Los vinos y los vientos de María la Parda

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Franz Hals, Malle Babbe, c. 1630

El gran escritor portugués Gil Vicente escribió un poema bufo, el Lamento de María la Parda, que circuló en las primeras décadas del siglo XVI. Gil Vicente, además de dramaturgo (escribió piezas tanto en portugués como en castellano) fue un poeta que con gracia extraordinaria recuperó la música y los gustos populares en una admirable combinación de lirismo y espíritu cómico. Hay una excelente versión al español del Lamento preparada por Adolfo Castañón (edición biligüe, Aldus, México, 2000). El Lamento es la historia desgraciada y el testamento de una vieja borracha que deambula por las calles de Lisboa en busca de vino.

Durante la Edad Media y el Renacimiento se solía establecer una relación entre el vino y las funciones pneumáticas del cuerpo humano. Esta idea tiene su origen en las famosas interpretaciones aristotélicas, establecidas en los Problemata, según las cuales el vino ocasiona diversas transformaciones en los individuos: a unos los vuelve conversadores, a otros los entristece, otros más se vuelven locos y violentos, a algunos los debilita y los embrutece. Se trata, según el texto aristotélico, de estados excepcionales y transitorios, provocados por el hecho de que el jugo de la uva (lo mismo que el humor negro) contiene viento. “El vino es ventoso –se dice en los Problemata– por su acción… La espuma del vino prueba su naturaleza ventosa: el aceite, aún cuando está caliente, no produce espuma, en tanto que el vino produce mucha –el vino tinto más que el vino blanco, porque tiene más calor y más cuerpo”.

Esta tradición sin duda se refleja en los versos de Gil Vicente, cuando dice por boca de María la Parda, que halla cerradas las tabernas:

Calle de la Amargura

¿cuándo te nació esta

pasión por las cerraduras?

Cuando voy por ti, calle mía,

todos los pedos que dejo

son suspiros de saudade

y esa ventosidad

sopló en mi nacimiento

María la Parda es un ser triste que recorre las calles de Lisboa en busca de vino. Sufre de la famosa saudade, la forma portuguesa de la melancolía. En esto también se adapta a la tradición aristotélica, que establecía un estricto paralelismo entre el humor negro y el jugo fermentado de la uva. Además, la actividad pneumática provocada por el vino incita al amor, al igual que la presencia de humor negro, “pues el acto sexual pone en acción al viento; basta considerar al pene y la forma en que actúa: es pequeño, pero crece con rapidez porque se hincha bajo el efecto del viento”. Y se explica así: “eso ocurre porque el viento recorre los canales por donde más tarde pasará el líquido. La expulsión de esperma, durante el acto sexual y la eyaculación, se debe a la presión del viento… De allí que el vino tinto vuelva a la gente ventosa, como los melancólicos”. María la Parda, en sus tiempos de gloria, era una mujer que gozaba la vida y el amor, pero ahora añora las épocas en que se prometió desnuda a su amigo,“cuando tuve un apostema –dice– aquí en el labio de abajo”, para después pedir que le echen agua bendita allí donde radica su deseo y se va la herramienta. No queda claro dónde cae el agua bendita…

Quiero señalar también que la tradición sobre el carácter ventoso del vino se aúna, en este poema, a dos expresiones culturales muy importantes durante la Edad Media. Me refiero a la cultura de la queja y a la cultura tabernaria. Gil Vicente cruza aquí ambas culturas, para darnos una versión picaresca. Son conocidos los poemas y las canciones que se lamentaban de las malas condiciones en que vivía la gente y de las miserias de la vida. El Klag germánico y la Complainte francesa tienen muchas expresiones a lo largo de los siglos, para expresar lamentos de toda índole: los pobres que eran despojados, los amantes traicionados, la corrupción del mundo, la brevedad de la vida, la injusticia rampante o las malas costumbres. Con frecuencia las lamentaciones tomaban como sujeto, paradójicamente, a un ser del que no se suponía que podía emanar una crítica moral o social. Es el caso en que el quejoso era un lobo, un hombre salvaje o un villano. Es el caso del poema de Gil Vicente, donde una borracha miserable encarna la crítica contra los especuladores, los mercaderes y los usureros, y en general contra la corrupción reinante en Lisboa. Al mismo tiempo, María la Parda representa la celebración de la taberna, la ebriedad colectiva, la fiesta callejera y el amor libertino. Por eso exclama:

¡Por los pezones de mis pechos!

En el barrio del Espíritu Santo

estaba el nido al que yo volaba:

un claro vino rosado

¡Oh mi bien rosado amor

quién pudiera dar un grito!

También podemos encontrar en el Lamento de María la Parda la presencia del ritual religioso, tanto cristiano como pagano. La exaltación de la taberna hunde sus raíces en las antigua ceremonias paganas que estimulaban la borrachera ritual para celebrar a Dionisos o a Baco. En la tradición cristiana es conocida la estrecha relación entre el vino y la sangre de Cristo. Se trata de expresiones de un ritual de pasaje, de una fiesta o un ágape que marca la transición o la transgresión, que abre paso a una nueva condición, sea un relajamiento de las normas y los hábitos o bien el cruce de un umbral hacia la bienaventuranza. El contrapunteo entre el ritual pagano y el cristiano se hace evidente en estos versos:

Oh bebedores hermanos

¿de qué nos sirve ser cristianos

cuando Dios se lleva el vino?

