo comercio”, al mismo tiempo que mira con acritud el error cometido por Inglaterra al haber rechazado “la honesta oferta del noble ColĆ³n.”1

En el corazĆ³n de la historia del imperialismo occidental y de las expansiones transoceĆ”nicas existe un episodio de imitaciĆ³n y competiciĆ³n entre Estados. ComenzĆ³ en el siglo xv con la rivalidad entre los dos Estados que componĆ­an la penĆ­nsula ibĆ©rica: Castilla y Portugal. Entre 1474 y 1479 se hallaban trenzados en una guerra, nacida del intento de Alfonso v de Portugal por evitar el ascenso de la presunta heredera, Isabel, al trono de Castilla. Una vez finalizada la guerra con la victoria de Isabel y su marido, Fernando de AragĆ³n, la rivalidad continuĆ³, convertida esta vez en una lucha por el espacio. La circunnavegaciĆ³n del Cabo de Buena Esperanza, en 1487, por una partida de reconocimiento a las Ć³rdenes de Bartolomeo DĆ­az, abre el camino para el establecimiento de una ruta marĆ­tima capaz de otorgale a los portugueses acceso a Asia. Para no perder ventaja con respecto a la monarquĆ­a portuguesa, en 1492 Fernando e Isabel alcanzan un acuerdo para aceptar la “honesta oferta del noble ColĆ³n” de traerles las riquezas de Oriente surcando el AtlĆ”ntico en direcciĆ³n oeste.

“SerĆ­a una historia merecedora de un largo volumen”, como observaba el capitĆ”n John Smith, “recitar las aventuras de espaƱoles… sus afrentas y derrotas, sus peligros y miserias” en el periodo que sigue al Ć©pico viaje de ColĆ³n. Es, precisamente, esta “historia merecedora de un largo volumen” la que Hugh Thomas nos ofrece en forma triunfante en El imperio espaƱol2. Siendo un historiador que tambiĆ©n ha gozado de una carrera en la vida pĆŗblica, Hugh Thomas, hay que decirlo, jamĆ”s ha sido hombre de pequeƱos volĆŗmenes. Su reputaciĆ³n se iniciĆ³ con la sensacional e innovadora historia de la Guerra Civil EspaƱola3 y se mantendrĆ­a a travĆ©s de sus siguientes publicaciones, tales como Cuba: The Pursuit of Freedom4; An Unfinished History of the World5; La conquista de MĆ©xico6; y, en forma mĆ”s reciente, La trata de esclavos7. Entre ellos suman miles de pĆ”ginas y representan un logro impresionante.

Todos estos libros demuestran un voraz apetito por la informaciĆ³n. Basados en un amplĆ­simo conjunto de lecturas, tanto de fuentes primarias como secundarias, son textos cuyo enfoque incluye los distintos puntos de vista, al mismo tiempo que ofrecen gran cuidado a la hora de presentar los detalles, por lo que su lectura resulta esclarecedora. Hugh Thomas pertenece a ese linaje de historiadores con grandes dotes narrativas, poseedores de la habilidad para evocar personas, lugares y acontecimientos; capaces de mantener vivo el relato, sin que eso signifique dejar de ofrecer una opiniĆ³n. Esta tradiciĆ³n, representada en el siglo XIX por historiadores tales como Macaulay, Froude y Prescott, y por G.M. Trevelyan, C.V. Wedgwood y Garret Matingly en el siglo XX, ha permanecido Ćŗltimamente en la sombra ante los historiadores profesionales, aunque jamĆ”s ha perdido su atractivo para el pĆŗblico. Habiendo sido tildados de “anticuados” con excesiva facilidad, esta clase de estudiosos nos recuerdan la importancia permanente que tienen para la historia la voluntad humana y la contingencia de los acontecimientos, al mismo tiempo que nos ayudan a recuperar un sentido del pasado como algo que se mueve a lo largo del tiempo.

Escrito con inmenso brĆ­o y elegancia, El imperio espaƱol cuenta una historia que puede resultarle familiar a muchos lectores. No obstante, el relato incluye tal abundancia de detalles que lo familiar se transforma en desconocido. El recuento del “Ascenso del imperio espaƱol”, subtĆ­tulo asignado por Thomas a su obra, ha sido narrado en repetidas oportunidades, entre las que no se debe olvidar al historiador de Harvard Roger B. Merriman con su trabajo de cuatro volĆŗmenes, The Rise of the Spanish Empire in the Old World and in the New, publicado entre 1918 y 19348. No obstante, el descubrimiento de muchas cosas desde que apareciera la obra de Merriman hacĆ­a necesaria una reformulaciĆ³n de los hechos. Merriman, mucho mĆ”s obsesionado con la historia institucional que Thomas, comienza su recuento con un volumen dedicado a la EspaƱa medieval y acaba, tres volĆŗmenes mĆ”s tarde, con la muerte de Felipe II en 1598. Por su parte, la narraciĆ³n de Thomas se inicia con “EspaƱa en la encrucijada”, en aquel otoƱo de 1491 cuando Fernando e Isabel preparan el asalto final a la ciudad de Granada, Ćŗltimo bastiĆ³n islĆ”mico en territorio ibĆ©rico, y termina a comienzos del decenio de 1520 con la conquista de MĆ©xico por parte de CortĆ©s y con el regreso de la expediciĆ³n de Magallanes a EspaƱa tras haber circunnavegado el globo. En ese momento, los cimientos del imperio global espaƱol ya han sido instalados, aunque todavĆ­a falta la conquista del PerĆŗ.

