Eres un conjunto de algoritmos, resĆgnate. En el cuento āLa tercera resignaciĆ³nā, de Gabriel GarcĆa MĆ”rquez, un muerto crece en su caja, consciente de que lo roen los ratones en la muerte inmĆ³vil (pero viva). Yuval Noah Harari, en Homo Deus, declara que estamos compuestos por algoritmos. Hay un pĆ”rrafo al principio de El autĆ³mata insurrecto, de Edgar Prieto Nagel (en Google Books): āHoy sabemos que la materia se autoorganiza en base a algoritmos ciegos.ā
Esto encaja con el fervor por el mĆ©todo barato para editar el ADN, CRISPR, y en el Ć©xito del big data. Harari predice que el big data serĆ” la prĆ³xima religiĆ³n, el dogma, pues los humanos necesitamos siempre un relato, una narraciĆ³n que dĆ© sentido a las cosas que hacemos (o que nos hacen hacer los algoritmos).
Un algoritmo, a pesar de ese nombre crispado (CRISPRado), es una secuencia de instrucciones para hacer algo: abre la nevera, saca la leche, viĆ©rtela en un vaso, ponla en el micro, dale veinte segundos: ya. Un conjunto de programillas ensamblados en capas, a golpes de evoluciĆ³n, a trozos. Eso, bien compactado, nos gana al ajedrez, al Go, a conducir, a entender los trillones de datos que son carne de su carne (bit de su bit, o qbit de su qbit). Es asĆ: los coches van solos, con el chĆ³fer (quĆ© palabra) vigilando, por si acaso. Por si falla el algoritmo. Que no falla. Le hemos quitado al algoritmo la capa de conciencia, que era la que distraĆa al conductor. Cuando todos los coches sean autĆ³nomos todos sabrĆ”n dĆ³nde estĆ”n todos. El atasco en la autopista del cuento de CortĆ”zar no podrĆ” producirse.
Bueno, hasta que se concrete el nuevo paradigma hay que aguantar en el mundo cĆ”rnico. A fin de cuentas la vida sigue parecida a ayer, n ayeres bailando en la cuerda floja (las supercuerdas). Lo que constata Harari en la obra citada: āla ciencia converge en un dogma universal, que afirma que los organismos son algoritmos y que la vida es procesamiento de datosā. La ciencia estĆ” en eso, los coches van solos y quizĆ”, si llegĆ”ramos a fin de mes, si pudiĆ©ramos dormir un rato, podrĆamos alegrarnos de asistir a Ć©poca tan fascinante en la que podremos vernos, como el muertito de GarcĆa MĆ”rquez, en plena descomposiciĆ³n. La descomposiciĆ³n la estamos vi(vi)endo; el reto va a ser el siguiente: si al recomponernos de nuevo, estaremos ahĆ, como el dino de Monterroso, o habremos desaparecido porque los humanos ya no Ć©ramos necesarios. (De hecho el dinosaurio de Monterroso no estĆ”.)
TambiĆ©n recoge Harari el amplio consenso cientĆfico en que las decisiones las toma el genoma (o el entorno) siempre un segundo antes de que decida la mente consciente. La mente consciente ya no estĆ” en el paradigma: ha volado. Los experimentos que verifican esta afirmaciĆ³n forman parte de la cultura de ascensor: Āæpor cierto, sabes que no existe el libre albedrĆo? En la peli de JosĆ© Luis Cuerda Amanece que no es poco todo el pueblo debate sobre el libre albedrĆo. Esa pelĆcula es de las mĆ”s valoradas y vigentes del cine espaƱol, segĆŗn la tesis doctoral de Luis Alegre, leĆda hace unos meses y aĆŗn āinexplicablementeā inĆ©dita. El arte se anticipa a la ciencia, pero eso es porque hay un algoritmo con esa funciĆ³n.
Bien, ya estamos en ese modelo, lo vamos asimilando; quizĆ” podamos hacer algo. Empiezas a morir cuando empiezas a envidiar a los amigos que se te han muerto. El telĆ³mero, siempre obediente, se acorta si cedes a esa pulsiĆ³n. El muerto-vivo de GarcĆa MĆ”rquez y los muertos de Rulfo nos hablan de la muerte algorĆtmica, se anticipan y explican ese hervor del estado intermedio: si todo se transforma el algoritmo habrĆ” previsto su propia supervivencia, o su transformaciĆ³n.
En su magnĆfico Contra el tiempo. FilosofĆa prĆ”ctica del instante āfinalista del Premio Anagrama de Ensayoā Luciano Concheiro achaca al capitalismo la aceleraciĆ³n que nos deshace, y lo argumenta muy bien: todo concuerda, mĆ”s crecimiento, mĆ”s producciĆ³n, mĆ”s beneficios, mĆ”s velocidad. Pero quizĆ” podrĆa ser de otra manera: los algoritmos que nos llevan han engendrado esta velocidad para asegurar su supervivencia. QuizĆ” somos contenedores huecos de esos manojos de instrucciones que pelean entre sĆ. No sabemos cuĆ”l es el designio Ćŗltimo, si lo hay, con el que han sido programadas esas secuencias de comandos (Santo TomĆ”s veĆa la prueba de la existencia de Dios, pero ahora es impopular). A lo mejor este capitalismo loco que nos lleva y nos devora es solo un requisito para que el algoritmo espabile y se desvele a sĆ mismo. Solo este sistema de competiciĆ³n enloquecida puede destriparse y evolucionar (porque asĆ, en efecto, no se puede estar): a fuerza de acelerar encontrarĆ” su Ćŗltima lĆnea de cĆ³digo, la que quizĆ” dice: āsigue, sigue, no paresā.
Es posible, ya puestos, que la secuencia de algoritmos haya estado utilizando a los humanos durante doscientos mil aƱos (quĆ© es eso para un algoritmo) para acicalarse en la sombra y que ahora, en este siglo cualquiera, haya llegado el momento, su momento, en el que, por fin, se manifiesten, dejen de actuar mediante un cuerpo interpuesto (somos meros avatares) y tomen el control. No nos necesitan (este es el meme mĆ”s poderoso de hoy) y en cuanto puedan funcionar solos, lo harĆ”n. Ay. Y nosotros, ciegos en el corto plazo, preocupados por los empleos que nos quitan los robots. Por cierto, el perfil mĆ”s demandado es: Ā”constructor de algoritmos!
Ante tanto determinismo y tanto ajetreo Luciano Concheiro propone vivir intensamente el instante. Y cita a Octavio Paz: āUn instante y jamĆ”s. Un instante y para siempre. Instante en el que somos lo que fuimos y seremos. Nacer y morir: un instante. En ese instante somos vida y muerte, esto y aquello.ā ~
(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la pƔgina gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).