Monólogo en vochito

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Noposí, lo que sea de cada quien, mi buen —me decía en la mañana del domingo el Taxista Filósofo, mientras en el heroico, tosijoso y humeante vochito y durante el intento de llegar cerca de la entrada del Palacio de (las) Bellas Artes, dábamos no sé cuántos rodeos por el primer cuadro de la ciudad porque, como ha venido ocurriendo desde hace muchos meses, ¿quizá más de un año?, la avenida Juárez y la calle de Madero estaban cerradas a los vehículos automotores y entregadas a los domingueros peatones en plan de breve turismo interior—, aquí a su seguro servidor y atento amigo, por muy chafirete o esforzado trabajador del volante y de toda la vida que el susodicho sea, y por mucho que durante la cotidiana jornada de trabajo de cada día en el honrado afán de ganarse los frijoles y de paso (y como debe ser, pues la tradición y la moral así lo indican) ganarlos para la cónyuga, o séase la señora acreditada como propia de uno, y para la tupida prole, o séase el acreditado chamaquerío propio de uno, haya que luchar contra la creciente inviabilidá de esta Esmógico City (como usted apropiadamente la apoda), y, pues, como le iba diciendo, uno debe aplaudir sinceramente a don Marcelo Ebrard y felicitarlo por sus encomiables intentos de devolverle algunas céntricas y hermosas y estrechas o anchas vías de esta gran urbe al peatonerío interno, o séase a los capitalinos de a pie, es decir a los que por esa tan sabia disposición del gobernante capitalino ahora pueden dominicalmente venir aquí al mero Centro Histórico, que por un dia no es Centro Histérico, a desquitarse de las fatigas de la laboriosidá cotidiana y dedicarse a deambular plácidamente con la familia en lo que resta de la bella y señorial Ciudad de México a la cual otrora el barón de Humboldt, ¿verdad, don?, honró llamándola Ciudad de los Palacios…, aunque ya usted sabe que palacios, lo que se dice palacios, ya quedan pocos, pero los que quedan por el rumbo, aunque sean nada más que con carácter de meras fachadas (porque por dentro muchos de ellos son anacrónicas casas de vecindad o bancos o taquerías o conjuntos de modernas aunque ya destartaladas y vacías oficinas de una modernidad ya fané y descangallada), permanecen aún suficientemente bellos y señoriales como para que los contemplemos con la boquiabierta admiración que merecen, ¿no, mi buen? Digo, noposí.

Publicado anteriormente en Milenio Diario

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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