Este corte en el relato de la expansiĆ³n transoceĆ”nica de Castilla en un punto cercano al inicio del reinado del emperador Carlos v en 1519 (reinado al que Merriman dedica todo un extenso volumen) parece extraƱo y despierta preguntas inevitables sobre la escala del trabajo de Thomas. ĀæHabrĆ” que pensar que simplemente se le acabĆ³ el espacio o bien se esconde aquĆ­ la intenciĆ³n de continuar con una versiĆ³n renovada de Merriman en uno o mĆ”s volĆŗmenes, para contar la conquista del PerĆŗ y la consolidaciĆ³n del imperio espaƱol en Europa y AmĆ©rica? En forma sorprendente, el libro concluye con una vĆ­vida evocaciĆ³n de Sevilla, capital de un creciente dominio atlĆ”ntico espaƱol, escena que bien podrĆ­a haber sido el telĆ³n inicial de un segundo volumen, antes que la conclusiĆ³n del presente trabajo.

La historia narrativa no es una forma de historia conducente a la economĆ­a, y si bien Thomas logra una importante proeza de condensaciĆ³n en su relato de la conquista de MĆ©xico ā€”tema sobre el que, por lo demĆ”s, ha escrito extensamenteā€”, en este volumen se permite el lujo de demorarse en los detalles de aquellas personas y lugares que dan vida a su narraciĆ³n. ColĆ³n aparece como un “hombre de pelo prematuramente cano ā€”que antaƱo fuera pelirrojoā€”, sus ojos azules, su nariz aquilina, y unos pĆ³mulos que a menudo enrojecen en su alargado rostro”, mientras Alonso de Hojeda, uno de los capitanes de ColĆ³n, es “un hombre apuesto de aspecto inteligente, de baja estatura y grandes ojos”, y el conquistador Pedrarias DĆ”vila, comandante de la expediciĆ³n al Nuevo Mundo de 1514, “alto, de complexiĆ³n pĆ”lida, ojos verdes y pelirrojo” que destaca por su “crueldad [y] su arrogancia.” En cuanto a los lugares, Thomas ha visitado casi la totalidad de los sitios que menciona, incluyendo “pequeƱos pueblos que raramente aparecen seƱalados en los mapas, tanto en los antiguos como en los modernos”. Es el caso de pueblos de Extremadura como La Abertura, situado “en la cima de un monte” y “con una cantidad de agradables riachuelos en sus proximidades”, o Madrigalejo, donde muriĆ³ Fernando el CatĆ³lico en “un edificio de un solo piso que el paso del tiempo no ha alterado ni mejorado.”

Esta historia, segĆŗn la cuenta Thomas, es esencialmente un relato centrado en los espaƱoles, antes que en la gente que conquistaron y asesinaron. EstĆ” escrito como un relato Ć©pico y se lee como tal: una saga sobre la “valentĆ­a y la crueldad” espaƱola, a medida que los conquistadores se abren camino por selvas impenetrables y acaban con los indĆ­genas que huyen aterrorizados a refugiarse en sus aldeas. No posee otro argumento central que la asombrosa audacia y determinaciĆ³n exhibida por los conquistadores y no nos lleva mucho mĆ”s allĆ” en la soluciĆ³n del gran problema histĆ³rico que explique cĆ³mo “EspaƱa”, una alianza reciente y de carĆ”cter mĆ”s bien nominal entre las coronas de Castilla y AragĆ³n, es capaz de convertirse, en el curso de algo mĆ”s de una generaciĆ³n, en una potencia europea dominante con un imperio extendido por el mundo.

No obstante, a diferencia del relato de Merriman, Thomas posee el mĆ©rito de haber integrado en un todo los distintos desarrollos ocurridos en forma simultĆ”nea a ambos lados del AtlĆ”ntico, de manera que los lectores encuentran un hilo que interconecta decisiones y acontecimientos. Al mismo tiempo, a pesar de que al inicio y al final del relato emplea las ya muy conocidas y probadas narraciones de los viajes de ColĆ³n y la conquista de MĆ©xico, la atenciĆ³n prestada por Thomas a pasajes menos familiares de la progresiva dominaciĆ³n espaƱola del Caribe y sus incursiones en el territorio de AmĆ©rica Central, le dan una perspectiva mĆ”s clara a acontecimientos como la conquista de MĆ©xico y la posterior conquista del PerĆŗ, en comparaciĆ³n a otros textos de Ć­ndole general sobre este periodo.

Esta etapa caribeƱa, durante la cual se producen la ocupaciĆ³n de Jamaica (1509) y de Cuba (1511), asĆ­ como la reclamaciĆ³n que Balboa hace del OcĆ©ano PacĆ­fico para la corona de Castilla despuĆ©s de atravesar el istmo de PanamĆ” (1513), representa un momento clave con vistas a la forma que adoptarĆ” la futura expansiĆ³n espaƱola. En lo que casi podrĆ­a pasar por una frase casual al comienzo de su relato de la conquista de Cuba, Thomas escribe: “El imperio espaƱol se expandĆ­a como si hubiera sido un extenso cultivo; conducido y motivado localmente.” Estas palabras proporcionan la clave de buena parte de lo que acontecerĆ” despuĆ©s. Las iniciativas locales y la movilizaciĆ³n local de recursos determinaron en gran medida el carĆ”cter y el ritmo de la toma de tierras en la AmĆ©rica espaƱola.

Para comprender las iniciativas locales, uno ha de conocer a la gente que las llevĆ³ a cabo. Los aƱos de la conquista espaƱola del Caribe permiten un primer acercamiento a CortĆ©s y Pizarro en el periodo inicial de sus andaduras. TambiĆ©n nos vemos las caras con figuras tan importantes como Diego VelĆ”zquez, gobernador de Cuba, quien luego lamentarĆ­a por el resto de su vida haber autorizado la expediciĆ³n de CortĆ©s a MĆ©xico en 1519. A medida que Thomas va presentando su largo reparto de personajes (muchos de los cuales se hallan hoy completamente olvidados) y saca a la luz la crĆ³nica de sus feudos y rivalidades, su preocupaciĆ³n por los hombres y los acontecimientos le trae cuantiosos dividendos a la hora de explicar y clarificar el desarrollo de las iniciativas locales, con lo que, una y otra vez, la corona se veĆ­a obligada a aceptar los acontecimientos como fait acompli.