Año triste tan mezquino

¿por qué nos quieres paganos?

En el Lamento de María la Parda la connotación de un pasaje ritual se observa especialmente en la formulación del testamento, en donde se expresan en forma burlesca las disposiciones para el tránsito a una nueva vida. Allí celebra a los curas borrachos, a las mujeres tomadoras y a las huérfanas casaderas, pero condena a los que hacen malos vinos y a los frailes que ofrecen misas secas. En el testamento María hace referencia al viaje del alma, que encomienda a Noé, santo patrón de los borrachos, y expresa el deseo de que su cuerpo tenga por ataúd una barrica. Su alma va hacia el cielo, pero no deja la sed en la tierra: se la lleva consigo. Quiere decir que su cuerpo, empapado durante tantos años en vino, ha contaminado a su alma, que sufrirá una sed milenaria, hasta el día en que la resurrección de los cuerpos le devuelva los jugos fermentados que necesita.

Es interesante aquí señalar que los vientos generados por el vino eran considerados, por los teólogos y los filósofos naturales del Renacimiento, como un elemento fundamental para comprender el misterio de la relación entre el alma y el cuerpo. Esas ventosidades eran nada menos que el famoso pneuma, esa sustancia sutilísima que recorría el cuerpo y era capaz de traducir las sensaciones corporales a un lenguaje comprensible para el alma. El problema radicaba en entender cómo el cuerpo, que es materia corruptible, podía enviar señales al alma. Sólo una sustancia tan sutil como el pneuma, ese viento interior del cuerpo, podía generar un lenguaje capaz de ser comprendido por el alma: ese lenguaje era la fantasía. Así que los efectos del vino tenían consecuencias enormes, incluso cósmicas, pues afectaban precisamente los mecanismos de traducción y el lenguaje con que el cuerpo y el alma se comunicaban.

Terminaré este juego dando un salto a otra época. El problema de los vientos corporales y de la actividad pneumática que permite que materia y espíritu entren en comunicación, como sabemos, atormentó durante siglos a los pensadores. Todavía en el siglo XVIII Kant se rompía la cabeza tratando de resolver el problema que tanto había ocupado a Descartes, y que María la Parda resolvió con tanta sencillez. María establece en su testamento que el día de su entierro los sacerdotes que asistan deberán “tener tanto aliento / como yo para beber”, pues sólo estando borrachos, se infiere, podrán insuflar sus almas de fuerza suficiente para vivir. El vino auspiciaba una intensa acción pneumática en el organismo, lo que permitía que la fantasía fuese impulsada por los vientos somáticos y llegase a la sede del alma. ¿Qué más podía esperar un poeta?

Por supuesto que estas secreciones ventosas y pneumáticas podían tener efectos terriblemente negativos. Swift se aprovechó de la antigua metáfora aristotélica y teológica para burlarse de los poetas que aspiraban a expresiones sublimes. Dice Swift que sería injusto y cruel prohibir las formas no sublimes de escribir, ya que en realidad la poesía es una secreción, natural o mórbida, del cerebro, cuyo flujo no es conveniente detener. Toda criatura adulta ha tenido alguna evacuación poética que ha contribuido a su salud. “He conocido a un hombre –dice Swift– que pasó varios días pensativo, melancólico y delirante, y que de golpe se volvió maravillosamente tranquilo, ligero y alegre, después de una descarga del humor corrupto bajo forma de metros excedentes y purulentos”. ¿Habrá sentido lo mismo Gil Vicente cuando descargó el Lamento de María la Parda? En todo caso, se burla de una tacaña, Falula, que no quiere fiarle a María un par de jarritas de vino, diciendo:

Dice Nabucodonosor

en el Sadrac y el Misrac

“Quien se vaya echar un pedo

que lo pare en el trasero”

Y dice más “El que mucho pide

hermanita mucho hiede”

Kant continuó la ironía de Swift en sus reflexiones sobre las posibilidades de que los hombres estableciesen contacto directo con los espíritus. Kant sugiere que los fanáticos visionarios, adeptos del reino de los espíritus –que en otras épocas eran quemados– ahora podrían simplemente ser purgados, y que no era necesario recurrir a la metafísica para comprender los engaños de los profetas, como Swedenborg, sino mejor acudir a los versos de Samuel Butler, el gran poeta cómico inglés, quien explicó cómo las leyes pneumáticas de los aires corporales permitían entender que, según lo cita del solemne Kant, “cuando un viento hipocondríaco se desencadena en los intestinos, todo depende de la dirección que tome: si va hacia abajo, resulta un pedo y si va hacia arriba es una aparición o una inspiración santa”.

Así, el gran problema de los soplos divinos y de la inspiración poética podían resolverse en el ámbito de la anatomía de las rutas internas y, sobre todo, con la ayuda de las leyes mecánicas que determinan la trayectoria y la posición de los órganos y los ductos que orientan los soplos alcohólicos. Bien lo sabía María la Parda, como todos los desheredados, que con sus posturas retadoras quieren que los vientos soplen en otras direcciones. Pero esta actitud corporal se la prohíbe la roñosa señora Vizcaína, cuando la rechaza:

Yo no doy el vino fiado

Ve con Dios mi buena amiga

¿Quieres que te lo diga?

Ni una camisa tienes

Dizque ésta no es hora

de poner el culo al aire

Desángrate: Parda María

hora es esta del ayuno

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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