Maneras de despedirse

 Un brevísimo paseo por esa zona de fronteras borrosas: los últimos minutos de las películas.
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Es muy curioso que los cineastas suelan elegir los últimos minutos de sus películas para dirigirse a su público. (También lo hacen al principio, pero este texto se llama Maneras de despedirse.) Es como si se dieran permiso, como si dijeran: ahora que ya nos conocemos podemos descansar. Los últimos minutos de Matando cabos (2004), por ejemplo, de plano parecen el documental de la fiesta de final de rodaje.

Pero ése es un ejemplo extremo. Hay películas que, hacia el final, se dirigen a nosotros con un título o una narración para informarnos el destino de sus personajes. Esto está bien parodiado en Marge, la rebelde (Los Simpson, T5E06), a su vez reescritura de Thelma & Louise de Ridley Scott. Al final del capítulo aparecen los protagonistas uno a uno, mirando a cámara, mientras una voz nos dice, por ejemplo: “Lionel Hutz, alias Miguel Sánchez, alias doctor Nguyen Van Falk, recibió ocho dólares por sus 32 horas de servicio como niñera. Estuvo feliz” u “Homero Simpson fue entregado al Centro de Investigación Neuroquímica del Ejército de Estados Unidos para someterlo a pruebas”. Homero, que de alguna forma ha escuchado su propio destino, alza un brazo y grita: “¡Whoo-hoo!”

Otras veces simplemente se nos participa que la obra ha terminado. Como cuando Bugs Bunny, al final de cada fantasía animada de ayer y hoy, dice: “¡Eso es todo amigos!” Es como si de pronto, sobrenaturalmente, se hubiera enterado de que estamos ahí:

Durante los años del sistema de estudios, las películas declaraban su final con un letrero:

A veces agregaban una admonición o un epígrafe que redundara el mensaje. Por ejemplo:

Algunas más exploraban las posibilidades humorísticas del FIN. Hitchcock, máximo ironista, termina así El tercer tiro o The trouble with Harry (1952):

(Hablando de Hitchcock, al final de su última película, Trama macabra de 1976, nos enteramos dónde está escondido el diamante que ha echado a andar la historia. Entonces la protagonista nos mira y nos guiña un ojo:

Parece decirnos: ahora que la película está por terminar, déjenme les cuento un secretito.)

Otras veces las películas se ponían extrañas, como cuando el letrero FIN estaba dentro de la propia acción. En Amores de un día (1962) la sensación puede ser vertiginosa:

En esa imagen vemos también un auto que se aleja. Esa es una marca clarísima de final, como si los personajes mismos quisieran avisarnos que se van a otra película u otra aventura. La marca es tan convencional que su uso no es ni cuestionado como lugar común. Apenas el capítulo de Girls del 10 de febrero, que supuestamente resulta una afrenta a las convenciones hollywoodenses (de belleza física, en particular), terminó así:

Es como cualquier película de los cuarenta:

O de los cincuenta:

O de los setenta:

Esa, por cierto, es la última imagen de La huida (1972) de Sam Peckinpah. Ahí vemos la camioneta de Doc y Carol, la pareja de asaltantes, en su camino a México. Cuando se estrenó aquí, la censura mexicana (RTC) colaboró superponiendo un título: “En México, los ladrones fueron capturados por la justicia.” Humor finísimo.

Conforme los estudios tuvieron que contratar a los trabajadores por proyecto y se terminaron las exclusividades, la señal FIN comenzó a ceder su paso a una larga lista de créditos. Todos debían (y deben) aparecer mencionados. Esto puede durar muchos minutos, que algunos cineastas aprovechan, por ejemplo, para mostrar bloopers, como en Carrera de locos (1981), o falsos bloopers, como en Bichos (1998):

O para colar alguna información como en ¿Qué pasó ayer? (2009), o para alargar los chistes como en ¿Y dónde está el piloto? (1980), o para regalarnos algo que no habíamos podido ver durante el resto de la película como en Súper 8 (2011). El director reconoce que estamos ahí, y parece que nos dice: espérense tantito mientras les sirvo la caminera. A veces, como en la mencionada Trama macabra o en los finales de Bugs Bunny, los personajes son los que se dan cuenta de nuestra existencia. A veces van más allá. Por ejemplo, al final de Joven y alocada (2012) la protagonista misma escribe los créditos. (Se pueden ver acá.) Así acredita a la directora: “La persona que pensó en filmar la historia de mi vida –en caso de que estén pensando ‘oh es pura ficción’, pues no, no lo es– se llama Marialy Rivas.”

Es un lugar cómodo el final de las películas. Se está bien ahí, donde a nadie le parece extraño que directores y actores, personajes y nosotros mismos podamos existir al mismo tiempo.

 

 

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Escritor. Autor de los cómics Gabriel en su laberinto y Una gran chica (2012)


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