En uno de sus libros menos conocidos, QuiĆ©n es quiĆ©n de los conquistadores,9 Thomas recopilĆ³ una fuente indispensable de informaciĆ³n biogrĆ”fica sobre los conquistadores de MĆ©xico. En El imperio espaƱol tambiĆ©n procura recuperar las raĆ­ces familiares y las relaciones personales de los personajes que, a ambos lados del AtlĆ”ntico, se vieron envueltos en la “empresa de las Indias” de EspaƱa. Se trata de gente como el obispo Juan RodrĆ­guez de Fonseca, quien fuera el primer ministro para las Indias de EspaƱa y que tuvo a su cargo la organizaciĆ³n del trĆ”fico de las flotas desde Sevilla; o NicolĆ”s de Ovando, enviado por Fernando e Isabel a imponer el orden en La EspaƱola (posteriormente dividida entre la RepĆŗblica Dominicana y HaitĆ­). Este tipo de detalles biogrĆ”ficos, que han sido pacientemente recolectados a travĆ©s de una amplia variedad de fuentes, proporcionan importantes claves para comprender cĆ³mo fue adquirido en un primer momento el imperio espaƱol y como serĆ­a posteriormente asentado, gobernado y conservado. Algunas de estas claves conllevan intrigantes preguntas. Por ejemplo, cuĆ”ntos de los que participaron en la conquista y colonizaciĆ³n de AmĆ©rica eran, como Pedrarias DĆ”vila, de ascendencia judĆ­a ā€”a pesar de la restricciĆ³n migratoria a las Indias que pesaba sobre los conversosā€”. La EspaƱola, supuestamente, estaba llena de ellos. ĀæQuĆ© conclusiĆ³n podemos sacar?

Investigaciones recientes han resaltado la contribuciĆ³n esencial al proceso de conquista y asentamiento realizado por familias y redes locales. NicolĆ”s de Ovando, HernĆ”n CortĆ©s y Francisco Pizarro, por ejemplo, provienen de la Ć”rida regiĆ³n de Extremadura y resulta imposible entender la conquista y el establecimiento de AmĆ©rica sin tomar en cuenta la parte que le cabe a las conexiones extremeƱas, muchas de las cuales se basaban en el clientelismo, la amistad y los lazos familiares.10 Al incluir tales detalles personales, a riesgo de empantanar el relato en determinados pasajes, Hugh Thomas ha facilitado la tarea de los historiadores que algĆŗn dĆ­a enfrenten la investigaciĆ³n sistemĆ”tica de las vidas e interconexiones de aquellas personas que crearon y mantuvieron unido el imperio espaƱol en Europa y AmĆ©rica o, segĆŗn el decir de la Ć©poca, la “monarquĆ­a espaƱola”. Tal como los conquistadores arrasaron AmĆ©rica por pepitas de oro, los historiadores atacarĆ”n ese texto buscando pepitas de informaciĆ³n. Otros, en cambio, simplemente preferirĆ”n dejarse llevar por la fascinante crĆ³nica de extraordinarios acontecimientos que cambiaron la faz de la Tierra.

2.
Hacia el final de su libro, al escribir sobre la generaciĆ³n que creciĆ³ durante los primeros veinte aƱos del siglo XVI y que creĆ³ un imperio con los territorios conquistados por Castilla en las Indias, Hugh Thomas advierte que “todos poseĆ­an una visiĆ³n de la antigua Roma de la que tomaban su inspiraciĆ³n, incluso si ese viejo imperio era considerado insuperable por todos los hombres de saber”. En Romans in a New World,11 destacado libro que arroja nueva luz sobre la conquista espaƱola de AmĆ©rica, David Lupher cuenta que “aunque ninguno de los antiguos romanos jamĆ”s estuvo cerca de poner un pie en el Nuevo Mundo”, su presencia efectivamente “acompaĆ±Ć³ a los espaƱoles en cada legua del camino”. Si la creaciĆ³n del imperio portuguĆ©s de ultramar proporcionĆ³ el impulso inicial para la empresa espaƱola en la Indias, serĆ­a el imperio romano el que ofreciera el modelo para que los espaƱoles midieran sus logros.

Desde hacĆ­a mucho, los historiadores estaban al tanto de la presencia fantasmal de Roma rondando la aventura imperial espaƱola del siglo XVI. En sus momentos crĆ­ticos, HernĆ”n CortĆ©s, el mĆ”s ilustrado de los conquistadores, solĆ­a encontrar la adecuada alusiĆ³n a los clĆ”sicos. Por su parte, sus seguidores, admiradores y defensores nunca dudaron en comparar sus hazaƱas con las de Julio CĆ©sar. Los propios conquistadores estaban seguros de haber sobrepasado los Ć©xitos de los romanos. En su incomparable Historia verdadera de la conquista de la Nueva EspaƱa, escrita durante los Ćŗltimos aƱos de su vida tras haber participado como soldado en la Conquista, Bernal DĆ­az del Castillo seƱala con orgullo haber tomado parte en muchas mĆ”s batallas y contiendas que en “las cincuenta y tres que los cronistas le atribuyen a Julio CĆ©sar”. Por otra parte, los frailes que llegaron a AmĆ©rica a convertir a los pueblos indĆ­genas, asĆ­ como los funcionarios reales que vinieron a gobernarlos, encontraron en los clĆ”sicos analogĆ­as de gran utilidad para acometer su empresa, segĆŗn luchaban por imponer las bendiciones de la cristiandad y la “civilizaciĆ³n” a los pueblos bĆ”rbaros. Finalmente, la elecciĆ³n de Carlos de Gante, rey de Castilla y AragĆ³n, a la cabeza del Sacro Imperio Romano GermĆ”nico no sĆ³lo incorpora en la imaginerĆ­a y terminologĆ­a oficial un antecedente romano (ademĆ”s de una serie de paralelismos), sino que tambiĆ©n sugiriĆ³ a sus propios contemporĆ”neos el hecho de hallarse a punto de presenciar un renacimiento de la “monarquĆ­a universal”.

