Me topรฉ en la librerรญa de viejo con un encantador volumen, Mark Twain Speaking, editado por Paul Fatout (University of Iowa, 1976). Recoge casi doscientos escritos circunstanciales –periodismo difuso, discursos, parafernalia– que nunca recopilรณ el abundante sureรฑo. No tiene la genialidad de sus magnรญficas y desopilantes variaciones y parรกfrasis bรญblicas (como los perfectos diarios de Eva), pero sรญ momentos muy felices.
Uno de ellos lo provoca un asombroso discurso titulado “Algunas reflexiones sobre la ciencia del onanismo”, que decorado de birretes, caspa y veneras, parodia al ensayo filosรณfico. Se burlaba Twain de los matasanos de la รฉpoca, que habรญan consagrado como un hecho que existรญa balance entre la prรกctica del onanismo y la general pรฉrdida de alineaciรณn y balanceo, tanto en el software como en el hardware, del sapiens en sus dos gรฉneros.
Si Onan derramaba la semilla por motivos financieros y polรญticos, el pudoroso siglo XIX, sobre todo en la hipรณcrita Inglaterra victoriana, le agregรณ estados de รกnimo como la melancolรญa y, peor, aรบn, la ensoรฑaciรณn literaria, un vicio en sรญ mismo, que podรญa secuestrar las nรบbiles mentes juveniles y orillarlas a estados de excitaciรณn poco recomendables, como demostraron don Quijote y Madame Bovary y la flotante raza de los poetas en general.
La palabra misma, “masturbaciรณn”, es de suyo chillante e inhibitoria: manus stupratio significa literalmente, en la lengua de Sรฉneca, la mano que comete estupro, es decir, que fornica con la propia mano. Ante el espanto de la palabra, proliferan obviamente expresiones caseras y simpรกticas, tales como ahorcar al obisbo, ordeรฑar a polifemo, gimotear al calvo y el clรกsico visitar a doรฑa Manuela. Hรฉctor Manjarrez, en su รtil y muy ameno vocabulario para entender a los mexicanos (Grijalbo, 2011), recoge “manuela, paja, chaira, alemanita, Zacarรญas Blanco” y desde luego, “tejerse una chaqueta” que, entiendo, remite barrocamente al zig-zag de las manos que imitan a Aracnรฉ.
Da para mucho el tรณpico, por lo que me regreso a Twain y a su discurso. Lo enunciรณ en el Parรญs finisecular, cuyo “Club del Estรณmago” reunรญa alrededor de una mesa pantagruรฉlica a cerebros anglosajones arraigados ahรญ. Luego de subrayar “la dignidad e importancia” de este vicio “al cual todos ustedes son adictos”, Twain procediรณ a documentarlo en la historia de las ideas. Sostuvo que en el segundo libro de la Iliada Homero puso en boca de Aquiles el cรฉlebre apotegma “¡Dadme masturbaciรณn o dadme muerte!”; argumentรณ que, en sus Comentarios, Julio Cรฉsar la habrรญa llamado “compaรฑรญa para el solitario, amiga del olvidado y benefactora del impotente.”
Robinson Crusoe, nรกufrago recalcitrante, reconociรณ –asegura Twain– “la imposibilidad de explicar la dimensiรณn de mi deuda con ese dulce arte”. La reina Victoria misma la alabรณ como “la muralla de la virginidad”, y Michelangelo Buonarroti le explicรณ al papa Julio II, que “si la negaciรณn de uno mismo es noble, benรฉfica la educaciรณn de uno mismo y varonil la posesiรณn de uno mismo, nada exalta tanto al alma inspirada como el abuso de uno mismo”.
Desde luego, Twain registrรณ a sus adversarios, aquellos cientรญficos y educadores para quienes la chaqueta sรณlo se pone, mas no se teje: asรญ, el economista Adam Smith tratรณ a la masturbaciรณn de mรฉtodo para desperdiciar en una mano, futura mano de obra; Charles Darwin se negรณ, pรบdico, a registrar que el mono es el รบnico animal no humano que practica esa ciencia y, por tanto, a fortalecer su teorรญa sobre la comunidad de ambas especies: “dadle al mono un pรบblico adecuado y observad de quรฉ manera deja a un lado otras tareas para inmediatamente darse brillo, y percataos como sus contorsiones culminan en un arrobo extasiado que demuestra su interรฉs e inteligencia humanas”.
El exceso, como lo sanciona la popular sabidurรญa, debe ser acotado por la moderaciรณn. Entregarse sin prudencia a ese “pasatiempo destructivo” deja secuelas atroces como, por ejemplo, “la propensiรณn a comer, beber, fumar, reunirse con amigos, reรญrse y contar historias poco delicadas”, suma de desdichas que apenas compensa los evidentes beneficios: “la pรฉrdida de memoria, la pรฉrdida de virilidad y, sobre todo, la pรฉrdida de progenie”.
(Publicado previamente en el periรณdico El Universal)
Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.