En contra del lugar de Felipe Trigo en la posteridad jugaron varios factores. Fue para empezar demasiado popular, pecado mortal para el escritor que quiere ser respetado en su época. También fue pionero del género erótico en la literatura española, y aunque este tipo de novelas representaran solo una porción de sus libros, se granjeó la fama de escritor de subgénero, con todo lo que ello conlleva. Su afición al erotismo, y su franco tratamiento de la temática sexual en otras novelas lo condenaron a ojos de una parte de la sociedad. Se le acusó de corruptor de menores y de pervertir las costumbres. Finalmente, y probablemente sea este su mayor pecado, se declaró monárquico, individualista, socialista y krausista –no en distintos periodos de su vida, sino todo a la vez. En España, donde cada régimen elige a qué escritores reivindicar según el ánimo político del momento, Felipe Trigo siempre fue considerado un heterodoxo, y fue ignorado por republicanos, franquistas y demócratas.
Nacido en Villanueva de la Serena (Badajoz) en 1864, pronto cursó estudios de medicina y comenzó a ejercer en pueblos. De esta experiencia germinarían posteriormente sus dos grandes novelas: El médico rural y Jarrapellejos. Pero antes de escribirlas pasaría a alistarse como voluntario en Filipinas, de donde volvió convertido en héroe nacional. La publicación de Las ingenuas, donde relataba sus experiencias en el Fuerte Victoria, lo convirtió en un instantáneo bestseller. Corría el año 1900, y en 16 años le daría tiempo a publicar 17 novelas y varias novelas cortas y relatos. Tenía 52 años cuando se suicidó de un disparo.
No se conocen los motivos de su suicidio. Las causas con las que más se especula son la depresión, un trastorno bipolar o el miedo a volverse loco. Sus novelas no son, desde luego, amables. Tienen un aire barojiano, mezclando acción con disquisiciones filosóficas, pero con un toque naturalista que le valió las loas de Emilia Pardo Bazán. Su estilo de escritura anárquico, valiéndose de un lenguaje ágil y coloquial, trufado de regionalismos extremeños, fue criticado por Clarín. El propio Felipe Trigo explicaba su ideal lingüístico así: “palabras breves, rápidas, bien cortadas, las menos posibles (…) las más conocidas y sobre todo las menos majestuosas.”
Sus libros se leen a veces como un cuento de terror, donde sabemos que algo acecha pero el horror solo se hace corpóreo mediante pequeños detalles: la hitchcockiana plaga de langostas al principio de Jarrapellejos o el ojo inflamado del paciente enfermo de El médico rural. Son eventos naturales, científicos, que confirman y desmienten a la vez que Felipe Trigo fuera simplemente un médico que escribía, como daba a entender Gonzalo Torrente Ballester. En lo que sí acierta el maestro gallego es en decir que Felipe Trigo “está en desacuerdo con su tiempo”. En efecto, Trigo odiaba a los poderosos y a la turba, se burlaba tanto de las reformas republicanas como del caciquismo. Así, es normal que fuera ignorado por los caciques y los revolucionarios que se disputaron España a lo largo del siglo pasado. Y es por eso que vale la pena volver a sus historias inquietantes, en las que se oye un ruido en la lejanía: “Un ciervo herido, tal vez. Una bestia apocalíptica.” Algo que ronda a los lugares y a los personajes, algo podrido que permanece y se niega a marchar. La vida no se interrumpe, pero se deteriora, impasible ante las acciones de los personajes, sean buenas o malas.
Esta situación es reflejo de la que vivió el autor. La guerra en Filipinas, la pérdida de las colonias y la decadencia de España son los ejemplos históricos de ese deterioro que Trigo vio avanzar incesante y para la que no vio solución. Su cuerpo fue encontrado en su chalet madrileño el 2 de septiembre de 1916. Dejó dos novelas póstumas y otra incompleta con un título tan malo como irónico: Murió de un beso.
– Alex García-Ingrisano
(Imagen tomada de aquí)