A pesar de que estas menciones y paralelismos con los clĆ”sicos han sido asumidas hace ya tiempo por la literatura histĆ³rica, es poco el esfuerzo que se ha hecho para hacer una investigaciĆ³n sistemĆ”tica de las fuentes utilizadas por aquellos que crearon y manejaron el imperio americano de EspaƱa, y mucho menos de sus formas de lectura o interpretaciĆ³n. Este tipo de trabajo requiere la presencia de un estudioso con conocimientos de la AntigĆ¼edad clĆ”sica. El profesor de clĆ”sicos en la Universidad de Puget Sound David Lupher ha aceptado el desafĆ­o.12 Al hacer una lectura de los textos espaƱoles provenientes del siglo SVI con la mirada de un especialista en la materia, el catedrĆ”tico Lupher ha llevado a cabo una interesante y original contribuciĆ³n a nuestra comprensiĆ³n de la historia de la conquista espaƱola y la colonizaciĆ³n de AmĆ©rica.

Hay que advertir que su libro Romans in a New World no es apto para quienes se rindan con facilidad. Si bien desarrolla una argumentaciĆ³n convincente, escrita con toda lucidez, inevitablemente depende de una lectura minuciosa de los textos, por lo que muchos podrĆ”n sentirse pobremente preparados para seguir al autor en su particular agon (para usar una de sus palabras favoritas). Sin embargo, para aquellos que se interesen por sumergirse en los debates ocurridos en EspaƱa durante el siglo xvi en lo que se refiere a la aspiraciones de Castilla al tĆ­tulo de Indias, o bien para quienes quieran saber mĆ”s sobre los modos en los que la observaciĆ³n del ancho mundo a travĆ©s de los clĆ”sicos acaba por afectar la visiĆ³n del observador; en ambos casos, este es un libro indispensable.

Aunque el capĆ­tulo que inaugura el libro contiene una fascinante descripciĆ³n de los usos de las analogĆ­as clĆ”sicas realizadas por conquistadores e historiadores de la Ć©poca, una parte sustancial del libro estĆ” dedicada a la “controversia de las Indias”. Dicha controversia fue planteada en las aulas de la Universidad de Salamanca alrededor de 1530 por el teĆ³logo neotomista Francisco de Vitoria y alcanzarĆ­a su punto mĆ”s Ć”lgido durante el famoso debate de Valladolid ocurrido en 1550, entre el estudioso humanista Juan GinĆ©s de SepĆŗlveda y el dominico “apĆ³stol de los indios”, BartolomĆ© de las Casas (quien ocupa un lugar destacado en el texto de Hugh Thomas). En el corazĆ³n de este debate, que ha recibido enorme atenciĆ³n por parte de la investigaciĆ³n histĆ³rica, yacen las interrogantes relacionadas con el derecho de los espaƱoles a conquistar y ocupar las tierras de otras gentes, asĆ­ como el tratamiento que debĆ­an recibir las poblaciones indĆ­genas que habĆ­an subyugado. Como ha sido seƱalado en numerosas ocasiones, ningĆŗn otro imperio ha sufrido tan larga y dura agonĆ­a sobre su derecho a ejercer dominio sobre otros.13

Bajo la percepciĆ³n generalizada, esta controversia gira en torno a la aplicabilidad de la teorĆ­a aristotĆ©lica de la “esclavitud natural” a los habitantes indĆ­genas de AmĆ©rica. Lupher, sin embargo, realiza una poderosa argumentaciĆ³n para mostrar la famosa controversia como una disquisiciĆ³n en torno a interpretaciones antagĆ³nicas de los antecedentes histĆ³ricos provenientes de la Roma imperial. A pesar de que su punto de partida es la cuestiĆ³n jurĆ­dica de la soberanĆ­a global de Roma, junto con los precedentes que esto pudiera acarrear para el establecimiento de una monarquĆ­a espaƱola mundial, la controversia pronto pasa a incluir una revisiĆ³n completa del carĆ”cter de la experiencia imperial romana, en la medida que, segĆŗn Lupher, los participantes abusaron de la autoridad de los clĆ”sicos en su bĆŗsqueda de municiĆ³n para lanzar contra sus enemigos. AsĆ­, SepĆŗlveda se mostrĆ³ como un fanĆ”tico partidario de las obras y virtudes romanas, mientras Las Casas era un enconado opositor de los romanos a quienes, en lugar de artĆ­fices de una misiĆ³n civilizadora, consideraba como los verdaderos bĆ”rbaros que extendieron su dominio tirĆ”nico sobre gente inocente. ĀæQuĆ© clase de modelo era esto para EspaƱa?

El meticuloso anƔlisis que Lupher realiza de los densos textos escritos por Las Casas deja claro hasta quƩ punto el dominico poseƭa un extraordinario dominio de una gran variedad de fuentes clƔsicas.

