“Moriremos si somos zonzos”

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En los años ochenta, el talante y los símbolos de la izquierda boliviana, que había conmovido a dos generaciones, quedaron abruptamente desprestigiados. En medio del desbarajuste económico que causó la quiebra del Estado productor y benefactor que había reinado durante los treinta años anteriores, fue más fácil percibir, para muchos, el fondo dogmático y belicoso de una iconografía que reproducía hasta el hastío los rostros de Marx, Engels, Lenin, y a Ernesto Guevara, éste por lo común con un fusil en bandolera; también de consignas como “dictadura del proletariado” o la castrista: “patria o muerte, venceremos”, que el presidente Evo Morales acaba de imponer a las Fuerzas Armadas bolivianas.

En el tiempo del que hablo, una nueva generación de jóvenes políticos comenzó a plantear, en las universidades, la necesidad de vivir por la patria, en lugar de morir por ella, como exigían los castristas. Algunos de ellos sustituyeron el grito de guerra de los revolucionarios cubanos por un lema chusco: “moriremos si somos zonzos”. Humor y garra vitalista en lugar de un llamado a la destrucción absoluta como única alternativa a la afirmación, también absoluta, de la identidad propia.

El enlace de la consigna castrista con los temas militaristas del pasado del país es indudable, y así lo ha destacado el presidente Morales al justificar su decisión. Hay sin duda un aire de familia entre el “patria o muerte” y el “morir antes que esclavos vivir” del himno nacional, y con otros cánticos militares. Por eso mismo resulta desagradable que sea la izquierda la que quiera dar continuidad a esta visión del mundo, lastrada por dos defectos, la belicosidad y el patrioterismo, que se suelen considerar marca de nacimiento de la derecha. Denuncia, una vez más, que la izquierda que representa Morales, pese a su barniz indigenista y ecologista, no va mucho más allá del nacionalismo recalcitrante que ha sido la única ideología de masas de la historia del país.

La proclama de Guevara, coreada a lo largo y ancho de Latinoamérica por un puñado de ejércitos revolucionarios, convocó a la inmolación de la crema y nata de la juventud continental; en los años sesenta y setenta perecieron miles de muchachos inteligentes y generosos, que entendieron que su compromiso por los demás les exigía, justamente, entregarse a la muerte y sus instrumentos. Y que se equivocaron. La patria hubiera estado mejor si ellos vivían; también Cuba lo estaría si sus dirigentes no siguieran obsesionados con la anulación de todo aquello que se les antoja antipatriótico, si abandonaran ese culto al orden que se impone bajo amenaza de muerte, si dieran más espacio a la vida y su imprevisibilidad creativa y gozosa.

La oposición boliviana ha apuntado la paradoja que entraña el hecho de que el ejército que venció al Che tenga ahora que corear la consigna con la que el guerrillero concluía los comunicados que redactaba en la montaña, en pleno enfrentamiento en contra del Estado boliviano. Pero al parecer esta contradicción no inmuta a los militares, desesperados por enrolarse en el multitudinario “proceso de cambio” que dirige el Presidente, quien ya demostró que será implacable contra cualquiera que se le ponga enfrente.

La reacción opositora, entonces, ha sido, una vez más, conservadora. Siempre se las arregla, esta oposición, para representar el pasado en contra de la innovación que supuestamente encarna Evo. Cuando lo que le convendría es justamente lo contrario: tratar de mostrar, machaconamente, hasta qué punto Evo no hace más que devolvernos al pasado (y no al tiempo antiguo de las culturas precolombinas, sino a la mitad del siglo XX). El sólo hecho de que nos la pasemos discutiendo sobre lemas militares en lugar de hablar de economía u otros temas edificantes lo prueba con indiscutible contundencia.

– Fernando Molina

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Periodista y ensayista boliviano. Autor de varios libros de interpretación de la política de su país, entre ellos El pensamiento boliviano sobre los recursos naturales (2009).


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