Mario Vargas Llosa sale a escena

Vargas Llosa sale airoso del reto: defiende sin miedo, con decisión y dignidad, su interpretación durante las dos horas que está en escena.
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Los cuentos de la peste es una pieza teatral que Mario Vargas Llosa ha escrito “ligeramente basada” en el Decamerón de Boccaccio. Tiene la particularidad de que el Premio Nobel se ha decidido a ir un poco más allá en su coqueteo con el teatro y, esta vez, es también uno de los actores. En sus anteriores aventuras escénicas, Vargas Llosa se limitaba a representar a figuras cercanas al narrador. En esta ocasión encarna a Ugolino, uno de los miembros de la compañía que se encierra en Villa Palmieri a compartir historias mientras la peste asuela la ciudad de Florencia, como sucedía con los jóvenes protagonistas del Decamerón. Otro de los habitantes de esa quinta es el propio Boccaccio, interpretado por Pedro Casablanc, espléndido. Pánfilo y Filomena, personajes tomados del Decamerón e interpretados por los talentosos Óscar de la Fuente y Marta Poveda, son dos cómicos, también refugiados de la peste con Ugolino y Boccaccio. A ellos se une, en un terreno donde la realidad y el sueño están mezclados y apenas se distinguen, Aminta, la condesa de la Santa Croce, en el cuerpo y la voz de Aitana Sánchez-Gijón.

La pieza dura dos horas, aunque tal vez pueda parecer algo más, en las que las historias y las representaciones se multiplican, en ocasiones, dentro de la historia, como si fuera una muñeca rusa. Pero la mayor parte de las veces las historias y representaciones se suceden, siguiendo una larga y fructífera tradición literaria: la de reunir a diferentes personajes y ponerlos a contar historias que tienen que ver con grandes pasiones: “Violencia y fornicación… Esa es la vida y los cristianos tenemos que aceptarla tal como es”, como explica el personaje del duque Ugolino.

El texto sigue un recurso que aparece ya en Las mil y una noches y cuyo uso se renueva en El Quijote: las historias insertadas en la trama principal. La de Los cuentos de la peste tiene que ver con el deseo, el pasado, la culpa, el amor, la violencia, la venganza y el rencor; ahí, entre esos grandes temas universales, confluye la historia de Ugolino y Aminta, y se confunden el recuerdo y la invención. La otra trama de la pieza tiene algo de visión romántica y de defensa de la ficción: pretender que se salvarán de la plaga de la peste negra contándose cuentos. Lo explica Vargas Llosa: “Ser salvados de la peste negra por la ilusión literaria debe entenderse como una metáfora: los personajes que se encierran en Villa Palmieri salen de ese encierro con una dosis mayor de la vitalidad que tenían cuando iniciaron su retiro, más ávidos de la riqueza y felicidad de la vida. […] Así defienden la literatura, el teatro, las artes, al ser humano contra la desmoralización que pueden provocar en él amenazas como la peste negra.” Es decir, la ficción nos hace mejores: más felices, más sabios, más ambiciosos; y nos hace querer ser mejores y nos permite escapar, real o figuradamente, de la desgracia: el arte es un refugio.

En el prólogo que acompaña al texto teatral, que acaba de editar Alfaguara, escribe Mario Vargas Llosa: “Desde la primera vez que leí el Decamerón, en mi juventud, pensé que la situación inicial que presenta el libro, antes de que comiencen los cuentos, es esencialmente teatral: atrapados en una ciudad atacada por la peste de la que no pueden huir, un grupo de jóvenes se las arregla sin embargo para fugar hacia lo imaginario, recluyéndose en una quinta a contar cuentos.” Seguramente tiene razón, y esa situación es teatral en tanto que dramática, pero, como él mismo puntualiza, lo es “antes de que comiencen los cuentos”. La puesta en escena con la que Vargas Llosa se estrena como actor, en cambio, dedica gran parte a la representación casi literal de esos cuentos, donde los actores hacen una demostración de talento y versatilidad, pasean por casi todos los registros imaginables siguiendo las pobres directrices de la dramaturgia, a veces tan desafortunadas que dan a la pieza un tono de revista rancia. Tampoco se explican determinadas decisiones que parecen guiadas por necesidades técnicas y no dramáticas (¿cómo se explica si no el cambio repentino de la naturaleza del personaje de Aminta, por ejemplo?). El brillo y el gran talento del elenco, con unos actores experimentados que lo dan todo y ponen todas sus capacidades al servicio de la obra, la imponente presencia e impecable dicción del novato Mario Vargas Llosa o la imaginativa escenografía, con el escenario en el lugar en el que normalmente ocupa el patio de butacas y el público rodeando a los actores, apenas logran tapar la pobreza y el estatismo de la puesta en escena, responsabilidad de Joan Ollé.

Con ciertas irregularidades, Vargas Llosa sale airoso del reto: defiende sin miedo, con decisión y dignidad, su interpretación durante las dos horas que está en escena.Pocos días antes del estreno, el autor de Conversación en La Catedral confesaba: “Muchas de las cosas que hago, que son a veces un poco temerarias como esta, surgen de esa necesidad de seguir viviendo hasta el final, explorándolo todo.” 

Los cuentos de la peste se representa en el Teatro Español de Madrid hasta el 1 de marzo.

[Imagen.]

 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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