Ahora, aunque Las Casas haya sido el mĆ”s persistente y celebrado participante en el debate, existen muchos otros que tambiĆ©n tomaron parte, algunos de ellos relativamente desconocidos hasta que Lupher vino a sacarlos de la oscuridad en la que se hallaban. AsĆ­ por ejemplo, el estudioso enfoca su poderosa linterna sobre la figura del dominico dĆ”lmata Vinko Paletin. Siendo un hombre joven, Paletin participĆ³ durante cuatro aƱos en la conquista de YucatĆ”n y redactĆ³ una descripciĆ³n acompaƱada de un diagrama de las ruinas de ChichĆ©n ItzĆ”, donde decĆ­a haber encontrado inscripciones pĆŗnicas. La supuesta evidencia de que los cartaginenses poseyeron territorios en suelo americano sirviĆ³ para alimentar la creencia segĆŗn la cual los romanos, como herederos de los cartaginenses, habĆ­an sido alguna vez los seƱores de las Indias. No obstante, otro manuscrito indica que Paletin ponĆ­a en duda sus conclusiones. Claro que, a diferencia de su compaƱero dominico Las Casas, Paletin se mantuvo siempre como declarado admirador de Roma.

La exhaustiva indagaciĆ³n realizada por Lupher en torno a las contribuciones a la polĆ©mica de las Indias, tanto publicadas como no publicadas, lo conduce a una secciĆ³n final del libro sumamente sugerente, donde describe el modo en que la controversia sobre el carĆ”cter del legado imperial de Roma acabarĆ­a por influir en la percepciĆ³n del pasado espaƱol. Estableciendo paralelismos entre la invasiĆ³n espaƱola de las Indias y la invasiĆ³n romana de EspaƱa, Las Casas y sus partidarios dieron pie a una revisiĆ³n del papel de los antiguos iberos, quienes resistieron heroicamente a los romanos durante el sitio de Numancia, para luego ser obligados a realizar trabajos forzados en las minas del sur de EspaƱa, de la misma manera que los indios estaban siendo obligados a realizar trabajos forzados en las minas de PerĆŗ. Tal vez, tras todo lo expuesto, los verdaderos ancestros de los espaƱoles modernos no fueron los conquistadores y colonos romanos sino los iberos.

La secciĆ³n final del libro de Lupher proporciona una valiosa demostraciĆ³n de cĆ³mo, con el paso del tiempo, los acontecimientos en el Nuevo Mundo acabarĆ­an influenciando la percepciĆ³n que los europeos tenĆ­an de su propia civilizaciĆ³n y cuestiona la validez del modelo interpretativo clĆ”sico al que habrĆ­an echado mano en su intento de hallar una explicaciĆ³n a la sorprendente variedad de pueblos y civilizaciones descubiertas en sus viajes de ultramar. Con ello se sienta una conclusiĆ³n adecuada a un sĆ³lido trabajo de estudio, capaz de proporcionar nuevas ideas desde una perspectiva novedosa en torno a la forma en que los antiguos europeos se percibĆ­an a sĆ­ mismos y al “Otro”.

En un trabajo tan exhaustivo, resulta extraƱa la omisiĆ³n de un anĆ”lisis de la palabra “colonia” y de las formas en que la fundaciĆ³n de colonias en la antigĆ¼edad clĆ”sica puede haber influenciado la actividad colonizadora de los primeros espaƱoles y europeos modernos.14 Originariamente, el colonus romano era un simple granjero que cultivaba la tierra. La palabra tambiĆ©n comenzĆ³ a emplearse para designar a los miembros de las colonias, asentamientos de inmigrantes formados por soldados veteranos a las afueras de Roma, y posteriormente en el resto de Italia. Con todo, el empleo original persistiĆ³, no sĆ³lo asociado a los granjeros que actuaban como propietarios, sino incluso con aquellos que fueron sometidos a trabajar la tierra. Es probable que, debido a esta connotaciĆ³n peyorativa, durante la rebeliĆ³n de los pobladores de La EspaƱola contra el gobierno de ColĆ³n, decidieran rechazar el nombre de colonos, insistiendo en el hecho de que ellos eran propietarios de sus casas, con todos los derechos que ello conlleva.

Un diccionario espaƱol de 1611 define colonia en la acepciĆ³n romana como “porciĆ³n de tierra ocupada por gentes de afuera, tomada a la ciudad que domina ese territorio, o traĆ­das de otras partes.” Los territorios de EspaƱa en tierra americana, no obstante, nunca fueron llamados “colonias” con anterioridad al siglo XVIII. SĆ³lo hacia finales de este siglo, los ministros en Madrid comienzan, al menos entre ellos, a seguir la costumbre desarrollada por los ingleses de describir sus territorios americanos como “colonias”. Cuando el capitĆ”n John Smith escribĆ­a sobre “erigir una colonia”, los tĆ©rminos “colonia” y “plantaciĆ³n” eran intercambiables en la dicciĆ³n inglesa y venĆ­an a significar una plantaciĆ³n de gente, tal como la colonia romana. Durante el siglo XVIII, sin embargo, la palabra comenzĆ³ a connotar el estatus de dependiente, en inglĆ©s, segĆŗn el modelo de la provincia romana.

En la prĆ”ctica, el “imperio” espaƱol diferirĆ­a del modelo romano en que, en lugar de tratarse de un imperio con provincias dependientes, era mĆ”s bien un conjunto de territorios ā€”cada cual con sus propias leyes, instituciones y privilegios reconocidosā€” que compartĆ­an filiaciones polĆ­ticas en torno a una soberanĆ­a comĆŗn. Los territorios americanos, a pesar de poseer estatus de subordinados en calidad de conquistas de Castilla y no como resultado de la uniĆ³n resultante de una herencia dinĆ”stica, eran tratados como un complejo de distintos reinos y territorios que con el tiempo adquirirĆ­an sus propias leyes y ordenanzas. Indudablemente, las complicaciones de gobernar una monarquĆ­a global construida segĆŗn estas lĆ­neas eran enormes, con lo que la efectividad de sus gobiernos dependĆ­a, en Ćŗltima instancia, de la competencia de los funcionarios reales que formaban parte de la burocracia imperial.

3.
Uno de los funcionarios mĆ”s trabajadores y eficientes del siglo XVI fue Juan de Ovando, quien ocupa el lugar principal de un nuevo estudio de Stafford Poole,15 investigador independiente que ya tradujera y editara un texto de Las Casas y que tambiĆ©n publicĆ³ una biografĆ­a de un arzobispo mexicano en el siglo XVI.16 Ovando, perteneciente a la misma familia extremeƱa de NicolĆ”s de Ovando, cuyos Ć©xitos en estabilizar el asentamiento infantil de La EspaƱola son narrados por Hugh Thomas, trepĆ³ por la escalera burocrĆ”tica bajo el gobierno de Felipe II hasta convertirse en presidente del Consejo de Indias y del Consejo de Finanzas, asĆ­ como en un extraordinario reformador. A Ć©l se debe el intento de ordenar la compleja legislaciĆ³n para el gobierno de las Indias que con el tiempo se habĆ­a convertido en una maraƱa, para lo cual empleĆ³ un sistema de codificaciĆ³n. Entre sus numerosas reformas tambiĆ©n hay que mencionar su actividad como instigador de los famosos cuestionarios diseƱados para proporcionar un vasto caudal de datos que harĆ­an posible un gobierno informado de los territorios americanos por parte de EspaƱa.

Desgraciadamente, a pesar de la meticulosa investigaciĆ³n realizada por Poole, se echa en falta bastante informaciĆ³n personal sobre este funcionario real que ha sido objeto de interĆ©s histĆ³rico por largo tiempo. Con todo, Poole consigue emplear los archivos de forma provechosa para llevar a cabo una tarea que hacĆ­a rato se demandaba, y nos ofrece un anĆ”lisis claro y fidedigno sobre la carrera y las actividades de este sobresaliente servidor del burĆ³crata real, Felipe II. Como ministro responsable del gobierno de las Indias, correspondiĆ³ a Ovando luchar contra las implicaciones derivadas de la campaƱa iniciada por Las Casas y sus acĆ³litos en busca de justicia para los indios. Con este propĆ³sito, en 1573 emitiĆ³ una serie de ordenanzas para los nuevos descubrimientos y poblamientos encaminados a evitar la repeticiĆ³n de las atrocidades cometidas. Dichas ordenanzas, explica Poole, “aĆŗn ocupan un lugar Ćŗnico en la historia moderna. NingĆŗn otro imperio colonial llegĆ³ a tal extremo en la reglamentaciĆ³n de su expansiĆ³n y en el cuidado por evitar cualquier acciĆ³n en detrimento de las poblaciones indĆ­genas.” Desgraciadamente, tambiĆ©n se puede describir como un intento por cerrar las puertas del establo una vez que el caballo ya se ha desbocado.

Aunque Ovando era un administrador a la vieja usanza romana ā€”en cuya biblioteca personal tenĆ­a, como todo funcionario real respetable, no sĆ³lo los correspondientes volĆŗmenes de derecho romano, sino algunas obras de los grandes clĆ”sicosā€”, tambiĆ©n era un administrador con conciencia cristiana. Precisamente, serĆ”n la defensa de la fe cristiana y la difusiĆ³n de los beneficios del cristianismo entre los pueblos paganos lo que proporcione a aquellos espaƱoles que se habĆ­an inspirado en el modelo imperial romano la creencia de haber llegado mĆ”s allĆ” que los propios romanos. “Es obviedad que no ha menester de prueba alguna”, escribĆ­a un jurista espaƱol del siglo XVII, “en cuĆ”nto los espaƱoles superan a los romanos, y cĆ³mo han hecho llegar a los indios leyes, costumbres y artes mĆ”s saludables y provechosas, junto con otras muchas cosas que sirven para vida mĆ”s humana y civilizada.”

No obstante, a medida que las nuevas generaciones de espaƱoles comenzaron a lidiar, tal como Ovando, con la extensiĆ³n de la misiĆ³n civilizadora y con el gobierno de un imperio cuyos predecesores sĆ³lo se habĆ­an preocupado de expandir, las analogĆ­as con Roma comienzan a parecer cada vez mĆ”s inquietantes. A comienzos del siglo XVII algunos comienzan a echar mano a las obras de Salustio y de SĆ©neca, en un intento por averiguar si el paĆ­s, corrompido por las clases ricas, correrĆ­a la misma suerte que Roma en su descenso. Porque si Roma proporcionaba un modelo para la expansiĆ³n y gobierno del imperio, tambiĆ©n mostraba su decadencia y caĆ­da.

Hacia finales del siglo XVII, EspaƱa y su imperio eran ampliamente percibidos como vĆ­ctimas de un estado de decadencia terminal. Si el capitĆ”n John Smith y sus contemporĆ”neos habĆ­an visto en EspaƱa un modelo de inspiraciĆ³n, ahora los britĆ”nicos le daban la espalda. Los modelos, ademĆ”s de ofrecer inspiraciĆ³n, tambiĆ©n pueden servir como advertencia. A partir de entonces, se comienza a pensar que la posesiĆ³n de colonias de ultramar por parte de EspaƱa fue el origen de su caĆ­da, en la medida que significĆ³ el despoblamiento de la madre patria, asĆ­ como la difusiĆ³n de una serie de falsos valores surgidos de la idea de que la Ćŗnica riqueza verdadera era la plata de MĆ©xico y PerĆŗ. La explotaciĆ³n de las minas americanas, argumenta Sir Josiah Child en su A New Discourse of Trade (1693), ha ocasionado que los espaƱoles “dejen mayormente de lado el cultivo de la tierra y la producciĆ³n de bienes que en ello se origina…”

El imperio britĆ”nico del siglo XVIII, a diferencia del espaƱol, fue ideado como un imperio basado en el comercio, no en la conquista.17 Como imperio comercial los britĆ”nicos consiguieron un Ć©xito espectacular, y la prosperidad y riquezas obtenidas no tardaron en alimentar la envidia de sus rivales. Entre ellos estaba EspaƱa, donde la dinastĆ­a BorbĆ³n, que habĆ­a accedido al trono en 1700, intentaba enderezar la torcida herencia recibida de sus predecesores de la casa de Habsburgo. Y ĀæquĆ© mĆ”s natural para un reformador espaƱol del siglo XVIII que buscar un nuevo modelo de inspiraciĆ³n? Esta vez, sin embargo, en lugar de Roma, serĆ­a Gran BretaƱa. La creaciĆ³n de un verdadero imperio comercial, con la consiguiente reorganizaciĆ³n del gobierno de los territorios americanos y la explotaciĆ³n racional de los recursos en beneficio de la madre patria, aparecĆ­a como el Ćŗnico camino de salvaciĆ³n para una EspaƱa atrasada y subdesarrollada.

El esfuerzo realizado durante el gobierno de Carlos III, entre 1759 y 1788, encaminado a revitalizar y modernizar EspaƱa y su imperio de ultramar, es el tema principal de un importante estudio nuevo, Apogee of Empire,18 escrito por el profesor emĆ©rito de cultura y civilizaciĆ³n espaƱola de la Universidad de Princeton Stanley J. Stein, junto con la antigua bibliĆ³grafa para EspaƱa y LatinoamĆ©rica de esta universidad, Barbara H. Stein. Ampliamente conocidos por su influyente libro The Colonial Heritage of Latin America,19 publicaron no hace mucho un volumen que antecede a Apogee of Empire donde se encargan de revisar los intentos reformistas borbĆ³nicos a comienzos del XVIII.20 Este nuevo volumen, a pesar de aparecer en forma independiente, de alguna manera viene a completar lo que podrĆ­a ser considerado como un proyecto dividido en dos partes.

El trabajo de ambos es una contribuciĆ³n monumental a nuestro conocimiento y comprensiĆ³n de los procesos internos del imperio espaƱol durante el siglo XVIII; proyecto para el que, como es el caso, se necesitan dos vidas completas dedicadas a la investigaciĆ³n. Los autores han desenterrado un montĆ³n de documentaciĆ³n y conocen hasta el menor detalle de la polĆ­tica colonial y comercial de EspaƱa. En este texto, esa polĆ­tica puede ser seguida de memorando en memorando, segĆŗn los ministros reformistas pugnaban por lograr una “modernizaciĆ³n” en contra de toda clase de intereses personales y de la mĆ”s cerrada oposiciĆ³n. En ninguna otra persona confiarĆ­a tanto como en los Stein a la hora de adentrarme en los pasillos del poder en Madrid durante el siglo XVIII, o bien para investigar las recesiones secretas de las casas mercantiles de Ciudad de MĆ©xico y CĆ”diz. Sin embargo, tambiĆ©n se necesita resistencia para una labor asĆ­, porque el nivel de detalle que acompaƱa esta discusiĆ³n es casi desbordante.

Si, en mi opiniĆ³n, el primero de los volĆŗmenes pecaba de lo que me parecieron anticuados prejuicios sobre la incapacidad de los espaƱoles para adoptar la causa del crecimiento econĆ³mico y encaminarse hacia una civilizaciĆ³n moderna, Apogee of Empire no es tan condenatorio y en cierto momento reconoce la necesidad de tomar en consideraciĆ³n “el contexto dado por las condiciones y la inercia” del tiempo y del lugar. Esto lo convierte en un texto mĆ”s equilibrado y convincente que el anterior. Al igual que los restantes libros reseƱados en este artĆ­culo, posee el gran mĆ©rito de tratar a EspaƱa y su imperio americano bajo un mismo marco. AdemĆ”s, cuenta con algunas piezas de colecciĆ³n, como el anĆ”lisis de la destituciĆ³n del ministro reformista de Carlos III en 1796, el marquĆ©s de Esquilache, mediante la combinaciĆ³n de revueltas violentas con una serie de intereses personales.

Las implicaciones de esta destituciĆ³n para el futuro de las reformas introducidas por los Borbones fueron profundas, algo que los Stein siguen detalladamente a travĆ©s de la historia de los esfuerzos realizados por el gobierno para incrementar los ingresos y liberar el sistema comercial monopĆ³lico con AmĆ©rica. El programa reformista BorbĆ³n, inspirado en los Ć©xitos ingleses y guiado por consideraciones “racionales” de maximizaciĆ³n de los recursos coloniales con el objeto de devolver a EspaƱa al lugar adecuado que le correspondĆ­a entre las naciones de Europa, es ampliamente criticado como responsable de socavar la estructura del imperio espaƱol de las Indias, lo que conducirĆ­a posteriormente a la independencia de AmĆ©rica Latina. Claro que fueron los britĆ”nicos, al volver la espalda al ejemplo ofrecido por los Habsburgo en EspaƱa, quienes primero perdieron su imperio en AmĆ©rica.

David Lupher nos recuerda que el teĆ³rico de la agricultura del siglo XVIII Arthur Young, ignorando la influencia ejercida por el modelo romano sobre EspaƱa, escribirĆ­a lo siguiente sobre los dĆ­as de apogeo del imperio espaƱol: “En la hora presente, contamos con su ejemplo para guĆ­a de nuestras creencias, en cambio ellos no tuvieron ejemplo que guiase su conducta.” SĆ³lo cuatro aƱos despuĆ©s de que fueran escritas estas palabras, las colonias britĆ”nicas en AmĆ©rica declararĆ­an su independencia. El imperio espaƱol, en cambio, superĆ³ la crisis ocurrida en las dĆ©cadas de 1770 y 1780 y sobreviviĆ³ por otra generaciĆ³n mĆ”s, hasta que la poblaciĆ³n mestiza, siguiendo el ejemplo de los colonos norteamericanos, se liberĆ³ de la madre patria. Trescientos aƱos de imperio tocaban a su fin.

Si bien se trataba de un imperio con muchas falencias, en el mundo angloamericano existe una extendida ignorancia e incomprensiĆ³n sobre los aspectos mĆ”s positivos presentes en los Ć©xitos de la EspaƱa imperial. Una oportunidad para reconsiderar este balance fue ofrecida desde mediados de octubre del 94 en el museo de Arte de Seattle, que en asociaciĆ³n con el Patrimonio Nacional de EspaƱa organizĆ³ la exposiciĆ³n “Spain in the Age of Exploration, 1492-1819” (EspaƱa en la era de la exploraciĆ³n)21. Durante los Ćŗltimos aƱos, el Patrimonio Nacional ha realizado una destacable labor para la conservaciĆ³n, restauraciĆ³n y exhibiciĆ³n de la extraordinaria riqueza de los tesoros arquitectĆ³nicos y artĆ­sticos a su cargo y, tal como aclara el cuidado catĆ”logo, la exposiciĆ³n ofrece una oportunidad Ćŗnica para contemplar muchos trabajos que jamĆ”s han sido exhibidos fuera de EspaƱa.

Algunos de ellos aparecen como una verdadera revelaciĆ³n. Hasta hace poco, como lo demuestra un artĆ­culo de reciente apariciĆ³n, se daba por descontado que “Hasta la llegada de los holandeses en la dĆ©cada de 1630, el Nuevo Mundo nunca habĆ­a sido examinado de forma cientĆ­fica. Su flora y fauna nunca habĆ­an sido catalogadas; sus pueblos jamĆ”s habĆ­an sido descritos en forma sistemĆ”tica.”22 Pues bien, uno de los cuatro grandes temas de la exposiciĆ³n es “La ciencia y la corte”. AsĆ­, en el ensayo que forma parte del catĆ”logo titulado “‘El mundo es sĆ³lo uno y no muchos’: RepresentaciĆ³n del mundo natural en la EspaƱa Imperial”, JesĆŗs Carrillo Castillo da cuenta de la expediciĆ³n cientĆ­fica encargada en 1569 por Felipe ii para estudiar la flora de MĆ©xico y PerĆŗ. Fue el mismo aƱo en que Juan de Ovando enviĆ³ su cuestionario para obtener una descripciĆ³n de los territorios americanos, lo que testifica el interĆ©s de la corte por obtener informaciĆ³n precisa sobre la enorme extensiĆ³n de tierra gobernada por EspaƱa.

La expediciĆ³n fue comandada por el doctor de la corte, Francisco HernĆ”ndez, quien nunca alcanzarĆ­a PerĆŗ. Sin embargo, pasĆ³ siete aƱos en MĆ©xico realizando investigaciĆ³n y haciendo un enorme esfuerzo para clasificar su flora y su fauna, totalmente nuevas para los europeos. El resultado quedĆ³ reunido en un manuscrito de 16 volĆŗmenes donde se describĆ­an mĆ”s de tres mil plantas, cuarenta cuadrĆŗpedos, 58 reptiles, treinta insectos y 35 minerales. Para mayor tragedia, este monumental trabajo fue destruido en un incendio ocurrido en el Escorial en 1671. Sin embargo, dos copias de las ilustraciones originales tomadas de otro manuscrito y presentes en la exposiciĆ³n dan una idea de la riqueza perdida.

Los otros grandes temas de la muestra son “ImĆ”genes del imperio”, “Espiritualidad y mundanidad” e “Intercambio a travĆ©s de culturas”, explorados en forma clara e informativa en los ensayos del catĆ”logo. En un acercamiento vivo y sugerente al tratamiento de los retratos reales espaƱoles, Sarah Schroth hace notar cĆ³mo los descendientes de Carlos v establecen una referencia directa con los retratos de la AntigĆ¼edad y del Renacimiento de los doce emperadores de Roma al hacerse retratar en armadura de batalla o en traje de victoria, sosteniendo el bĆ”culo de un general. Aunque tĆ©cnicamente nunca llegaron a ser emperadores, el modelo ofrecido por la Roma imperial siempre estuvo a mano.

Al evocar algunos de los logros que acompaƱaron la adquisiciĆ³n espaƱola de su imperio americano, esta exposiciĆ³n que se extiende por tres siglos nos recuerda tambiĆ©n su duraciĆ³n ā€”una duraciĆ³n en algo comparable a ese imperio romano al que intentĆ³ imitar y superar simultĆ”neamenteā€”. Consciente del incentivo que ofrecĆ­a, asĆ­ como de la advertencia que planteaba la Roma imperial, el imperio espaƱol desarrollĆ³ sus propios mecanismos de supervivencia, que le fueron perfectamente Ćŗtiles durante un largo periodo. Los ejemplos, ya sean buenos o malos, no son guĆ­as infalibles en la polĆ­tica. Sin embargo, quienes se consideran a salvo de los procesos histĆ³ricos de auge y caĆ­da de un imperio, con toda probabilidad se darĆ”n cuenta de que es la historia la que tiene la Ćŗltima palabra. –
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ā€” TraducciĆ³n de Pedro Donoso
Ā Ā Ā Ā Ā Ā© 2004 nyrev, Inc.

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